lunes, 3 de mayo de 2010

Teatro la Guindalera: Una obra dramática sobre tensión familiar con ETA de fondo



“La última cena” de Ignacio Amestoy
Dirección: Juan Pastor
Teatro La Guidalera.
c/ Martínez Izquierdo, 20. Madrid
Abril, Mayo, Junio 2010
www.guidalera.com

Julia Sáez-Angulo

El madrileño teatro privado madrileño La Guindalera es un referente de buen quehacer dramático, después de una cuidada elección de obra. En este caso se ha puesto en escena “La última cena” del dramaturgo español Ignacio Amestoy; una apuesta por autores españoles muy necesitados de atención escénica.

Juan Pastor, director de escena, ha tomado a los actores José Maya y Bruno Lastra para interpretar los papeles respectivamente a Íñigo y a Xavier, padre e hijo vascos, que no comparten los mismos ideales políticos. El primero es un escritor de izquierda liberal y el segundo, un terrorista de ETA que no se arrepiente de matar.

El tono es duro al abordar el reencuentro familiar al cabo de diez años y al contrastar sus posiciones políticas. La muerte sobrevuela sobre ambos personajes que encaran un diálogo vivaz y feroz durante toda la representación sin descanso. Una dialéctica bien articulada, con intérpretes que hacen creíbles los papeles.

Pastor ha llevado a cabo una dirección brava y contenida, sin concesiones a lo sentimental pero dejando escapar algunas emociones de una relación paterno-filial, en la que el sólo vínculo de la sangre y la memoria –que ya es mucho- unen a estos dos hombres.

Hay que felicitarse por el hecho de que Ignacio Amestoy se ocupe en su teatro de los problemas político-sociales de este país. Un testimonio verosímil de la tragedia que asola a muchas familias vascas por causa de la acción terrorista que acarrea la muerte sin el más mínimo beneficio de la duda como otorga el Derecho Penal y que, en boca del protagonista Xavier, no es caso, al eliminar a una compañera porque la vio hablar con un tipo que olía a “poli”.

“La última cena” es una obra dura, durísima, desconsoladora y sin esperanza; sólo la salva la catarsis del arte, la fuerza de la interpretación de los actores. Esto cabe reprocharle a Amestoy: no dejar apenas resquicio a un mínimo de salvación y disolverlo todo en un banquete.


El topo de la eutanásico

Cuando la empatía parece llegar a los personajes a través de la preparación de una cena, ante el disfrute de los manjares que les esperan antes de que se desate la tragedia, a una le viene a la memoria el tremendo título del libro del Doctor Grande Covián: “Cuando sólo nos queda la comida”.

Dos hombres enfrentados al último momento y en un mano a mano, en un choco doméstico improvisado, van a dar su adiós a la vida. Sólo cabe imaginar que en esos preparativos se reencuentren aún más y sientan la necesidad de reconocerse más prolongadamente. Eso no está escrito pero podría ser imaginado. El espectador también escribe en su mente de la misma manera que “el tiempo también pinta”, como dijera Goya.

El espectador puede salvar la dureza de planteamiento eutanásico, tan al uso en los últimos tiempos. Sería una redención hermosa y contra corriente. Obviar el lugar común para hallar la rendija de una emoción redentora y metafísica. Hasta las bestias huyen de la muerte, como el perro desaparecido que menciona Iñigo, el padre cazador

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