Julia Sáez-Angulo
29/6/25.- El Escorial.- El abuelo Juan Angulo Mínguez, propietario de La Calahorra y otras fincas llegó a ser alcalde, y durante su mandato se fundió la gran campana de gloria de la torre de la iglesia. Él mandó fundir otra nueva, en cuyo borde se hizo constar que la campana fue encargo del alcalde don Juan Angulo Mínguez. Si el abuelo creyó pasar a la historia con esa campana que repicaba a gloria, se equivocó. El rayo de una fuerte tormenta la rajó, al cabo de los años y la campana comenzó a sonar como un caldero de zinc, por lo que se dejó de tocar. Nadie se atrevió a contarle al abuelo el desastre, cuando ya era viejo. Se tocaban otras campanas menos sonoras y campanillo, hasta que otro sobrino, alcalde, también Angulo, encargó fundir otra, con su nombre en la base.
Juan Angulo era muy trabajador, a diferencia de su padre, Eduardo Angulo, que, según mis oídas, era un señorito que iba de hidalgo y se paseaba con capa azul marino y adamares de plata traídos de Salamanca. Lo suyo era pasear por sus propiedades e ir al Casino, un lugar aparente o pretencioso para su nombre, donde se jugaba a las cartas y a otros juegos de mesa. Está situado sobre el Sindicato Agrícola Católico, que fundó el párroco don Juan González Mateo, quien murió mártir durante la guerra civil de 1936. Afortunadamente, la esposa del muy señorito Eduardo Angulo, la bisabuela Calixta Mínguez era mujer hacendosa y sacó el patrimonio familiar adelante, además le dijo a su esposo Eduardo:
-El notario de Nájera me ha dicho que la hidalguía es el escalafón más bajo de la nobleza rural, hasta el punto de que algunos ni la consideran nobleza. Y que si bien, los hidalgos no podían practicar el comercio -tarea propia de taimados-, sí podía trabajar en la tierra que poseía, porque tener tierras y cultivarlas era de nobles. Al bisabuelo Eduardo le daba igual lo que dijera Calixta, mujer al fin y a cabo, pues el libro de pergamino de la Chancillería de Valladolid del siglo XVIII, decía otras cosas más sabias.
El duque de Benavente le aclaró a Felipe V, monarca que quería equiparar los Grandes de España a los pares de Francia: "Señor Vos podéis otorgar títulos de conde marqués o duque, pero los hidalgos y Grandes de España, los hace el tiempo y el honor sin mancilla alguna".
Juan Angulo salió a su madre, doña Calixta y fue trabajador en su hacienda, dirigiendo y acompañando a sus segadores o viñadores, según la estación del año. Creó una gran bodega a la que puso un gran rótulo, que ocupaba toda la fachada: Bodegas Las Coronillas, en honor a una viña generosa que así se llamaba. Pero, al cabo de unos años, salió un impuesto del Estado, por el que se cobraba todo anuncio en fachadas, según los metros cuadrados. Al abuelo le pareció tal abuso, que mandó picar aquel reclamo, para que nadie se enriqueciera a su costa.
Al abuelo, sí le salieron los resabios de potentado, cuando su hermana Rosario Angulo se quiso casar con don Julio Úcar, maestro de escuela en Uruñuela, llegado desde Aragón. No podía consentir que se casara con un “maestro-escuela”, que cobraba un sueldo de hambre, según se decía entonces. Además, era cojo. Se opuso y resistió a aquel matrimonio, en el que acabó venciendo la voluntad de los contrayentes. Con el tiempo, Julio Úcar y Juan Angulo fueron buenos amigos. La bonhomía del primero ganó la voluntad del segundo.
Un día, dos hermanos Martínez, S. y J., llamaron a Juan Angulo para tasar y/o dividir una casa heredada por ambos en Cenicero. Él acudió, solícito de mediar en el conflicto entre ambos hermanos, logró una solución y un armisticio entre ambos. Era un domingo por la mañana y el abuelo tomó su Tílburi para ir al pueblo vecino. Por la tarde, S. se acercó a él y le dijo: “Lo siento, Juan, pero de lo acordado esta mañana, no hay nada que hacer”. Mi abuelo contaba que ni le replicó: “¿Qué se puede hablar con un hombre sin palabra?”.
Como abuelo, era un hombre que dedicaba tiempo a sus nietos. Con él hemos jugado mucho a las cartas: a la brisca y el seisillo principalmente. También a la oca. Llamaba a los números con alguna metáfora: “el 15, la niña bonita”; “el 22, los dos patitos”…
Cuando yo estaba interna en el Colegio de la Compañía de María, fundado por nuestra tía monja Francisca Marijuán, y el abuelo Juan viajaba a Logroño, me sacaba del colegio a comer a Cachetero, un restaurante tipo taberna, de buen porte y mejor comida, situado en la célebre calle Laurel, la “senda de los elefantes”. Le gustaba ir allí, porque decía que servían un café con sabor excelente, como en ningún otro sitio. Me gustaba salir del colegio y, más con él, a comer a un restaurante. Un día, al pagar, el abuelo le dijo al dueño de “El Cachetero”: “Esta vez, el café no me ha sabido tan bueno como otras veces”. El Cachetero le replicó que le iba a invitar a un nuevo café, preparado por él mismo y no por su camarero, para que lo disfrutara como siempre. Pese a la resistencia, el dueño apareció con otro café y el abuelo reconoció que era el buen sabor de siempre. El abuelo sabía de cafés.
Juan Angulo Mínguez y Julia Marijuán Guinea, su esposa, tuvieron cinco hijos: Enriqueta, Elisa, Juan, Josefina y Francisca. Mi madre, Elisa, siempre sintió devoción por su padre, mi abuelo. Estaba orgullosa de él. En ocasiones, venidas o no al caso, ella argumentaba “porque yo soy hija de mi padre”, frase que yo interpretaba como cierta manifestación de orgullo de estirpe, de persona de bien y de palabra, y quien sabe si también de hidalga, aunque solo fuera la escala inferior de la nobleza rural, como indicó aquel notario a la bisabuela Calixta Mínguez. Creo que en algún momento, mi madre se sentía descendiente de la pata del Cid, por ser hija de Juan Angulo Mínguez.
Mi hermana Elisín, abogada, cuando ya residíamos todos en Madrid, decía lo mismo que mamá, pero con más realismo: “Nosotras somos señoritas bien de pueblo o riquitas de pueblo, que es lo mismo”. No cabe más que añadir.
Un año que fui a conocer la célebre procesión de los Picaos -penitentes que se flagelan con látigos la espalda-, en la Semana Santa de San Vicente de la Sonsierra, fui a saludar a dos señoras Angulo, lejanos parientes nuestros. Eran ya dos mujeres maduras muy simpáticas y contentas de conocerme, como eslabón perdido de la familia de los Angulo que se fue a Uruñuela. También me hablaron de otro Angulo que abandonó los estudios en el Seminario Diocesano y se fue a Sevilla, donde se instaló y creó otra rama. No quiso volver a San Vicente, para no pasar vergüenza en el pueblo, por colgar la sotana de seminarista.
Más información
https://nuevecuatrouno.com/2024/11/14/el-fin-de-una-era-el-cachetero-sera-un-bar-de-pinchos/
https://lamiradaactual.blogspot.com/2015/11/don-juan-gonzalez-mateo-parroco-de.html
pegatina afectiva y chovinista circulante
"Señorita de bien,de pueblo" Cuya vida está a la altura de tu porte,señorío y elegancia"
ResponderEliminarY además de La Rioja.
Un abrazo
ResponderEliminarEstela Elmquist : Querida Julita : que fantastica historia familiar has narrado.He quedado fascinada.Eres una persona de rica e inmensa tradicion hispana,(perdona que escribo sin los acentos porque mi teclado es escandinavo ,para danes,sueco,noruego y finlandes y no lo puedo cambiar).Gracias por esta nota de gran belleza.
Germán Ubillos Orsolich: Muy interesante. Un abrazo de Germán.
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ResponderEliminarLaura Márquez: ¡Preciosa narrativa! ¡Buen día Julia!
MAI PIRE: Me encantan tus crónicas las disfruto mucho, gracias por compartir
ResponderEliminarMar Capitán: Hola Julia, Muy interesantes tus recuerdos familiares. Que tengas un feliz verano.
ResponderEliminarQué bonita historia, Julia, interesante y llena de recuerdos narrados con tu excelente narrativa. Un abrazo grande. Marisol Moreda
ResponderEliminarOctavio Uña: Gracias,Julia.Hermosos recuerdos.U
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ResponderEliminarJosé Miguel Martínez : Buenas noches Julia. Agradecerte estos nuevos hechos históricos que bien narrados, resaltan la buena labor de hidalguía familiar, con la restauración de una nueva campana, en sustitución a la rajada por un distraído rayo.. Me quedo con ese sabor del café de siempre que a tú abuelo tanto le gustaba. Añadir qué por Logroño anduve como peregrino hace yá treinta años y guardo la compostelana con verdadero cariño.
Preciosa y entrañable continuación de la primera crónica.
ResponderEliminarGracias, Julia.
Lourdes Lacalle
ResponderEliminarAngelina Lamelas : Me ha gustado mucho querida Julia lo que cuentas y cómo lo
cuentas. Abrazos desde El Espinar