Mario Soria
El escritor Mario Soria y Giménez de Tejada (Oruro, Bolivia, 1936), de nacionalidad española y residente en Madrid, experto en análisis poético ha presentado la Poesía de Julia Sáez Angulo en un recital poético que la autora llevó a cabo en la Casá de Ávila en Madrid:
"No es la primera vez que leo y comento poemas de Julia Sáez de Angulo. Los conozco, como cabe conocer el misterio de una obra poética, cuyas ideas, expresiones, metáforas están casi siempre más sobreentendidas que entendidas, expresando la dicción mucho más de lo aparentemente dicho, y siendo las metáforas a menudo símbolo de toda clase de realidades, fácilmente captables unas, con dificultad intuidas otras. Porque la poesía en general, semántica grávida, nada unas veces a flor de agua, y otras está semihundida en ese limo caótico del fondo espiritual, de donde surgen las nociones claras y las formas nítidas.
Con todo, cabe discernir el mundo de nuestra poetisa. Y para ello citaremos sus propios versos.
Es la vida, -según Julia- jornada de desengaños: ayer, hoy y mañana de delicadeza herida, tiempo lento del enfermo insomne que anhela dormir sin soñar:
La vida es el viaje,
la muerte, la meta…
Lugar para el descanso eterno.
Y nos refieren los versos el detalle de esa fatiga esencial, hastío de lo cotidiano, intrascendente, insincero:
Cansada de ser yo,
de ser,
de estar,
de vivir,
de avanzar,
de no gustar,
de seguir,
de sonreír…,
donde los versos breves, casi repetidos y distintos, enumeran con una especie de angustiosa variedad uniforme todos los aspectos de la existencia.
Por eso sostiene la escritora que,
la vida es una larga
y misteriosa melancolía,ya que promete y no da, o no da sino muy poco y de mala manera; sonríe, pero burlona o pérfidamente. El poeta lo siente quizás con mayor intensidad que nosotros y lo expresa con palabras punzantes. Somos Tántalo; nos lo recuerdan y representan.
Surgiendo la pregunta lógica, efecto del pesar incesante, del absurdo insoluble:
¿No será la Hermana Muerte
de San Francisco, la liberadora
de todas las miserias?
Parece llegar la poetisa por su propio camino de aflicciones, dudas, desesperanzas, a la misma conclusión de Heidegger: es el hombre sein zum Tode. Pero, ¿es definitiva tal conclusión, o lo es sólo en esta forma como de niño perdido, llorando entre la niebla? Lo veremos.
Julia, además de sus versos y novelas, ha escrito máximas, quintaesencias de la vida. Mujer oscilante entre soledad y sociedad, ha alquitarado su experiencia de ambas en observaciones breves, aunque de jugoso contenido. A veces, leyendo esas reflexiones teñidas de tristeza desengañada, de ironía, de cierto desprecio, cree uno tener entre las manos al duque de la Rochefoucauld. Y de dichas máximas se desprende lo que llama la autora “pesimismo antropológico”. Porque Julia, sin mentarlo, es discípula de San Agustín, según el aspecto doble del Hiponense: pesar vital y trascendencia.
Dos Cualidades
Y si en sus máximas, también en los versos se transparentan esas dos cualidades.
En primer lugar, la incapacidad humana, defecto connatural, metafísico: discrepancia fundamental entre el órgano y su función:
Demasiada alma,
demasiado espíritu,
demasiado pensamiento
para la pobre naturaleza,
para la débil carne,
para el frágil cuerpo.
Efecto de la insuficiencia ontológica, la disparatada entidad que es la vida. Y la ignorancia, que al pretender explicar el enigma nos deja la mente en blanco, sin poder pensar, y nos seca la boca para que se nos hiele la palabra. Sólo podemos señalar de la vida una cualidad sombría, según los versos ya mentados:
La vida es una larga
y misteriosa melancolía.
Tal es el sentimiento final, la cosecha desalentadora que recogen nuestros afanes, camino donde aguarda un bandolero agazapado. Es la sombra que espera a la poetisa tras largos viajes, al volver henchida de hermosos recuerdos:
Ella está aquí.
Llega siempre después del viaje…
Y me acosa, y persigue,
y me abraza, y me sigue en los días…
Se llama melancolía.
Deseosa de paz, soledad y silencio
Pero Julia, deseosa de paz, soledad y silencio, participa de lo que hemos alguna vez llamado pesimismo heroico: lucha con empeño, aunque con la certeza de ser a la postre todo vano, todo igual, todo inútil. Sabe nuestra autora que tiene continuamente que luchar, no en el sentido darwinista o liberal de superar, aplastar sin misericordia, triunfar de los más débiles, sino en el humilde y humano de poder seguir respirando en algún rincón y viendo la luz. “Vivir es sobrevivir”, dice en una de sus máximas. Y repiten los versos ese deslizarse casi humilde entre escollos, soslayando redes:
Huir de la polisemia en la palabra;
callar para no herir ni confundir;
evitar la ambigüedad en los gestos…
Además, entreteje la escritora en muchas trovas suyas, hasta formar un cuadro muy peculiar, circunstancias geográficas, personajes, conceptos, expresiones, sentimientos, tiñéndolo todo de color un poco difuminado, embebiéndolo de delicuescencia, desmigajándolo en el tiempo. Ejemplo de esto es la última estrofa de “Casa de indianos”:
La campana de la iglesia desgrana
con lentitud las seis de la tarde.
Una brisa fresca y salobre sube
de los acantilados.
Traen las gaviotas ecos de navíos,
cordajes y marineros.
La vida ha pasado; sólo cabe
aguardar el más allá.
Entre los nuevos autores de Poesía religiosa
La poesía de Julia es también religiosa. Como la de Francisco Contreras Molina, José Luis Martín Descalzo, Ernestina de Champurcín, sor Cristina de Arteaga y tantos otros. Y la de nuestro amigo Teodoro Rubio. Teodoro, etimológicamente “don de Dios”, theoû dóros. Y a fe que responde al nombre el hombre.
Deja, pues, entrever nuestra autora el resplandor escondido de las cosas:
Eres el invisible,
pero a veces atisbo tu imagen,
siento tu ser,
percibo tu presencia…
Sombra de certezas absolutas, insinuaciones de lo eterno en lo temporal. Nos recuerdan estos versos la bella oración de San Anselmo: Liceat mihi suspicere lucem tuam, vel de longe, vel de profundo (“Pueda yo entrever tu luz, sea de lejos, sea desde lo profundo”).
Si aquí sugerida, velada, en otras ocasiones es rotunda la trascendencia, aprehendida gracias a la fe segura y apasionada, como en el poema “Tu rostro, Señor”, con una estrofa final o conclusión que seguramente aplaudirían los teólogos de la liberación. Porque a Julia la indignan los festínes del rico epulón y las legiones de Lázaros que lleva consigo como sarna incurable la democracia liberal. Bien expresa tal indignación la poesía “Pero, ¿que circo es este?”, inspirada por el viaje a España de los reyes de Francia, Nicolás y Carla.
También se nos representa Santiago, en “Peregrinación a Compostela”: la trayectoria piadosa de los peregrinos y el gigantesco apóstol que -citamos- nos
deja la epístola certera
sobre la fe con obras de amor,
contrapuesto al mítico guerrero “matamoros”.
Se preguntará algún chinchorrero: Si es religiosa, ¿de dónde su pesimismo? Precisamente la experiencia vital, como tónico amargo, abre el camino hacia Dios, salvo que sea uno obtuso, o se enmascare con la ramplonería optimista que hace sonreír bobaliconamente a eclesiásticos y políticos de toda laya.
No obstante, no vaya a creerse, por lo que acabamos de decir, que estamos ante una poesía y una poetisa de consideraciones siempre graves, pasaje de la severidad al empaque, antesala de lágrimas contenidas. Nuestra autora también nos sorprende con algún jugueteo casi infantil, como el poemita dedicado a Gloria Fuertes y que nos recuerda ciertos cuadros de Chagall:
¡Nieve!
Virutas diminutas
del aserradero de Dios.
Y además, en otra ocasión, entusiasta elogio del vino, sensualidad gustativa de los caldos españoles y aun del tokay. Todo lo cual no sorprende en una riojana de pro, coterránea de Gonzalo de Berceo.
Tema francés: Napoleón y Picpus
Por último, señalemos algunos poemas de tema francés.
Primero, una oda-invectiva a Napoleón Bonaparte. Con estilo distinto al musitar de otras poesías, a sus imágenes reflexivas y semiiluminadas, al doloroso testimonio íntimo, en esta diatriba proclamada desde la tribuna poética y política, habla, denuncia, condena no sólo la española, sino la mujer horrorizada por el déspota y sus agentes saqueadores y esclavizadores. Complace leer y escuchar un odio tan bien modulado, pasión rabiosa tan serenamente conducida, número al galope. Y nos complace doblemente dicha invectiva, ahora que se intenta entre nosotros disculpar, y aun alabar, la invasión jacobina de 1808. Porque buena está la España actual, entre los nostálgicos del bonapartismo y los lacayos de Estados Unidos.
El segundo poema de asunto galo se refiere al cementerio parisiense de Picpus, donde yacen miles de víctimas de la guillotina revolucionaria. La composición, de versos heterómetros. Sacudidos, sucedidos unos a otros alborotadamente. Enfrentan a plebe y asesinados, la Marsellesa y el canto gregoriano de las carmelitas de Compiègne, la Razón (con mayúscula), de pensamiento ausente, y las atrocidades que la misma comete. Estos versos, además, mirando “cruces y rejas oxidadas”, que dice la autora, nos inducen a recordar la vieja Francia, desangrada por la revolución y las guerras imperiales, pero preservada su integridad nacional y vuelta a la paz, gracias a la restauración borbónica.
Y os hacemos gracia de un tercero, dedicado a José Bonaparte".