lunes, 28 de enero de 2013



Viva México! (5) En Guatemala (Imponente Tikal) y Honduras (Hermoso Copan)




Tikal




Antonio Ayllón Arquero

Compramos lo que creíamos que era un primera clase para hacer las 8 horas de Chetumal a Flores y resultó ser una furgoneta guatemalteca de San Juan Travel, con la que partimos a las 7 de la mañana en compañía de otros veinte desprevenidos turistas para dejar Méjico, atravesar Belice casi de punta a punta, y llegar sobre las 5 a Flores, de un tirón y sin comer.

Al final, y después de muchas consideraciones, decidimos ir directamente a Guatemala, sin quedarnos ningún día en Belice, por dos razones fundamentales. La primera porque en este país de habla inglesa y cultura hispana no hay más que ver que los cayos del Norte y las ruinas de Lamanaí, a las que se llega en lancha, no sé qué río arriba, durante hora y media. Y la segunda razón, porque no queremos que se nos eche el tiempo encima, al final del viaje allá para abril-mayo, y no podamos ir ni a la Baja California ni a la Barranca del Cobre por falta de tiempo.

Así que los 20 extranjeros que éramos nos armamos de paciencia y nos acomodamos como pudimos en los duros asientos. Nada más salir nos topamos con la frontera norte entre Méjico y Belice (Subteniente Lopez-Santa Elena) en medio de un fuerte tormentón. Maleta en ristre, a pulso y entre charcos (ya había casi escampado afortunadamente) nos dirigimos al hangar donde Aduanas de Méjico nos hizo pagar 300 pesos (sin recibo) del Impuesto de Salida, nos quitó la Tarjeta de Turista y, sin inspeccionar las maletas, nos dejó salir. Unos metros más allá, en otro hangar, Belice nos puso el sello de entrada. Pasamos por Corozal ("Keep Corozal Clean, Ranchito Welcomes you") y, bajando por la Northern Highway y la Western Highway asfixiados de calor, llegamos unas horas después a la otra frontera entre Belice y Guatemala: Benque Viejo. Aquí tuvimos que pagar otra tasa de salida casi igual a la de Méjico, pero en dólares EE UU o dólares de Belice, previo cambio con uno de los numerosos cambistas, que manejando tacos de billetes y calculadora en mano, funcionaban como "bancos móviles" y mareaban a los despistados turistas. Turistas que, medio dormidos, hambrientos y cansados, se hacían ya un lío con los pesos mejicanos, los dólares EE UU, los dólares de Belice e incluso los quetzales guatemaltecos. Cambiamos como pudimos y pagamos lo que nos pidieron, incluyendo una tasa de entrada a Guatemala de 20 quetzales. De vuelta a la camioneta pude ver Santa Elena, 28 km. ¡Gracias a Dios! Flores estaba ya al lado.

Nada más llegar, buscamos un hotel con vistas al lago y salimos a comer-cenar. Luego, buscamos información del viaje al famoso Tikal. Nos dijeron que si queríamos ver la salida del sol en las ruinas, el tour empezaba a las 3 de la madrugada y la broma te costaba 550 Q por guía, viaje y entrada. Hay que decir que la mayor parte de los días está nublado, que un euro debe equivaler a unos 10 quetzales y que, teniendo en cuenta el nivel de vida guatemalteco, podréis ver lo abultados que son estos precios y lo avispados que son los tour operadores.

Al final, y después de regatear, conseguimos una buena rebaja: recogida a las 4:30 del hotel para estar en las ruinas a las 6 de la mañana por sólo 250 quetzalitos todo incluido (a partir de las 6 de la mañana el precio de entrada baja). La vuelta, sin cerrar. La última camioneta sale a las 6 pero no es recomendable esperar tanto por si hay problemas de plazas (todas las furgonetas que vimos son pequeñas, de 10-15 plazas como máximo).

Antes de ir a Tikal, es decir al día siguiente, nos dedicamos a dar un "voltio" por la isla Flores, que tiene vistas espectaculares sobre el Lago de Petén Itzá, y está unida por una estrecha carretera de 500 metros con la horrorosa ciudad costera de Santa Elena, donde está ubicada la estación de autobuses, el aeropuerto, bancos y supermercados. Dio la casualidad que nuestra visita a Flores (¡Bienvenidos a la Tierra del Jaguar y de los Mayas! ¡Bienvenidos al Corazón del Mundo Maya!) coincidió con las fiestas del Cristo de Petén, por lo que los ¡Peteneros con Orgullo! y ¡100% Orgullosamente Peteneros! llenaron las calles de ruido, cohetes, tracas, música y procesiones.

Y, para más "inri", el ferial estaba situado en Sta. Elena, justo enfrente de nuestra habitación, lo que significó que durante todas las santas noches que estuvimos allí no pudimos pegar ojo ya que la maldita música ratonera y el ruido de las atracciones reverberaban por encima del lago hasta retumbar con mayor volumen dentro de nuestra habitación.

Pero bueno, quien algo quiere, algo le cuesta. La verdadera estrella aquí es la imponente Tikal, a 27 km de Flores. La admiración que suscita, su interés científico (dicen que aquí hay más de 4.000 estructuras o construcciones de diversa índole, desde el 800 a.C. hasta el 900 d.C), el hecho de que las ruinas estén en lo más profundo de la jungla y fueran en su época el centro religioso y administrativo más importante de la civilización maya durante 1.700 años, la buena restauración de sus estructuras desde 1956, y la riqueza y grandiosidad del sitio la hacen comparable a Chichén.

Tikal es tan grande que necesitas, sí o sí, un guía. Y eso tan solo recorriendo las estructuras centrales ya que no fuimos ni al Templo VI (a media hora de ida y otra de vuelta de la Gran Plaza) ni a la Zona Norte (otra hora entre ir y volver). Afortunadamente aquí no hay ni bicis ni triciclos, así que si quieres ir, hay que caminar...

Aunque tengas un mapa, y nosotros lo llevábamos de la Oficina de Turismo de Flores, es lo mismo: te vas a perder y, en el caso de que no te pierdas, caminarás mucho más porque el guía te lleva por atajos que no están señalizados y por los que llegas antes a los diversos templos, plazas y monumentos. Así que a correr detrás del guía maya sin saber si vas o vienes, y aguantando sus pobres explicaciones, falsedades y sublimaciones del mundo maya.

Empezamos en el Complejo Q, en el que subimos y bajamos una pequeña pirámide de unos 40 escalones. En este complejo hay cuatro pirámides pero las otras tres están todavía enterradas (se calcula que el 80% de las estructuras de todo Tikal están sin excavar). Seguimos hacia lo más espectacular: El Templo I del Gran Jaguar, la Acrópolis del Norte, la Acrópolis Central y el Templo II. Los dos templos son los que impresionan más. En esta Gran Plaza descansamos media hora. Después nos dirigimos al Templo III (medio cubierto por la vegetación y que casi no se ve porque lo tapa la vegetación circundante), el Palacio de las Ventanas y el famoso Templo IV, el más alto y el más fácil de escalar ya que subimos por unas escaleras laterales de madera. La vista desde arriba (64 metros) os la podéis imaginar: espectacular. Un interminable mar verde de jungla y las cumbres de los Templos III y I asomando tímidamente entre la vegetación. Bajamos, descansamos de nuevo y nos dirigimos hacia el enigmático Mundo Perdido o Plaza de la Gran Pirámide (nada que ver con la película de Spielberg, a decir del guía), la Plaza de los 7 Templos, y el Templo V (la Acrópolis del Sur está todavía sin excavar y no venía indicada ni siquiera en nuestro mapa). Este Templo V, el último que vimos, ha sido magníficamente restaurado sólo en su escalera central, en 1991, con la ayudad de, ¡sííí, bravo, lo habéis adivinado: España!. Vimos una buena explicación de los trabajos efectuados y una inscripción de que la Infanta Cristina había estado allí inaugurándolo.


En total, casi 6 horas de caminata. El guía se volvió en la camioneta de las 12:30 y nosotros decidimos (¡uf, qué alivio, solos al fin!) quedarnos disfrutando del entorno antes de volvernos a las 2 de la tarde. Se supone que para visitar todas las estructuras de Tikal debes estar preparado para caminar al menos 10 km. También es necesario llevar botas porque en la jungla los caminos están "resbalosos", como dicen por aquí; repelente de insectos, agua y algo para comer. Deciros también que en la agencia nos prometieron un guía en español, pero al final no apareció ninguno y nos pusieron con un grupo de inglés que nos lo explicó (¡qué horror!) en los dos idiomas, por culpa --nos dijeron-- del trasnocheo, las fiestas y las borracheras del personal en Flores y Santa Elena. ¡Que no se levantó ninguno de los guías a trabajar, vamos!


Indicaros que en Tikal no vimos ni tours masivos, ni muchos turistas. Tampoco había puestos de recuerdos ni parafernalia para el visitante. Las furgonetas que allí llegan son todas de unas 15 plazas (como la nuestra) y ni siquiera a la una de la tarde había más de 50 personas en la Gran Plaza.


Copan

De Flores nos fuimos a Río Dulce en un autocar FDN (Fuente del Norte) con la idea de:
1) hacer el viajecito en canoa hacia Livingston
y 2) saltar a Copan Ruinas en Honduras para completar así el "1-2-3 Maya": Chichén, Tikal y Copán.

Río Dulce, al este del Lago Izabal, ni siquiera parece una ciudad. Es una larga carretera asfaltada con un ruido ensordecedor de camiones de gran tonelaje que se dirigen hacia el puente más largo de Centro América de reciente construcción. Los hoteles, restaurantes, mercados, bancos, estación de autobuses, etc. están bordeando esta calle y justo al comienzo de este enorme puente. No es de extrañar que muchos turistas prefieran dormir en alguna de las cabañas que se asoman al lago. Lo que no hicimos claro porque, entre otras cosas, están lejos del pueblo, a 10 ó 15 minutos en lancha, y te quedas completamente aislado.

Menos mal que encontramos un par de buenos restaurantes (Bruno's especialmente) en el embarcadero con terrazas mirando al lago, pescaíto frito, buenos desayunos y wifi. Bruno's es el punto de encuentro de los pocos turistas que llegan hasta aquí y de una buena cantidad de "gringos" viejos que, con sus yates aparcados en el lago, residen durante la temporada invernal. Hay dos pasarelas de madera que se adentran en el lago y que, con sus lanchas y yates fondeados alrededor, y sus esplendorosas vistas las hacen el lugar ideal para estar en Río Dulce.

La tarde que llegamos fuimos a visitar por tierra el recién restaurado Fuerte de San Felipe que fue, en su tiempo, un importante refugio ante el acoso de los piratas caribeños. Y, al día siguiente, nos fuimos río abajo camino de Lívingston.

Salimos a las 9 y media en una lancha con un letrero bien visible de "Bienvenidos a bordo. Dios cuide nuestro camino", a las 12 ya estábamos en Lívingston y volvimos a las 2 y media de la tarde. En la ida te pasean: divisamos el Fuerte de San Felipe, recogimos a más pasajeros, atravesamos la Isla de los Pájaros, la Isla de las Flores y el Golfete, nos bañamos un rato en un manantial de agua caliente algo zarrapastroso y, entrando ya hacia Lívingston, vimos cómo el río se estrechaba y aparecían una serie de enormes cañones, cascadas y barrancos cubiertos de jungla. ¡Qué belleza, ¡Qué gargantas!, ¡Qué impresionante el cañón! y exclamaciones así.

Lívingston, eso sí, nos recibió con un calor, un paisaje y un paisanaje típicamente africano ya que, por cultura y tradición, esta ciudad costera se encuentra más cerca de Belice que de la propia Guatemala. Yendo de un extremo (el puerto) al otro (las playas) a través de su calle principal, nos encontramos con dos cooperantes españolas veinteañeras, una catalana y otra madrileña, que estaban sentadas a la sombra, y con las que mantuvimos una agradable "charleta". De las playas, ¡olvidaros!: contaminación y suciedad, y del paisanaje igual: la mayoría de la población masculina sentada en las calles sin hacer nada a la sombra, las féminas trabajando en la pequeña infraestructura turística de la ciudad y los jóvenes conduciendo mototaxis de un lado para otro. Vimos algún que otro mochilero despistado y poco más.

La vuelta a Río Dulce fue desastrosa, no por la vuelta en sí (en una hora regresamos) sino por los resultados: Dos días de fiebre y descanso absoluto en el hotel. ¡Sí, señor, una maldita insolación se había apoderado de mí! Nati se había puesto afortunadamente en la parte trasera de la lancha. Imaginaros el calor que hacía. ¡Madre mía, qué debilidad! ¡Qué dolor de cabeza! ¡Qué forma de beber agua y de poner la cabeza debajo del grifo de agua fría!

Había que parar y recuperarse, pues. Menos mal que la tele del hotel tenía 120 canales, así que, mientras Nati salía y entraba a por hielo, agua y comida, yo cogí el mando y... a zapear (¡con fiebre o sin ella!). Sólo recordaros los títulos que "pesqué" entre la bazofia disponible: un magnífico Lean (Brief Encounter): la peli "es" tan emocionante que yo no sabía si lloraba por la fiebre que tenía o por la emoción que emanaba del film, La Dolce Vita, Nazarín, partes de "11 de Septiembre", la película de la fabricación de la bomba atómica en Palo Alto en 1944-45 con Paul Newman y Oppenhemeir enfrentados, otra peli norteamericana en la que tres amigos se quedan en el paro (Matt Damon, ¿o era Ben Affleck?, Tommy Lee Jones y Kevin Costner), etc...

Repuesto ya, tres días después, salimos hacia Copán. Ya no hay en Río Dulce ninguna agencia (antes había dos) que te haga el viaje directo a Copan Ruinas, en Honduras; así que la única solución fue ir a Florido. Sólo hay un bus diario hacia este puesto fronterizo, lo que os da idea de la poca demanda turística existente. Salimos a las 9 de la mañana en un desvencijado 2ª clase provisto de letreros que decían: "Se vende agua pura y coca cola" (entiéndase que es el propio revisor el que te lo vende), "Muy amigo serás pero el paisaje lo pagarás", "Si tu novia te engaña, desquítate conmigo", "Tus desprecios me dan risa", "Si lleva prisa, levántese temprano" y otros así de chistosos. Íbamos con una "gringa" de Chicago, con faldas y a lo loco, llena de picaduras de mosquitos y con el e-book y los cascos puestos, tan despistada como nosotros y sin saber español, que apareció por allí a última hora.
En el mapa parecía cerca pero sí, sí... Pasamos por Morales, Quiriguá, Río Hondo, Zacapa y Chiquimulá. Aquí cambiamos a una furgoneta y las maletas nos las pusieron en la baca (¡menos mal que no llovía aunque amenazaba!), con la que llegamos a Jacotán, en donde tuvimos que cambiar a otra, en la que ponía ya "Frontera El Florido". No me extiendo en el paso fronterizo, ¡para qué!: pagas a la salida de Guatemala y pagas a la entrada de Honduras y, con las maletas en ristre, nos fuimos hacia las furgonetas que, aparcadas un poco más allá, esperaban para llevarnos a Copán en unos diez minutos. Previamente, cambiamos algunos quetzales a lempiras.

La bella, tranquila y pequeña Copán (7.000 personas) nos recibió con un frío invernal. Lo primero que hicimos, una vez encontrado el hotel, fue sacar la ropa de abrigo y pedir un par de mantas en el hotel para entrar en calor. ¡Nati ya estaba otra vez resfriada y yo con asma! Será el frío o la vegetación, quien sabe, porque aquí están los árboles floreciendo como si ya fuera primavera. O también el estrés acumulado del viaje.



Ubicado entre montañas (nos recordó a Cuzco en pequeño), en Copán Ruinas todo queda a tiro de piedra. El punto de referencia es, como siempre, el Parque o Plaza Central, y en 2 ó 3 manzanas alrededor se encuentran la mayoría de los hoteles, bares, restaurantes, bancos y tiendas. Calles empedradas y empinadas, casas de adobe con tejas color ladrillo, una atractiva iglesia colonial y un pacífico ambiente intemporal. Lástima de los triciclos y coches que pasan de vez en cuando y que te ahogan llenándote los pulmones de chorros negruzcos y malolientes de gases mal quemados.

"En el camino (de Guatemala) a la ciudad de S. Pedro, en el primer pueblo dentro de la provincia de Honduras, llamado Copán, hay ciertas ruinas y vestigios de una gran población y de soberbios edificios, de tal habilidad y esplendor, de tanta arte y suntuosidad, que parece que nunca pudieron ser construidos por los nativos..."

Estas son las primeras noticias de las ruinas de Copán que llegaron a Europa en una carta enviada a Felipe II, en 1576, por Diego García de Palacios. Las palabras de Palacios no tuvieron mucho eco en su tiempo pero llamaron la atención, ¡casi 3 siglos después!, de otro español, el Coronel Galindo, que visitó las ruinas e hizo el primer mapa de las mismas. A su vez, el informe de Galindo cayó en manos de otro osado aventurero, John Lloyd Stephens, que junto con F. Catherwood, realizó el que es ahora el "clásico viaje exploratorio a Copán".

"Había masas de piedra quebradas por las raíces potentes de los árboles, estelas abrazadas con lianas y erosionadas por agua y sol, una escalinata de jeroglíficos visible apenas bajo el peso con que la selva la cubría, arropada en su sábana tropical. No podíamos ver a diez metros adelante y nunca sabíamos con qué tropezaríamos... La belleza de las esculturas, la solemne quietud del lugar suscitaban en su conjunto un interés superior al que nunca había sentido entre las ruinas del Viejo Mundo. Un cielo terriblemente azul caía a plomo desde la montaña, en el que previo a licuarse en tormenta, iluminaba uno de los espacios históricos más vigorosos de América, la ciudad maya de Copán."

Pues ahí lo tenéis, así contemplaba las ruinas el tal Stephens, en 1840. Los fotos de entonces de Stephens junto con su amigo, arquitecto e ilustrador F. Catherwood y una breve tropa de mozos, bestias y macheteros, son muy ilustrativas. Como lo es el famoso libro que ambos escribieron en 1841 titulado "Incidentes de Viaje en Centroamérica, Chiapas y Yucatán" y que ya me había llamado a mí la atención en la tienda de Chichén (lo mencioné entonces de pasada). Este libro fue el que dio a conocer en el mundo entero las ruinas de Copán.

Hay que decir también, para hacer honor a la verdad, que fue este mismo Stephens el que, dicen las malas lenguas, pretendió comprar las ruinas por $50 y que, al no conseguirlo, lo intentó también en Palenque (a donde iremos el mes próximo).

Quede constancia pues de la admiración de estos dos "gringos" por Copán, así como de la nuestra por "la Atenas de Mesoamérica" o "el París del Mundo Maya", como a menudo se las conoce. ¡Para eso vinimos hasta aquí traspasando fronteras y más fronteras!

Copan

Tempranito pues y bien desayunados, encaramos el kilómetro escaso de angosta carretera que nos conduciría al encuentro con el "mágico mundo maya". Para nuestra agradable sorpresa, nada más salir del pueblo, vimos un sendero empedrado que, paralelo a la carretera, nos condujo a las taquillas, sin tener que preocuparnos por el tráfico de pesados camiones que iba y venía. Pagamos la cara entrada (300 lempiras, ¡más caro que entrar al Louvre!), esperamos un poco a ver si aparecía alguien más para formar un grupo con guía, lo que no conseguimos (sólo otro madrileño apareció por allí en unos 20 minutos e iba también "a su bola"), abrí el Lonely Planet para ver el mapa del lugar y nos dispusimos a seguir a los pocos turistas/grupos que entraban. 15 minutos después de entretenido paseo entre unas multicolores guaras, que no paraban de lanzar graznidos yendo y viniendo de un lado para otro, y de ver watusas, ardillas y otras especies de fauna local, llegamos a la Plaza de las Estelas, ¡a las más grandes, bellas y mejor conservadas estelas mayas! La imponente A, la poderosa B, la rojilla y esplendorosa C, la magnífica D, etc. Todas ellas retratando al gran Rey 18 Conejo y con sus altares para sacrificios delante o cerca de ellas. Subimos y bajamos la Estructura 4 (una pirámide pequeñita), parándonos arriba a descansar y ver el magnífico panorama, y llegamos al Juego de la Pelota, tantas veces visto ya, y al monumento más famoso de Copán: 

La Escalinata Jeroglífica. Construida en el 749 d.C. por el Rey Humo Caracol, es la inscripción maya más larga jamás encontrada y relata la historia de cuatro siglos de dinastía real copaneca en más de 2.000 jeroglíficos y en 63 peldaños. A inicios de 1970 se prohibió al público caminar sobre ella (¡había que ser brutos para permitirlo si estaba ya llena de glifos deteriorados!) y, a partir de 1985, se colocaron toldos de protección. El toldo actual, que tapa toda la escalinata, es tan horroroso que te dan ganas de pasar de largo hacia el magnífico Templo de las Inscripciones, hundido de forma espectacular por esta parte que da a la escalinata. Lo subimos por unas escaleras laterales para darnos de bruces con unas vistas fantásticas a unos 50 m de altura: ceibas enormes, vegetación exuberante, grandiosas montañas que circundan el valle, toda la Gran Plaza al norte a nuestros pies y toda la Acrópolis al sur. ¡Es lo más bonito que hemos visto! ¡Por aquí también es impresionante! ¡Qué hermosura, madre mía! ¡Qué cosa más bonita, por favor! ¡Mira qué vistas, es que no me canso de fotografiarlas! ¡Qué paisajes, es algo increíble!

Nos quedamos allí extasiados entre tanta belleza. Casi no subían turistas y se veían muy pocos en lontananza. A la altura que estábamos (en el centro de todo el magnífico Grupo Principal), estás también en la cima de las escalinatas y, moviéndote un poco, se podían divisar nuevas estructuras y nuevas vistas impresionantes: las de la Plaza Oeste, el Patio de los Jaguares y la Acrópolis por detrás. Los árboles imperiosos se han colocado encima de parte de las estructuras y casi las dominan.
Bajando nos encontramos con el Templo 16 y el famoso Altar Q, que tiene magníficamente esculpidos a los lados (4 en cada lado) los 16 reyes de Copán (siglo VIII). Vimos en un lateral del Templo 16, que está cerrado, una maqueta de las estructuras que se han encontrado dentro de este templo al excavar una serie de túneles: El Templo Rosalila, el templo Margarita y tumbas y paneles de magnífico colorido. Una réplica a tamaño real del Templo Rosalila, descubierto en perfectas condiciones por los arqueólogos en 1989 dentro de la Acrópolis y que permanece allí, se encuentra en el museo.

Copan

Caminando un poco más apareció, en una hondonada, ante nuestros ojos el esplendoroso "El Cementerio", la zona residencial de la élite de Copán y de sus sirvientes. Bajamos a recorrerlo, oyendo de paso el murmullo del río cercano. Todas las edificaciones estaban cubiertas de musgo por la alta humedad y llegamos hasta la valla metálica de protección que indicaba el límite sur de las ruinas.

Ya cansados, nos dirigimos de nuevo a la Plaza Principal, no sin antes pasar por el Patio Oriental, en donde están la salida del túnel Rosalila y la entrada del Túnel de los Jaguares. Estos dos túneles, abiertos al público en 1999, son una nueva invención para sacar los cuartos a los turistas. Puede que sea interesante entrar por ellos, y salir naturalmente, pero es difícil justificar que te exijan otras 300 lempiras (25 cada euro) por hacerlo. Llegamos a la Plaza Principal para admirar de nuevo las bellas estelas. No había casi nadie. Estaba nublado y hasta hacía fresco. Serían poco más de las tres de la tarde. Descansamos allí, en medio de aquella quietud y magnificencia, y, acto seguido, nos volvimos al pueblo a comer-cenar.

Al día siguiente, y como si no hubiéramos tenido bastante, nos fuimos en un tuk-tuk (el triciclo motorizado de por aquí) a las Sepulturas, otra área residencial habitada por la nobleza de Copán, escribanos, astrónomos, artesanos y sirvientes reales y sus familias hace más de 3.000 años. Está a unos 2 kilómetros del pueblo. También mereció la pena. El sitio está bien señalizado y ¡menos mal! porque no vimos a ningún otro turista dentro de la zona en unas 3-4 horas. Después de denegar la invitación de un guía que se nos ofreció a acompañarnos, llegamos, a través de la frondosa selva, al Palacio Celestial, seguimos por el Sendero del Río ("es aquí donde los antiguos mayas decidieron morir y donde prosperaron durante muchos siglos", sentenciaba un letrero), la Casa del Escribano (el conjunto más grande del lugar con 40 ó 50 edificaciones en torno a 11 patios), el Reservorio de agua y la Plaza Central, y volvimos a la entrada.

Acababa así el encanto y la singular e íntima belleza de las pequeñas y bien cuidadas ruinas de Copán:

"No pretenderé interpretar la imagen de los sobrecogedores efectos de los monumentos mismos, tal como se encuentran en el corazón de la selva, silenciosos y solemnes, con su extraña y maravillosa planta, y soberbiamente cincelados". (Stephens, 1840).
Así que, ¡adiós hermoso Copán! Soñaremos contigo de vez en cuando.

Hace varios días llegamos a Antigua, desde donde os escribimos esta crónica.


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