martes, 4 de febrero de 2020

DEL RIF A MADRID (Crónica sarracina de un hispanista marroquí), de Mohamed Abrighach



DEL RIF A MADRID (Crónica sarracina de un hispanista marroquí), 
Mohamed Abrighach
(Editorial Diwan, Madrid, 2019)




Encarna Cabello 

            4/2/20 .- Madrid .- El libro Del Rif a Madrid, de Mohamed Abrighach, lleva por subtítulo Crónica sarracina de un hispanista marroquí, y el término “sarracina” ya debería prepararnos para intuir cuál va a ser su contenido, pero yo debo de ser algo ingenua, porque no me lo esperaba. A lo que se añade que Abrighach comienza su relato con un buen tono irónico -que es de agradecer- cuando nos habla de su nombre y apellido, y su indiferencia por la genealogía (algo corriente en su Rif natal), en contraposición a los que, en su país, se consideran descendientes de andalusíes o moriscos, y que, aparte de conservar algunos la llave de la casa de Al-Ándalus, peregrinan a lo que queda de esta en la Península Ibérica “en un intento emocional de volver al origen o, al menos, a presenciar los monumentales vestigios del pasado, su paraíso perdido, que reviven y lamentan in situ”.
            Él, nacido en 1965 en un aduar muy cercano a Melilla, no necesitaba cambiar de continente ni cruzar ningún charco para estar en contacto con lo español, no había lugar para la nostalgia. Todo era presente. Y es ese presente, con la televisión en casa (gracias al desahogo que suponía que su padre fuera emigrante en Alemania), conectando las dos cadenas españolas de la época, lo que, ya desde niño, le va a hacer entrar en contacto con la lengua española de una forma íntima, y familiarizarse con ella.
            Preciosa la descripción de su primera llegada a Melilla, a lomos de un burro, con su abuelo, para quien, por cierto, “el español era, en su mente, sinónimo de rectitud…” Personalmente, he conocido en el Rif a hombres así, que recordaban con cariño -y hasta quizás con nostalgia- a los españoles de a pie con los que habían trabajado en tiempos del Protectorado.
            El niño Abrighach experimentó en Melilla la seducción y la atracción de “lo otro”, lo diferente. Como nos ha pasado a no pocos españoles al pisar Marruecos. Algo muy humano, en definitiva, y hasta sano, y que no tiene nada que ver con el exotismo.
            Ya adolescente, su familia se traslada a vivir a la ciudad de Nador (capital de la provincia), y allí, en el Instituto, elegirá el español como segundo idioma extranjero. Y hay que destacar aquí la encomiable labor de esos profesores de Secundaria: “el profesor animaba la clase con muchas actividades, exigiendo la implicación de todo el alumnado para hacer teatro, o para exponer ponencias sobre la problemática de la España de entonces, siempre con un debate al final. Incluso formábamos mesas redondas con moderadores, con un nivel muy alto en el debate, así como en la fluidez de la lengua y en el vocabulario, que no llegamos a tener más tarde en la Universidad”.
            Sin duda es aquí donde se forja su curiosidad intelectual hacia el español en su vertiente lingüística, pero también hacia la cultura y la civilización española. Es decir, aquí está ya el futuro hispanista en ciernes.
            Luego ya, va a estudiar a Fes Filología Española, y relata su experiencia universitaria, con detalladas críticas al mundo académico y a la enseñanza del hispanismo marroquí (cuesta trabajo imaginar esa misma situación en el reputadísimo hispanismo anglosajón…).
            Y aquí surge en mí la pregunta: ¿Cómo se hace alguien hispanista? En su relato, Abrighach nos hace sentir empatía hacia esa especie tan particular, según nos va contando sus vicisitudes y las deficiencias del mundo académico en Marruecos.
            Luego vinieron los siete años de Madrid, que, aparte de hacerle entrar en contacto con la inmigración y el mundo asociativo, culminaron con la lectura de su tesis, y que ya, en la misma Universidad, supusieron para él “una riqueza intercultural insuperable e inédita, un contacto con la lengua más vivo y directo, con las distintas variedades de acento, de fonética y de nivel entre los doctorandos”.
            Nada más regresar a Marruecos, en 1995, consigue ser admitido como profesor en el -todavía reciente- Departamento de Español de la Facultad de Letras de la Universidad de Agadir, y es allí donde seguirá hasta la fecha: los primeros cinco años, solo como profesor, y después, también como investigador, labor esta que, según cuenta, es la que más le satisface, dando como resultado diferentes publicaciones en forma de artículos y de libros.
            Y aquí Abrighach nos ofrece toda una panorámica de la situación del hispanismo marroquí, y ya nos avisa en el Prólogo de que, lo que tenemos ante nuestros ojos, no es sino su propia visión. E incluso, más adelante, lo llega a calificar él mismo como “una radiografía puntillosa”…
            Importante la llamada de atención que hace a la pérdida de peso del idioma español en Marruecos, y a sus causas y posibles efectos. Su Prólogo es realmente interesante y lúcido.
            Me he dejado por el camino el largo inciso que hace para hablar de Melilla, que él conoce muy bien, poniendo el dedo en la llaga en lo que se refiere a su situación actual. Y aquí no he podido evitar acordarme de mi novela La cadena, de 2016, ambientada en dicha ciudad y sus alrededores.
            Claro que, de su pertinente crítica, tampoco se salva la vecina Nador, de la que deplora la urbanización caótica llevada allí a cabo desde la independencia hasta los tiempos actuales.
            En fin, en Abrighach tenemos a un intelectual reflexivo y comprometido, que no se amedrenta y que llama a las cosas por su nombre.


Encarna Cabello, escritora

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