viernes, 19 de abril de 2013




¡Que viva México! (12): Por la Ruta Virreinal


Durango

Antonio Ayllón Arquero




Acabado ya nuestro periplo por las Barrancas del Cobre tocaba ahora bajar hasta Durango en un largo y agotador viaje de 9 horas de duración, flanqueados durante todo el recorrido por la hustoniana Sierra Madre Oriental. Estamos en pleno "Camino Real de Tierra Adentro", también conocido como "La Ruta de la Plata" o "La Ruta Virreinal". Dicho camino, el más antiguo de América, recorría 2.600 km y comunicaba el centro del país, Ciudad de Méjico, con la villa de Santa Fé, en el actual estado de Nuevo Méjico, EE UU, adentrándose hacia el norte en la "tierra ignota", donde los ranchos eran asolados por las tribus nómadas de apaches, chiricauas e indios zacatecas. La ruta fue trazada en el siglo XVI por los conquistadores españoles para desarrollar el comercio, facilitar las campañas militares y apoyar la colonización y evangelización de la Nueva España, y constituyó el camino más largo e importante dentro de Méjico durante el periodo virreinal hasta 1847, cuando la guerra contra EE UU. Por esta ruta histórica bajaremos pues hasta la capital.

"La ancestral Durango resuena a lengua de audaces navegantes, voces-remos, voces-agua, voces de furor y de blasfemia. La Nueva Vizcaya extiende su mirada en horizontes áridos, desiertos y se quiebra en la montaña. Es de raíz celeste la sombra de la historia, el campanario, la leyenda. Roca oral, relieve de signos y sucesos" (Jose Ángel Leyva).

Durango, ¡Vívelo, Siéntelo, Ámalo...!, fue fundada en 1565 por Francisco de Ibarra, que la nombró así en homenaje a su ciudad natal española del mismo nombre. Su riqueza colonial le viene de tener, en el cercano Cerro del Mercado, uno de los mayores yacimientos de pirita del mundo, así como del oro y la plata que se sacaban de la Sierra Madre próxima. Su centro histórico alberga más de 700 inmuebles coloniales catalogados. 
Así que aquí decidimos pasar tres días con los durangueses para empaparnos de la hermosa arquitectura colonial y porfiriana de la ciudad, recorriendo, si no todas, parte de las 145 manzanas de su centro histórico. Durango fue declarada pronto capital eclesiástica de todo el noroeste de los territorios de la Nueva España, lo que influyó para que, junto a donaciones de ricos hacendados y mineros de este tiempo, se construyeran bellos templos y conventos, así como haciendas, casonas y comercios, que han sido bien restaurados en su mayoría.

Empezamos recorriendo su magnífica Plaza de Armas y admirando la hermosa fachada barroca de la Catedral. De su interior no puede decirse lo mismo porque sus notables retablos "fueron sustituidos en 1841" por anodinos altares y retablos neoclásicos, cada uno idéntico al anterior. Entramos después en el Palacio de Gobierno para contemplar sus murales y vimos la simétrica portada neoclásica y depurada ornamentación del Teatro Ricardo Castro. Fuimos a ver otras iglesias, entre ellas San Agustín con bellas vidrieras y pinturas en paredes y techos, otros edificios históricos como el Palacio de Escárzaga, nos dimos largos paseos por la peatonal Calle Constitución para ver "un auténtico desfile arquitectónico de bellas fachadas coloniales" y por Las Alamedas, con su largo corredor adoquinado lleno de fotos antiguas y nuevas de la ciudad, llegamos hasta la antigua Estación de Ferrocarril, transitamos por el cercano Centro Cultural y de Convenciones Bicentenario y nos adentramos en el extenso Parque Guadiana. Aquí descansamos, llegamos al Lago de los Patos y nos acercamos a ver La Bella Ronda, un grupo escultórico de niñas jugando al "corro de la patata" con sus manos entrelazadas. Al lado estaba escrita una sencilla poesía de Rosaura Zapata que dice así:

Que nuestras manos se unan
para la ronda formar
manos de todos los niños
del campo y de la ciudad,
manos de trabajadores
que la fuerza nos darán
y la de los campesinos
que traen aliento de paz,
manos de todos los niños
que al unirse formarán
bella ronda de ternura
que nadie destejerá.
 


Fuera de la ciudad hicimos dos pequeñas excursiones el mismo día.
En la primera visitamos, por la mañana, la Antigua Hacienda de la Ferrería, un edificio impecablemente remozado en el que recorrimos, con el guía, su majestuoso portal, los corredores que rodean su patio central y sus hermosas habitaciones. En esta hacienda se ubicó la primera Fundidora de Hierro y, no muy lejos, la primera Hiladora (de hilos de seda) mecanizada en Latinoamérica "con técnica alemana de 1840". Después nos fuimos a El Nayar para ver la famosa panadería de Don Pompeyo, que da trabajo a 60 familias. Nos explicaron el funcionamiento de las tortilleras, máquinas capaces de elaborar 60.000 tortillas de maíz al día, y de las galleteras, que consiguen 9 tipos de textura de galletas, y compramos Pan de Pulque y Panochitas integrales. Finalmente nos llevaron a El Pueblito, pequeña localidad a 8 km de la ciudad muy frecuentada por las familias duranguesas para saborear suculentas carnitas y gorditas en su corredor gastronómico, y en donde comimos.
Por la tarde nos fuimos a ver "una de vaqueros" o, más bien, un Paseo por el Viejo Oeste, un Parque Temático algo birrioso en el km 12 de la carretera a Parral. Resulta que, gracias a la belleza de sus paisajes naturales y durante casi 60 años, los alrededores de Durango han servido de escenario a cientos de películas del oeste. Conocido como "Tierra del Cine", visitamos los sets cinematográficos de Villa del Oeste: viejos edificios de madera con letreros clásicos: Cárcel, Oficina Postal, Banco, Hotel, Oficina del Sheriff, caminos polvorientos, la aldea de los apaches donde dos de ellos nos cortaban la cabeza mientras nos hacíamos las fotitos de rigor, y hasta un cementerio con cruces negras en las que estaban escritos los nombres de los más famosos actores muertos que filmaron escenas aquí.
Al final nos obsequiaron con un espectáculo vaquero que intentó revivir con actores locales el ambiente del viejo oeste. Rodeados de niños y de sus familias, tragando polvo, y escuchando por megafonía las viejas canciones de los westerns más famosos, nos aburrimos un montón mientras los apaches y los maleantes se peleaban entre sí en plan cómico, coquetas bailarinas salían y entraban de la cantina al oírse tiros dentro, y vaqueros a caballo entraban en acción. Hasta la figura del sheriff era también infantil por las cosas que hacía y decía.

Cinco horas tardamos en llegar de Durango a "la muy noble y leal Zacatecas", título que le fue así concedido por Felipe II. "Vestida de cantera rosa" y a casi 2.500 m de altitud, Zacatecas es otra hermosa ciudad colonial con un trazado urbano muy peculiar. Dado que se ubica en un estrecho valle entre el Cerro de la Bufa al noreste y el Cerro del Grillo al noroeste, sus calles, callejuelas y plazas son pequeñas y con grandes desniveles. Su centro histórico, declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1993 por la Unesco, está lleno de museos, bellos edificios neoclásicos y una catedral con una extraordinaria fachada barroca. Lástima que no se la pueda contemplar bien en toda su magnificencia porque han construido delante y no hay suficiente perspectiva para verla bien. Es la primera vez en Méjico que vemos que no hay una amplia plaza delante de una catedral.
La grandiosa fachada ha sido interpretada como un símbolo gigante del "Triunfo del Santísimo Sacramento". Arriba del todo está el Padre Celestial, debajo Cristo y más abajo el Espíritu Santo en forma de custodia. Los 12 apóstoles, 4 Padres de la Iglesia y pequeñas figuras de un ángel y María completan "un inusitado discurso teológico tallado en exuberante ornamentación que produce un místico éxtasis". Además de esta fachada principal son también muy bellas la fachada norte, con un Cristo Crucificado y la Virgen y San Juan a su lado, y la fachada sur con la escultura de la Virgen de los Zacatecanos, patrona de la ciudad. Del interior mejor no hablamos porque todos los retablos originales han desaparecido y han sido sustituidos por feos neoclásicos y por un retablo dorado con once esculturas en el altar mayor que "no pega ni con cola" con el resto de la Catedral.
Dos iglesias interesantes son el Templo de Sto. Domingo, con 8 retablos churriguerescos bellamente ornamentados con hoja de oro pero del que falta el del altar mayor, sustituido por un altar neoclásico poco elegante, y el ex-templo de San Agustín. La historia de este último es típica de los avatares por los que han pasado los monumentos religiosos en Méjico y del daño que hicieron las Leyes de la Reforma y de la Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos" de 1860. Leamos lo que allí está escrito: "A mediados del s. XIX se destruyó la portada principal; en 1904 lo compró el obispado; en la revolución (1910) pasó al Estado, que lo regresó en 1942; en ruinas hasta 1948, año en que se iniciaron los trabajos de reconstrucción. Se conserva la portada lateral del siglo XVIII ricamente elaborada y soportada por contrafuertes de arco. Lamentablemente los 5 retablos del siglo XIX que cubrían los muros se perdieron". Entramos, convencidos de que era una iglesia, y nos encontramos con un museo en el que había una exposición temporal del pintor abstracto Goeritz. También nos acercamos al Convento de San Francisco, sede ahora del Museo Rafael Coronel, hermano menor de Pedro (ver más abajo) y que contiene más de 3.000 máscaras en exposición, que no vimos al estar ya cerrado. Lo que sí vimos fue la fachada del convento destrozada por arriba y la torre y el frontispicio como cortados o desmantelados piedra a piedra. Algo de lo más raro que hemos visto en Méjico.
 

El mejor museo de Zacatecas es el extraordinario Museo Pedro Coronel. ¡Ah, qué suerte ser Don Pedro Coronel! ¡Ah, lo que hubiera dado uno por ser como Don Pedro Coronel!
Este pintor-escultor zacatecano, rico y famoso, se dedicó a comprar todo lo bello que caía en sus manos. Con posterioridad, su amplia colección la donó a la ciudad y está expuesta, desde 1983, en un antiguo colegio de jesuitas del siglo XVIII. Aquí hay de todo: arte prehistórico y virreinal de Méjico, y arte universal de todas las culturas del mundo: momias y sarcófagos egipcios, bustos y vasijas griegos, estatuillas romanas, cerámica y figuras de terracota chinas, biombos y grabados ukiyoe japoneses, budas y códices de la India y Pakistán, un montón de máscaras y estatuillas de ébano africanas, estatuas religiosas de marfil filipinas, etc, además de obra gráfica de renombrados artistas de la plástica contemporánea: Miró, Picasso, Dalí, Vernier, Cocteau, Dumier, Léger, Hogarth, Kandinsky, Chillida, Lam, Saura y muchos otros. Compradas o intercambiadas con sus entonces amigos parisinos ya que, nos imaginamos, estuvo en toda la "movida" pictórica de principios del siglo XX. Amplias salas, buenas explicaciones, más de medio centenar de grabados de Goya y, cosa extraña, tan pocos e insignificantes cuadros de Don Pedro que todavía no sabemos qué tipo de pintor era.

Atención especial merece también en Zacatecas la librería "Don Quijote", la única que vimos digna de mención. Dio la casualidad de que nos encontramos allí mismo con su dueño, el licenciado Roberto Sánchez Reyes, con quien mantuvimos una breve conversación. No cesó de lamentarse de lo caros que son ahora los precios de los libros españoles y de lo difícil que es venderlos. Nos dijo que hace 60 años importaba un montón de libros baratos de España pero que ahora el negocio estaba muy difícil con la entrada en el euro. Vimos en una vitrina un códice del Quijote de 1.700 y, a propósito del nombre de la librería, Don Roberto nos dijo que estaba orgulloso de que fuera la única con el nombre de Don Quijote no sólo en Méjico, sino también en España, y que eso él lo sabía de muy buena tinta.
En fin, reseñemos sólo algunos títulos interesantes que vimos allí: el canónico de John Reed "Méjico Insurgente"; los dos tomazos del "Pancho Villa" de Friedrich Katz, su gran biógrafo; las "Memorias de Pancho Villa", de las que leímos algunos párrafos que no tenían desperdicio; "Don Quijote de la Mancha y Cervantes de Sanabria. El Libro del Esplendor", de Hermenegildo Fuentes; "Historiadores Novohispanos 1492-1793" de Editorial Trillas; y "El Viento que barrió México. Historia de la Revolución Mejicana 1910-1942" de Anita Brenner con selección de fotografías de George Leighton.

Una excursión obligatoria aquí es visitar la Mina El Edén, ubicada a 500 metros bajo tierra y dentro del Cerro del Grillo. La enorme mina de 7 niveles estuvo en funcionamiento de 1586 a 1960, produciendo cantidades ingentes de oro, plata, cinc, cobre y hierro. Los indígenas trabajaban prácticamente esclavizados, incluyendo muchos niños, y hasta 5 personas morían diariamente de accidentes, tuberculosis y silicosis. De los 7 niveles, los 3 inferiores están inundados o derrumbados. Queda el 4º nivel, que es el del recorrido turístico. Nos metieron en un trenecito y cinco minutos después estábamos ya en el centro de la mina. Todo lo que mirábamos -y era impresionante por arriba y por abajo- estaba hecho por la mano del hombre durante 450 años. Eso sí, comentó el chistoso guía, la plata que se saca ahora es "sólo la de la taquilla". Empezamos viendo el museo de la mina con fantásticas muestras de minerales -la colección es de D. Juan Manuel Navarro- y, para ello, pasamos por la estatua de hierro forjado del minero, en el que las mujeres deben tocarle la tripa y la pepita de oro que lleva en su mano izquierda alzada "para que les dé niños y fortuna", y los hombres deben "sobar" la pistola que lleva en el cincho "para que nunca le falle" (risitas generalizadas). Estuvimos en el interior de la mina una hora larga. El recorrido está muy bien iluminado, se siente claustrofobia y el guía te va explicando lo que significaba trabajar "en las entrañas de la tierra" en aquéllos tiempos. Al final puedes volver a donde se empezó el recorrido montándote otra vez en el trenecito o, como hicimos nosotros, subir en ascensor y salir al exterior por la entrada superior de la mina.
Aquí Nati y yo nos separamos. Ella subió al teleférico para cruzar la ciudad a unos 85 metros de altura y llegar al histórico y legendario Cerro de la Bufa. Yo, por mi parte, cargado con seis o siete "pedruscos" -entiéndase "minerales" comprados en la tienda de la mina- bajé hacia la Catedral, llegué al hotel, los dejé en nuestra habitación y subí "a pata" hasta la cima por la Calle del Ángel. Con Nati de nuevo subimos hasta el Crestón de la Bufa (a unos 2.600 m) -que se llama así porque allí el aire "bufa" como si estuviera saliendo de un fuelle-, bajamos hasta el raquítico Mausoleo de los Hombres Ilustres de Zacatecas, volvimos para ver de nuevo, y hacernos fotos con las estatuas ecuestres de los 3 héroes victoriosos de la Toma de Zacatecas (los generales Pancho Villa, Felipe Angeles y Pánfilo Natera), llegamos hasta el templo de Nª Sª del Patrocinio que hay allí, ascendimos hasta un Observatorio Astronómico que se encuentra en otro crestón del monte y hasta nos adentramos un poco, a través de la montaña, por la ruta del Via Crucis. Y todo esto bajo un sol achicharrante. ¡Como véis estamos en forma!
Y no vimos el Museo de la Toma de Zacatecas, que está allí en la esplanada del cerro, porque estaba cerrado por reformas y lo están preparando para el centenario del próximo año, dado que la toma de la ciudad, que acrecentó aún más la fama de Pancho Villa y de sus villistas revolucionarios, aconteció en 1914.
 
Bienvenidos a Aguascalientes
Región de Tesoros Coloniales
¡Que le vaya bien!
Bajando por la Ruta Virreinal llegamos en unas 3 horas a la industrial y próspera Aguascalientes, sin duda el ejemplo en el que debiera mirarse Méjico. Una ciudad cómoda, apacible, abarcable, con espacios abiertos y calidad de vida, con consumo y hasta con lujo. Y limpia, con taxímetros, sin atascos, con una bonita plaza y catedral, bellos edificios coloniales de una sola planta y buenos museos. Podríamos añadir que Aguascalientes tiene, por ejemplo, mil casas coloniales de bella factura, Zacatecas veinte palacios virreinales y Madrid, a nivel de viviendas privadas, pues otros veinte o treinta palacetes en la Castellana y en el Viso si llegan. Esa es la diferencia, a grandes rasgos, entre las tres. Estas mil bellas casas coloniales no las "huele" toda España ni en pintura. Ya quisiéramos nosotros esta magnificencia arquitectónica en España. ¡Oiga, que es que no la hay! Que la riqueza estaba en la Nueva España, no en la piel del toro. Y la que llegaba a nuestros lares nos la gastábamos en Armadas Invencibles, guerras y otras zarandajas.
Y con avenidas grandes de edificios uniformes de sólo dos pisos y con andadores (calles peatonales o semipeatonales donde no hay posibilidad de aparcar) por aquí y por allá. En fin, que los aguacalenses pueden sentirse orgullosos de su ciudad. Además, la Aguascalientes que hemos visto tenía un ritmo febril ya que en 3 ó 4 días empezará aquí la Feria de San Marcos con, entre otras cosas, 20 días seguidos de corridas de toros, a lo San Isidro.
"La Villa de la Asunción de Aguascalientes, fundada en 1575, fue nervio vital de las primeras rutas hispánicas que dieron pie a la  colonización y, posteriormente, al surgimiento de centros de producción minera, agrícola y comercial de la región, y se estableció como una villa defensiva con un presidio para proteger la ruta de la plata que atravesaba el peligroso territorio chichimeca".
Así se lee en el Museo Regional de Historia, el primero de los cuatro que visitamos en la ciudad. En este pequeño museo conocimos nuevos datos del sanguinario Nuño de Guzman, "el español malo" ¿recordáis?. Hélos aquí:
"En 1529 Nuño emprendió la exploración del Reino de Nueva Galicia acompañado por 300 españoles, 8.000 indígenas y un pequeño grupo de frailes franciscanos, y lo gobernó de 1531 a 1536. Exploró y conquistó en 7 años casi la tercera parte de Méjico pero su empresa estuvo siempre bañada en sangre y las quejas fueron tantas que la Corona Española resolvió enjuiciarlo y envió al licenciado Diego Perez de la Torre para investigarlo, quien lo encontró gravemente responsable, le quitó el gobierno de la provincia de la Nueva Galicia y lo remitió preso con grilletes a España, donde murió encarcelado en el Castillo de Torrejón de Velasco en marzo de 1544.
La táctica de guerra de Nuño consistía en sitiar los poblados indígenas, apropiarse de los cultivos, arrasar e incendiar las poblaciones, torturar y atormentar a los caciques nativos para así obtener información sobre sus riquezas y las de otros reinos indígenas."

El segundo museo al que fuimos fue el Museo Nacional de la Muerte, alias Museo de los Muertos. 
"No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre adelante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre" (Stefan Zweig)
No cabe duda que los mejicanos le han hecho siempre caso a Zweig. Todo lo que se relacione con su obsesión favorita -la muerte- está presente en este museo. En la primera sala (Mesoamérica) hay vasijas de barro con esqueletos, máscaras y urnas funerarias, familias de calaveras, hombres muertos, cráneos rituales, esqueletos sentados, figuras sentadas sobre calaveras, figurillas del dios Xolotl y de Mictlan (dios del inframundo), etc. En otra sala (Artesanías con esqueletos y calaveras) hay numerosos juguetes, máscaras, miniaturas, calaveras de azúcar y el famoso esqueleto de la coqueta Catrina mirándose al espejo y acompañada de los siguientes ripios:

Bella, coquita y juna,
el reflejo de tu rostro asusta;
quizás puedas ver mi nuca,
pero en mi espejo,
tu sonrisa nunca.

Cuadros de diversos pintores relacionados con la muerte en la Sala "Plástica y Gráfica Contemporánea" y "Representaciones de la Muerte en el Extranjero" en otra sala (con San Pascualito, el santo que se fundió con su esqueleto en el delirio de un enfermo, el Niño de las Suertes, La Virgen de la Buena Muerte y el Árbol de la Muerte, un candelabro con esqueletos) completan este curioso museo que alberga más de 2.000 piezas relacionadas con la simbología de la muerte.

Otro buen museo es el de José  Guadalupe Posada en el Jardín El Encino. Posada es el genio mejicano de la estampa, un caricaturista y grabador extraordinario (1852-1913) nativo de Aguascalientes. El museo acoge su rica colección de grabados y placas de 1890 a 1912, entre los que destaca el conocido esqueleto ecuestre del Caballero de la Triste Figura, una de las calaveras más famosas elaboradas por Posada.
Los versos que acompañan a la original calavera quijotesca no tienen desperdicio. He aquí algunos:
Esta es de Don Quijote la Primera,
La Sin Par la Gigante Calavera.
A confesarse al punto el que no quiera
En pecado volverse calavera.
Sin miedo y sin respeto ni a los reyes
Este esqueleto cumplirá sus leyes.

Aquí está de Don Quijote
la calavera valiente,
dispuesta a armar un mitote
al que se le ponga enfrente.
Ni curas ni literatos
ni letrados ni doctores,
escaparán los señores
de que les dé malos ratos.

De mi potente pujanza,
nadie escaparse podrá
pues al filo de mi lanza
hay que perder la esperanza
de que alguno vivirá.
No hay pues que hacerse ilusiones
y prevenid la mortaja,
pues tengo las intenciones
de rellenar los panteones
de muertos con o sin caja.

Entre las extraordinarias calaveras de Posada destaca también la de "La Catrina", hecha para ridiculizar a las hermosas garbanceras, empleadas domésticas que se vestían con presunción:

Hay hermosas garbanceras,
de corsé y alto tacón;
pero han de parar en calaveras,
calaveras del montón.
Gata que pintas chapas,
con ladrillo bermellón;
la muerte dirá: "no escapas,
eres cráneo del montón"
O la calavera de Emiliano Zapata, con estos ripios:
Triste y de mala manera
sin decir a nadie "abur"
se fue el Átila del Sur
a volverse calavera.
La muerte sin compasión
cargó con el General
que en Morelos fue fatal
y hoy es hueso del montón.
"Ya se volvió calavera
(Zapata reflexionó)
"Genovevo de la O
titulado el Hombre Fiero"

Finalmente, en el Museo de Aguascalientes, vimos una serie de bellos cuadros del brillante pintor local Saturnino Herrán, que murió con tan solo 31 años.
Mencionemos también el elegante Templo de San Antonio, al lado de nuestro hotel, edificado con bloques alternativos de cantera rosa y amarilla, y que se yergue en medio de la calle Zareagoza; la Catedral barroca bien restaurada con sus dos torres gemelas; el también barroco Palacio de Gobierno de 1665, con sus murales representando la historia del Estado; el evocador Jardín del Encino en el Barrio de Triana, conteniendo la peculiar y milagrosa imagen del Cristo Negro, que según la leyenda surgió de un tronco quemado de encino hacia 1744; el magnífico Jardín de San Marcos con su bello templo; el largo "andador" Arturo Pani; la casi peatonal calle Madero; y la Casa de la Cultura que, desde su nacimiento en 1625 hasta ahora, ha servido de ¡atención!: casa de prominentes familias, colegio de niñas, convento de monjas, seminario, cuartel villista (de 1914 a 1917), talleres de artes y oficios, escuela correccional, escuela federal y desde 1965 actual Casa de Cultura. ¿Hay quién dé más?

 Nuestra siguiente ciudad virreinal a visitar fue San Luis del Potosí, a unas 3 horas de viaje desde Aguascalientes y en camino hacia la Sierra Madre Oriental ya que nuestro propósito es llegar al pintoresco y legendario pueblo de Real de Catorce, en el altiplano potosino.
Viniendo de Aguascalientes, la "gran vieja dama de las ciudades coloniales", la histórica San Luis de Potosí, nombrada así porque se creyó que sus minas de plata podrían rivalizar con los enormes depósitos de su homónima ciudad boliviana, nos pareció menos habitable. Tiene sí, una bella y amplia Plaza de Armas, hermosas fachadas de iglesias y Catedral (los interiores son todos reconstrucciones neoclásicas típicas y tópicas del siglo XIX que reemplazaron a los ricos retablos barrocos confiscados por la Reforma y luego destruidos o desaparecidos), magníficas plazas (cinco de ellas en el centro histórico), un parque (El Alameda) inundado de cagadas de palomas en asientos y farolas, un bello Museo-Casa Manuel Othon, el poeta local que escribió aquello de: "Yo soy la voz que canta en la profunda soledad de los montes ignorada...", un jardín (el de San Francisco), un teatro, (el de la Paz), una moderna calzada y una bonita basílica menor (la de Guadalupe), una larga calle peatonal y algunos pequeños museos. Pero todo ello más feo y descuidado que en Aguascalientes.  
Para llegar al famoso Real de 14 tuvimos que madrugar porque no hay autocar directo desde San Luis. Así que cogimos el "Sendor Transportes del Norte" de las 8 de la mañana, llegamos dos horas y media después a Matehuala y abordamos otro autobús de la misma compañía ("Somos los únicos que van a Real de Catorce") una hora después para arribar hacia la una de la tarde al mítico pueblito.


"Bienvenidos al Real de Catorce
Real de Álamos de la Purísima Concepción de los 14.
Fundado por Real Cesión de Tierras Hechas 
por el Marqués de Ladereyta en 1639
y confirmado por Real Cédula del Rey Carlos III en 1767"

Todo es singular e insólito en este pueblito de 1.100 habitantes. Empezando por su entrada: 22 km de camino hecho piedra a piedra (al igual que todas las callejuelas del pueblo) y atravesando después un túnel -que parece una mina- de 2,3 km de longitud en una sola dirección, hecho a pico y pala. Para ello, todos los pasajeros tuvimos que cambiar del autocar a una camioneta más pequeña, que es la que cabe por el angosto túnel. Insólita y singular es también su ubicación en las faldas mismas de la Sierra de Catorce a 2.756 metros de altitud, así como su historia, paisajes, alrededores, magia, "energía espiritual" y decadencia.
La leyenda del Real empezó en 1773 cuando se descubrió una veta de plata de buena ley a la que pusieron por nombre "La Descubridora" y a la que siguieron muchas más. A fines del siglo XIX vivían ya 40.000 personas en el pueblo y unas 10.000 trabajaban en las minas. Había opulencia, plata en abundancia, un montón de minas, una plaza de toros, un anfiteatro para peleas de gallos, una casa de la moneda para acuñar reales, una bella iglesia, una línea ferroviaria a 14 km para llevar la plata a Veracruz... y hasta un camino empedrado para entrar a la ciudad que es probablemente el más largo del mundo. ¡Así de chulos eran entonces!
Y, de repente, Real, como se la conoce, se convirtió en un "pueblo fantasma", que ahora vive sólo del poco turismo que aparece por aquí. En parte se debió al precio de la plata, que se desplomó a partir de 1900, y en parte porque la Revolución (1910-1920) hizo aquí mucho daño
y los ricos hacendados mineros "volaron". Hoy, de todo aquel esplendor de antaño, sólo quedan ruinas, hermosas ruinas en casi el 90% del pueblo.
¡Ah! y lo de "14" viene del hecho de que los indios mataron aquí a 14 soldados españoles alrededor de 1700. Y lo de la "Purísima", porque es la patrona del pueblo. 
Aunque hay que reseñar que a quien más veneran aquí es a "El Charrito", como llaman con cariño los devotos a la imagen del siglo XIX de San Francisco de Asís, fácilmente comprobable en la sacristía de la iglesia por la gran colección de "retablos" o exvotos donados por peregrinos agradecidos y que cubren casi por completo toda la habitación. Hasta hay uno de una española -nos imaginamos- que da gracias al santo por no haber fusilado a su marido en nuestra Guerra "Incivil" y en el que se distingue perfectamente al preso siendo llevado por una pareja de la Guardia Civil.
Por cierto que la iglesia de estilo neoclásico y de bella factura se construyó con aportaciones de plata de los mineros y ha sido muy bien restaurada y redecorada. Como anécdota, tiene un curioso piso de enormes tarimas removibles de madera de mezquite.
Mencionemos de nuevo el Túnel Ogarrio construido e iluminado interiormente, según nos dijeron, por un ingeniero español del mismo nombre de 1897 a 1901 y que se usa, desde entonces, como acceso al pueblo, primero con un tranvía tirado por mulas, después por un tranvía eléctrico y ahora con una camioneta. El portero, a la entrada, avisa con su walkie-talkie en qué dirección se puede pasar ya que el túnel es unidireccional.

De las caminatas -Caminos de Piedra, Magia y Esplendor- que los turistas vienen a hacer por estas montañas reseñemos las tres que hicimos nosotros:
1) La Ruta del Pueblo, la más corta, de una hora y pico de duración. Se visita el panteón-cementerio y la capilla de Guadalupe anexa en las afueras del pueblo, se sigue por las ruinas de la plaza de toros, el paredón de al lado destinado a las ejecuciones, el palenque para peleas de gallos -una especie de anfiteatro romano restaurado en 1970-, la Casa de la Moneda, la Plaza de Armas, el Jardín Hidalgo y todas y cada una de las callejuelas del pueblo que se quiera.
2) La Ruta del Pueblo Fantasma, de unas dos horas, que se inicia desde la entrada del túnel para tomar un sendero sinuoso lleno de polvo que serpentea montaña arriba. Se pasa por las ruinas amuralladas -muros de contención para la lluvia- de lo que fue la mina de la Purísima Concepción y se llega a la cima donde están las impresionantes ruinas del pueblo: grandes edificaciones, tiros de minas, un pozo enorme y profundo, y cuartos para guardar pólvora. Al parecer aquí construyeron sus casas mineros y capataces para estar más cerca de las minas a las que iban a trabajar. Las vistas panorámicas desde el Pueblo Fantasma son impresionantes. Esta ruta era también la antigua entrada al pueblo antes de que existiera el túnel.
y 3) La Ruta del Quemado de unas 5 horas de duración (3 subiendo y 2 bajando) que hicimos a caballo con "el guía Bernardino y su borrico". La subida al cerro Quemado es magnífica, adentrándose por paisajes áridos, secos, desérticos, tanto llanos como montañosos de la Sierra Madre y pasando de montaña a montaña, de ruinas de minas a manantiales de agua, de acueductos a álamos, yucas o palmas, de montañas magníficas a valles esplendorosos. Millones de plantas crecen por aquí, unas curativas y otras no, según Bernardino, y nos enseñó dos de ellas: la Flor de Castilla o la cimarrona, y la Flor de San Nicolás o la garañona. Al final divisamos ya el Cerro Quemado en forma de elefante y hacia allí nos dirigimos. Un poco más arriba vimos la Estación de 14 -la plata iba de la mina del Pueblo Fantasma a esta estación camino de Veracruz-, el Valle del Desierto y el Cerro de la Bufa. Seguimos subiendo y dejamos los caballos a descansar mientras encarábamos "a patita" la última "subidita" al Cerro Sagrado del Quinto Sol, que es como llaman los indios huicholes al Quemado. Hasta aquí peregrinan para encontrar su planta sagrada, el peyote (un cactus alucinógeno). Estábamos en plena reserva ecológica Wiricuta en el llamado Desierto del Catorce. Los huicholes vienen hasta aquí desde sus tierras al norte de Jalisco y atraviesan desiertos y montañas (hasta 400 km, ¡qué bárbaros!) para hacer sus ofrendas y ceremonias. Según Bernardino, los huicholes comen el peyote en cada ceremonia que hacen, igual que los católicos toman la hostia. Llegamos a la cima donde se ubica el santuario o centro ceremonial de los indígenas, con su altar, su Dios en relieve, la Virgen de Guadalupe "porque también son católicos" y un pequeño "cerrito con ofrenditas". Allí extasiados por la belleza ¡ay, qué pasada, qué paisajes!, disfrutamos de las vistas, y "agarramos la suficiente energía" para el camino de vuelta.
Y además está la Ruta del Cerro Grande -la más larga (unas 7 horas) que lleva a ese cerro, el más alto de por aquí (3.180 m)- o el espectacular descenso a la Estación de 14 (14 km) y más allá, al puro desierto, para los que quieran "aventurarse por la Sierra del 14, seguir la ruta de los antiguos gambusinos o buscones de vetas y conocer antiguos vestigios mineros".

Hoy viernes 19 de abril hemos vuelto a San Luis y mañana viajaremos hasta Guanajuato, en lo que será el último tramo de nuestro viaje.


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