Elisa Sáez Angulo
10.11.15 .- Madrid .- Elisa Sáez Angulo (Uruñuela,
La Rioja, 1950 - Madrid, 2015) era licenciada en Derecho y Ciencias Políticas por la
Universidad Complutense de Madrid. Estudió los cursos de Arte Sacro en Escuelas
de Madrid y Alcalá de Henares e imparte conferencias de arte sacro en el Aula
de San Ginés y otros foros. Era miembro de la Asociación Española de Crítica de
Arte, AECA, y en 2013 participó en el Congreso sobre Arte y Mujer, que tuvo lugar en el Museo Nacional Centro de Arte
Reina Sofía de la capital de España en 2013.
Tras el fallecimiento de la autora, reproducimos , por su interés, su comunicación en el Congreso de Arte Político que, organizado por la Asociación Española de críticos de Arte, AECA/Spain, tuvo lugar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid.
Tras el fallecimiento de la autora, reproducimos , por su interés, su comunicación en el Congreso de Arte Político que, organizado por la Asociación Española de críticos de Arte, AECA/Spain, tuvo lugar en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía en Madrid.
Sinopsis:
"Turba sin
Dios", del pintor Francisco Soria Aedo, cuadro comprometido y “exiliado” por avatares
políticos en la España de 1936
Francisco Soria Aedo
(Granada, 1898 – Madrid, 1965) pintó uno de sus cuadros de gran formato más
célebres y polémicos, un óleo titulado Turba sin Dios (230 x 300 cm.) en 1934,
que representaba una escena de género: la destrucción brutal de arte religioso
por unos ciudadanos. El cuadro, por la denuncia de los hechos, resultaba
comprometido e incómodo a medida que la situación político social, pre-revolucionaria
de los años 30 en España, se tensaba hasta desembocar en la guerra civil de
1936 -39. El autor presentó Turba sin Dios a la Exposición Nacional de Bellas
Artes en 1934, donde fue motivo de controversia política e hizo que se censurara
el título y pasara a llamarse “Composición”. Pese a todo, la pintura logró 19
votos para Medalla de Honor, en medio de una polémica política y social encendida.
A partir de este momento, en determinados ambientes políticos y profesionales
del arte, se consideró a Soria Aedo monárquico y enemigo de la República por
trabajar para el duque del Infantado y pintar temas sacros. La izquierda
política hizo una conspiración contra él, de la que más adelante derivaría una
pena de muerte.
Para evitar posibles
represalias personales por parte de aquellos a quienes denunciaba el cuadro,
Soria Aedo –que, al estallar la guerra civil, se resistía a salir del país -por
su dispersa situación familiar- como le sugerían algunos colegas que se iban de
Madrid, permitió de la mano de su maestro y colega José María López Mezquita
(Granada, 1883 – Madrid, 1954) y de Pedro Antonio -Martínez Expósito- (Pulpí.
Almería, 1886 – Río de Janeiro, 1965) sacar de España la pintura Turba sin Dios
que, junto con otros cuadros como el titulado “Pepita”, salió hacia Nueva York en
1936, donde se expuso, además de en otras ciudades del norte y del sur de
América. Finalmente Turba sin Dios
fue depositado por Pedro Antonio en el Museo de Arte Moderno de Sao Paulo,
Brasil, donde halló refugio. Allí
permaneció hasta 1972, en el que al fin la familia de Soria Aedo pudo obtenerlo
después de sucesivas reclamaciones y avatares.
El pintor Francisco Soria
Aedo, condenado a muerte durante la guerra civil –aunque la pena no se llegó a
ejecutar- por su trayectoria profesional. No pudo volver a ver la pintura Turba
sin Dios; falleció en 1965. Después de la contienda bélica, el cuadro siguió
siendo incómodo para regresar a España, cuando ya nadie quería rememorar las
escenas de destrucción de arte sacro. Hacer volver el cuadro a Madrid fue
trabajoso, pero al fin se logró. Turba sin Dios permanece hoy en la colección privada
de la familia, consciente de que una obra testimonio como esta debiera de
figurar en un museo nacional, por ello no lo vendieron en su día a las
propuestas del Museo de Arte Moderno de Sao Paulo, ni a la del Museo de Arte
Moderno de Nueva York, MoMA, al poco de devolver el Guernica.
Conclusión: los temas
incómodos en el arte -los políticamente incorrectos- acaban por pasar factura a
los autores por el concepto implícito o difusión de una denuncia concreta, diferente
a la ideología en el poder, aunque ser una pintura de factura magistral. El
sectarismo se impone. En suma, censura o ataque a la libertad de expresión,
bajo la excusa de lo políticamente correcto. El asunto no es nuevo en la
Historia del Arte; otros cuadros incómodos desde el punto de vista político y
social han traído consecuencias nocivas para sus autores.
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Comunicación
para el Congreso de Arte Político en el Museo Nacional Centro de Arte Reina
Sofía en Madrid
Turba sin Dios es una pintura al óleo de
gran formato (230 x 300 cm.) que representa la destrucción con saña de un gran
Cristo crucificado por una turba de hombres y mujeres enfebrecidos y alocados a juzgar por
sus miradas, que llevan en sus manos todos los elementos para su destrucción:
una soga en el cuello del crucificado para tirar de ella y degollar la imagen,
una gran piedra para destrozar el cuerpo, una tea de fuego para la quema de la
iglesia y la estatua y unas tenazas para destruirlo. Uno de los agresores, con
una venda en la frente, viste ornamentos sagrados expoliados con mofa y
escarnio y aparece en el ángulo lateral izquierdo de la escena representada.
Nada menos que once figuras, cinco a un lado y seis al otro del cuadro, que
rodean al Cristo como duodécima figura de la composición. Algunas de estas
figuras podrían verse mejor tras una limpieza necesaria del cuadro.
Pintado por Franisco Soria Aedo en 1934, el cuadro –algo necesitado de
limpieza- resulta impresionante, por su expresividad y audaz composición; el
dibujo de las figuras con rostros rotundos trae a la memoria al mejor Velázquez
de “La fragua de Vulcano”, por sus contundentes personajes. Grandes figuras en
una suerte de ritmo oval y otras en segundo plano en el ángulo superior izquierdo dan vida a la escena en la que se
ve a Cristo, una talla de gran
crucificado muerto –ya que tiene los párpados cerrados-, paño de pureza blanco
y las tres potencias en metal en la cabeza, símbolo de la divinidad trinitaria;
su color es perfecto en cuanto refleja el barniz de una escultura y no la carnalidad
de los hombres. La escultura del Crucificado representada está situada en el
centro del primer plano, sobre el suelo de una calle y en torno a él, las
figuras restantes de ciudadanos – a modo de sayones de la Pasión- que agreden
la integridad física de la imagen: uno ataca con unas tenazas junto a la mano
derecha del crucificado, como si quisiera golpear y destrozar la imagen; junto
a él una mujer de negro –segundo personaje- que tira con fuerza de una cuerda
con la que pretende descoyuntar al Cristo; el tercero lleva una tea en la mano
incendiar la iglesia y el arte sacro; un cuarto hombre sostiene en sus manos
una gran piedra con un gesto sañudo de ir a lanzarla contra el rostro del Crucificado,
al tiempo que pisa y se apoya con el pie izquierdo en el cuerpo de la imagen.
Finalmente un quinto personaje, con una venda en la cabeza, revestido de una
dalmática, mira para atrás de la escena en actitud de acecho vigilante o a la espera
de ayuda de otros expoliadores. Las otras tres figuras, en el ángulo superior
izquierdo, miran con ojos alucinados la escena principal del cuadro. Uno de
ellos sostiene una custodia en sus manos, objeto igualmente expoliado, que
sirve al artista para componer y compensar la composición.
Todos
los objetos sagrados: Crucificado, custodia y dalmática pertenecían a don Íñigo
de Arteaga, XVIII duque del Infantado (1905 – 1997), que se los prestó al
artista Francisco Soria Aedo, como buen mentor y patrocinador de su trabajo. El
duque admiraba la pintura de este artista y fue el aristócrata quien le
presentó a otros nobles, incluso al rey Alfonso XIII, para facilitar la
posibilidad de que le encargaran un retrato. Infantado también le presentó a diversos
pintores entre ellos Pedro Antonio, almeriense arraigado en Madrid, con los que
iba a relacionarse en el futuro..
El
cuadro Turba sin Dios trae a la memoria las denuncias de Francisco de Goya en
la serie de 82 grabados sobre los Desastres
de la Guerra (1808 – 1815), en los que el pintor aragonés denuncia la
brutalidad y la barbarie del pueblo, a su vez víctima y verdugo en una
contienda civil. Populacho es el
título del grabado número 28 de Goya; Bárbaros!
el del número 38; Grande hazaña con muertos!, este último título guardaría
un paralelismo con el tema del cuadro de Soria Aedo, ya que en Turba sin Dios, el populacho arremete
contra una talla de un Cristo muerto, por tanto indefenso como imagen y símbolo
de la humanidad nuevamente agredida.
Los Desastres de la Guerra no fueron publicados en los años en que se
estamparon, debido a la crítica feroz que la últimas estampas hicieron al
régimen absolutista, según indica la historiadora de arte y experta en Goya, Nigel
Glendinning (*). Las estampas de Goya reflejan los bajos instintos que la
guerra despierta en el pueblo. El título completo de Goya, según el ejemplar de
las pruebas de estado, que regaló a Ceán Bermúdez es Fatales consequencias de la sangrienta Guerra en España con Buonaparte.
Y otros caprichos enfáticos. El ejemplar se encuentra en el Museo Británico
de Londres.
Como ya reflejara Goya la
brutalidad y la saña del populacho, Francisco Soria Aedo lo vuelve a poner de
manifiesto en su cuadro Turba sin Dios. En la guerra desaparece con frecuencia
la dignidad heroica y en su lugar reaparece la degradación humana como una
revelación de la bestia que el hombre lleva consigo si no cultiva el espíritu.
La pobre humanidad doliente se transforma en la bruta barbarie del instinto y
la ignorancia, espejo deformante de sí misma. En suma, la ausencia de razón y
de compasión con el prójimo. La espiral de violencia se desencadena en una
dinámica de odios sin perdón y de represalias atroces. Con la guerra, uno de
los jinetes del Apocalipsis, la civilización se apaga, en primer lugar la
verdad, que se destruye con la propaganda política y vuelve la ley destructora
de la selva donde sólo sobrevive el más fuerte. No se puede mirar es el título del grabado goyesco número 26. Harto
elocuente.
Han sido numerosos los
cuadros de denuncia político- social llevados a cabo en la Historia del Arte,
si bien los realizados en el momento presente de los hechos cobran una
relevancia más significativa, como sucedió con el cuadro Guernica (1937) de
Pablo Picasso, para denunciar el bombardeo alemán sobre el municipio vasco. Un
cuadro que ciertos comentaristas señalan como inspirado en el grabado número 30 de Goya, titulado “Estragos de la
Guerra”, por las sucesivas concomitancias: mutilación de cuerpos, mano cortada
de uno de los cadáveres, cabeza invertida de un niño, fragmentación de enseres
y objetos, caos de composición… Picasso era una esponja gozosa de toda la
tradición artística. También se han
establecido comparaciones del Guernica
con cuadros de históricas batallas. En arte, la tradición nutre las retinas de
los creadores.
Al igual que el cuadro Turba
sin Dios, el Guernica tardó en volver a España, por disposición de la familia
de Picasso y por desinterés obvio del Gobierno de Franco, dado el tema aludido
en el cuadro. La pintura había sido encargada y pagada en su día por el
Gobierno de la República de España y por tanto pertenecía al Estado Español.
Picasso ya había dispuesto antes –sin título jurídico alguno- que el cuadro
permaneciera en custodia en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA, hasta
que volviera su país a la democracia. El Guernica llegó a España en 1981 y se
colocó bajo cristal blindado en el Casón del Buen Retiro, todavía por temor a
que fuera agredido por los viejos rencores de la guerra civil. Hoy figura en el
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, sin protección especial, con simple
cordón disuasorio de cercanía, como otras obras que por distintas razones lo
requieren.
Dos cuadros por tanto, Guernica
y Turba sin Dios, revelan hechos distintos de los dos bandos contendientes en
la guerra civil, si bien el bombardeo de Guernica fue obra de la Alemania de
Hitler, país afín al régimen de Franco. El Guernica está hoy en un museo
nacional español, no así Turba sin Dios,
que permanece en la colección particular de la familia Aguilar Soria, cuando
debiera de estar igualmente en un museo nacional por su buena factura artística
y para mostrar en pintura unos hechos que revelan hasta donde se alimentaron y
llegaron los rencores y la crueldad de
los ciudadanos dos años antes de la contienda de l936.
La diferencia entre ambos
cuadros radica entre otras cosas, en que el Guernica fue un encargo de Josep Renau,
director general de Bellas Artes y, por tanto, pagado por el Gobierno de la
República; no sabemos si Picasso lo hubiera pintado de no darse esa
circunstancia por medio, ya que no se le conocen otros cuadros de denuncia
similar, salvo “Masacre en Corea” (1951), remedo de “Los fusilamientos de la
Moncloa” de Goya. Turba sin Dios, por
el contrario, fue una obra que el autor Francisco Soria Aedo pintó voluntariamente
sin acicate económico alguno, tras presenciar en la calle una escena real
similar a la representada en el cuadro, según contaba el autor, corroborado por
su hija Fernanda, también pintora. Cuadro que Soria Aedo tuvo la valentía de
presentar en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1934, sin pensar que pudiera
ser calificado de provocación, como
de hecho lo fue y se le exigió un cambio de t ítulo.
Soria Aedo tenía 36 años cuando pintó y presentó Turba sin Dios en público.
“La controversia sobre el
cuadro Turba sin Dios, unida a los entonces
recientes éxitos de Soria Aedo (en 1924 había conseguido la Segunda Medalla de
la Exposición Nacional de Bellas Artes en Madrid y en 1929, la Primera Medalla
de la Exposición Internacional de Barcelona), a sus cuadros de tema religioso y
a la protección que la Casa del Infantado ejercía sobre el artista, creó una
conspiración en la sombra contra el pintor, que culminará durante la Guerra
Civil”, declara Alejandro Aguilar Soria, nieto de Soria Aedo. Al autor de Turba
sin Dios, se le tachó de monárquico, por tener como admirador y mentor al Duque
del Infantado. La realidad era que Francisco Soria Aedo era un hombre liberal, de
familia conservadora y católico de convicción. Una parte de la izquierda española de aquella
etapa prerrevolucionaria consideraba la religión como “opio del pueblo” -a decir de Carlos Marx- y por tanto
inconveniente para los objetivos políticos propios.
Algunos conservadores
de museo o comentaristas críticos que han visto en la actualidad el cuadro Turba
sin Dios han alegado
que “no era el momento de sacarlo a la luz”. Se trata de un cuadro demasiado
potente, rotundo y claro, que crea cierta incomodidad en los vacilantes que lo
contemplan y temen la posible reacción de aquellos que también lo puedan ver.
En suma, se trata de un cuadro políticamente
incorrecto para los tiempos que corren y que, por tanto, en España sólo se
ha expuesto en dos ocasiones: una en la citada exposición Nacional de Bellas
Artes de 1934 y otra, en la Exposición del Centro Artístico y Literario de
Granada. Hasta ahora, donde más
tiempo se pudo contemplar fue en el Museu de Arte Moderna de Sao Paulo, MAN desde
1945 a 1972 en que regresó a Madrid.
Podrían citarse otros numerosos
cuadros de denuncia bélica o político social, ahora no relacionados con la guerra civil de 1936, como por ejemplo “La
cuerda de presos” (1901) de López Mezquita, maestro de Soria Aedo, que se
encuentra en el Museo Reina Sofía y que de seguro conocería el pintor discípulo
que nos ocupa. Junto a “La cuerda de presos” -donde personajes anónimos
aparecen como víctimas, no como agresores- en el Museo Reina Sofía debiera de
figurar hoy Turba sin Dios de Soria
Aedo.
Opiniones críticas
Si nos remontamos atrás, veremos
cuadros testimonio de una contienda bélica como “La rendición de Breda” o “Las
Lanzas” (1634-35), de Diego Velázquez; “El 2 de mayo” y “Los fusilamientos del
3 de Mayo” (1813-14), de Francisco de Goya o “Fusilamiento de Torrijos” (1888),
de Antonio Gisbert.
Estos últimos cuadros
citados hacen más bien alusión a la respuesta del poder, de los vencedores en
suma, y parecen molestar menos que cuando se alude al pueblo como protagonista
de la violencia, algo que sucede en los grabados de Goya del XIX o en el cuadro
Turba sin Dios de Soria Aedo. En este último cuadro “la imagen del espejo (sobre
el absurdo de la barbarie) parece más cercana y por tanto dolorosa”. C.
Barberán escribe a propósito del cuadro Turba
sin Dios:
“Soria Aedo, a modo de
aquellos pintores romanos de que nos habla Quintiliano, ha pintado con tal
relieve la historia de este turbio momento español, que el asunto viene a ser
algo así como la túnica ensangrentada de Julio César expuesta ante los ojos del
pueblo. De ahí, una vez mas, esperemos confiados ese día de mañana que le
aguarda a la obra de este artista. La perspectiva no puede serle más
espléndida” (*).
La composición del cuadro Turba
sin Dios es de una rotundidad magistral. “Existe una ausencia absoluta de
todo detallismo fotográfico, y en cambio prevalece en él una robustez en la
concepción, una expresión de personalidad, magníficamente acusada”, dice de el
pintor Alejandro Aguilar Soria. también pintor. “El ambiente del cuadro en su
conjunto, el desgarre de sus personajes, son una emoción goyesca auténtica” (*),
añade.
El cromatismo del cuadro Turba sin Dios es de gran brillantez y
belleza, lo que demuestra la maestría del autor al administrar el color con los
pinceles. Una paleta que registra toda la gradación de valores pictóricos
aplicados con gran calidad técnica. “El color es el motor de mi pintura”, según
propia declaración del autor. No hay que olvidar que Francisco Soria Aedo
obtuvo la plaza de la “Cátedra de Colorido” en la Escuela Superior de Bellas
Artes de San Fernando, cargo docente que ocuparía durante de 1947 a 1965. Tampoco
hay que olvidar que el aprendizaje de Soria Aedo venía en principio de su
maestro, también granadino, José María López Mezquita, del que aprendió las
interpretaciones simbólicas y literarias en la pintura. Los valores cromáticos
los perfeccionó más adelante en Valencia, durante la guerra civil, con la
visión y estudio de la pintura de Joaquín Sorolla (Valencia, 1863 – Cercedilla,
Madrid, 1923).
La evolución de Soria Aedo en
la pintura fue evidente, desde la tradición académica a la audacia de la
modernidad; desde el clasicismo al expresionismo más radical. Sus colores
expresivos y vivos en el cuadro Turba sin
Dios (aunque bien merece una limpieza) revelan todo el servicio que prestan
al tema representado. Como señala Karl Kraus: “lo que nace con el tema, muere
con el tema, mientras que lo que nace con el lenguaje vive con él”. El arte no debe buscar por encima de todo la
representación de la forma, sino ser forma él mismo, y eso sólo se consigue con
el lenguaje propio. Soria Aedo ha logrado una pintura magnífica en cuanto a
valores plásticos, al tiempo que ofrecía un testimonio y denuncia de una
situación político-social terrible, que habría de desembocar en una guerra
letal. Fondo y forma se imbrican porque,
al decir de Aristóteles, no puede darse el uno sin la otra sin solución de
continuidad. Junto a Karl Kraus cabe aducir que el arte, además de forma, es
también comunicación sea en forma figurativa o abstracta. En el caso que nos
ocupa se trata de una escena trágicamente cotidiana en los años 30 en España
durante la II República, como lo acreditan numerosos testimonios escritos,
entre ellos el del escritor republicano madrileño Arturo Barea (Badajoz, 1897 –
Faringdom, Inglaterra, 1953) en su célebre Trilogía
de Madrid, de carácter
autobiográfico. Su descripción sobre
la quema del colegio de las Escuelas Pías de San Fernando en el popular
madrileño de Lavapiés, donde él había estudiado, es revelador. Las ruinas de
ese convento han permanecido hasta principios de 2000 en que se rehabilitó como
biblioteca de la Universidad a Distancia, UNED, por el arquitecto José Ignacio
Linazasoro. Se inauguró en 2006.
La noche de la quema de los conventos en Madrid tuvo lugar
precisamente en 1934. Fue el año en el que de facto se rompió la Constitución
de la II República con distintas actuaciones políticas de su Gobierno, en una
deriva imparable.
Es sabido que lo tres
grandes azotes del patrimonio histórico español han sido: la afrancesada napoleónica
(1808); la desamortización de Mendizábal (1826 -1837) y la guerra civil de 1936.
La destrucción del arte sacro que representa y denuncia el cuadro Turba sin Dios de Soria Aedo, se
inscribe en el último azote citado, aunque el cuadro se pintara en 1934, dos
años antes de que estallara la contienda, porque el ambiente pre-revolucionario
durante la II República fue anterior a 1936.
Destrucción y Arte
La
quema, saqueo y destrucción de iglesias y conventos durante la guerra civil fue
un hecho constatado como bien se recoge en el libro editado por el Ministerio
de Cultura en tiempos del historiador Javier Tusell de director general de
Bellas Artes y Archivos. Retablos barrocos incendiados dejaron vacías numerosas
iglesias, monasterios y conventos en toda España, de modo especial en provincias de Castilla La
Mancha, como Guadalajara, Andalucía y la cornisa levantina, la denominada “zona
roja”. Junto a esta destrucción por el anticlericalismo y la eclesiofobia de
cierta facción de la izquierda, hay que añadir la propia destrucción de arte
sacro por familias españolas, que ante el temor a los sucesivos registros de
los milicianos en las casas, prefirieron destruir sus imágenes y libros sagrados,
para evitar –por el solo hecho de tenerlos- represalias y detenciones, que en
ocasiones llevaban a la cárcel y la pena de muerte traducida en fusilamientos.
El pintor y crítico de arte Roberto Arche ha contado, que pese a ser de
izquierdas, su familia destruyó un espléndido Libro de Horas, por temor a los habituales registros de los milicianos
en Madrid. Elisa Angulo Marijuán ha contado que en los años 30 en La Rioja,
siendo joven, no podían ir por la calle
con el misal y el velo de cabeza en la mano para entrar en las iglesias, porque
era estar expuestas a mofas, vejaciones y escarnios públicos por gente de izquierdas,
cuando no de detención y males mayores.
La afirmación de Karl Marx
de que “la religión es el opio del pueblo” (*) hecha en 1884, había calado con
fuerza en muchos adoctrinados comunistas, que llevaba el aserto a los últimos
extremos de querer eliminar todo vestigio religioso de la sociedad y de la
historia.
Lamentablemente
la iconoclastia civil o sagrada es una práctica lamentable que se ha percibido
a lo largo de la historia, casi siempre movida por el rencor, el fanatismo, el
fundamentalismo, el odio o los intereses creados de los que desean imponerse a
unas creencia que no van con las propias. El caso de la destrucción del denominado “arte
degenerado” por Hitler en la Alemania nazi es paradigmático. Un ejemplo
reciente fue la destrucción de las grandes imágenes e Buda en Afganistán por
los fundamentalistas islámicos. En la mayoría de los casos, la destrucción
suele ir acompañada del deseo ideológico de la damnatio memoriae, el exterminio de la memoria, que los romanos
practicaron como nadie contra culturas anteriores a su presencia, como la de los
etruscos y otros pueblos del Lacio.
Incomoda
el espejo del arte, cuando ofrece una imagen propia que no gusta a los hombres.
Es una escena estética congelada que refleja lo negativo de sí mismos. Los
artistas son valientes cuando representan la realidad de la vida y la ponen
delante del espectador, a tiempo y a destiempo, con ocasión y sin ella. Los
pueblos tienen derecho a la memoria histórica total y no sólo al olvido. La
Historia es maestra de la vida, pero los hombres y mujeres somos reacios a su
aprendizaje. El testimonio de los unos y los otros artistas, alineados a uno u
otro lado de un conflicto, completa la visión de lo sucedido, pero la situación
política y social, incluso en sistemas democráticos, inclina de modo sectario
la balanza a una visión unilateral, cuando no sectaria, e interpreta de un solo
ángulo los hechos, por eso se marginan unos y se revelan otros. Manipulación en
suma de vencedores y vencidos en la contienda.
Avatares de la recuperación del cuadro
Fueron
numerosas las veces que el pintor Francisco Soria Aedo -y tras su
fallecimiento, la familia-, intentó traer de nuevo a España su cuadro Turba sin
Dios. El autor no lo consiguió en vida, sí lo logró su familia ante la persistencia
en la reclamación de la obra.
Terminada
la guerra civil de 1936-39, Francisco Soria Aedo intentó localizar a sus
colegas López Mezquita y Pedro Antonio que habían sido los custodios
responsable de los dos cuadros salidos de España poco antes de la contienda. Al
fin se consiguió contactar con Pedro Antonio, afincado en Brasil y se iniciaron
las gestiones para repatriar el cuadro a España. En principio el Gobierno
brasileño denegó el permiso de salida alegando que gobernaba el dictador Franco
en el país.
Muerto
Soria Aedo en 1965, su yerno el doctor Rafael Aguilar Fernández inició de nuevo
los contactos y trámites para tratar de recuperar los cuadros del suegro
pintor. La mediación de la orden de los
dominicos y en concreto de un padre dominico amigo, permitió agilizar las
gestiones en el museo y en Brasil para reenviarlos a España. De hecho, los
lienzos llegaron enrollados y pasaron la aduana como si fueran alfombras.
El
Museo de Arte Moderno de Nueva York, MoMA se interesó por el cuadro Turba sin Dios y sostuvo conversaciones
con la familia Aguilar Soria –heredera del pintor- en 1978 para la adquisición
del mismo, pero, dado lo laborioso que había sido su recuperación y el aprecio
de la familia por ese específico cuadro que había tenido una historia muy
particular de querencia y rechazo, Fernanda Soria, hija del pintor, estimó que
no debiera salir de España nuevamente. “Con el trabajo que había costado
recuperar el cuadro, no estamos dispuestos a perderlo de nuevo”, declara
Alejandro Aguilar Soria, nieto del pintor.
Resulta
curioso que el MoMa, museo que tuvo en su sede largos años el cuadro Guernica de Pablo Picasso, se interesara
por Turba sin Dios, cuadro al que algunos han llamado “el otro Guernica”, es decir el cuadro que
denuncia la saña revolucionaria y antirreligiosa de una parte de la población
española, poco antes de la sublevación del ejército de Franco contra el
gobierno de la República.
También
se interesó por su adquisición el mismo Museo de Arte Contemporanea, MAM de Sao
Paulo, que lo había custodiado largo tiempo. La respuesta de la familia Soria
fue la misma negativa.
“Es
un cuadro que hoy debiera figurar en un museo de España, pero los conservadores
que lo han visto, no se atreven a la adquisición de un cuadro tan elocuente
sobre unos hechos violentos, vandálicos, que precedieron a la guerra civil
española. Es como si todavía se temiera ofender ciertas sensibilidades o
remover sentimientos de recuerdo doloroso; no se atreven a su adquisición, por
temor a la reacción de cierta opinión pública. España guarda todavía excesivas recuerdos,
secuelas o rencores que vienen de aquella contienda”, añade Alejandro Aguilar
Soria, nieto del artista. “Hay personas todavía implicadas en aquellos hechos
vandálicos”.
Entre
tanto el cuadro Turba sin Dios permanece
sin exponerse y creciendo en su leyenda oculta. “Composición (1934) es mi mejor cuadro”, declaraba Soria Aedo en las
entrevistas que le hacían; él mismo parecía no atreverse a poner el título
original de Turba sin Dios.
Turba sin Dios, “el otro Guernica” representa también la historia de España, el ir
detrás de las imágenes santas con un cirio o con una vara para destruirlas.
Conclusión.- Los temas incómodos en el
arte -los políticamente incorrectos- acaban por pasar factura a los autores y a
las obras artísticas por la difusión de la denuncia o el concepto propuesto, en
este caso la actuación revolucionaria e
iconoclasta de una parte del pueblo español en los años 30, en una pintura de
factura magistral. En suma, se produce en la sociedad y en los responsables
culturales del Estado una suerte de censura más o menos sutil o un claro ataque
a la libertad de expresión, bajo la excusa de lo políticamente correcto o incorrecto con arreglo al perfume de los
tiempos.
El asunto no es nuevo en la
Historia del Arte; otros cuadros incómodos desde el punto de vista político y
social han traído consecuencias nocivas para sus autores. En suma, hay un arte
que resulta político para las sociedades e ideologías de los partidos que son
los que ejercen el poder y que admiten o rechazan obras de arte según sea la
consonancia con su filosofía o pensamiento, sin permitir que circulen en sus
adquisiciones y museos.
El cuadro Turba sin Dios de Soria Aedo es un caso
claro de lo expuesto: el tema incomoda y lo mejor es no entrar en él, pese a la
maestría de su ejecución, para evitar posibles comentarios y polémicas en la
sociedad de administrados ciudadanos, que son los que confieren el voto de
acceso o permanencia en ese poder.
Turba sin Dios
es una obra que nació como pintura con escena de género y que se transformó,
sin la intención del autor, en arte político; pintura que hablaba y denunciaba
el comportamiento de una facción revolucionaria e incontrolada, que atacaba a
los creyentes cristianos a través de la destrucción de sus símbolos. Un arte
que iba en contra de una de la idea revolucionaria de los años 30, que
preconizaba el ataque a la iglesias y afirmaba la destrucción de todos los
símbolos religiosos, en pro del supuesto avance de las propias ideas políticas
no trascendentes, pero sí violentas. FIN
FUENTES,
BIBLIOGRAFÍA Y HEMEROTECA
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Monografía, encargo de Caja de Granada, sin publicar.
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-
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- La Parra López, Emilio
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U.R.L.
museovirtual.dipgra.es/artista/francisco-soria-aedo
¡TREMENDO!
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