martes, 4 de mayo de 2010

María Bernal: “La desaparición de los palacios de Jacometrezo en Gran Vía”



L.M.A.

    04.05.10.- Madrid.- María Bernal Sanz, asesora jurídica del Patrimonio Cultural del Instituto de Estudios Madrileños ha pronunciado una conferencia sobre “La desaparición de los palacios de Jacometrezo en el trazado de Gran Vía de Madrid”. En ella dijo:

“El trazado del tercer tramo de la Gran Vía madrileña ha sido uno de los proyectos mas difíciles material y económicamente para el Consistorio de la Villa y Corte, aparte del coste traumático y emocional que conllevó el ensanchamiento del final de la nueva vía y la remodelación de la plaza que la cerraba.

Fue el tramo de más complicada destrucción y construcción de los tres en que se dividió esta calle, sumando las numerosas reclamaciones interpuestas por los propietarios que se negaban de forma contundente a las expropiaciones.

Pero había que comprender que la calle constituía una zona de tránsito útil a la comunidad y precisamente el Madrid del siglo XIX y la zona a la que nos referimos en concreto, no era un dechado de perfección urbanística. Se habían edificado casas sin orden ni control. Los ricos terratenientes y acaudalaos habitantes de todas las provincias de España, llegaban a la Villa y Corte en busca de mejoras en su situación económica y una cercanía al poder que radicaba en Madrid.

Se había puesto de moda la construcción de viviendas pequeñas, estrechas y en precarias condiciones de salubridad. El objeto más inmediato era el de alquilar estos habitáculos con lo que se conseguían unas suculentas rentas que permitieron enriquecerse de forma rápida a sus propietarios, además de las prebendas políticas que conseguían y el crecimiento de sus negocios. Por eso, el ambicioso proyecto que un día de la segunda mitad del siglo XIX puso sobre la mesa del Consistorio de la Villa el Conde de Peñalver y poco más tarde ratificara Alberto Aguilera, fue impulsado de forma contundente por Eduardo Dato, Alcalde de Madrid en esa época y desde cuyo puesto acató la difícil viabilidad de este tercer tramo. Momento que iba a cambiar la vida de los madrileños del siglo XX.

Haciendo un poco de historia de lo que era la villa y la vida de sus habitantes baste saber que durante siglos Madrid estuvo cercado y poco a poco fue ampliando sus límites. Felipe II construyó una nueva cerca, adelantándose la Puerta del Sol a la calle Alcalá. Tiempo después, Felipe IV levantó la última cerca en 1625 que dejaba dentro de su perímetro el actual distrito centro y el Parque del Retiro. Es la cuarta muralla de Madrid, que se mantendrá hasta mediados del siglo XIX. Durante su reinado, la villa vivió un excepcional período de esplendor cultural. Es la época de los genios de las letras, de Cervantes, Quevedo, Góngora, Velázquez, Lope de Vega o Calderón de la Barca.

Con la construcción de esta nueva cerca, se trasladó la puerta a la calle de Alcalá frente a la de Alfonso XII, adquiriendo ya la denominación de Puerta de Alcalá.
Esta originaria puerta aparece en el Plano de Texeira con una capilla adosada, conocida como los Hornos de Villanueva, y también había una pequeña casa donde vivían los encargados del Registro de la Puerta de Alcalá. Fue construida en ladrillo y estaba formada por tres arcos, los dos laterales de menor tamaño. Sobre el arco central había otro arco que acogía la imagen de Nuestra Señora de la Merced mirando hacia la ciudad. A la derecha se ubicó una imagen de San Pedro Nolasco y a la izquierda, otra de la beata María Ana de Jesús.

Pero Carlos III ordenó su derribo a su entrada en Madrid. Pensó en darle mayor importancia, dado que era el principal acceso a la ciudad. Su idea era construir un arco triunfal y así se lo transmitió a Sabatini, autor del nuevo proyecto. Trasladó la puerta un poco hacia el este y la nueva situación, que es la actual, adquirió una espléndida perspectiva.

Mil cien carruajes censados en 1648
Podemos partir de un dato concreto fechado en 1684 en que Madrid tenía censados 1.120 carruajes, principalmente dedicaos al paseo. Ni que decir tiene que se tuvieron que dictar normas para la circulación y poder evitar los numerosos accidentes así como los atascos que se producían. Un siglo más tarde y a la vista del incontrolado proceso de edificación, el Marqués de la Ensenada reorganiza con óptimos resultados la Real Hacienda y los sistemas municipales, ordenando realizar el Registro General y Planimetría de la Villa. Las casas de nueva construcción habrán de ser conforme a estas ordenanzas, contadas, medidas y numeradas junto con el nombre de sus dueños, llegando a censarse en aquel entonces 7.250 viviendas.

En 1749 se establecen las Ordenanzas para la Administración, cobranza y distribución del aposentamiento de corte y para mejor control de la regalía se establece la Planimetría de General de Madrid, compuesta por 557 planos de manzanas. Pero esta ordenanza de aposento es derogada y lejos de abaratar los precios de las viviendas, al prohibir edificar más allá de las cercas, aumenta el coste de la edificación. Además, se multiplica en número de funcionarios y es Jovellanos quien denuncia esta situación que obliga necesariamente a construir viviendas fuera de los límites de la Villa, proponiendo el ensanche de la ciudad, lo que abarataría el precio de la vivienda. No se aceptó la propuesta y esto idujo a edificar en el interior de la cerca en huertas y jardines lo que condujo a un caos por el desorbitado aumento de del vecindario que provocó un deterioro en las condiciones de salubridad de la población.

En 1768 el Conde de Aranda organizó el poder municipal, de forma que en cada uno de los sesenta y cuatro barrios que tenía la ciudad, ordena la elección por sufragio de un alcalde de barrio encargado de vigilar y cuidar la limpieza, el alumbrado y el orden público, así como los precios, pesos y medidas e impone el empadronamiento de los vecinos. Todo ello contribuyó a controlar la afluencia masiva de inmigrantes de los pueblos y provincias de la Nación pero no a la solución de los problemas sanitarios surgidos por falta de servicios públicos.

La llamada cerca de Felipe IV era un muro que rodeó la ciudad de Madrid hasta el año 1868, tuvo una finalidad fiscal y sanitaria frente a las epidemias, era una valla perimetral de la ciudad, en mampuesto aparejado con pedernal, caliza y ladrillo. Fue construida por galeotes presos, según una cédula real de Felipe IV de 1625 y aprovechaba tramos de tapiales de fincas conventuales y de ricos hombres. Pero esta cerca impedía el crecimiento de la ciudad.

Fue demolida en 1868 al comenzar la revolución industrial y los transportes rápidos propios de la época. Además se produce de nuevo en Madrid la inmigración masiva desde los medios rurales y las provincias con el fin de mejorar la situación, tanto los de posición social acomodada como los que buscaban cambiar su estado social, pero siempre buscando sus posibilidades de mejorar y progreso.

A Caudio Moyano se le elige Ministro de Fomento para llevar a cabo el ensanche de la capital y en 1857, el gobierno publicó un Real Decreto de 14 de abril de 1857 por el que se le autorizaba a formular un proyecto de ensanche de la ciudad. El ministro le encargó a Castro el proyecto, que finalizó en mayo de 1859. La reina Isabel II dio su aprobación, el 19 de julio de 1860 al "ante-proyecto de ensanche de Madrid realizado por el Ingeniero D. Carlos María de Castro". Y Castro fue nombrado director del Ensanche.

De manera inmediata a la conclusión del Plan Castro, en 1862, se urbanizó la plaza del Callao, que se terminaría cuatro años después. Ese mismo año de 1866, el arquitecto Carlos Velasco presentó su Proyecto de la Gran Vía desde la calle de Alcalá a la Plaza de San Marcial, que haría popular el nombre de la futura calle hasta el punto de plasmarse en una zarzuela que ironizaba sobre la viabilidad de una obra tan ambiciosa.

Crecimiento de Madrid encorsetado

En conclusión, quedaba claramente demostrado que el crecimiento de Madrid se encontraba encorsetado por la cerca de Felipe IV y su solución pasaba por la ampliación de infraestructuras y redes viarias lo suficientemente amplias para permitir que el tráfico de vehículos, ya en aquel entonces agobiante, quedara solucionado.

Al mismo tiempo se establecen normas para dar anchura a las calles, ordenando las manzanas de casas y el número de pisos, así como los espacios para hospitales, cárceles, zonas ajardinadas, iglesias, cuarteles y escuelas. Es decir una ordenación urbana con todos los servicios necesarios para su habitabilidad. España ya se había configurado como estado centralizado dividido en 49 provincias, mediante una circular del Secretario de Estado de Fomento en la Regencia de María Cristina, a la muerte de Fernando VII en 1833.

En 1868, el Concejalde Obras del Ayuntamiento de Madrid, Fernández de los Rios, relata una denuncia en su obra “El futuro de Madrid”:“...No basta que la revolución derribe por derribar, se necesita que derribe para construir”. Y continúa diciendo que la falta de servicios públicos, lavaderos, baños y demás infraestructuras necesarias para la vecindad, exigen grandes reformas asumiendo su responsabilidad los Ayuntamientos y Diputaciones recientemente creados.

En este orden de cosas nos es de extrañar que la remodelación de la ciudad y su ensanche pase por el trazado de vias urbanas lo suficientemente amplias como para facilitar el tránsito de vehículos, carruajes y la propia vida urbana de los transeuntes. Es necesario crear viales que comuniquen los nuevos barrios del ensanche y a tal efecto se comienza a diseñar una via que enlace el barrio de salamanca con el barrio de arguelles a través de la ciudad, facilitando su acceso. Será necesario, tambien, dictar una normativa que regule el proyecto y en 1896 se crea la nueva Ley de Expropiaciones para la construcción de Grandes Vias, siendo de utilidad pública, la Ley 36/1896.
De manera inmediata a la conclusión del Plan Castro, en 1862, se urbanizó la plaza del Callao, que se terminaría cuatro años después. Ese mismo año de 1866, el arquitecto Carlos Velasco presentó su Proyecto de la Gran Vía desde la calle de Alcalá a la Plaza de San Marcial, que haría popular el nombre de la futura calle hasta el punto de plasmarse en una zarzuela que ironizaba sobre la viabilidad de una obra tan ambiciosa.

Así nace el trazado de la Gran Via madrileña, desde la plaza de Cibeles a la calle Princesa, en el barrio de Argüelles.

Obra en tres tramos

Y dejando aparte la historia nos sumimos en la realidad del momento en que entra en via de ejecución el proyecto tan deseado y que llevaba más de cuarenta años en estudio sin que fuera llevado a la práctica por los múltiples y costosos problemas que llevaba consigo. En tres tramos se dividió la obra por la envergadura que tenía el proyecto y cada tramo supuso el desmantelamiento de un tejido urbano que fue testtigo del paso de los siglos y que muy pronto pasaría a formar parte del recuerdo. No es que fueran construcciones de un valor artístico transcendental, pero eran un recuerdo más que entrañable. Se trataba de una villa que fue poco poco creciendo con múltiples detalles personales que sus visitantes y propietarios habían ido sumando a las ya existentes y que configuraron en su momento lo que fue la capital del reino y el centro de atracción de cuantos quisieron cambiar, como decía anteriormente su rumbo de vida. Como decía Zorrilla refiriendose a Toledo en una de sus obras que “cada piedra es un recuerdo que toda una historia vale”, podemos aplicar en este momento la expresión para comprender la actitud de aquellos que en ese momento fueron despojados de lo que constiuían sus más apreciados tesoros y sentimientos.

Inaugura las demoliciones necesarias para esta obra, el propio Rey Alfonso XIII, el día 4 de abril de 1910, simbólicamente hincando la piqueta en uno de los edificios del comienzo de la calle, junto a la Iglesia de San José y a partir de este momento se cuenta la marcha hacia atrás hasta su finalización con el tercer tramo hasta la Plaza de España.

El tercer tramo, estaba previsto que siguiera en la dirección de la calle Jacometrezo, hacia la cuesta de San Vicente, en prolongación casi recta con el segundo tramo, pero se cambió para empalmar con la calle de la Princesa, lo que resultó ser un acierto, así que se construyó entre la plaza de Callao y el norte de la Plaza de España; se inició la construcción el 16 de febrero de 1925 y se terminó en 1929 aunque la entrega de obras lleva fecha de 22 de septiembre de 1932 y algunos edificios no se concluirían hasta después de la Guerra Civil. Se denominó en el proyecto Avenida A, aunque estaba pensado su nombre posterior de calle Eduardo Dato, en homenaje al que fuera presidente del gobierno y Alcalde de Madrid.
Fue el tramo de más difícil construcción de los tres, ya que al contrario de lo que ocurrió con los dos primeros y las calles, respectivamente, de San Miguel y Jacometrezo, en éste último no había ninguna vía que sirviera de guía, por lo que hubo que hacer numerosos desmontes y derribar muchas manzanas. Con su construcción desaparecieron diez antiguas calles y se reformaron otras nueve y tres plazas, entre ellas la de Leganitos que daría lugar con su transformación a la plaza de España. Otra dificultad añadida fueron las numerosas reclamaciones interpuestas por los propietarios negándose a las expropiaciones.

La calle de Jacometrezo, era una de las más pasajeras, estrechas y peor cortadas de Madrid, pero era larga y muy tansitada. Su nombre fue adjudicado por el célebre escultor y lapidario de Felipe II, Jácome de Trezzo, natural de Milán y autor de la famosa obra del Tabernáculo del Escorial, que habitó en dicha calle, en la casa de su propiedad, construida , además, por Juan de Herrera en el sitio que ocupa hoy la del número 15, que es moderna.

La originaria calle de Jácome Trezzo arrancaba de la calle de la Montera, paralela a la calle Caballero de Gracia y su trazo era considerablemente largo,llegando hasta la fuente de leganitos, situada en un plazoleta de donde hoy parte dicha calle hasta desembocar en la actual Plaza de España y por donde corría el arroyo de Leganitos, producido por el agua dimanante de la fuente que llevaba el mismo nombre. La calle de Jacometrezo enlazaba la nueva población con el antiguo arrabal.

Siguiendo el relato del titular de la calle, Jácome Trezzo, su casa era de estilo sobrio propio de su autor, es decir herreriano puro, la antigua no tenía más que un solo piso, y pasó despues a ser propiedad de Juan Bautista Bordelasco, también de origen milanés y amigo de Trezzo. Ya en el siglo pasado fue habitada y pasó a pertencer a D. Pedro Saavedra Fajardo Barnuevo y Villarasa, Regidor que fuera de Murcia y Caballero de la Orden de Calatrava afincado en Madrid.

Pertenecientes a mayorazgos cerca de la Corte

Aunque no se consideraban palacios de trazo ornamental destacado, alguna otra casa antigua existe en dicha calle, pertenecientes en su mayoría a los mayorazgos que aspiraban a estar situados cerca de la corte y algunas, aunque reformadas, tal como las del mayorazgo de Horcasitas en la plazuela de Mariana y calle de Hita, de los Marqueses de Villadarias, tuvieron vida y esplendor social; las del mayorazgo de Rivadeneyra y Gaspar Ibáñez de Segovia, de la casa de Mondéjar, cuyo título de marqués consorte, adquirió al casarse en segundas nupcias con María Gregoria de Mendoza, de la que era pariente. A la muerte de otros familiares, siempre a través de conflictos y pleitos obtuvo otros muchos títulos incluso con grandeza de España. Además de obtener el de Alcaide de la Alhambra y Caballero de Alcántara.

Actualmente, la calle Jacometrezzo ha quedado reducida a un corto espacio desde la confluencia de la Granvía y Plaza del Callao hasta el comienzo de la calle de San Bernardo y desde la plaza de Santo Domingo. Esta plazuela de Santo Domingo llegó a ser centro de vitalidad de la nueva población que se fue formando en su derredor, viniendo a desembocar en ella hasta una docena de calles bastante importantes hasta la Ancha de San Bernardo, quedando las de la Inquisición, Leganitos, Torrija y la Bola, con sus respectivas travesías.

La calle de la Inquisición, después de María Cristina y hoy de Isabel la Católica, tomó aquel nombre por el Consejo y tribunal del Santo Oficio, llamado de Corte, que estaba situado en las casas números 7 y 8. Vendida después esta casa como de bienes nacionales, sirvió de imprenta y redacción de periódicos exaltados, y después ha sido convertida en habitaciones particulares.

Más adelante, en esta misma calle, en el número antiguo y 23 moderno, está la suntuosa casa que fue de los condes del Águila y de Trastamara. La del Conde de Trastamara, que hoy ocupa este sitio, era notable por lo esplendido de sus salones, y especialmente por las magníficas estancias. Fue adquirida posteriormente por el General Narváez quien continuó con el mismo uso de los suntuosos bailes dados en ellos por la grandeza en 1831 y con asistencia de los reyes.

No estaban construidos exactamente los palacios y edificios emblemáticos y singulares en la propia calle de Jacometrezzo, podríamos decir que el nombre de la calle se lo transmitió al barrio en si y fueron sus aledaños los que albergaron una serie de construcciones que llevaron consigo y hasta su demolición una larga serie de acontecimientos dignos de ser recordados en esta efemérides. Por su propio nombre y los acontecimientos históricos que se desarrollaron en su antiguo trazo y alrededores, siempre ha salido su nombre a relucir a propósito de los mismos. Tambien por lo que decía al comienzo de esta exposición, era el coste traumático y emocional que conllevó el ensanchamiento del final de la nueva vía.

Problemas con el ancho de vía

Uno de los principales problemas surgidos en la realización de este tramo del proyecto, a raíz de la propuesta que hizo en 1926 el entonces concejal, marqués de Encinares, fue el que tuviera los mismos 35 metros de ancho que el primero. Al estar ya construido el Palacio de la Prensa sobre la manzana 374, útima del tramo anterior, lo que suponía que el ensanchamiento sólo podía hacerse por el sur, lugar donde se encontraba la Casa Profesa de la Compañía de Jesús y lo que iba a suponer, tambien, su demolición. Al estar ubicada en la manzana 495, manzana clave para este ensanche, se creó un probema de muy difícil solución, puesto que como es sabido, tras muchos avatares y un sin fin de dificultades, la Casa Profesa de la Compañia de Jesús en Madrid fue inaugurada en 1901 y los Jesuitas, como era de esperar, se negaron a su demolición.

La Casa Profesa de la Compañía de Jesús la fundó Francisco Gómez de Sandoval, Duque de Lerma, para acoger la reliquia del cuerpo de su abuelo, San Francisco de Borja, duque de Gandía y Tercer General de la Compañía. En un primer momento, se levantó la Casa junto al palacio del Duque, en la calle del Prado, inaugurándose el 17 de diciembre de 1617. Diez años más tarde, muerto el Duque, se trasladaron a la plaza de Herradores, donde construyeron su emplazamiento definitivo, hasta su primera expulsión en 1767. Su iglesia era notable, de buena planta y espaciosa y sobre un basamento de mármoles jaspeados estaba la urna que contenía el cuerpo de San Francisco de Borja. Despues de la expulsión de los Jesuitas, Carlos III cedió el edificio, en 1769, a los Padres del Oratorio, y posteriormente la antigua Casa Profesa se denominó Oratorio de San Felipe Neri. Con la desamortización de Mendizábal de 1835, el convento pasó a manos particulares y fue derribado.
Cuando los Jesuitas regresan a España abren su Casa Profesa en la calle de la Flor Baja, en la ya citada manzana señalada con el número 495. El expediente se prolongó varios años por lo complicado de su demolición y el escaso tiempo que llevaba consruída, pero cuando el 1 de mayo de 1931, coincidiendo con la proclamación de la Segunda República Española, un grupo de anarquistas prendieron fuego a la Casa Profesa, lo cual, sumado a la disolución de la Compañía de Jesús a comienzos del siguiente año por el gobierno republicano, hizo que se archivara el caso y se continuasen las obras. La Casa Profesa de los jesuitas de la calle Flor Baja y su iglesia aneja quedo aniquilada en este incendió y se quemó, además, su biblioteca, considerada en aquel momento la segunda mejor de España. Contaba con más de 80.000 volúmenes, entre ellos incunables irremplazables. En el incendio se perdieron para siempre ediciones de Lope de Vega, Quevedo, Calderón de la Barca o Saavedra Fajardo.
Muchas calles desaparecieron y otras fueron partidas en pedazos, como las calles de la Abada, Mesonero Romanos, la propia Jacometrezo, Tudescos, Clavel, San Jorge y algunas otras que han quedado reducidas a meros rincones o placitas recoletas.
La calle de Leganitos o de los Afligidos, parte de la plazuela de Santo Domingo llegando a los confines de la población entre Norte y Oeste. Es una extensa vía de regular caserío, aunque poco notable, destinada a habitaciones particulares, excepto el edificio que sirvió de colegio Real de Santa Bárbara para niños músicos al servicio de la Real capilla, fundado por Felipe II en 1590, y que dirigió en tiempo de Fernando VI el célebre Carlos Broschi (Farinelli), teniendo fama por sus excelentes discípulos.

El nombre de Leganitos o Leganés


El nombre de Leganitos o Leganés, aplicado a esta calle y cuartel, era el mismo que antiguamente llevaba aquel sitio y al parecer proviene de voz árabe algannet o algannit, que significa las huertas, además de que al parecer las habia. Entre ésta y la plazuela de Santo Domingo, por donde ahora van la calle de los Reyes y la de San Marcial, en el valle u hondonada formada entre ambas colinas, corría al descubierto un barranco procedente de la parte alta de Santa Bárbara, gran obstáculo para la comunicación con el nuevo distrito de los Afligidos, que fue disimulado durante siglos enteros, por medio de un puente que venía a estar frente a la calle de Leganitos, y está señalado en el plano de 1656.

Posteriormente, en el siglo XVIII, siendo gobernador del Consejo Manuel Ventura Figueroa, se cubrió la famosa alcantarilla, que a pesar de su ancha boca para recibir las arroyadas de la calle alta, ocasionaba en las grandes avenidas peligros y destrozos.

Pasada esta alcantarilla, y al final de la parte alta de dicha calle, se hallaba el considerable edificio, palacio viejo de los Duques de Osuna, con su extendida huerta, llamada en lo antiguo de las Minas. Esta casa, de gran suntuosidad, aunque muy deteriorada, ha tenido varios usos, como fábricas y talleres, teatros caseros, y otros, ademas de estar ocupada en gran parte por la magnífica biblioteca del Duque propietario, hasta que últimamente fue trasladada a la del Infantado en las Vistillas. Esta casa la compró el Rey, y fue destinada a convento de San Vicente de Paul y el Duque de Osuna se trasladó al Palacio de la actual Alameda de Osuna.
Otro de los edificios emblemáticos del tramo en cuestión, fue el Real Colegio de Niños Cantores de la calle Leganitos de Madrid que fundado por la Reina María Cristina en 1830 a semejanza de las instituciones que para la enseñanza de la música existían en otros países europeos, especialmente en Italia y Francia. Hasta entonces se habían ocupado de la enseñanza musical instituciones como las escolanías de las catedrales y monasterios, las universidades y el Real Colegio de Niños cantores de la calle Leganitos. La feliz fundación del Conservatorio por Real Decreto de 15 de junio de 1830 (publicado el 16 de septiembre del mismo año) vino a paliar un grave error del XVIII, cual fue la exclusión de la música del ámbito de las Reales Academias de Bellas Artes creadas por Felipe V y Fernando VI.
El Colegio del Sagrado Corazón de la calle Leganitos había sido un regalo de los Duques de Pastrana, quienes unos años antes habían donado también los terrenos para el Colegio de Chamartín.

Debido al crecimiento de Madrid durante los años treinta, al colegio de Leganitos le llegó la orden de expropiación. Por esa calle y las adyacentes se iba a prolongar la Gran Vía que sólo llegaba entonces hasta la actual plaza de Callao.
Se comienza a buscar otro emplazamiento para el colegio. En el Paseo de Rosales, frente al Parque del Oeste, hay un gran terreno encuadrado por las calles Benito Gutiérrez, Ferraz, Romero Robledo y Paseo del Pintor Rosales que se considera el sitio ideal para levantar el nuevo colegio. Se hacen averiguaciones y resulta que el solar pertenece a la Casa Real, que finalmente accede a su venta a las Religiosas del Sagrado Corazón. Sin embargo, durante la guerra civil, el colegio de Leganitos se habilita como hospital de sangre hasta que finalmente los bombardeos lo destruyen.

Otro edificio notable de la misma zona en sus aledaños, es el Palacio del Marqués de Grimaldi construído por Sabatini a finales del siglo XVIII y que, afortunadamente se conserva en la actualidad siendo su uso como sede del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, dependiente del Ministerio de la Presidencia del Gobierno de España.

El Palacio del Tribunal de la Inquisición situado en la actual calle de Isabel La Católica, fue construido por el arquitecto Ventura Rodríguez en 1782 como sede del Consejo Supremo de la Inquisición. Se trataba del típico caserón del siglo XVIII sobre cuya entrada se podía leer el terrible lema inquisitorial «Exurge Domine et judica causam tuam» -“Levántate Dios y juzga tu causa” y una vez fue abolida dicha institución, se convirtió en sede del Ministerio de Fomento hasta que 1849 pasaron al antiguo convento de la Trinidad en la calle Atocha y que había sido desamortizado en 1836.

Posteriormente pasó a albergar un hotel inglés y una imprenta hasta que en 1897 se convirtió en el convento de las Madres Reparadoras, institución que continúa albergando actualmente y en cuya Iglesia tiene su sede la Adoración Nocturna Española.

Iglesia de San Marcos de Ventura Rodríguez
Entre dicha calle alta de Leganitos y la de San Bernardo, habia unas elementos notables, como la iglesia parroquial de San Marcos, obra de Ventura Rodríguez, sepultado en su bóveda. Frente de ella se encuentra, según descripción de Mesonero Romanos, la pequeña capilla y casa recogimiento de mujeres Arrepentidas, bajo la advocación de Santa María Egipcíaca. A la entrada de la calle de San Bernardino se encuentra una plazuela que lleva su nombre, otro convento de monjas capuchinas, fundado en 1617 en la calle del Mesón de Paredes. La calle Leganitos nacía en la Plaza de Santo Domingo y terminaba en la Plaza de España, continuando por la calle Princesa llamada anteriormente calle de las Minillas, ya junto a la Cerca y era el camino señalado hacia de El Pardo.

Al final del proyecto se encuentra la Plaza de España o Plaza de Leganitos, sede del Cuartel de Leganitos, que hasta hacia poco había estado ocupada por la fuente y el puente que cruzaba el arroyo de Leganitos, bajaba por la actual cuesta de San Vicente, cruzaba los Jardines de Sabatini y el Campo del Moro, que antes fueron las huertas de la Alvega y que Felipe II convierte en el parque y monte de los Venados, yendo a desembocar en el río Manzanares.

Sabatini revisa y actualiza constantemente el proyecto iniciado, quizá por un sobrino de Ventura Rodriguez, y sus métodos admitiendo incluso una renovación metodológica que diferencia el carácter escénico y de aparato de la escalera del Palacio de Godoy sustraída de la proyección artística de Caserta, junto a la reproducción mecánica impostada en el discurso de Fuga, descifrada y de lectura fácil que traslada al proyecto de San Pedro de Alcántara de Madrid.

Todos los razonamientos y discursos de Sabatini tuvieron convergencia en su propuesta de reforma del Palacio Real de Madrid. Sus herramientas científicas al delinear el aumento del palacio por el costado norte es justamente una actitud de divergencia entre dos posiciones, en una nueva lectura de la obra que la hubiera distinguido del preciso diseño de volumen compacto de Sachetti. La extensión del edificio propuesta por Sabatini por los confines del Norte y del Sur está circunscrita a una interpretación crítica del arquitecto que fija la imagen de la residencia oficial de la monarquía en el valor histórico-ideológico de lo sacral.
El templo casi irrelevante en el proyecto de Juvara-Sachetti se convierte en un elemento constitutivo de manera imperiosa del monumento estableciendo un cambio radical no sólo de la disposición exterior sino de la propia funcionalidad y semántica del Palacio nuevo. Cuantitativa y cualitativamente el sector norte que congrega el templo favorece la diáspora del edificio hacia otros motores de atracción de los que fueron asumidos en su génesis. Más que una teoría nueva arquitectónica, la propuesta de Sabatini genera un contrario dialéctico en un sincretismo de experiencia histórica y ética cristiana. Era el tema ideal de monumentum que expresa valores históricos y abarca la estabilidad y la casuística de las formas arquitectónicas que unen la reconstrucción ideal del monumento clásico con la funcionalidad religiosa del templo cristiano.

Gran parte de su incidencia firme en la arquitectura española se debió a su condición de ingeniero militar, ya que el Cuerpo de Ejército así constituido tuvo una gran importancia con nombres como Lamaur, Hermosilla, Sttilinguert o Vargas, el traductor de Palladio, bajo la dirección de Juan Pedro Arnal. Su formación en este campo le condujo a la realización de obras de cierta envergadura como el Puente del Pardo uniendo la ciudad con el Cuartel de Valdelapeña. En este Real Sitio intervino como asesor de numerosas intervenciones urbanas, traza de edificios domésticos, y especialmente a él se debe la obra más significativa del lugar, el aumento del Palacio Real.

Sin perder la analogía con el palacio de Carlos V, puesto que básicamente procedió a su duplicación, dio un nuevo formato al monumento no sólo por la nueva concreción formal del cuerpo intermedio entre los dos patios sino por su propia proyección en la espacialidad circundante. La recomposición de Sabatini genera algo distinto en el de Ventura Rodríguez, porque se habían trazado para el Palacio la Escalera magna que le correspondía, la invención brillante de su monumentalidad, por el exceso de su riqueza composicional sólo fue una invención efímera.

La Escalera de Sabatini es el recuerdo de una gran creación interrumpida. En ella Sabatini evoca no obstante la tradición barroca de la arquitectura en la que a nuestro entender permanece hasta el final de su vida. Ello no evita su inquietud por las teorías de los racionalistas, el ser receptivo a las nuevas inquietudes ideológicas de Europa. La finalidad de su programa no es más que la última consecuencia de la poética barroca sin cuya alineación tendría muy poco sentido su incondicional servicio a la monarquía hispánica, amante todavía de ostentación y de gloria.

Plaza de España en un altozano
Hoy la plaza de España, flanqueada por modernos edificios, ocupa uno de los altozanos más importantes de Madrid que por su elevación fue punto estratégico en siglos pasados. Según relata el arquitecto Miguel García-Lomas, durante los trabajos de acondicionamiento del monumento a Cervantes se encontraron restos arqueológicos romanos en las excavaciones de la Plaza.

En la época árabe, en el solar de la plaza de España, aunque ahora parezca imposible, había frondosas huertas que aprovechaban para su riego “las buenas aguas del arroyo de Leganitos, que atravesaba estos parajes” y según Mesonero Romanos las voces «Leganitos» y «Leganés» derivan del árabe y significan «huerta».

El aspecto actual de la plaza arranca en 1898 con la construcción de la Royal Compagnie Asturienne de Minnes en la esquina de la calle Bailén, considerada una de las obras más logradas de la arquitectura burguesa de finales del siglo XIX. El estilo francés destaca en la disposición de los templetes, que rematan el edificio, intentando darle aires de palacete cuando en realidad se trata de una casa de pisos. Obra del arquitecto Manuel Martínez Ángel, este gusto artístico se desarrolló ampliamente en algunas zonas de Madrid, como el barrio de Salamanca y la Gran Vía.

En este edificio vivió y murió Don Elias Tormo Monzó, Historiador, Jurista y Arqueólogo, entre otros títulos, que fue Ministro de Instrucción pública y Bellas Artes en los últimos Gobiernos de la Monarquía de Alfonso XIII. Aunque nacido en la villa de Albaida en Valencia, vivió la mayor parte de su vida en Madrid y fue una de las figuras más destacadas en el ámbito las Bellas Artes.

Quiero rendir desde esta tribuna un emotivo homenaje a la figura de este ilustre vecino de la Plaza de España porque, además, me cabe el orgullo de haber sido discípula de su hijo, el Catedrático de Historia Don Juan Tormo Cervino del que aprendí a conocer la Historia de España y del Arte”
.


No hay comentarios:

Publicar un comentario