En el Ateneo de Madrid
L.M.A.
07.06.2025.- Madrid .- La Cátedra Mayor del Ateneo de Madrid celebró, el martes 3 de junio, el aniversario del nacimiento de Acacia Uceta, cuya larga trayectoria literaria, su sólida implantación y reconocimiento por la crítica especializada y la calidad de su obra la convirtieron en una de las voces más prestigiosas del panorama poético de la segunda mitad del siglo XX.
El acto se abrió con la Presentación de Miguel Losada, Vicepresidente de la Sección de Literatura, el cual recordó que Acacia Uceta se hizo socia del Ateneo en 1975, año en que la institución recobró la independencia y volvió a regirse por sus propios estatutos. En 1989 un grupo de socios la convencieron para que presentara su candidatura a Presidenta de la Sección de Literatura del Ateneo. Desde entonces, fue elegida 12 años consecutivos Presidenta, hasta la fecha de su fallecimiento, el 10 de diciembre de 2002. Tras rememorar los cientos de actos presididos por la homenajeada y la intensa labor que realizó de difusión cultural, se puso el énfasis en que no sólo intervinieron los grandes escritores del momento, también se recibió a los escritores que regresaron del exilio, se creó movimientos como Poetas sin Fronteras y se dialogó de temas polémicos del mundo literario. Además, Miguel Losada resaltó el interés especial de la Presidenta por los jóvenes poetas y narradores, y por las mujeres escritoras, en un tiempo todavía complicado.
Seguidamente tomó la palabra la hija de la escritora, Acacia Domínguez Uceta, que agradeció al Ateneo y a la sección de Literatura la celebración del acto y, de manera especial, a Miguel Losada, que fue compañero en la Sección durante los 12 años de presidencia de Acacia Uceta. Con unas emotivas palabras recordó la voz de su madre, siempre joven resonando en el Gran Salón que ha acogido la celebración de su Centenario. Emoción que contagió a los presentes al narrar la infancia de la escritora. Había nacido en la cercana calle Pelayo, en el seno de una familia enamorada de las Bellas Arte, los libros y la música clásica. Las mismas tres pasiones que acompañaron a Acacia toda su vida. Hija única del dibujante, pintor y decorador Rafael Uceta Sanz y de Acacia Malo Peñalver, profesora de francés, su prosperidad fue tronchada totalmente por la Guerra Civil. Los bombardeos, el hambre y la enfermedad dejaron en la escritora una herida que no dejó nunca de sangrar. Y escribió poemas recordando la gran tragedia de su vida. “Mi madre perteneció a la generación de los llamados Niños de la Guerra. La sombra del dolor y la muerte, vividos en la infancia, atraviesa de manera tangencial toda su obra”, nos dijo Acacia. La cual añadió que como hija había acompañado a su madre en todos los momentos de su vida, buenos y malos. A ello se unió su condición de escritora, confidente literaria y de ateneísta durante 4 décadas, pudiendo hablar con pleno conocimiento de su madre en todas sus facetas. Centró su intervención en dar a conocer la personalidad de Acacia Uceta y el universo poético que edificó apoyándose en fragmentos de sus poemas. Afirmó que consiguió salir de su trágica infancia y la temprana muerte de la madre gracias a su fuerza interior, que la caracterizó toda su vida y la condujo a la plenitud deseada.
Aunque empezó a escribir poemas a los 14 años, estudió Bellas Artes, que fue su primera vocación. En los primeros años de la posguerra la poesía no oficial se refugiaba en las tertulias literarias de algunos cafés. En la de Eduardo Alonso, Versos a media noche, del Café Varela, un 12 de mayo de 1950 leyó sus poemas por primera vez y conoció al que sería su esposo y compañero literario durante 51 años. Se trataba del escritor y periodista Enrique Domínguez Millán. Él la llevó a su ciudad natal, Cuenca, y la escritora se enamoró de la ciudad medieval entre las hoces. Su vida discurrió desde entonces entre Madrid y Cuenca. Llegaron los hijos y se sucedieron los años de plena actividad literaria: publicación de libros, recitales, conferencias y viajes por medio mundo.
Acacia fue construyendo una personalidad fuerte y profundamente humana, solidaria con los seres más desafortunados y absolutamente pacifista. Se interrogó por la esencia del ser humano y conoció en París el Existencialismo. Poco a poco cimentó una personalidad de absoluta independencia. Fue una libre pensadora con ideas muy avanzadas y una pionera. En el mundo literario también tuvo una actitud independiente con el fin de crear su propio universo poético. Una de sus múltiples facetas fue su actitud decidida en alcanzar la plena igualdad con los hombres en todos los campos. Abrió numerosos caminos a las escritoras. Fue de las primeras mujeres en pertenecer a una Real Academia de Artes y Letras, fundó el Grupo 14 de escritoras, creó el Premio Fémina junto a su amiga Carmen Conde, mantuvo durante décadas una tertulia de escritoras en el café jijón, etc. A continuación, la hija contó una anécdota de las duras condiciones de la mujer escritora en las décadas de los años 50, 60 y 70 del siglo pasado: El novelista Luis Verenguer, jurado en 1970 del Premio Nacional de Literatura, aunque no conocía personalmente a Acacia apoyó la candidatura del libro Detrás de cada noche, en todas las votaciones. Al final se impuso la sin razón de que no se lo iban a dar a una mujer. Verenguer le hizo llegar a Acacia, a través del poeta Antonio Hernández, su disconformidad con tal decisión. Entonces Acacia le dijo a su hija: “lo único que no nos pueden negar es la obra que dejemos escrita.” Y la intervención finalizó con la lectura de un soneto de la homenajeada que define su personalidad.
Estirpe. Pertenezco a esa estirpe desdeñosa/que suele poner todo a una jugada, /que pierde todo sin que pierda nada/ y bajo el cierzo sigue siendo rosa. /
Mi actitud no es soberbia ni es hermosa: / es sólo y simplemente apasionada; /es dejarse quemar en llamarada/ por alumbrar con ella cada cosa. /
Yo me dejo ganar por no vencerme/ y me dejo prender por no ser noche/ y llegar con mi luz a la mañana. /
Mientras el triunfador se apaga y duerme/ sobre la dura almohada del reproche, / yo beso el día desde mi ventana.
Miguel Losada dio la palabra Martín Muelas, Catedrático de Literatura de la Universidad de Castilla-La Mancha, el cual realizó un análisis de los nueve poemarios que dejó la escritora. Por el tratamiento que realizó del paso del tiempo en su primer libro, “El corro de las horas” (1961), se la consideró una obra de carácter existencialista, característica que se acentúa en los dos poemarios siguientes: “Frente a un muro de cal abrasadora” (1967) y “Detrás de Cada Noche” (1970), que la sitúan en la llamada Segunda Generación de Posguerra, enunciada por Carlos Bousoño, aunque su poesía sobrepasa los estrechos límites temporales de la consideración generacional. En ellos, añadió Martín Muelas, se manifiestan el tiempo vivencial, el amor y la muerte y la esperanza de la propia vida, aunque sea en una soledad irrevocable. Su cuarto libro, “Al sur de las estrellas” (1976) presenta una exaltación vitalista que acrecienta la esperanza en el devenir humano. El amor al compañero de su vida se completa con los poemas dedicados a Cuenca y a los autores admirados por la escritora. “Íntima Dimensión” (1983) y “Árbol de Agua” (1987) marcan un nuevo rumbo en su poesía y ponen de manifiesto un perfecto equilibrio emocional. Cambia las referencias temporales en la organización de los poemarios, por referencias espaciales. “Íntima Dimensión” está dividido en tres partes: Esfera, Círculo y Espiral, como dimensiones habitables de estados de ánimo, en torno a las cuales se traza un camino hacia la perfección, con alusiones místicas a los laberintos interiores de un sujeto poético laico. Al final se llega a alcanzar la cima y a sentirse en plena comunión con la naturaleza. En “Árbol de Agua” se presenta un diálogo de amor con el Hacedor, que a veces se puede identificar con el Dios cristiano y otras con una fuerza absoluta, origen de todo lo creado. Con Cuenca roca viva (1980) y Calendario de Cuenca, hace de la ciudad motivo poético para reinventarla y ofrecerla como una realidad sensorial. En “Memorial de Afectos” (2004) se evocan las personas que habrían dejado su huella intelectual y afectiva en la autora.
Martín Muelas afirmó que los cuatro libros publicados de 1961 a 1976 participan de manera transversal de las corrientes que se van sucediendo en la poesía española entre los años 50-70, con marcados rasgos personales. Acacia hace cuestión poética de su experiencia y expectativa vital desde una perspectiva histórica, es decir, su vida y la de parte de la sociedad en la que vive. Poeta comprometida socialmente con su tiempo también está comprometida con la búsqueda de una ética personal. Terminó Martín Muelas advirtiendo que Acacia tiene una poética propia alejada de grupúsculos coetáneos, que la alejaron de los que administraban el negocio. Tal vez esto sea la causa de mantenerse al margen de reconocimientos oficializados y sea necesario realizar una relectura centrada en sus propios versos.
Tras las doctas palabras el homenaje dio un giro y los poetas tomaron la palabra resaltando la belleza y profundidad de contenido de la obra y la personalidad serena, firme y acogedora por la que destacó en el mundillo literario. Abrió el turno Fernando Beltrán que comenzó recordando la sobrecogedora conversación que tuvo con Acacia sobre el cáncer, que al poco tiempo le provocó la muerte. Confesó que quedo tan impresionado que le inspiró un conmovedor poema que compartió con los asistentes. Terminó su intervención con la lectura de Bombardeo, un poema que Acacia escribió en recuerdo de su compañero de colegio, muerto por las bombas. Fernando se lo dedicó a todos los niños que, en la actualidad, mueren en las contiendas, como sucede en Gaza.
Miguel Galanes tuvo una importante intervención al reconocer que su grupo generacional del 80 tuvo en Acacia el puente con las generaciones anteriores, siendo una figura inspiradora. Sentenció: 100 años no es mucho tiempo y menos 45. Hay que leer a los muertos. Hablar con ellos y sentirse feliz. Esa fuerza de Acacia de la que se ha hablado la tenía y la transmitía, e inspiró a nuestra generación una fuerza tremenda, en dos puntos importantes, la herida sin cerrar y la obsesión por el tiempo. En su poesía se transmuta esa espiritualidad laica que la expande en la naturaleza y hacia el interior, y este es el puente entre tu madre y nosotros. Tengo la emoción de haber convivido con una personalidad majestuosa. Una majestuosidad que no apagaba nada la cordialidad, no apagaba nada la sencillez ni la simpatía.
Javier Lostalé señaló que: Acacia Uceta fue aglutinadora de diversas generaciones de poetas, como les ocurrió a Gerardo Diego y a Vicente Aleixandre. Recordó que su relación con Acacia fue a través de su compañero en Radio Nacional, al gran escritor Enrique Domínguez Millán. Manifestó que de la obra de Acacia había interiorizado palabras como amor, ya que todas las respuestas que daba al mundo eran a través del amor; la palabra belleza, que también es una palabra axial dentro de su obra y de su vida, pero una belleza surgida desde el interior y la palabra esperanza. Palabras que han germinado dentro de mí como otra palabra muy de Acacia, la palabra semilla. Y glosó los versos de su última etapa leyendo un poema de Amor, cuyo sujeto pasivo es Enrique Domínguez Millán y Belleza, del Libro “Árbol de Agua”.
Nares Montero, la joven escritora, contó como la descubrió por casualidad ojeando una antología realizada por Carmen Conde, en su librería de viejo favorita. Narró la búsqueda de unos libros agotados que encontró en lugares insólitos. Llegó a comprar uno en una noche de lluvia, en un polígono industrial de las afueras de Madrid. Lo que la atrapó de la poesía de Acacia fue la calma limpia con la que escribe, su manera de abrir un espacio que no nace siempre de la herida o del desarraigo, sino del conocimiento y de una aceptación profunda. Añadió: Acacia escribe desde un lugar sereno y lúcido, con una soledad que no pesa, sino que acompaña, un estar consigo misma que no aísla, sino que escucha. Creo que, en estos tiempos rotos, llenos de urgencias, de miedos y del genocidio, su poesía ofrece un lugar de impulso, una forma de confiar sin ingenuidad, una energía que no niega el dolor del mundo pero que tampoco se rinde ante él. Fue Una poeta consciente de su tiempo, comprometida con su realidad, y generosa en su impulso creador. Leerla hoy es un acto de recuperación, pero también de contagio de su fe en lo humano, de su delicada forma de mirar, un recordatorio de que la poesía ilumina, acaricia, sostiene y que trasmite con fuerza que hay otra forma de habitar el mundo. Y leyó un extracto de La Mañana, de “Detrás de cada noche”., y un poema de amor a Enrique, del libro “Memorial de afectos”.
Pepa Bueno basó su intervención en la poesía amorosa de Acacia leyendo varios extractos del Mediodía, de “Detrás de Cada Noche” y uno de sus poemas más profundos y vitales: Por el Hombre, del libro “Frente a un muro de cal abrasadora”
Rafael Soler recordó su etapa de joven poeta en el Ateneo junto a Miguel Galanes, Fernando Beltran y Acacia, hija. Dirigiéndose a su compañera de generación le dijo que su madre siempre fue para él la fuerza, una mujer muy entera, con una mirada muy franca, siempre acogedora, dando ánimos. Tu padre era de dar consejos. Tu madre trasmitía una enorme serenidad. Para mí Acacia fue una mujer segura de sí misma que impregnaba a todos. Rafael se decantó por leer Desesperado Intento, del libro “Al sur de las estrellas”, un poema que recoge el canto a la vida, el amor a la vida de Acacia Uceta.
Miguel Losada leyó de su libro preferido, “Íntima Dimensión” y cerró el acto recordando que hasta mayo del 2026 se celebrará el Centenario y habrá que hablar de otros aspectos de su obra, como las Bellas Artes y la poesía, la ciencia entrelazada con la filosofía y de la narrativa, de sus novelas publicadas.
Una cerrada ovación puso fin a 90 minutos de homenaje deslumbrante por la profundidad de las intervenciones y por la emoción al recordar a una poeta tan admirada y querida que supo ayudar a los demás y crear una red de afectos que pervive frente al paso del tiempo.
Que bello e importante homenaje. Acacia, como nombre, ya es poético y con una carga histórica hoy olvidada. Junto a Carmen Conde y otras poetas la hemos homenajeado en Buenos Aires hace cerca de veinte años. Su intensidad, su fuerza. Rocío, mi mujer leyó sus versos. Homenaje que hicimos junto al poeta Luis Alberto Quesada, preso durante 17 años por el franquismo. Mi abrazo y mi saludo.
ResponderEliminarGracias por este mensaje de amor a las poetas que tanto han hecho por defender la palabra poética en libertad
EliminarUn abrazo fraterno desde el Ateneo madrileño
ResponderEliminarJaime Siles Ruiz : Magnífico y merecidísimo homenaje a Acacia Uceta. Muchas gracias, , por esta excelente crónica del acto. Abrazos, Jaime.
Acacia Uceta y Carmen Bravo-Villasante, mi madre, ambas escritoras, compartieron ilusión por el Ateneo y la cultura. Acacia fue una de las organizadoras y participantes de un acto en el Ateneo, en homenaje a mi madre, al que ella misma asistió. Un abrazo a Acacia Domínguez Uceta, y enhorabuena por mantener la memoria significativa
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