Julia Angulo Marijuán y Juan Angulo Mínguez
Julia Sáez-Angulo
1/7/25.- El Escorial .- Todos los años, mi abuela Julia preparaba una buena merendola para su marido y los navieros vascos Sota y Aznar, que iban a comprar vino a mi abuelo, porque sabían que era de excelente calidad. “El vino no se fabrica, se cría”, repetía siempre mi otro abuelo, el paterno. Merienda en la bodega fresca, a base de chuletas al sarmiento y huevos cocidos rellenos de atún con mayonesa. Todo eran conversaciones, risas y el deseo de que el vino pasara con éxito el alto de Barázar, pues pese a probarlo en la bodega, el vino, criatura delicada, podía picarse ligeramente si se agitaba en exceso o sufría el mal de altura. Unos años pasaba la prueba y otros, no.
Tristemente, la guerra civil de 1936-39 acabó con aquellas meriendas, según contaba la abuela, pues el nacionalista Sota, quedó en el exilio y ya no fue lo mismo.
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Rosario Úcar Angulo fue la primera mujer universitaria de la familia y de Uruñuela. Cuando falleció, este dato se hizo constar en el diario local “La Rioja”. Ella, prima hermana y buena amiga de mamá, estudió Derecho en Zaragoza, aunque nunca lo ejerció, porque se casó con José Gan, marino mercante y después empresario de coches de alquiler en Madrid.
En la familia hemos estudiado muchos Derecho, una carrera que lo mismo sirve para conserje que para ministro. El tío Mariano Úcar Angulo fue abogado del Estado en Bilbao; otros como Jose y mi hermana, ejercieron la profesión. "Tú estudiaste Derecho, pero te faltan dedos para ejercer la abogacía", me decía mi hermana Elisín. Yo me dediqué al periodismo.Como tía Rosario tampoco ejercí la carrera, pero le agradezco que amueblara bastante mi cabeza, dada a historias delicuescentes. Cinco mujeres de la misma sangre se licenciaron en Farmacia y solo dos de ellas abrieron botica. Economistas "Comercio" se llamaba entonces en Logroño, también hay algunos. La Medicina fue también otra salida laboral entre los primos varones. Paquito, buen médico rural, nos recordaba siempre: “un catarro se cursa con medicinas en dos semanas y, sin ellas, en quince días”
La tía Rosario, me contó una historia entrañable. Cuando iba a hacer la primera comunión, su madre, viuda, estaba de luto y dijo que no había nada que celebrar, pero de pronto apareció en Zaragoza, donde vivían, su tío Juan Angulo, hermano de su madre, que iba a visitar la Feria de Muestras y, de paso, a celebrar la primera comunión de su sobrina. La visita lo cambió todo. La tía Rosario madre se apresuró a hacer almendras, peladillas, pasteles y otras delicias para obsequiar a su hermano. La atmósfera de la casa cambió por completo. Se puso una mesa con mantel blanco bordado, para acoger el despliegue de dulces preparados en la casa. La celebración fue un gran desayuno, casi comida, que la comulgante no olvidaría jamás, y por ello le estaba siempre agradecida a su tío Juan, que, además, le llevó el regalo de una cajita de música.
Yo le conté todo esto a mamá y ella permanecia con cara seria, pese a la historia entrañable. ¿Qué pasa?, le pregunté. Y ella me narró que, cuando volvió su padre de Zaragoza, la abuela lo recibió con sequedad: “Mientras tú estabas de fiesta, tu hija mayor -Josefina- casi se estaba muriendo”, le reprochó. “Ha llegado a tener 40 de fiebre y yo estaba sola…”, continuó. El abuelo, sin rechistar, sacó una caja y dijo: “Son almendras y pasteles para los chicos”. La abuela, despectiva, empujó la caja sobre la gran mesa redonda de la cocina. El abuelo se irritó con ese gesto, tomó la caja, abrió la puerta de la terraza de la cocina, que daba al corral y la tiró a las gallinas. Los hijos, en silencio, lamentaban horrorizados aquella pérdida de dulces.
El anverso y reverso de esta historia se me quedaron grabados. Me alegraba por tía Rosario y comprendía también el enfado de mi abuela. En la vida se dan muchos de estos infaustos desencuentros.
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La abuela Julia tuvo dos dramas claros en su vida, uno, la muerte de su hija Josefina, que, según la fuente oral de mi madre, murió de miedo durante la guerra civil. Mis abuelos vivían en una casa alta, no lejos del Prado y del río Yagüe, y cerca había una hilera de viviendas de obreros, que gritaban por la noche ¡Viva la República!, algo que asustaba mucho a Josefina y lloraba. Sus hermanas pequeñas la consolaban diciendo que la República estaba en Madrid y nunca se atrevería a llegar a Uruñuela, pero era inútil, seguía llorando. Los obreros, en la noche, se repartían en voz alta las fincas del abuelo: “Yo me quedaré con la Calahorra! ¡Yo con las viñas de las Coronillas! Aquello no era la República, sino la Revolución.
Mamá me contaba todo esto y la anécdota de que el abuelo Juan, una noche, quiso subir al alto de la casa, para escuchar mejor los “repartos” que se hacían aquellos vecinos, pero, al hacerlo a oscuras, en la escalera tropezó con una fanega llena de garbanzos secos que rodaron de inmediato por todos los peldaños, organizando un gran estruendo.
La otra gran pena de la abuela fue la desaparición del tío Benito Marijuán en la batalla del Ebro. Al terminar la guerra, ella viajó a Zaragoza para buscar, indagar, investigar y preguntar por él a los cuarteles, la Cruz Roja, los hospitales, manicomios o cementerios. Nadie le dio razón. Nunca se dio el habeas corpus. Siempre me he preguntado qué habría sido de este pariente. Se entiende la importancia que el Derecho da al habeas corpus de una persona.
Los nombres familiares se recuperaban, a través de otra hija de mis abuelos, que también se llamó Josefina y un sobrino de Vitoria, que se llamó Jesús Benito. Al terminar la guerra, los abuelos se hicieron una gran casa junto a la carretera de Cenicero, con una balconada que ocupaba toda la fachada, una huerta con jardín, un patio/corral y varias cocheras, en una de éstas, se guardaba el Tílburi.
Los abuelos nunca hablaban de la guerra civil: "Fue muy triste". Mamá lo hacía en voz baja. Esa guerra la provocó la siembra de discordia y odio entre los partidos políticos.
Yo también soy de pueblo,de campo y de La Rioja y en mi casa nos curaban los catarros con buenas rebanadas de pan empapadas en vino y azúcar.
ResponderEliminarLos catarros se curaban en cuatro días,mano de santo el remedio casero.Ni jarabes,ni nada,pan con vino y azúcar.El vino que sea de Rioja.
Y respecto a la guerra civil por allí recomiendo un libro "Lejos del frente" escrito por un profesor de historia .No recuerdo su nombre
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ResponderEliminarCarlos S. Tárrago: Buenos días y bonita lectura de la vida familiar (IV). Es un gusto leerte. Cuentas como.nadie las historias.
ResponderEliminarLuis Javier Gayá: Muchas gracias por compartir tus recuerdos familiares, disfruto mucho leyéndolos. Saludos Luis .
ResponderEliminarGermán Ubillos Orsolich : Querida Julia, yo también soy abogado, casi todos lo somos, nos da un orden mental muy grande y una estructura, pero nada más, me dedicó a escribir y sobre todo teatro. Después del verano presentaré el texto de "Cheek to Cheek" mi nueva comedia musical, espero verte entre los invitados en La LiVrería de Ediciones Eeride. Un fuere abrazo de Germán.
ResponderEliminarEs placer disfrutar tus crónicas tan bien relatadas, gracias por compartir
ResponderEliminarLa anónima soy Mai una de tus más fieles admiradoras
ResponderEliminarJulia, aqui hay novela familiar, o un libro de relatos conectados. Como siempre tus relatos tienen vida propia. Aunque fragmentos de vidas, el hilo de union y tu voz narradora llevan al publico a querer saber mas. A por la novela familiar de autoficcion, Julia.
ResponderEliminarSiempre emociona, siempre presente. Un hito en la historia de España y del mundo. Muchas gracias, muchas gracias. Siempre en el corazón.
ResponderEliminarLa memoria es siempre una gran fuente literaria. Aprovéchala. Tienes una bonita historia para una novela de la que ya nos has dado un buen apunte. Escribes muy bien, Julia, y sabes como combinar los hechos con los recuerdos y las emociones.
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