domingo, 10 de noviembre de 2019

“Juguetes rotos”, la identidad sexual como viejo asunto, en la Sala Margarita Xirgu


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Julia Sáez-Angulo

            11/11/19 .- Madrid.- Cada vez son más numerosos los planteamientos en cine y teatro sobre la identidad sexual, quizás en exceso, pero ahí están como manifestación de una realidad que se sabe y se presenta esporádicamente en los individuos. Juguetes rotos en dramaturgia y dirección de Carolina Román se puede ver en la sala Margarita Xirgu del Teatro Español, en un reparto excelente de los dos actores Nacho Guerrero y Kike Guaza.

            Juguetes rotos es todo un espectáculo con tan solo dos actores, porque uno de ellos es capaz de desdoblarse con destreza y maestría en varios. Y no solo es una cuestión de actores sino de ambientación musical y de ruidos que oportunamente sitúan al espectador en el ámbito correspondiente en que se desarrolla la escena: zureo de palomas, automóviles, music-hall...

            El acento baturro de uno del primer protagonista, así como su lenguaje es todo un logro de realismo o verismo ante el espectador. El mundo trans  siempre ha estado presente en algunos individuos de la sociedad y la obra de Román la plasma con audacia.

            Una pena que la autora haya elegido el mismo título que la película de Manuel Summers, que todavía resuena en nuestra memoria, más acertado para el filme que para la obra dramática. Y otra objeción quizás: haber situado la historia en la España de Franco, para hacerla seguramente más difícil, pero menos válida que si la sitúa en la misma sociedad de hoy.

            Juguetes rotos, de Carolina Román ha obtenido por sus intérpretes varios premios, bien merecidos. La alternancia entre conflicto, amor y humor es un acierto soberbio, en medio de una economía de montaje, que se hace suficiente.

Sinopsis

            Quiero mirarme al espejo y reconocerme en él, mirar mi cuerpo y no odiarlo. Es más, quiero amarlo lo suficiente como para dejarlo volar libre como las palomas. Porque mi casa es mi cuerpo, y si se cae a pedazos no lo abandono, todo lo contrario, refuerzo sus cimientos para que resista todos los temporales, para albergar todo lo que lo embellezca y así poder habitarlo, recibir a mis huéspedes y llenar cada estancia con mi voz, por fin mi propia voz. Porque si no lo hago seré ese fantasma habitando el cuerpo de un juguete roto, seré esa criatura extraña empujada a deshabitarse, y no quiero, y no debo.
De esta manera nos cuenta Carolina Román la historia de Mario que trabaja en una oficina y un día recibe una llamada que le cambiará la vida para siempre… A partir de ese momento, viajaremos a su infancia, habitaremos su casa, recorreremos su pueblo. Pinceladas en blanco y negro que truncarán su identidad sexual y de género.
           

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