jueves, 27 de diciembre de 2012

¡Qué Viva Mèxico!: (3) En Tierras Mayas (Impresion​ante Chichén)

 Viaje del matrimonio Natacha de Mingo y Antonio de Ayllón

Veracruz turismo de aventuraVeracruz



27.12.12.- México.- Escapando de los veracruzanos y, en nuestros asientos favoritos 3 y 4 de un autocar regional, llegamos en dos horas a la bella y tranquila Tlacotalpan (unos 9.000 habitantes), que quiere decir "tierra entre aguas", ya que está bañada por las aguas del río Papaloapan.

          Sus calles y plazas perfectamente conservadas, sus portales clásicos resguardados por columnas y arcos, la belleza de su arquitectura colonial, su Santuario de la Candelaria (abierto casi todo el día, con devotos rezando dentro, perros entrando y saliendo y hasta bicis aparcadas en su interior), sus casas de una planta uniformes y pintadas de distintos y vivos colores, su amabilidad ("nos da mucho gusto que vengan", nos dijeron en la Oficina de Turismo), su Plaza de Armas con quiosco morisco y altas palmeras, su Parque Hidalgo, su Palacio Municipal "art deco", sus pocos coches, su amplio centro peatonal, sus jardines bien cuidados, su gran malecón en la ribera del río, su gente pintando fachadas (se acerca la temporada turística), sus chicas en moto, su Plaza Portuaria, su Casa del Río de la Mariposa, la fiesta de Navidad que presenciamos por la tarde... todo ello y mucho más la han hecho ser digno "Patrimonio Cultural de la Humanidad" desde 1998. La llaman "la Perla de Papaloapan" y en palabras de Nati: "parece un pueblo fantasma hecho por un niño con piezas del Lego".

          Aquí estuvimos un día. A la mañana siguiente y, esta vez, acompañados de un jóven filósofo de Reus que está terminando su carrera en la UAM (Univ. Autónoma de México) nos fuimos a Catemaco, otro lindo pueblito de estas tierras bajas para ver su Laguna y el Salto de Eyiplantla. Divisamos desde el autobús la bella Santiago Tuxtla, en un valle magnífico y rodeada del exuberante verdor de la Sierra de los Tuxtlas, y paramos en su hermana mayor, San Andrés Tuxtla, para encontrar un hotel donde dejar las maletas. Sin más dilación cogimos un "colectivo" y 15 minutos después ya estábamos en la encantadora Tatemaco. El bus nos paró al lado de la laguna y por 100 módicos pesos cada uno nos montamos en una lancha de hora y medio de recorrido. Una magnífica excursión acompañados por el guía y su hijo pequeño (que estaría ya de vacaciones, suponemos) para ver los bellos montes verdosos que circundan la laguna, sus calas, criaderos de bujarras, pescadores pescando camarones y tegogolas, la isla del Cocodrilo (reserva natural), los monos araña, los macacos, la Capilla de la Virgen del Carmen a orillas de la laguna, los árboles macaya, el islote de las garzas, los manantiales de agua que alimentan la laguna, los cormoranes, la hectárea de flores de loto y lirios acuáticos ("allí, al fondo, se crían los cocodrilos", nos dijo el guía), las iguanas, etc.

       La laguna tiene 30 km de largo, 14 de ancho y es ciertamente parada obligatoria si se está por aquí. Y las vistas son espectaculares.

       Igualmente magnífica fue la excursión que hicimos después de comer. Un taxi entre tres, y media hora después ya estás admirando la impresionante catarata del Salto de Eyiplantla. Primero desde arriba, en el mirador, y luego, bajando 144 escalones, al pie del enorme salto de 50 m de alto y 40 de ancho. Nos mojamos con la neblina que se forma, nos hicimos las fotitos de rigor, nos quedamos un cierto tiempo contemplándola y ¡ala! a subir los escalones de nuevo, a coger el bus de vuelta y al hotel, contentos y felices ¡por lo del ozono, naturalmente!

      Al día siguiente, "on the road again". Como nos encontramos que no había un bus directo a Villahermosa, tuvimos que hacerlo por partes. En un 2ª clase TLT (Transportes Los Tuxlas) lleno de expeditivos anuncios de "no sentarse en las costeras", sin TV, con los parabrisas cuarteados y con dos bafles en medio del autobús que expelían sin parar horrorosas canciones "ratoneras" de amores y despechos, al principio vacío y una hora después abarrotado de locales de pie en el pasillo, llegamos al mediodía a Coatza no sé qué. Comimos y, escarmentados, en un ADO de primera llegamos de anochecida a Villahermosa. El paisaje por aquí nos recordó mucho a Brasil (debe estar por el mismo paralelo pero al norte), tierras rojizas, agricultura de subsistencia, vegetación exuberante, y un montón de vacas y zonas cañeras (interminables plantaciones de caña de azucar).

Veracruz
        Un taxi al hotel del centro, el correspondiente paseo nocturno por el Parque Suarez, por la parte del malecón iluminada y con gente, y por el puente para ver la Torre del Caballero y, de repente, ¡zas! nos encontramos de nuevo con Jordi, el filósofo que habíamos dejado en Catemaco. La noche no acabó ahí. Cuando íbamos por la calle hablando a voz en grito sobre los problemas de Méjico fuimos abordados por un gitano español musulmán que había servido con el ejercito norteamericano en varias guerras para tener la nacionalidad yanqui y que se había afincado con su familia (su primera esposa e hijos) en Villahermosa para vivir de la pensión y poder seguir trabajando sin perderla. Llevaba su guitarra en bandolera, se la quitó y nos tocó algo, y nos invitó a unas cervezas en un restaurante español con música cubana en directo. La historia de su vida, de sus heridas en el ejército, de sus 3 esposas que vivían juntas, de sus 4 hijos, y su manera de afrontar la vida queda para otra ocasión.


         El domingo 16 sufrimos otra sesión maratoniana en la carretera. Dio la casualidad que el primer autobús con plazas libres por la mañana era un "regional" que va parando en todas partes (no había directos porque estamos ya en plenas vacaciones navideñas), así que estuvimos metidos dentro 8 horas. Pero no había más remedio porque queríamos llegar a Campeche, ya en la Península del Yucatán.


         Cito la guía: La historia del Yucatán puede entenderse a través de la historia particular de tres asentamientos españoles y sus entornos: S. Francisco de Campeche (fundado en 1540), puerto de comercio y de defensa; Mérida (1542), capital de provincia y sede de la alta jerarquía civil y eclesiástica; y Valladolid (1543), frontera entre la zona colonizada y el territorio maya libre de entonces. Pues empecemos por el primero ya que los otros dos irán después.


        Campeche ("justo y solidario", como reza su lema) es el puerto más grande e importante de por aquí y otra bella población colonial declarada Patrimonio de la Humanidad. "Una ciudad colonial de ensueño", como dice el Lonely Planet, amurallada y reforzada con siete baluartes y dos fuertes para defenderse de los constantes ataques de los piratas que, atraídos por las riquezas de la región, no dejaron de acosarla y saquearla durante los siglos XVII y XVIII. Así que buscamos otro hostal en su centro histórico muy bien restaurado y salimos a pasear por la plaza principal, en donde nos encontramos con Jordi de nuevo. Nos llevó a ver el malecón (él había llegado antes) y quedamos en ir al día siguiente a Edzná, para ver las ruinas mayas más importantes de por aquí (a 53 km).

           Para ello, nada más levantarnos y desayunar, nos encaminamos al mercado y buscamos allí los "colectivos" que salen para Pich, ya que Edzná queda a medio camino. Hacía bastante calor pero mereció la pena. No dejan ya subir al Templo Principal de 31 m de alto (el Edificio de los 5 Pisos) pero bastante tienes con subir y bajar, y sacar fotos, por los demás templos de la Gran Acrópolis, de la Pequeña Acrópolis, del Templo Sur, de la Plaza Principal, etc... Y todo ello bajo un sol de justicia y buscando las sombras de los árboles mientras recorríamos las demás zonas y espantábamos a las iguanas.


          Por la tarde dimos nuevos paseos por la ciudad, entramos por la Puerta de Tierra y salimos por la Puerta de Mar, visitamos la Catedral y algunas iglesias (entre ellas la bonita de San Francisquito), nos dirigimos al malecón para ver la magnífica puesta de sol sobre la bahía y vimos después una obra de teatro que se presentaba gratis en el salón de actos de la Secretaría de Cultura y dentro del Festival Internacional del Centro Histórico 2012. Cuatro magníficas actrices jóvenes dando vida a los "Monógos de la Vagina" de la feminista estadounidense Eve Ensler. Y por la noche, nos sentamos en el Foro de las Artes para escuchar al grupo local "Quinteto Britania" tocar canciones de los Beatles. Acabamos nuestra estancia con los "campechanos" yéndonos, al día siguiente, al Fuerte de San Miguel.


        Lo elegimos porque de las seis fortificaciones construidas (3 al poniente y otras 3 al oriente del puerto), ésta es la más grande. Es cuadrangular y llegas a ella subiendo unos 700 metros desde el lugar que te deja un "colectivo". Desde arriba divisas toda la bahía de Campeche, un montón de cañones, y más funcionarios cuidando del sitio que turistas (éramos 5 ó 6 tan solo). El fuerte contiene un magnífico museo arqueológico de la cultura maya, con buenas explicaciones (incluso de su escritura jeroglífica) y magníficas cerámicas, máscaras, objetos y esculturas de todo tipo, además de presentar dónde están los mejores restos arqueológicos de la zona: en el valle de Edzná (donde estuvimos ayer), en Becán (la ciudad fortificada), en el sitio de Balamkú, en la famosa isla de Jaina o "casa en el agua" (en lenguaje maya) y en el antiguo reino de Calakmul (la joya de la selva) cuyo poder rivalizó con Tikal en Guatemala.
        Termina narrando la historia del Divino Señor Garra de Jaguar (un rey de esta zona) y explicando cómo los mayas eran los "hijos del tiempo" porque ningún otro pueblo americano de entonces registró con tal precisión y celo el paso del tiempo al desarrollar un calendario que permitía registrar fechas en un pasado o futuro muy distantes (la famosa rueda calendárica o ciclo de 52 años), lo que implicó la adopción de un sistema matemático complejo.


          En fin, leyéndolo, te daban ganas de irte a ver todos esos sitios. En su lugar, nos adentramos en el Estado de Yucatán llegando de anochecida a Mérida, no sin antes encontrarnos de nuevo con Vicencio.

La historia de Vicencio merece unas cuantas líneas. Él fue el conductor del "colectivo" que nos llevó a Edzná y, en esta camioneta dio la casualidad que Jordi olvidó su tan-querida-"chamarra". Y, como se iba a Mérida camino de Cancún, nos pidió que, al día siguiente y a la misma hora, fuésemos a ver si reconocíamos al conductor y a la camioneta, y comprobábamos si alguién la había encontrado. Pues dicho y hecho. Reconocimos a Vicencio que estaba allí a las 10 en punto, como el día anterior, y nos dijo que sí, que tenía la chamarra en su casa, que perdonáramos, pero que si estábamos allí a las 5 y media de la tarde (la hora en la que termina su turno diario) nos llevaba y traía a su casa, y nos la entregaba. Allí estuvimos a esa hora y en la misma camioneta nos llevó a su casa a las afueras de Chiná (a unos 15-20 km de Mérida), nos contó su vida (se levanta a las 5:30 y vuelve a casa al anochecer, tiene ya dos camionetas propias después de estar trabajando para otros patrones antes, trabaja hasta los sábados y no le gustan las vacaciones porque, además, no se las puede permitir, y ya le ayudan en el negocio sus hijos) y nos enseñó orgullosamente su magnífica casa construida por él mismo a las afueras de Chiná.
Al ver que ninguno de sus hijos estaba allí para traernos de vuelta a Mérida, metió la camioneta en el garaje, sacó su coche y nos trajo. Nos despedimos de él agradeciéndoselo todo, cogimos las maletas del hotel y... a la estación. Hacia las 10 de la noche ya tenía Jordi su preciada chamarra. Así que ¡Vicencio gracias! (tenemos fotos con él y con su familia) y Jordi, amigo y fan de la escuela de Francfort, ¡nos debes una!

Mérida, cómo te quiero
nunca de extrañarte dejo;
tu quieta plaza mayor,
tu hermoso "Paseo Montejo".
Tierra linda de leyendas,
de mi estado capital,
Mérida quien te conozca
no te olvidará jamás

(Miguel Angel Gallardo "Acuarela a Mérida)

Venir a Mérida, "Crisol de Dos Razas", después de pasar por las dos más bellas ciudades coloniales que hemos visto hasta ahora (Puebla y Campeche), decepciona un poco. Y además no hay mar, por lo que nos encontramos con "Madrid en agosto" más 80% de humedad. ¡Dos duchas obligatorias al día, buscando continuamente la sombra e intentando siempre que no te acribillen los mosquitos!

Una linda plaza, una catedral casi vacía con un enorme Cristo detrás del altar y otro Cristo negro muy famoso llamado "el Cristo de las Ampollas" (en la Revolución mejicana destrozaron todo su interior y las dos capillas adyacentes), un Museo de Arte Contemporáneo, la bella Casa de Montejo, el Museo de la Ciudad, un Palacio Municipal y un Palacio de Gobierno con enormes murales de Fernando Castro Pacheco. Lo habitual por estos lares.

Eso sí, desde aquí hicimos la excursión que todo el mundo está deseando hacer desde que llega a Méjico: ¡¡La Nueva Maravilla del Mundo: Los Misterios de la Serpiente Emplumada: es decir, Chichén, oiga ¡quééé pasada!

Bienvenido a Chichén Itzá,
pasa adelante: deseamos
que soles de entusiasmo
te alumbren el camino,
que la fuerza del tigre
te acompañe,
que los cocuyos de sabiduría
iluminen tu intelecto,
que la ceiba rumorosa
dé sombra a tu descanso,
que las ranas de esmeralda
señalen tus senderos
croando sin descanso,
que la naturaleza
sea pródiga contigo,
y que la fuerza universal
te bendiga y te dirija.

          Chichen Itzá es el más famoso y el mejor restaurado de los sitios arqueológicos mayas y, más, desde que en 2007 fuera nombrada una de las "Siete Nuevas Maravillas del Mundo". Y la verdad es que se merece su fama. Recorriéndolo, es difícil no impresionarte con la magnificencia y "grandeur" de lo que debió ser el esplendor (y, también, los rituales sangrientos) de las culturas maya-tolteca.


Su extensión es grande, por lo que nos pasamos allí casi todo el día. Nos levantamos a las 6 para coger el bus de las 7. Elegimos un 2ª clase para ahorrarnos unas "perrillas" y tres horas después ya estabámos pasando por taquilla. Las entradas han pasado de 95 pesos en 2008 a 177 ahora, es decir prácticamente el doble; eso sí, para disfrazarlo un poco pasas por dos taquillas: en la primera pagas al Gobierno estatal (120 pesos) y en la segunda al INAH (Instituto Nacional de Antropología e Historia) (57 pesos). Multiplicar esto por las casi 1.000 personas que, a la caída de la tarde, habría allí ese día y, al cabo del año, salen fondos suficientes para restaurar perfectamente no sólo éstas, sino cuantas zonas arqueológicas hubiera en todo el país.

Bueno, pues no es así, la impresión que te llevas es la contraria: explicaciones mínimas, anticuadas y a veces ilegibles ya por el paso del tiempo; itinerarios o señalizaciones que brillan por su ausencia (los turistas deambulan despistados de un lado para otro entre los innumerables puestecillos de vendedores que te abordan con un "¡hola, hola amigo, estamos rematando, buenos precios, por este lado amigo!"); mapas inexistentes (pedimos uno y nos dieron una hojita penosa en blanco y negro con trazos infantiles); sin espectáculo de luz y sonido "hasta nueva orden", etc.


Eso sí, nada más entrar te impresionará El Castillo (o Pirámide de Kukulcán) y, después de quedarte embobado y admirarlo por los 4 costados, comprobarás que, efectivamente, es un enorme calendario maya en piedra ya que tiene 9 niveles divididos en 2 por las escaleras, lo que hacen 18 terrazas que conmemoran los 18 meses de 20 días del Año Maya, además de 91 escalones en las 4 escaleras, que hacen 365 días añadiendo la plataforma superior. Desde El Castillo nos dirigimos al Gran Juego de la Pelota, el más grande jamás descubierto y en el que probamos su magnífica acústica a primeras horas de la mañana cuando el nivel de turistas es menor, el Templo del Barbado (de barbado nada de nada, no lo vimos porque no está), el Templo de los Jaguares y Escudos, la Plataforma de los Cráneos (cientos y cientos de calaveras humanas) y la Plataforma de las Aguilas y los Jaguares, con algunos sosteniendo corazones humanos en sus garras.

Desde ahí, un paseíto hasta el Cenote Sagrado donde nos paramos a descansar, y seguimos por el Grupo de las 1.000 Columnas, el Templo de Xtoloc (la Iguana) y un segundo cenote que no se ve por la vegetación, el Osario o tumba del Gran Sacerdote, El Observatorio Solar o Caracol (llamado así por su curiosa forma circular que, en su interior, recrea la espiral que identifica a la concha de ese molusco) el Templo de los Tableros Esculpidos y, ya cerca del final, la magnífica Iglesia (la llaman así por la exhuberante decoración de su fachada y espléndida crestería volante), el medio derruído Convento de las Monjas con su Juego de la Pelota más pequeño, la Casa Colorada, la Casa del Venado y vuelta a la Gran Pirámide. En definitiva: ¡unas seis horas continuas sin comer por no volver a la entrada!

Es un camino agotador por los mismos senderos que lo hicieron los mayas para hacer sus sacrificios a los dioses, y más si aprieta el sol. Afortunadamente, el día que fuimos, el 20 de diciembre, estaba medio nublado y corría a ratos una cierta brisa.
Deciros también que, desde 2006, ya no se pueden escalar las pirámides debido al daño producido en las estructuras por la erosión de los turistas. Los signos de "Sólo Personal Autorizado" al pie de las construcciones son casi más visibles que las pobres explicaciones dedicadas a ellas.


         Quiero también destacar, para los interesados, que en la tienda vi un libro que tiene muy buena pinta, escrito en 1841 y titulado "Incidents in Travel in Yucatan" de dos autores norteamericanos, con más 120 excelentes ilustraciones y describiendo más de 40 sitios arqueológicos. Publicado por Editorial San Fernando, también estaba la traducción al español.


Antes de despedirnos de la capital del Yucatán hicimos otra magnífica excursión a Celestún. A 96 km de Mérida y hacia el oeste (2 horas de viaje), este pueblo de pescadores te permite dar paseos en lancha por su ría (los paseos más largos en mar abierto desde la playa estaban cancelados el día que fuimos por el fuerte temporal que había) y ver, durante hora y media, manglares, montones de pelícanos, cormoranes, patos australianos voladores, garzas, pájaros y más pájaros, hasta llegar a un "mar de hermosos flamencos rosados" para admirar a 3.000 ó 4.000 de ellos graznando para cortejar a sus hembras y comiendo sin parar, sin importanles que las lanchas llenas de turistas aparquen a escasos metros de ellos y los fotografíen a placer. ¡Qué espectáculo!

El chistoso guía se puso también flamenco y nos dijo, como quien no quiere la cosa, que espera que vengan como mínimo 30.000 flamencos más a finales de este mes. ¡Imaginaros el panorama con 35.000 flamencos rosas en lontananza a pocos metros de tu lancha.

A la vuelta pasamos por la isla de los pájaros (con un montón de pelícanos ¡en los árboles!), por varios ojos de agua (fuentes naturales de agua dulce que brotan de la tierra) y nos adentramos por varios túneles de manglares.

          Al salir de la lancha nos fuimos caminando el kilómetro que separa la ría del pueblo y la playa, y allí nos comimos-cenamos un delicioso pescaíto frito mirando al mar con su correspondiente cervecita fría.  
Al día siguiente, de Mérida a Valladolid: la Sultana del Oriente, otra ciudad pequeña, tranquila y colonial que sirve de base para ir tanto a Chichén, como a Cancún o a Río Lagartos. Mencionar que aquí tendríamos que haber venido a dormir para ir a Chichén (porque está mucho más cerca) pero en Mérida nos dijeron que ni lo intentáramos porque era imposible encontrar alojamiento ese 20 de diciembre (recordad que, los estudiosos de las profecías mayas hablan de que el 21 de diciembre se terminó la cuarta era de su calendario y que no se ha encontrado la siguiente rueda, lo que atrajo a mucha gente para ver ese día lo del "fin del mundo según los mayas".


En Valladolid, recientemente nombrado "Pueblo Mágico" de Méjico, encontramos un buen hotel justo enfrente de la estación, por lo que nos pareció la ciudad ideal para descansar un poco antes de "atacar" el Caribe mejicano. Además su clima es más benigno por los vientos del norte (incluso al mediodía corre un agradable aire frío y por la noche hay que ponerse jersey).

          Lo mejor que visitamos fue el singular Convento de San Bernardino en el barrio de Sisal, con un llamativo retablo de bellas tallas coloniales entre las que destaca su Cristo Articulado, que da una impresión impactante de la crucifixión al permitir la movilidad de sus tobillos, rodillas, hombros, codos y muñecas. A pesar de sus magníficos patios, claustros, retablos, nichos, esculturas y cenote, lo encontramos muy descuidado y desatendido. ¡Hasta pudimos entrar en la sacristía sin que nadie vigilara, con los cálices, hisopos, casullas y misales al alcance de la mochila de cualquiera! ¡Qué pena, la verdad! Por no hablar de un medio pordiosero que con la pinta del Jorobado de Notre Dame nos sacó 30 pesos para dejarnos entrar.

Fuera de la ciudad, sólo hicimos una excursión para ver uno de los muchos cenotes que se encuentran por estas tierras. En la península del Yucatán no hay ríos en superficie ya que el suelo es calizo y muy permeable. A veces, ese suelo calizo se hunde y deja al descubierto pozos o ríos subterráneos de agua dulce que ya los mayas llamaron Dzonot (para ellos eran lugares sagrados pues representaban la entrada al inframundo) y los españoles pronunciaron Cenote. En los cenotes se forman estalactitas y estalagmitas, el agua cristalina y turquesa está a unos 20º y la luz del sol se filtra por las claraboyas de los techos. Los hay abiertos (como el de Chichén), semiabiertos, en forma de caverna o subterráneos.

Elegimos pues el de Xkekén en Dzitnup, a 10 minutos en taxi desde la ciudad. Es un cenote grande y bello, iluminado artificialmente, con enormes estalactitas, aguas color turquesa con peces y coronado por una bóveda horadada por la que se filtra el sol, pero no, no nos pudimos bañar (¡jo, qué frustración!) al no habernos traído ni traje de baño ni toallas. ¡Hay que ser catetos!
Pasaremos aquí, en pocas horas, la Nochebuena y mañana tempranito nos iremos a Cancún.





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