miércoles, 13 de junio de 2012




El último Rafael y sus grandes discípulos Julio Romano y Penni en el Museo del Prado




Julia Sáez-Angulo

         La hermandad de los prerrafaelitas (1848) querían volver a la pintura de antes de Rafaello Sanzio (1483 – 1520) porque deseaban una pintura más pura e individualizada en lo que a autor se refiere. La masificación de encargos y de manos en el taller de Rafael y de otros autores les parecía poco menos que un exceso, porque Italia se había convertido en una factoría de cuadros, donde el autor podía ser incierto. De ahí su nombre de guerra: prerrafaelitas.

         Los prerrafaelitas denostaban el arte manierista y académico, de composición elegante, pomposa y vacua, que se produjo a partir de Rafael y Miguel Ángel. Suspiraban por la autenticidad de los primitivos italianos  y flamencos, con un detallismo cromático más luminoso y cercano.

         “El último Rafael” que se presenta en el Museo del Prado hasta el 16 de septiembre de 2012 acoge la obra del momento más solicitado de Sanzio con multitud de encargos, en los que le ayudaron sus discípulos, entre ellos el gran Giulio Romano y el otro Gianfrancesco Penni. La rivalidad de Rafael con Miguel Ángel era notoria en las estancias vaticanas, así como la de Sebastiano del Piombo respecto a Rafael. Italia era un hervidero de producción de arte que acabó en un manierismo forzado.

         La conjunción de planetas en el Renacimiento italiano dio como resultado la presencia de diversos maestros en la patria de la gran pintura occidental. Rafael fue uno de ellos, aunque en los últimos años cayera también en el manierismo. Murió muy joven pero señaló con acierto a su sucesor Giulio Romano en un autorretrato, cuadro en el que el maestro pone su mano sobre la figura del sucesor, pintura del museo del Louvre que puede verse ahora en la exposición del Prado.

         El discurso expositivo se expande en las secciones denominadas Cuadros de altar, Vírgenes y Sagradas familias grades y una seguida con el mimo rótulo pero de pequeñas; Giulio Romano (ciertamente otro genio), Retratos, y la Tranfiguración, una copia del original de Rafael, pintado por sus dos mejores discípulos, Romano y Penni. Lástima que al estar la obra alejada en la sala 49 de la pinacoteca, resulta perturbador para el espectador en su  alejamiento.

         En el recorrido cada espectador se deja llevar por el magnetismo del cuadro que atrae sus pupilas: soberbio el retrato no académico de  Baldassare Castiglione, amigo de Rafael; la “Sagrada Familia con san Juanito”, conocida como La Perla, una joya del Museo del Prado, que ahora se confronta con otras. Singular la luz de los rostros de la Virgen María y el Niño –en el citado cuadro- frente a la sombra de Santa Ana y San Juanito, dos personajes del Antiguo Testamento, sobre los que todavía no había llegado el Espíritu. Toda una lección de teología.

Preciosas las modelos y por ende las Madonnas, casi sin excepción, de todos los cuadros sacros, de las Sagradas Familias. Rafael es por esencia un profundo pintor religioso de iconografía cristiana, sin perder por ello el eco de la humanidad de la que parte, como buen renacentista.


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