sábado, 26 de junio de 2010

Antoni Miralda retrospectiva de un instalador juguetón e irónico



"Miralda. De gustibus non disputandum”
Palacio de Velázquez. Madrid
Junio-Julio-Agosto, 2010

Julia Sáez-Angulo


Coincidiendo con la noche de San Juan, el artista Antoni Miralda (Tarrasa, Barcelona, 1942) invitó a hacer un recorrido por la exposición “Miralda. De gustibus non disputandum”. El acto fue en el Palacio de Velázquez de El Retiro. Además del artista estuvieron, entre otros, el director del Museo, Manuel Borja-Villel y la comisaria de la muestra, Danielle Tilkin

El Palacio de Velázquez, cerrado desde 2005, abre de nuevo sus puertas al público, con la retrospectiva más importante que se ha hecho hasta ahora del artista catalán. “Miralda. De gustibus non disputandum” propone un recorrido por su amplia trayectoria partiendo de un contexto histórico y artístico global. Desde sus primeras obras y ceremoniales públicos realizados en París en la década de los sesenta, hasta las grandes intervenciones intercontinentales del proyecto Honeymoon (1986-1992), para llegar al FoodCulturaMuseum (2000-2010), su proyecto más reciente.

La muestra se compone de instalaciones, montajes fotográficos, proyecciones de películas, esculturas/monumentos, objetos y dibujos preparatorios. Destaca la presentación de Stomak Digital, una base de datos o archivo digital que pone a disposición del usuario toda la obra del artista hasta la fecha, digitalizada y ordenada por temáticas o tipologías.

La obra de Miralda, inseparable de un contexto social y político, es un trabajo de observación «sobre el terreno» cercano a la etnología. El artista aborda aspectos desatendidos en la práctica del arte, entre ellos el de los alimentos como experiencia artística y la implicación del público participante en el acto creador. En palabras de la comisaria: “A través de acciones ceremoniales, Miralda pone en escena minuciosas coreografías, fiestas de los sentidos y de la vida. La ritualización de la comida, su preparación, coloración, ofrenda o consumición, se convierten en magnífica celebración de lo imaginario hecha realidad por centenares de participantes”.

Instalación ruidosa y mediática

La música elevada obligaba al artista a hablar a través de un megáfono, lo que añadía al ambiente ferial y de parque temático de sus instalaciones, un aire de vendedor de tómbola. Pero sin esa música, el tinglado artístico de Miralda cobraría un aire desolador. Como las fallas sin la banda musical tocando “Paquito el chocolatero” o “Valencia”; como si buscara más entretener que comunicar o hacer pensar.

En las instalaciones de Miralda hay mucho proceso, de involucrar a comunidades sociales o a estudiantes de Bellas Artes; quizás sea esta parte la más interesante. Su mirada irónica para erosionar la realidad se diluye en exceso por lo mediático de los gestos y el resultado con frecuencia esperpéntico.

La obra de Miralda, las bodas de las estatuas de Colón en Barcelona y la de la Libertad de Nueva York, las hemos visto hasta la saciedad en la televisión, por lo que al llegar a Madrid cobra un aire cierto de ya visto y escuchado. Lo mismo cabe decir con la instalación sobre la comida que vimos en las salas del ICO.

Con todo hay piezas interesantes en su haber, sobre todo la de los “Soldados” y Kennedy en los años 60. Guardan un aire plástico más escultórico, rozando el kitch en ocasiones, pero conceptualmente más intensas que otras series.

La influencia del Dalí, espectacular en el gran manto baldaquino rosa bordado en encajes negros, que trae a la memoria la instalación sobre Mae West del artista de Figueras. Es obvia.

El director del Museo Reina Sofía se guardó las espaldas diciendo que toda aquella gran instalación y montaje de Miralda era barato. Excusatio non petita acusatio manifesta”. “Presupuestos de crisis para época de crisis”, dijo. El total: trescientos mil euros. La muestra y diversión en el parque del Retiro durará todo el verano.

Algún crítico de arte nostálgico decía: “estas cosas son lo que han hecho más daño al arte”. El profesor Ángel González ha escrito que hay que sospechar siempre de lo divertidillo en arte.Quizás no tenga razón

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