martes, 29 de octubre de 2013

34 Obras de la Colección Cisneros se incorporan al Museo Reina Sofía

 
 
 
·        El importante depósito permite que las  piezas formen parte del discurso de la Colección
 
 
L.M.A.
 
 
Un conjunto de treinta y cuatro obras componen el depósito de la Colección Patricia Phelps de Cisneros que desde este lunes podrá contemplar el público que visite las salas de la Colección del Museo Reina Sofía.
 
En concreto, las obras quedan enmarcadas en el recorrido del segundo tramo de la colección bajo el título de ¿La guerra ha terminado? Arte en un mundo dividido (1945-1968). Con ello queda establecido un eslabón fundamental en el complejo diagrama del arte de la segunda mitad del siglo XX y se pone de manifiesto que el “arte en un mundo dividido”  no remite al binomio de la Guerra Fría sino a un mundo complejo formado por piezas esparcidas por el mundo.
 
Este importante depósito se compone de un grupo de obras de arte contemporáneo latinoamericano de indudable valor y calado internacional, que aporta un profundo conocimiento acerca de un período y una zona del mundo a menudo ignorada por la historiografía tradicional. Si antes este arte fue considerado marginal, hoy la Colección Cisneros confirma que era precisamente en esos márgenes del mapamundi en los que se jugaba, en gran medida, el destino del desarrollo posterior del arte y la sociedad.
 
El poder mostrar estos trabajos gracias al generoso apoyo de la Colección Patricia Phelps de Cisneros pone de manifiesto el esfuerzo que viene  realizando el Museo para  reactivar  capítulos de la historia del arte antes erróneamente considerados subalternos o derivativos, como el del arte procedente de América Latina.
 
Las obras de Colección Cisneros se han instalado dentro de un contexto histórico determinado: el de las salas que recogen el auge de la pintura estadounidense y su impacto, el momento en que “Nueva York robó la idea de arte moderno”. Como contrapunto a ese mundo, aparentemente unívoco y marcado por un dogma triunfante dictado desde el Norte, la Colección Cisneros despliega una serie de propuestas que, procedentes también de entornos urbanos (Montevideo, Buenos Aires, Caracas, São Paulo, Río de Janeiro),  reformularon esa idea de arte desde nuevas perspectivas. A las 35 piezas que han sido depositadas,  se han añadido algunas otras pertenecientes a los fondos del Museo, que completan y enriquecen la narración. La instalación se ha repartido en dos salas de la planta cuarta del Edificio Sabatini, espacios que dialogan entre sí y con el resto de obras que se despliegan en su entorno:
 
Un primer espacio  (Colección Cisneros 1. La abstracción concreta) está dedicado a la vertiente geométrica, al arte concreto y neoconcreto; términos recuperados, en clara disyuntiva lingüística, en oposición a la citada preeminencia del expresionismo abstracto. Frente al lenguaje lírico o dramático, individual e irrepetible procedente de Estados Unidos, el neoconcretismo se afirmaba como un giro especulativo, colectivo y utópico en obras como las de Willys de Castro, Alejandro Otero o Hélio Oiticica. Son piezas que muestran, a pesar de su aparente hermetismo, ritmos internos y movimientos centrífugos; herramientas que dejan ver un interés por el juego y buscan de manera silenciosa al espectador al tiempo que desvelan cómo la matemática aplicada al arte no es solo sinónimo de frialdad.  
 
La segunda sala (Colección Cisneros 2. Movimiento y participación) recoge líneas de fuga que alcanzan al arte óptico y cinético y acoge la evolución de creadores activos en una línea más organicista, la que introduce fisuras en el canon creado por la abstracción geométrica, que muchos consideraron aislada de una realidad caliente como la de la compleja situación política y social del continente austral a partir de la década de 1960. Gego, Jesús Soto o Mira Schendel rompieron con el peligro de la congelación de la imagen de una “América fría” y se abrieron hacia un nuevo y vibrante horizonte: el de la participación del espectador. Estas nuevas tramas geométricas, más que encerrar y reducir el mundo, lo expanden, como sugiere, ya desde sus título, las Malhas da liberdade de Cildo Meireles, obra que parece romper con sutileza la cuadrícula, el signo de la modernidad confiada del período de entreguerras.
 
 
La imagen que asalta al visitante de estas salas es la de un diálogo trasatlántico: el del desembarco de los modelos del arte geométrico europeo, como la Bauhaus, el grupo De Stijl, el suprematismo o el constructivismo. A su llegada a América Latina, estas propuestas se reactivaron y quemaron los puentes con el territorio de las antiguas metrópolis para hacer de la experiencia concreta una invención, un nuevo terreno para explorar, un lenguaje con vocación de universalidad pero que mostraba fuertes vínculos con lo local. De ese modo, la Colección Cisneros recupera un eslabón perdido de la historia del arte: se sitúa como enlace entre el arte europeo; en este sentido la presentación acoge obras de Josef Albers y Max Bill  y la abstracción hard-edge y pospictórica que anunciaría un nuevo paradigma en la pintura norteamericana.
 
 
Hay que destacar también, que la instalación de la Colección Cisneros en las salas del Edificio Sabatini, da lugar a diálogos cruzados con otras narraciones presentes en el Museo, como la influencia de la obra de Jorge Oteiza en América Latina, el capítulo los conceptualismos latinoamericanos o el movimiento tropicalista, con importante presencia en el tramo siguiente de la colección.
 
 
Esta presentación nace de la estrecha colaboración con la Fundación Cisneros y del vínculo creado entre el Museo y Patricia Phelps de Cisneros, patrona de la Fundación Museo Reina Sofía.
 
 

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