martes, 10 de noviembre de 2015

"Turba sin Dios", cuadro "exiliado" de Francisco Soria Aedo. Comunicación de Elisa Sáez Angulo en 2013


"Turba sin Dios" (1934), óleo de Francisco Soria Aedo 

Elisa Sáez Angulo

10.11.15 .- Madrid .- Elisa Sáez Angulo (Uruñuela, La Rioja, 1950 - Madrid, 2015) era licenciada en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid. Estudió los cursos de Arte Sacro en Escuelas de Madrid y Alcalá de Henares e imparte conferencias de arte sacro en el Aula de San Ginés y otros foros. Era miembro de la Asociación Española de Crítica de Arte, AECA, y en 2013 participó en el Congreso sobre Arte y Mujer, que tuvo lugar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía de la capital de España en 2013.

Tras el fallecimiento de la autora, reproducimos , por su interés, su comunicación en el Congreso de Arte Político que, organizado por la Asociación Española de críticos de Arte, AECA/Spain, tuvo lugar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid.

Sinopsis:

"Turba sin Dios", del pintor Francisco Soria Aedo, cuadro comprometido y “exiliado” por avatares políticos en la España de 1936

Francisco Soria Aedo (Granada, 1898 – Madrid, 1965) pintó uno de sus cuadros de gran formato más célebres y polémicos, un óleo titulado Turba sin Dios (230 x 300 cm.) en 1934, que representaba una escena de género: la destrucción brutal de arte religioso por unos ciudadanos. El cuadro, por la denuncia de los hechos, resultaba comprometido e incómodo a medida que la situación político social, pre-revolucionaria de los años 30 en España, se tensaba hasta desembocar en la guerra civil de 1936 -39. El autor presentó Turba sin Dios a la Exposición Nacional de Bellas Artes en 1934, donde fue motivo de controversia política e hizo que se censurara el título y pasara a llamarse “Composición”. Pese a todo, la pintura logró 19 votos para Medalla de Honor, en medio de una polémica política y social encendida. A partir de este momento, en determinados ambientes políticos y profesionales del arte, se consideró a Soria Aedo monárquico y enemigo de la República por trabajar para el duque del Infantado y pintar temas sacros. La izquierda política hizo una conspiración contra él, de la que más adelante derivaría una pena de muerte.
Para evitar posibles represalias personales por parte de aquellos a quienes denunciaba el cuadro, Soria Aedo –que, al estallar la guerra civil, se resistía a salir del país -por su dispersa situación familiar- como le sugerían algunos colegas que se iban de Madrid, permitió de la mano de su maestro y colega José María López Mezquita (Granada, 1883 – Madrid, 1954) y de Pedro Antonio -Martínez Expósito- (Pulpí. Almería, 1886 – Río de Janeiro, 1965) sacar de España la pintura Turba sin Dios que, junto con otros cuadros como el  titulado “Pepita”, salió hacia Nueva York en 1936, donde se expuso, además de en otras ciudades del norte y del sur de América. Finalmente Turba sin Dios fue depositado por Pedro Antonio en el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo, Brasil, donde halló refugio. Allí permaneció hasta 1972, en el que al fin la familia de Soria Aedo pudo obtenerlo después de sucesivas reclamaciones y avatares.
El pintor Francisco Soria Aedo, condenado a muerte durante la guerra civil –aunque la pena no se llegó a ejecutar- por su trayectoria profesional. No pudo volver a ver la pintura Turba sin Dios; falleció en 1965. Después de la contienda bélica, el cuadro siguió siendo incómodo para regresar a España, cuando ya nadie quería rememorar las escenas de destrucción de arte sacro. Hacer volver el cuadro a Madrid fue trabajoso, pero al fin se logró. Turba sin Dios permanece hoy en la colección privada de la familia, consciente de que una obra testimonio como esta debiera de figurar en un museo nacional, por ello no lo vendieron en su día a las propuestas del Museo de Arte Moderno de Sao Paulo, ni a la del Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA, al poco de devolver el Guernica.

Conclusión: los temas incómodos en el arte -los políticamente incorrectos- acaban por pasar factura a los autores por el concepto implícito o difusión de una denuncia concreta, diferente a la ideología en el poder, aunque ser una pintura de factura magistral. El sectarismo se impone. En suma, censura o ataque a la libertad de expresión, bajo la excusa de lo políticamente correcto. El asunto no es nuevo en la Historia del Arte; otros cuadros incómodos desde el punto de vista político y social han traído consecuencias nocivas para sus autores.
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Comunicación para el Congreso de Arte Político en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid

            Turba sin Dios es una pintura al óleo de gran formato (230 x 300 cm.) que representa la destrucción con saña de un gran Cristo crucificado por una turba de hombres  y mujeres enfebrecidos y alocados a juzgar por sus miradas, que llevan en sus manos todos los elementos para su destrucción: una soga en el cuello del crucificado para tirar de ella y degollar la imagen, una gran piedra para destrozar el cuerpo, una tea de fuego para la quema de la iglesia y la estatua y unas tenazas para destruirlo. Uno de los agresores, con una venda en la frente, viste ornamentos sagrados expoliados con mofa y escarnio y aparece en el ángulo lateral izquierdo de la escena representada. Nada menos que once figuras, cinco a un lado y seis al otro del cuadro, que rodean al Cristo como duodécima figura de la composición. Algunas de estas figuras podrían verse mejor tras una limpieza necesaria del cuadro.

            Pintado por Franisco Soria Aedo en 1934,  el cuadro –algo necesitado de limpieza- resulta impresionante, por su expresividad y audaz composición; el dibujo de las figuras con rostros rotundos trae a la memoria al mejor Velázquez de “La fragua de Vulcano”, por sus contundentes personajes. Grandes figuras en una suerte de ritmo oval y otras en segundo plano en el ángulo superior  izquierdo dan vida a la escena en la que se ve a Cristo, una talla de  gran crucificado muerto –ya que tiene los párpados cerrados-, paño de pureza blanco y las tres potencias en metal en la cabeza, símbolo de la divinidad trinitaria; su color es perfecto en cuanto refleja el barniz de una escultura y no la carnalidad de los hombres. La escultura del Crucificado representada está situada en el centro del primer plano, sobre el suelo de una calle y en torno a él, las figuras restantes de ciudadanos – a modo de sayones de la Pasión- que agreden la integridad física de la imagen: uno ataca con unas tenazas junto a la mano derecha del crucificado, como si quisiera golpear y destrozar la imagen; junto a él una mujer de negro –segundo personaje- que tira con fuerza de una cuerda con la que pretende descoyuntar al Cristo; el tercero lleva una tea en la mano incendiar la iglesia y el arte sacro; un cuarto hombre sostiene en sus manos una gran piedra con un gesto sañudo de ir a lanzarla contra el rostro del Crucificado, al tiempo que pisa y se apoya con el pie izquierdo en el cuerpo de la imagen. Finalmente un quinto personaje, con una venda en la cabeza, revestido de una dalmática, mira para atrás de la escena en actitud de acecho vigilante o a la espera de ayuda de otros expoliadores. Las otras tres figuras, en el ángulo superior izquierdo, miran con ojos alucinados la escena principal del cuadro. Uno de ellos sostiene una custodia en sus manos, objeto igualmente expoliado, que sirve al artista para componer y compensar la composición.

            Todos los objetos sagrados: Crucificado, custodia y dalmática pertenecían a don Íñigo de Arteaga, XVIII duque del Infantado (1905 – 1997), que se los prestó al artista Francisco Soria Aedo, como buen mentor y patrocinador de su trabajo. El duque admiraba la pintura de este artista y fue el aristócrata quien le presentó a otros nobles, incluso al rey Alfonso XIII, para facilitar la posibilidad de que le encargaran un retrato. Infantado también le presentó a diversos pintores entre ellos Pedro Antonio, almeriense arraigado en Madrid, con los que iba a relacionarse en el futuro..

            El cuadro Turba sin Dios trae a la memoria las denuncias de Francisco de Goya en la serie de 82 grabados sobre los Desastres de la Guerra (1808 – 1815), en los que el pintor aragonés denuncia la brutalidad y la barbarie del pueblo, a su vez víctima y verdugo en una contienda civil. Populacho es el título del grabado número 28 de Goya; Bárbaros! el del número 38; Grande hazaña con muertos!, este último título guardaría un paralelismo con el tema del cuadro de Soria Aedo, ya que en Turba sin Dios, el populacho arremete contra una talla de un Cristo muerto, por tanto indefenso como imagen y símbolo de la humanidad nuevamente agredida.
Los Desastres de la Guerra no fueron publicados en los años en que se estamparon, debido a la crítica feroz que la últimas estampas hicieron al régimen absolutista, según indica la historiadora de arte y experta en Goya, Nigel Glendinning (*). Las estampas de Goya reflejan los bajos instintos que la guerra despierta en el pueblo. El título completo de Goya, según el ejemplar de las pruebas de estado, que regaló a Ceán Bermúdez es Fatales consequencias de la sangrienta Guerra en España con Buonaparte. Y otros caprichos enfáticos. El ejemplar se encuentra en el Museo Británico de Londres.   

Como ya reflejara Goya la brutalidad y la saña del populacho, Francisco Soria Aedo lo vuelve a poner de manifiesto en su cuadro Turba sin Dios. En la guerra desaparece con frecuencia la dignidad heroica y en su lugar reaparece la degradación humana como una revelación de la bestia que el hombre lleva consigo si no cultiva el espíritu. La pobre humanidad doliente se transforma en la bruta barbarie del instinto y la ignorancia, espejo deformante de sí misma. En suma, la ausencia de razón y de compasión con el prójimo. La espiral de violencia se desencadena en una dinámica de odios sin perdón y de represalias atroces. Con la guerra, uno de los jinetes del Apocalipsis, la civilización se apaga, en primer lugar la verdad, que se destruye con la propaganda política y vuelve la ley destructora de la selva donde sólo sobrevive el más fuerte. No se puede mirar es el título del grabado goyesco número 26. Harto elocuente.
Han sido numerosos los cuadros de denuncia político- social llevados a cabo en la Historia del Arte, si bien los realizados en el momento presente de los hechos cobran una relevancia más significativa, como sucedió con el cuadro Guernica (1937) de Pablo Picasso, para denunciar el bombardeo alemán sobre el municipio vasco. Un cuadro que ciertos comentaristas señalan como inspirado en el grabado  número 30 de Goya, titulado “Estragos de la Guerra”, por las sucesivas concomitancias: mutilación de cuerpos, mano cortada de uno de los cadáveres, cabeza invertida de un niño, fragmentación de enseres y objetos, caos de composición… Picasso era una esponja gozosa de toda la tradición artística.  También se han establecido comparaciones del Guernica con cuadros de históricas batallas. En arte, la tradición nutre las retinas de los creadores.
Al igual que el cuadro Turba sin Dios, el Guernica tardó en volver a España, por disposición de la familia de Picasso y por desinterés obvio del Gobierno de Franco, dado el tema aludido en el cuadro. La pintura había sido encargada y pagada en su día por el Gobierno de la República de España y por tanto pertenecía al Estado Español. Picasso ya había dispuesto antes –sin título jurídico alguno- que el cuadro permaneciera en custodia en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA, hasta que volviera su país a la democracia. El Guernica llegó a España en 1981 y se colocó bajo cristal blindado en el Casón del Buen Retiro, todavía por temor a que fuera agredido por los viejos rencores de la guerra civil. Hoy figura en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, sin protección especial, con simple cordón disuasorio de cercanía, como otras obras que por distintas razones lo requieren.

Dos cuadros por tanto, Guernica y Turba sin Dios, revelan hechos distintos de los dos bandos contendientes en la guerra civil, si bien el bombardeo de Guernica fue obra de la Alemania de Hitler, país afín al régimen de Franco. El Guernica está hoy en un museo nacional español, no así Turba sin Dios, que permanece en la colección particular de la familia Aguilar Soria, cuando debiera de estar igualmente en un museo nacional por su buena factura artística y para mostrar en pintura unos hechos que revelan hasta donde se alimentaron y llegaron los rencores  y la crueldad de los ciudadanos dos años antes de la contienda de l936.

La diferencia entre ambos cuadros radica entre otras cosas, en que el Guernica fue un encargo de Josep Renau, director general de Bellas Artes y, por tanto, pagado por el Gobierno de la República; no sabemos si Picasso lo hubiera pintado de no darse esa circunstancia por medio, ya que no se le conocen otros cuadros de denuncia similar, salvo “Masacre en Corea” (1951), remedo de “Los fusilamientos de la Moncloa” de Goya. Turba sin Dios, por el contrario, fue una obra que el autor Francisco Soria Aedo pintó voluntariamente sin acicate económico alguno, tras presenciar en la calle una escena real similar a la representada en el cuadro, según contaba el autor, corroborado por su hija Fernanda, también pintora. Cuadro que Soria Aedo tuvo la valentía de presentar en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934, sin pensar que pudiera ser calificado de provocación, como de hecho lo fue y se le exigió un cambio de t. rtista Aedotor, rid y en 1929 del 36o buen mentor de su trabajo autor y coleccionista Luis     Albas.ítulo. Soria Aedo tenía 36 años cuando pintó y presentó Turba sin Dios en público.

“La controversia sobre el cuadro Turba sin Dios, unida a los entonces recientes éxitos de Soria Aedo (en 1924 había conseguido la Segunda Medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid y en 1929, la Primera Medalla de la Exposición Internacional de Barcelona), a sus cuadros de tema religioso y a la protección que la Casa del Infantado ejercía sobre el artista, creó una conspiración en la sombra contra el pintor, que culminará durante la Guerra Civil”, declara Alejandro Aguilar Soria, nieto de Soria Aedo. Al autor de Turba sin Dios, se le tachó de monárquico, por tener como admirador y mentor al Duque del Infantado. La realidad era que Francisco Soria Aedo era un hombre liberal, de familia conservadora y católico de convicción.  Una parte de la izquierda española de aquella etapa prerrevolucionaria consideraba la religión como “opio del pueblo”  -a decir de Carlos Marx- y por tanto inconveniente para los objetivos políticos propios.

Algunos conservadores de museo o comentaristas críticos que han visto en la actualidad el cuadro Turba sin Dios han alegado que “no era el momento de sacarlo a la luz”. Se trata de un cuadro demasiado potente, rotundo y claro, que crea cierta incomodidad en los vacilantes que lo contemplan y temen la posible reacción de aquellos que también lo puedan ver. En suma, se trata de un cuadro políticamente incorrecto para los tiempos que corren y que, por tanto, en España sólo se ha expuesto en dos ocasiones: una en la citada exposición Nacional de Bellas Artes de 1934 y otra, en la Exposición del Centro Artístico y Literario de Granada. Hasta ahora, donde más tiempo se pudo contemplar fue en el Museu de Arte Moderna de Sao Paulo, MAN desde 1945 a 1972 en que regresó a Madrid.


Podrían citarse otros numerosos cuadros de denuncia bélica o político social, ahora no relacionados con  la guerra civil de 1936, como por ejemplo “La cuerda de presos” (1901) de López Mezquita, maestro de Soria Aedo, que se encuentra en el Museo Reina Sofía y que de seguro conocería el pintor discípulo que nos ocupa. Junto a “La cuerda de presos” -donde personajes anónimos aparecen como víctimas, no como agresores- en el Museo Reina Sofía debiera de figurar hoy Turba sin Dios de Soria Aedo.

Opiniones críticas

Si nos remontamos atrás, veremos cuadros testimonio de una contienda bélica como “La rendición de Breda” o “Las Lanzas” (1634-35), de Diego Velázquez; “El 2 de mayo” y “Los fusilamientos del 3 de Mayo” (1813-14), de Francisco de Goya o “Fusilamiento de Torrijos” (1888), de Antonio Gisbert.
Estos últimos cuadros citados hacen más bien alusión a la respuesta del poder, de los vencedores en suma, y parecen molestar menos que cuando se alude al pueblo como protagonista de la violencia, algo que sucede en los grabados de Goya del XIX o en el cuadro Turba sin Dios de Soria Aedo. En este último cuadro “la imagen del espejo (sobre el absurdo de la barbarie) parece más cercana y por tanto dolorosa”. C. Barberán escribe a propósito del cuadro Turba sin Dios:
“Soria Aedo, a modo de aquellos pintores romanos de que nos habla Quintiliano, ha pintado con tal relieve la historia de este turbio momento español, que el asunto viene a ser algo así como la túnica ensangrentada de Julio César expuesta ante los ojos del pueblo. De ahí, una vez mas, esperemos confiados ese día de mañana que le aguarda a la obra de este artista. La perspectiva no puede serle más espléndida” (*).

            La composición del cuadro Turba sin Dios es de una rotundidad magistral. “Existe una ausencia absoluta de todo detallismo fotográfico, y en cambio prevalece en él una robustez en la concepción, una expresión de personalidad, magníficamente acusada”, dice de el pintor Alejandro Aguilar Soria. también pintor. “El ambiente del cuadro en su conjunto, el desgarre de sus personajes, son una emoción goyesca auténtica” (*), añade.

El cromatismo del cuadro Turba sin Dios es de gran brillantez y belleza, lo que demuestra la maestría del autor al administrar el color con los pinceles. Una paleta que registra toda la gradación de valores pictóricos aplicados con gran calidad técnica. “El color es el motor de mi pintura”, según propia declaración del autor. No hay que olvidar que Francisco Soria Aedo obtuvo la plaza de la “Cátedra de Colorido” en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando, cargo docente que ocuparía durante de 1947 a 1965. Tampoco hay que olvidar que el aprendizaje de Soria Aedo venía en principio de su maestro, también granadino, José María López Mezquita, del que aprendió las interpretaciones simbólicas y literarias en la pintura. Los valores cromáticos los perfeccionó más adelante en Valencia, durante la guerra civil, con la visión y estudio de la pintura de Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 – Cercedilla, Madrid, 1923).

La evolución de Soria Aedo en la pintura fue evidente, desde la tradición académica a la audacia de la modernidad; desde el clasicismo al expresionismo más radical. Sus colores expresivos y vivos en el cuadro Turba sin Dios (aunque bien merece una limpieza) revelan todo el servicio que prestan al tema representado. Como señala Karl Kraus: “lo que nace con el tema, muere con el tema, mientras que lo que nace con el lenguaje vive con él”.  El arte no debe buscar por encima de todo la representación de la forma, sino ser forma él mismo, y eso sólo se consigue con el lenguaje propio. Soria Aedo ha logrado una pintura magnífica en cuanto a valores plásticos, al tiempo que ofrecía un testimonio y denuncia de una situación político-social terrible, que habría de desembocar en una guerra letal.                  Fondo y forma se imbrican porque, al decir de Aristóteles, no puede darse el uno sin la otra sin solución de continuidad. Junto a Karl Kraus cabe aducir que el arte, además de forma, es también comunicación sea en forma figurativa o abstracta. En el caso que nos ocupa se trata de una escena trágicamente cotidiana en los años 30 en España durante la II República, como lo acreditan numerosos testimonios escritos, entre ellos el del escritor republicano madrileño Arturo Barea (Badajoz, 1897 – Faringdom, Inglaterra, 1953) en su célebre Trilogía de Madrid,  de carácter autobiográfico. Su descripción sobre la quema del colegio de las Escuelas Pías de San Fernando en el popular madrileño de Lavapiés, donde él había estudiado, es revelador. Las ruinas de ese convento han permanecido hasta principios de 2000 en que se rehabilitó como biblioteca de la Universidad a Distancia, UNED, por el arquitecto José Ignacio Linazasoro. Se inauguró en 2006.

La noche de la quema de los conventos en Madrid tuvo lugar precisamente en 1934. Fue el año en el que de facto se rompió la Constitución de la II República con distintas actuaciones políticas de su Gobierno, en una deriva imparable.

Es sabido que lo tres grandes azotes del patrimonio histórico español han sido: la afrancesada napoleónica (1808); la desamortización de Mendizábal (1826 -1837) y la guerra civil de 1936. La destrucción del arte sacro que representa y denuncia el cuadro Turba sin Dios de Soria Aedo, se inscribe en el último azote citado, aunque el cuadro se pintara en 1934, dos años antes de que estallara la contienda, porque el ambiente pre-revolucionario durante la II República fue anterior a 1936.

            Destrucción y Arte

            La quema, saqueo y destrucción de iglesias y conventos durante la guerra civil fue un hecho constatado como bien se recoge en el libro editado por el Ministerio de Cultura en tiempos del historiador Javier Tusell de director general de Bellas Artes y Archivos. Retablos barrocos incendiados dejaron vacías numerosas iglesias, monasterios y conventos en toda España,  de modo especial en provincias de Castilla La Mancha, como Guadalajara, Andalucía y la cornisa levantina, la denominada “zona roja”. Junto a esta destrucción por el anticlericalismo y la eclesiofobia de cierta facción de la izquierda, hay que añadir la propia destrucción de arte sacro por familias españolas, que ante el temor a los sucesivos registros de los milicianos en las casas, prefirieron destruir sus imágenes y libros sagrados, para evitar –por el solo hecho de tenerlos- represalias y detenciones, que en ocasiones llevaban a la cárcel y la pena de muerte traducida en fusilamientos. El pintor y crítico de arte Roberto Arche ha contado, que pese a ser de izquierdas, su familia destruyó un espléndido Libro de Horas, por temor a los habituales registros de los milicianos en Madrid. Elisa Angulo Marijuán ha contado que en los años 30 en La Rioja, siendo joven,  no podían ir por la calle con el misal y el velo de cabeza en la mano para entrar en las iglesias, porque era estar expuestas a mofas, vejaciones y escarnios públicos por gente de izquierdas, cuando no de detención y males mayores.

La afirmación de Karl Marx de que “la religión es el opio del pueblo” (*) hecha en 1884, había calado con fuerza en muchos adoctrinados comunistas, que llevaba el aserto a los últimos extremos de querer eliminar todo vestigio religioso de la sociedad y de la historia.

            Lamentablemente la iconoclastia civil o sagrada es una práctica lamentable que se ha percibido a lo largo de la historia, casi siempre movida por el rencor, el fanatismo, el fundamentalismo, el odio o los intereses creados de los que desean imponerse a unas creencia que no van con las propias.  El caso de la destrucción del denominado “arte degenerado” por Hitler en la Alemania nazi es paradigmático. Un ejemplo reciente fue la destrucción de las grandes imágenes e Buda en Afganistán por los fundamentalistas islámicos. En la mayoría de los casos, la destrucción suele ir acompañada del deseo ideológico de la damnatio memoriae, el exterminio de la memoria, que los romanos practicaron como nadie contra culturas anteriores a su presencia, como la de los etruscos y otros pueblos del Lacio.

            Incomoda el espejo del arte, cuando ofrece una imagen propia que no gusta a los hombres. Es una escena estética congelada que refleja lo negativo de sí mismos. Los artistas son valientes cuando representan la realidad de la vida y la ponen delante del espectador, a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella. Los pueblos tienen derecho a la memoria histórica total y no sólo al olvido. La Historia es maestra de la vida, pero los hombres y mujeres somos reacios a su aprendizaje. El testimonio de los unos y los otros artistas, alineados a uno u otro lado de un conflicto, completa la visión de lo sucedido, pero la situación política y social, incluso en sistemas democráticos, inclina de modo sectario la balanza a una visión unilateral, cuando no sectaria, e interpreta de un solo ángulo los hechos, por eso se marginan unos y se revelan otros. Manipulación en suma de vencedores y vencidos en la contienda.

Avatares de la recuperación del cuadro 

            Fueron numerosas las veces que el pintor Francisco Soria Aedo -y tras su fallecimiento, la familia-, intentó traer de nuevo a España su cuadro Turba sin Dios. El autor no lo consiguió en vida, sí lo logró su familia ante la persistencia en la reclamación de la obra.

            Terminada la guerra civil de 1936-39, Francisco Soria Aedo intentó localizar a sus colegas López Mezquita y Pedro Antonio que habían sido los custodios responsable de los dos cuadros salidos de España poco antes de la contienda. Al fin se consiguió contactar con Pedro Antonio, afincado en Brasil y se iniciaron las gestiones para repatriar el cuadro a España. En principio el Gobierno brasileño denegó el permiso de salida alegando que gobernaba el dictador Franco en el país.
           
            Muerto Soria Aedo en 1965, su yerno el doctor Rafael Aguilar Fernández inició de nuevo los contactos y trámites para tratar de recuperar los cuadros del suegro pintor. La mediación de  la orden de los dominicos y en concreto de un padre dominico amigo, permitió agilizar las gestiones en el museo y en Brasil para reenviarlos a España. De hecho, los lienzos llegaron enrollados y pasaron la aduana como si fueran alfombras.

            El Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA se interesó por el cuadro Turba sin Dios y sostuvo conversaciones con la familia Aguilar Soria –heredera del pintor- en 1978 para la adquisición del mismo, pero, dado lo laborioso que había sido su recuperación y el aprecio de la familia por ese específico cuadro que había tenido una historia muy particular de querencia y rechazo, Fernanda Soria, hija del pintor, estimó que no debiera salir de España nuevamente. “Con el trabajo que había costado recuperar el cuadro, no estamos dispuestos a perderlo de nuevo”, declara Alejandro Aguilar Soria, nieto del pintor.

            Resulta curioso que el MoMa, museo que tuvo en su sede largos años el cuadro Guernica de Pablo Picasso, se interesara por Turba sin Dios, cuadro al que algunos han llamado “el otro Guernica”, es decir el cuadro que denuncia la saña revolucionaria y antirreligiosa de una parte de la población española, poco antes de la sublevación del ejército de Franco contra el gobierno de la República.
            También se interesó por su adquisición el mismo Museo de Arte Contemporanea, MAM de Sao Paulo, que lo había custodiado largo tiempo. La respuesta de la familia Soria fue la misma negativa.
             
            “Es un cuadro que hoy debiera figurar en un museo de España, pero los conservadores que lo han visto, no se atreven a la adquisición de un cuadro tan elocuente sobre unos hechos violentos, vandálicos, que precedieron a la guerra civil española. Es como si todavía se temiera ofender ciertas sensibilidades o remover sentimientos de recuerdo doloroso; no se atreven a su adquisición, por temor a la reacción de cierta opinión pública. España guarda todavía excesivas recuerdos, secuelas o rencores que vienen de aquella contienda”, añade Alejandro Aguilar Soria, nieto del artista. “Hay personas todavía implicadas en aquellos hechos vandálicos”.

            Entre tanto el cuadro Turba sin Dios permanece sin exponerse y creciendo en su leyenda oculta. “Composición (1934) es mi mejor cuadro”, declaraba Soria Aedo en las entrevistas que le hacían; él mismo parecía no atreverse a poner el título original de Turba sin Dios.

Turba sin Dios, “el otro Guernica” representa también la historia de España, el ir detrás de las imágenes santas con un cirio o con una vara para destruirlas.

            Conclusión.- Los temas incómodos en el arte -los políticamente incorrectos- acaban por pasar factura a los autores y a las obras artísticas por la difusión de la denuncia o el concepto propuesto, en este caso la actuación revolucionaria  e iconoclasta de una parte del pueblo español en los años 30, en una pintura de factura magistral. En suma, se produce en la sociedad y en los responsables culturales del Estado una suerte de censura más o menos sutil o un claro ataque a la libertad de expresión, bajo la excusa de lo políticamente correcto o incorrecto con arreglo al perfume de los tiempos.
El asunto no es nuevo en la Historia del Arte; otros cuadros incómodos desde el punto de vista político y social han traído consecuencias nocivas para sus autores. En suma, hay un arte que resulta político para las sociedades e ideologías de los partidos que son los que ejercen el poder y que admiten o rechazan obras de arte según sea la consonancia con su filosofía o pensamiento, sin permitir que circulen en sus adquisiciones y museos.
El cuadro Turba sin Dios de Soria Aedo es un caso claro de lo expuesto: el tema incomoda y lo mejor es no entrar en él, pese a la maestría de su ejecución, para evitar posibles comentarios y polémicas en la sociedad de administrados ciudadanos, que son los que confieren el voto de acceso o permanencia en ese poder.

Turba sin Dios es una obra que nació como pintura con escena de género y que se transformó, sin la intención del autor, en arte político; pintura que hablaba y denunciaba el comportamiento de una facción revolucionaria e incontrolada, que atacaba a los creyentes cristianos a través de la destrucción de sus símbolos. Un arte que iba en contra de una de la idea revolucionaria de los años 30, que preconizaba el ataque a la iglesias y afirmaba la destrucción de todos los símbolos religiosos, en pro del supuesto avance de las propias ideas políticas no trascendentes, pero sí violentas. FIN 

FUENTES, BIBLIOGRAFÍA Y HEMEROTECA

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-Aguilera, Emiliano M. : Francisco Soria Aedo

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-Enciclopedia del Arte, 1960
U.R.L.


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