viernes, 14 de octubre de 2022

ACACIA DOMÍNGUEZ UCETA: Presentación del poemario “Los músicos dormidos” de Ángela Reyes en el Salón de la Lengua

Acacia Uceta Domínguez, escritora

Ángela Reyes, escritora


L.M.A.

15/10/22.- Madrid.- La escritora Acacia Domínguez Uceta presentó el pasado día 5 de octubre, en el Salón de la Lengua del Centro Riojano de Madrid, el libro de poemas "Los músicos dormidos" de Ángela Reyes, que reproducimos a continuación:

“Buenas tardes amigos y compañeros del mundo de las letras. Cuando Ángela me solicitó que presentara su libro Los músicos dormidos, recientemente editado por Huerga y Fierro, presentí de inmediato que iba a realizar un emotivo viaje a través del recuerdo por el sendero de un tiempo lineal que, año a año, nos ha ido uniendo. Sí Ángela ¿recuerdas? Eran los años 80, en los que más allá de la movida madrileña y de la libertad por fin ganada, había una efervescencia cultural que impregnaba toda la sociedad. En aquellos años tan creativos nos conocimos y empezamos a participar en recitales organizados por el Taller Prometeo de Poesía, aunque según Ángela íbamos de teloneras. Teníamos la ilusión de los jóvenes, la fuerza del que empieza y la compañía de nuestros seres queridos. En especial recuerdo un viaje organizado por tu esposo, el poeta Juan Ruiz de Torres en octubre de 1982 a Ávila, Salamanca y Alba de Tormes para conmemorar los 400 años del fallecimiento de Santa Teresa de Jesús (1515- 1582). Íbamos todos, los miembros de la Asociación Prometo de Poesía –fundada por Juan-y los poetas invitados, entre los que me encontraba junto a mis padres, Acacia Uceta y Enrique Domínguez Millán, en un autobús repleto de versos por las sobrias tierras castellanas. Incluso nos acompañaban un grupo de músicos jóvenes que habían musicalizado el poema “Vivo sin Vivir en mí”. Juan Ruiz de Torres creó una atmósfera de amistad y compañerismo inigualable e impuso su impronta de vitalidad que logró que todos viviésemos un día que, pese a los años pasados, sigo recordando con nostalgia. 

El tiempo, ese gran destructor, se fue llevando a nuestros seres queridos. Primero se fue mi madre, Acacia, luego partió tu marido y compañero de la poesía, Juan, y hace un año y medio nos dejó mi padre, Enrique. Entonces, Ángela, fueron los recuerdos nuestros compañeros de viaje. A cada minuto vivido le acompaña otro minuto paralelo, traído por el recuerdo, que enriquece ese presente en fuga que habitamos. 

Hoy tenemos en nuestras manos un nuevo libro, transido de recuerdos embellecidos por la magia de la poesía de Ángela. Con él se cumplen 40 años desde que apareció su primer poemario, Amaranta, publicado en 1982.  Un lapsus de tiempo en el que Ángela ha publicado 16 poemarios, 5 novelas y tres colecciones de cuentos, que la han hecho poseedora de premios tan prestigiosos como el Internacional de poesía religiosa San Lesmes Abad, el Leonor y el Blas de Otero, entre otros. Una dilatada trayectoria que ha sido reconocida por importantes estudios tanto dentro como fuera de España. Felicidades Ángela por éste aniversario.

Aunque la mayoría de los presentes lo saben, creo que es un deber reconocer que Ángela no se ha limitado sólo a su propio quehacer literario. Son muchas horas la que nos ha entregado a los demás, primero junto a su esposo Juan Ruiz de Torres y luego ella sola en la tertulia literaria Tardes de Prometeo, una ventana abierta e independiente a la poesía actual y a la de ayer, enfrentándose al olvido que trae el paso del tiempo, devolviendo la voz a los poetas que partieron. 

Un libro de sonetos

    En la introducción del libro que hoy  presentamos, Ángela abre con la cita de un gran poeta de su tierra, el gaditano Rafael Alberti que dice “el soneto siempre estará ahí”.  Ciertamente, con el paso del tiempo el soneto ha tenido un movimiento pendular, de ida y vuelta. Aunque nunca se ha dejado de escribir dicha estrofa, la última década ha visto resurgir al soneto. En esta corriente se inscribe Los Músicos Dormidos, que es un libro de sonetos. Para el lector supone adentrarse en una nueva faceta de la autora, porque nunca antes había publicado sonetos, pese a que siempre los escribió. Estamos ante un poemario que recoge sonetos de diferentes momentos de la creación de Ángela, aunque los dedicados a su esposo fueron escritos en el paréntesis de la Pandemia. Pero no por ello el libro deja de tener un carácter unitario.  Los sonetos incluidos responden a la lucha contra el olvido que el paso del tiempo provoca. La autora nos revela que está dedicado a tres hombres que nos dejaron, a tres hombres fundamentales en su vida: su esposo, su padre y su hermano son Los Músicos Dormidos, que el recuerdo de la poeta rescata de las brumas del pasado, de donde regresan convertido en música y poesía. 

El libro se articula en cuatro partes: Vibrato, Allegro, Andante y Adagio. Y es la música el hilo del que Ángela tira para traer los recuerdos, para derrotar al olvido. Ya lo decía Borges: “El tiempo es la sustancia de la que estamos hechos” Así los recuerdos son el testimonio de lo que hemos vivido o, mejor dicho, de lo que hemos salvado del olvido, para bien o para mal. Confiesa Ángela que para ella recordar siempre es doloroso, incluso aunque se recuerden momentos felices. Y ciertamente, en éste libro edificado sobre el recuerdo de los seres queridos y dedicado a ellos, hay un profundo dolor que aflora repleto de lirismo al recrear un pasado que, si fue feliz, se vuelve nostálgico por la ausencia del ser querido; y si fue trágico- léanse los poemas dedicados a la muerte de estos músicos dormidos,- se manifiesta rebelde y descorazonado ante la realidad de la muerte, a la que finalmente acepta con  fortaleza. 

Pero en Los Músicos Dormidos no nos hallamos sólo ante un lamento, sino que en los poemas se abre un cosmos de sensaciones y vivencias repletas de plenitud, donde nada le es ajeno. Estamos ante una poesía intimista pero no encerrada en su yo, sino que se expande a todo lo que rodeó y formó parte de sus vivencias ahora recordadas. 

           Las dos primeras partes de Los Músicos Dormidos, Vibrato y Alegro, son dos cantos de amor a su esposo, a Juan. Poesía amatoria que en Vibrato se materializa en los instrumentos del concierto que los amantes escucharon y les hicieron vibrar en común.  Dieciocho sonetos dedicados a diferentes instrumentos musicales en los que se produce una original simbiosis del amado con dichos instrumentos. Cada soneto responde al sonido específico del instrumento al que está dedicado, al sonido que trae a un recuerdo, con su música enclaustrada que hace surgir los sentimientos de los amantes, hasta los más apasionados.  Porque los amaban y se amaban. Y los sonetos vibran de erotismo.

Así, se produce una trasposición de los amantes a lo intrínseco del Violonchelo “Te pulso y fluye un rio sin orillas, / corriente musical que es viva hoguera/ al tenerte cautivo en la galera/de mis brazos. Remero que más brillas.”

Y en éste mismo soneto el primer cuarteto es pura poesía erótica: “Te acojo entre mis piernas y rodillas/ hombre mío de cálida madera/ y un trovo ardido me atraviesa entera, / acelera la luz de mis mejillas”.

Del xilófono escribe: “con golpecitos lentos te acaricio/por ver si trina el pájaro canoro/el que habita en tu pecho todavía.” 

El recuerdo del amado se hace omnipresente en los tres sonetos dedicados a La armónica, donde Ángela pide “Pega tus labios al acero frío, / como ayer a mi boca los pegabas, / y en abriendo la armónica sus alas/ la música me lleve hacia el delirio”

La insatisfacción y la dureza del presente a veces deja paso a la añoranza del pasado: “Toca mi amor, para que yo me crea/ que el mundo sigue siendo como ayer: / un pájaro inmortal de blancas plumas”.

Y en torno del sonido de los instrumentos, los recuerdos, los sentimientos apasionados y también el mundo que rodea a los amantes en bellas imágenes recreado. No se trata del espacio cerrado de los amantes sino que la remembranza también acoge al mundo que los rodea. 

Así con La Guitarra llegan las noches de amor en Granada, y con El Saxofón llegan Juan, el Jazz y la dureza cotidiana de Manhattan.

Y esta simbiosis con los instrumentos en La Ocarina se manifiesta con claridad: “Esta pequeña vida que ahora vivo/se torna espuma, litoral caliente, / con las notas que tu lanzas al vuelo. /  Como si fueran barcas las arribo/ a los sueños que cruzan por mi frente, / por si pudieran darme algún consuelo”. 

Y la herida que sangra se manifiesta en los versos de negra tristeza del Clarín:  “es un sonar amargo, es el tributo/que pago porque un día me quisiste”. 

Y al clarinete se une estrechamente, “De mi boca a tu boca pasa un ave/que se convierte en Aria tras su vuelo. Llega a tu corazón y en el deshielo, / cada gota es más música si cabe.”

En Alegro, el amor surge a borbotones de un latido que no ha dejado de sonar. Comienza esta segunda parte de los Músicos Dormidos con un soneto desgarrador dedicado a la muerte de Juan. Arranca con él una sucesión de sonetos sin título y sin numeración donde la ausencia del amado y la añoranza del tiempo vivido juntos, trasciende la realidad y conduce al ensueño y a la esperanza de otra vida en común fuera del espacio y el tiempo conocidos. 

Juan se hace presente cada instante: “Las olas eras tú. Yo lo sabía/ apenas me rozaron levemente/con el añil sonoro, más candente; /agua nardo, viril, callada ría.” 

O bien su ausencia y la añoranza dan lugar a poemas de fuerte erotismo: “Me fatiga dormir en esta cama/ desprovista del río masculino, / aquel que atravesaba clandestino/mis ingles de vivísima retama.” 

Y la ausencia es tratada como un prisma de numerosas caras.

Es la ausencia como deseo: “Yo quisiera dormir entre tus ojos. / Ser la lágrima que partió contigo, / la del color de los ocasos rojos.” 

La ausencia también como afirmación: “Quiero hacer de mi vida tibio guante/que a tu cuerpo se adhiera más que un beso.”  

La ausencia como desesperación “Te fuiste amor y muero lentamente”   

La ausencia como entrega a Dios de su existencia “Te doy la barca que cruzó mi vida, / la lluvia que besó mis arenales; /me quedo con la luz de la memoria.”

Incluso el recuerdo es tan vivo que Ángela afirma “No importa que no estés si ayer me fuiste/ compañero en la paz y en el combate, / amante de mi noche y de mi aurora.” 

La cama vacía, la luz apagada, el traje que espera en el armario, el sonido del bandoneón y la casa de El Palancar-de gran importancia en el poemario-, vacía para siempre, sin el amado. Y sin embargo, hay una desesperación contenida, un deseo de volver a los momentos dichosos, y un saber que el tiempo sólo vuelve con el recuerdo.

Como decía Jaroslav Seifert: Recordar es la única manera de detener el Tiempo.

Y en Los Músicos Dormidos también es una forma de quedarse con el amado: “¿Dónde ir que no vengan tus laureles, /dónde que no transites por mis sueños/ ni tus besos alumbren mi memoria.?”, nos dice.

Sí, en Los Músicos Dormidos  la duplicidad de vivir el presente enlazado al pasado abarca todas las formas del  recuerdo transido de añoranza. 

Andante es la tercera parte del libro y está dedicado a su hermano César. Ángela contiene su verbo, lo hace más pausado, más reflexivo. Afrenta el capricho de la muerte con las interrogantes metafísicas y se pregunta ¿por qué? Y se rebela ante una muerte tan temprana e inesperada. Dice en estos dos tercetos “De todo hubo en su camino, /hasta una muerte sin razón/siendo apenas trigal abierto. /             Era mayo de rosa-espino, / era el alba con desazón/ cuando se fue hacia otro Puerto”.

Por los sonetos se conoce al hombre que ya no está: “Por tu pecho pasaba un arriate/donde sembrabas granos de quimera: / pan para todos, llena la aceitera, /casa caliente, libros… !Qué dislate!/”

Y la autora nos llena de ternura ante la ausencia del hermano en la casa, la angustia ante el espacio vacío: “Desde Mayo la silla está vacía/ mas no ha perdido su calor humano/ la huella en su madera de la mano/ del hombre que hace poco sonreía. /    Está pegada a la pared. Sombría/ pasa las noches esperando en vano/ que, con los trigos rubios del verano, / vuelva aquél a quién ella adormecía. /” 

Hay dureza ante el dolor por la muerte, rebeldía ante la injusticia de la vida: “Qué prisa por llevarlo hacia lo oscuro/cuando en su pecho le sonaba un río, /correnteras de adelfas, aguas granas. /”

Hay desesperanza ante el abandono de Dios en estos dos tercetos: “el Hombre al que creíste tu hacedor, /porque con Él sembraste trigo un día/y compartiste luz de la enramada; / ayer, como quien mata al ruiseñor /tras secarle la charca en que bebía, /secó los álamos de tu mirada.”

En esta tercera parte se manifiesta un sentimiento de angustia existencial ante el destino del hombre. Ángela lo acepta en un sobrio y duro soneto con el que cierra Andante y dice adiós a su hermano “Somos terrón de cal que muerde el tiempo, / lo cincela con su colmillo negro, /nos cruje el corazón. Así es la vida.”

De nuevo el Tiempo y su pasar y el recuerdo de Jaroslav Seifert: “El tiempo nos trata despiadadamente, no le importa nuestra tristeza”. 

Por último, la cuarta parte del poemario, Adagio, está dedicada al padre. Ya en el apartado anterior Ángela consagra un soneto al padre protegiendo al hijo en el más allá. Una ensoñación que sirve de preludio al final del libro, donde la muerte forma parte de la vida. El conjunto de sonetos de Adagio fueron los primeros que escribió Ángela del presente poemario, en 1993, y en ellos hay una reflexión sobre la finitud de la vida y su sentido tras la  primera partida de un ser amado. 

Ya nos lo dice en el verso con el que abre Adagio: “Tú fuiste mi primer querido muerto”… y efectivamente los sonetos plasman ese primer encuentro con la muerte. La muerte ya no es un concepto, es una realidad. Una realidad que se personaliza en una mujer de boca grana o en la envestida de un toro, en un soneto que todo él es una imagen de gran fuerza estremecedora:

“Nadie puede ayudarte en la corrida/que la suerte te puso frente a él. / Yo también tengo escrito en el cartel/ al novillo que segará mi vida./”

Con la muerte del primer ser querido la vida ya nunca será igual porque presentimos nuestro final. Con serenidad el padre es recordado con ternura. La infancia y la juventud, la madurez y la muerte conducen a  una reflexión poética relativa al sentido del devenir del tiempo para el ser humano. Y el más allá se hace presente en el poemario tras los velos de la ensoñación.   

En total son 65 sonetos los que componen Los Músicos Dormidos, cuyos versos fluyen sin que presenten artificio o rigidez por la rima y la estructura de la estrofa. Su vocabulario es rico y a veces complejo, pero alejado de cualquier tipo de culturalismo. Es una poesía intimista, que llega al lector por el sentimiento, sin necesidad de citas de otros autores. En estos poemas lo importante es lo vivido que no se ha borrado, que está ahí edificando día a día el secreto que configura la personalidad de la poeta. Estamos ante una experiencia vital sembradora de poesía. Un intento de recobrar el tiempo pasado para que no se diluya, para que no desaparezca. Y Ángela consigue que los retazos de ese tiempo que se fue crezcan en un espacio para la belleza. Así Vibrato, Allegro, Andante y Adagio forman los tiempos de una sinfonía con la que Los Músicos Dormidos regresan traídos por el recuerdo y la añoranza”.

Gracias.

En Madrid, a 5/10/2022

Más información

https://lamiradaactual.blogspot.com/search?q=angela+reyes+



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