lunes, 14 de febrero de 2011

José Luís Olea, Memoria y Homenaje al desaparecido pintor

"La Nacencia" (poema castúo). Óleo/lienzo de José Luis Olea



Julia Sáez-Angulo

        14.02.11.- Madrid.- Mientras se pronuncie su nombre, la persona sigue existiendo, máxime, si es en la memoria afectiva de sus amigos, decían los clásicos. Este es el caso del pintor José Luis Olea Cerván (Málaga, 1921 – Madrid, 2007), que ha sido objeto de una tertulia de recordatorio y homenaje al artista y al hombre. El acto tuvo lugar a propuesta de la soprano brasileña/española Maristela Mauler Gruber y Julia Sáez Angulo, en el que estuvieron presentes entre otros el doctor José Luís Calvo Martín, buen amigo del desaparecido pintor, el artista Ricardo Mauler Gruber; la profesora Raquel Sanz Antolino, Iván Gruber y Carolina Calvo.

En la tertulia se habló de José Luís Olea como un artista voluntarioso y empeñado en su pintura, por la que se jubiló anticipadamente para dedicarse a ella por entero. Sus dotes de dibujante eran excepcionales y en su trayectoria artística llevó a cabo un sinfín de dibujos de sus apuntes innumerables en el Círculo de Bellas Artes de Madrid, lugar donde se le veía con frecuencia. Allí plasmó el desnudo femenino en sesiones breves o prolongadas y dejó numerosos dibujos de la Trini, célebre modelo, “capaz de dormirse y no perder la bella compostura” al decir de Olea.

Sus viajes por los castillos del Loira, Egipto, Marruecos y otros países también fueron motivo de sus croquis –siempre viajaban con ellos- y ha dejado hermosos testimonios de fachadas, monumentos y escenas cotidianas de calle o de café.


Un hermoso libro de relatos


Al poco del fallecimiento de José Luis Olea, su amiga Maristela Gruber (que lo atendió en su enfermedad de cáncer de páncreas durante los últimos meses) organizó un homenaje de sus amigos en Madrid y Julia Sáez-Angulo pronunció las siguientes palabras:

“Me hubiera gustado mucho comentar la parte de escritura de José Luís Olea porque, como escritora, he estado muy cerca de su génesis, ya que era un gran narrador oral, un Sherezade masculino, al que yo animaba a dar forma escrita. Él ha leído muchos de mis relatos literarios que yo le pasaba para que me diera su opinión como lector. Le gustaba hacerlo, me animaba porque disfrutaba mucho –al menos eso me decía-, lo cual no quería decir que no fuera crítico, incluso caústico, con algunos personajes cuando los veía malos o malísimos, “algo imposible de admitir en la condición humana”. Yo puse su nombre en los agradecimientos de dos de mis libros –también en mi última novela- porque era uno de mis lectores previos para chequear el interés o el impacto de lo escrito. Después lo animé, repito a escribir los cuentos que relataba y Maristela y su marido, más tarde, a ilustrarlos y publicarlos. El resultado es un libro delicioso que ustedes podrán leer, publicado por ordenado

Pero me toca hablar de su parte artística, de sus dibujos y pinturas que él hizo con verdadera pasión hasta el punto de jubilarse antes de tiempo para dedicarse por entero a ello. Tenía una gran base dibujística, aprendida en sus estudios de arquitectura. Era sobre todo dibujo lineal y esa característica marcó toda su trayectoria plástica futura. Hizo cientos de apuntes en su viajes –porque José Luís Olea era un viajero nato, un hombre que disfrutaba conociendo nuevos lugares y tratando a nuevas gentes. De ahí le venían algunos de los personajes que llevó a sus relatos, aunque sobre todo fueron de su vida de infancia y juventud, mitificadas en la memoria del tiempo.

Acudía periódicamente al Círculo de Bellas Artes para “hacer mano” en el taller de desnudo y bodegón que tiene su espacio en la planta sexta. Dibujó miles de veces a la Trini, la célebre modelo que posaba como ninguna otra, aunque pasaran los años. José Luis Olea presumía de haberle hecho varios apuntes el último día que posó en el Círculo antes de jubilarse la modelo. “Aunque vinieran mujeres más jóvenes a posar, nadie lo hacia como la Trini. Sus poses eran de una elegancia suprema”, explicaba José Luis, “era capaz de dormirse de pié y no perder la compostura digna de su cuerpo”, cuenta en su entrevista última a la revista “La Opinión de la Sierra del siglo XXI”, una publicación mensual que se publica en El Escorial y sus alrededores.

Durante sus múltiples viajes hizo decenas de apuntes que constituyen verdaderas series, como la de Castillos del Loira, Ruta del Románico catalán, Egipto, Galicia, Ávila, Segovia, El Escorial, sobre todo El Escorial en sus últimos dos años. El monasterio agustino le fascinaba por todos sus ángulos y así lo tiene registrado en múltiples cuadros de su última época. Uno de ellos orna el portal de su casa; otro la residencia San José de El Escorial, donde veraneó los dos últimos años y donde disfrutó de veras el aire del Abantos, el jardín inmenso de la residencia y la luz de la meseta en las alturas. El cuadro de “El Escorial” en la residencia de verano es un bellísimo nocturno, especialidad de género que le gustaba mucho, como lo atestiguan los cuadros que hizo sobre algunos monasterios románicos catalanes.

Sus apuntes rápidos sobre monumentos, paisajes, calles, cafés, escenas de gente mirando en los museos, etc constituyen un conjunto espléndido que ayudarían a reescribir su vida. Ha vendido muchos de estos apuntes, pero otros muchos los regalaba. Eran apuntes hechos con rotring, bolígrafo, rotulador tinta china...; apuntes sueltos, esquemáticos, desenvueltos, con una preciosa capacidad de síntesis y sugerencias.

En pintura, cabría decir algo similar. José Luís Olea, un madrileño de pro, un hombre que amaba la ciudad sin restarle sus defectos, quiso acuñarla en sus lienzos, entre otras, en una serie de fachadas de viejas tiendas, establecimientos típicos que hablaban del Madrid castizo, de viejas bodegas, de tiendas de cordeles u otros objetos de consumo muy específico. Él se enorgullecía de esta serie porque, pese a su gran sentido crítico, reconocía que no estaba mal y porque había tenido bastante éxito. Se vendió bastante bien y esto es siempre estimulante para un artista, no sólo que guste sino que se venda, porque es la prueba de fuego de que de verdad interesa, cuando se hace el esfuerzo económico de adquirirla. En su viaje por la ruta románica de Cataluña plasmó varios santuarios bellísimos, algunos de ellos en nocturnos muy románticos y sugerentes.

Dos exposiciones fallidas

    El parlamento de la Junta de Extremadura se interesó para exponer su obra, movido por los paisajes que había hecho de la región y sobre todo por su gran cuadro de homenaje al poeta extremeño Luis Chamizo (Guareña. Badajoz, 1894-1945), que escribió en castúo, esa fabla particular de algunas zonas de su tierra. José Luis recitaba como nadie el poema La nacencia, conmovía y se conmovía. La última vez que lo escuché fue en la residencia de verano de El Escorial, en presencia de la escritora Montserrat Sarto y de María Eugenia, la directora de la revista “La Opinión de la Sierra” que le hacía una entrevista. El rapsoda se emocionó, le temblaban los labios y le cayó una lágrima. “Esta emotividad debe de ser consecuencia de la vejez”, se excusó José Luis ante el admirado auditorio.

El parlamento extremeño le envió a casa un fotógrafo que hizo las fotos de todas las obras que iban a ir a la exposición. Se preparó –le preparé- el texto y todo estaba listo para la muestra. José Luis pensaba donar el cuadro de La nacencia al parlamento extremeño, dado el interés que se había tomado por su obra y el buen catálogo que pensaba hacerle. Pero llegaron las elecciones locales y cambiaron los nombres políticos, los intereses y los objetivos. El silencio administrativo cayó sobre la proyectada exposición y José Luis no era de los que preguntan o insisten. Sólo reclamó las fotos que le hicieron y esas constaban en su poder. Fue una oportunidad fallida.

“La nacencia” es un cuadro muy singular suyo. Narra el nacimiento de un niño o más bien en medio del campo, asistido por su padre, un hombre de rústico y lleno de ternura. Ilustra o más bien da forma al poema del poeta extremeño Luis Chamizo que escribió en castúo, poema que le gustaba recitar como ya he dicho.

Algo similar sucedió con el consistorio de Ojén (Málaga), el pueblo de su madre y del que él se sentía oriundo. José Luis Olea, hombre con orgullo, decía que él no había nacido para ir detrás de los políticos y como los políticos son muy frívolos, porque sólo atienden a entusiasmos pasajeros o intereses de poder, después de varias conversaciones, recorridos y visitas a las futuras salas de exposición, en las que incluso se llegó a hablar de posible museo, todo quedó en nada con los cambios electorales. Pese a que le enseñaron el edificio antiguo en el que iban a instalarle su obra; nada se hizo real. Efectivamente, José Luís Olea no era para tirar levitas, llamar mil veces por teléfono y perseguir a políticos, muchas veces mindundis más interesados en las conspiraciones de partido que en los intereses reales de los ciudadanos.

José Luis Olea no tuvo suerte con las instituciones oficiales. En dos ocasiones le pusieron la miel en los labios, pero no llegó a saborearla. Creo que cosas como estas le desalentaron respecto a la oficialidad. Hizo una bella exposición en la sala El Muro de El Escorial en 2002.

Pero aparte de estos casos, José Luís tuvo también satisfacciones de coleccionistas privados que acudían a su casa, elegían y compraban con entusiasmo alguna de las piezas que les mostraba. De igual manera Olea tuvo suerte en las exposiciones de la Academia de San Antón, en la que participó durante un tiempo y en las que vendió sus cuadros. El pintor obtuvo varios premios del Ayuntamiento de Madrid y en el concurso de Durán.

Un Autorretrato en paleta fría

      Hace unos cuatro veranos pintó su “Autorretrato” (2002) en verdes, azules y blancos. Le gustaba mucho la paleta fría, de ahí su amor por los nocturnos avivados por luces. Su autorretrato lo hizo con ilusión para mostrarlo en su exposición en El Escorial y para que lo tuviera su nieto Daniel Olea, en el que tenía la ilusión de que algún día valorase su obra. Daniel lo recibirá a los 21 años, según lo dispuso su abuelo. Para él hizo también y un pergamino con la historia y escudo del apellido Olea, que él sabía bien que venía del País Vasco. Otro de sus cuadros más logrados que yo le he visto ha sido un “Paseo en góndola” en un canal de Venecia, resuelto en verdes y rojos muy animados.

Su amistad con artistas como Manuel Ortega, Andrés Barajas, Paco García Abuja, Joaquín Rojo Seijas “Quinín” –que le inspiró un relato- y otros varios de la galería Alfama, le hacía reflexionar en voz alta sobre la pintura a la que consideraba un arte excelso. Con cierto realismo y humildad un tanto corrosiva decía: “He llegado un tanto tarde a la pintura y  estoy seguro de que no llegaré a la cima. La pintura es algo muy grande, muy difícil e importante; hay gente que lo hace mucho mejor que yo”.

En fin, José Luis Olea, el escritor, el pintor, el amigo conversador y el gran tertuliano, era un hombre que leía, que mimaba su biblioteca, que tenía numerosos libros de Camilo José Cela y Miguel Delibes porque le gustaban. Un amigo que perdurará en la memoria de quienes pronunciemos su nombre: José Luis Olea, con motivo de su recuerdo y como hoy hemos hecho en este homenaje”.

"La Nacencia". o/l de José Luis Olea

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