lunes, 20 de abril de 2015

Jessica Lange expone una retrospectiva de sus fotografías más emblemáticas en el centro Arts Santa Mònica de Barcelona, incluyendo su trabajo sobre Chiapas


 
Del 22 de abril al 28 de junio, con imágenes no mostradas hasta el momento


L.M.A.

            Del 22 abril de abril al 28 de junio próximos el Centro Arts Santa Mònica de Barcelona presenta un recorrido por series emblemáticas del trabajo fotográfico de Jessica Lange durante los últimos veinte años, incluidas en tres series: "Things I see", "Mexico" y "Chiapas".

            La muestra "Unseen" de Jessica Lange, producida y organizada por diChroma photography y comisariada por Anne Morin, se compone de 135 fotografías en blanco y negro, algunas de ellas no expuestas hasta el momento en público.


Jessica Lange y la fotografía

            En 1967, Jessica Lange obtiene una beca de la Universidad de Minnesota para estudiar fotografía, pero los avatares de la vida estudiantil la llevan a España y, posteriormente, a París, donde decide anteponer el arte dramático a su práctica fotográfica. En ese momento comienza su carrera de actriz, que la ha llevado a convertirse en protagonista de títulos emblemáticos en la historia del cine y a recibir dos Oscar como mejor actriz, por sus actuaciones enTootsie en 1983 y por Blue Sky en 1995.

            Pero hasta comienzos de los años noventa (cuando Sam Shepard le regala una Leica M6), Jessica Lange no retoma su actividad fotográfica, tomando sus imágenes en el transcurso de sus viajes. Estados Unidos, Francia, Finlandia e Italia son algunos de los países que recorre, aunque demuestra una especial predilección por México, “por sus luces y sus grandes noches”, como ella misma señala.

Things I see

Things I see - (1992 – 2008)

-“What are these pictures, I ask?
-Oh, things I see.”

“Things I see”, responde ella, como una letanía, un leitmotiv, casi un canturreo que se lanza tras una interjección y va rodando solo, sin necesidad de más impulso.

            Las fotografías de Jessica Lange no necesitan cargarse de frases inútiles.
            “Punto y línea sobre plano” son los elementos fundamentales de su escritura visual. Su léxico y su sintaxis se reducen a concordancias temporales, como ecuaciones elementales que expresan lo imperceptible.
            Y si Kandinsky enunciaba el punto como la forma más concisa del tiempo y la línea como su continuidad, estas imágenes en devenir, que se sitúan a la vuelta de apenas una centésima de segundo, no dependen sino del “instante decisivo”; de su “instante decisivo”, sin concesiones, sin arrepentimientos. La poesía no se caza, hay que esperarla, ya que, en caso contrario, se toma sus rodeos, juega al escondite o nos burla cambiando de rumbo. Es por lo tanto gracias a esta fracción, a esta ciega inflexión en el tiempo de espera, que sobreviene la imagen.
            Rusia, Finlandia, Minnesota, Italia y Nueva York no son más que pre-textos que se enuncian y anuncian antes de la imagen. Ahí están, ante sus ojos, poco importa su longitud y latitud, el mes o el año, sólo dicen lo que es, en su permanencia.
            Las fotografías de Jessica Lange son escollos sin más pretensiones que hacer visible el movimiento de la vida. Esta frase de Stieglitz, ineluctable: “El arte es lo que da cuenta de la vida y la vida, o lo que la significa, se halla en todas partes”. Jessica, en sus recorridos, se ha encontrado con ella, aquí y allá, en lo sencillo, en lo común, en la ceguera.
            Esa joven y su rostro de otro tiempo, que alza los ojos hacia el cielo, como trazando una línea invisible hacia otro lugar, nos devuelve a una suerte de trilogía, de trinidad.
            El interior de una capilla, bañada por esa luz lechosa típica de los países nórdicos, invadida por un denso silencio, que se estremece en ese mismo instante por la discreta presencia de un individuo, sentado al fondo, solo. Es el eco deMuchacha leyendo una carta de Johannes Vermeer (1657).
            O también como los dos niños suspendidos en una barrera, balanceándose como notas musicales que tararean sobre una partitura. Los blancos y negros están en equilibrio. Todo está ahí.

México

            Y, de repente, el negro inunda la imagen, el grano estalla, las líneas se difuminan, le tela de la pantalla se tensa.
México. ¡Que comience el espectáculo!
            Furtiva, delicada, discreta, Jessica Lange entra en escena, está presente en la historia que nos cuenta, lanzándose cuerpo a cuerpo con la realidad; puesto que se trata de eso y no de otra cosa: del cuerpo. Ya no está en la espera, ni en la distancia; se instala en una continuidad, la de una narración, de una película.
            Para empezar, dibuja y delimita los espacios que atraviesa; se sitúa dentro de los mismos pero manteniéndose a la vez separada. Separada del otro, en primer lugar, por ese deseo de soledad en el que se envuelve; separada también de las miradas que no se cruzan, que se rompen en los espejos, que se esconden detrás de una cortina de lluvia, o bien de las miradas de los enamorados, perdidos y ebrios, que se hablan, mirándose a los ojos.
Jessica Lange no se sitúa en la sombra, ni en lo invisible, sino que se queda en lo no visto. Está ahí.
            Y, si el espacio se encierra en sí mismo, el tiempo y la luz también.
México revive en la hora del crepúsculo, en la penumbra, entre chien et loup, en ese lapso en el que la realidad aplanada bajo una luz demasiado blanca, retoma aliento e exulta.
            Los enamorados se reencuentran ante la iglesia de Santo Domingo, el baile en la plaza del Zócalo inicia rondas sin fin, al son de las trompetas y de los tamboriles. El circo anuncia sus desfiles.
            Es de noche, los cuerpos se confunden, se enlazan, se lanzan, o se abandonan, como coreografías dirigidas por una mano invisible. Ella es quien las orquesta. Por sus propios movimientos, invoca su coincidencia, y surge la imagen. Jessica Lange desvela lo que se escapa y hace subir a la superficie de la noche, la luz de la sombra, como un pintor las formas de su modelo.
            La profundidad de los negros, los blancos que restallan en el aire como latigazos, las materias voluptuosas, sensuales, flotantes, el olor de la noche que cae, el alboroto de las músicas populares. Más que una serie de fotografías, México es un paseo por el diario de impresiones de Jessica Lange.

Los 5 días sin nombres, Chiapas.
            El Carnaval se celebra en todo el estado de Chiapas. Es probablemente el acontecimiento anual más importante. Dura 13 días. Este festival celebra los 5 días perdidos del calendario Maya; 5 días sin nombres, cuando se cree que el mundo se vuelve del revés. Se piensa que es un tiempo desafortunado o incluso peligroso. Ya no existen separaciones entre el mundo real y el mundo espiritual. Se permiten darse el capricho en todas aquellas cosas a las que tendrán que renunciar en Cuaresma. Se visten de trajes sofisticados; se disfrazan de monos, de lobos o de otros animales. Muchos hombres se visten de mujeres.
            Estas fotografías se han tomado en los pueblos de Tenejape y San Juan Chamula.

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