Julia Sáez-Angulo
Bajo cerrojos es el título del poemario de
Arturo Ipiéns, editado por La Zonámbula en
Guadalajara (México). Un libro que se divide en tres partes: Pájaro de música intocable; Entre el fósforo
y la saliva, y La luz bajo cerrojos.
Arturo (Gallegos) Ipiéns (San Luis de Potosí. México, 1962), arquitecto, escultor, compositor musical y
poeta hispano-mexicano -de madre zaragozana-, ha expuesto recientemente una bella escultura en hierro pintado de un
jinete, dentro de la semana “El Arte de España”, que ha tenido lugar
en el Hotel Presidente Intercontinental de Monterrey. La exposición fue
coordinada por el curador Jaime López Isaza.
El libro
Bajo cerrojos se abre con una cita de la filósofa malagueña
María Zambrano: “Arriba, en la luz, e corazón se abandona. Se entrega. Se
recoge. Se aduerme al fin ya sin pena. En la luz que acoge donde no se padece
violencia alguna, pues que se ha llegado allí, a esa luz, sin forzar ninguna
puerta y aún sin abrirla…”
El
poemario de Ipiens habla de la luz, de la sombra y el silencio, de la vida, de
su difícil tránsito, del amor, la pérdida, el dolor y la esperanza… “No veo
adentro de la luz/ a esos dioses que murmuran/ los hombres, ni en la copa/
diafanidad de pájaros o pan sin alzada/ reúne los afanes”.
Jorge
Souza Jaufred escribe en la presentación del libro: “El poeta lleva la ansiedad
siempre consigo y ha entendido que “nada está y nada pervive, sino la certeza
de un milagroso suelo fragmentado”.
Como
arquitecto, Arturo Ipiéns es autor del templo de San Antonio de Guaracha en
Michoacán. Ante la arquitectura dice:
“Creo que el espacio, no el
volumen, como sucede en la escultura, es en lo que reside una obra de
arquitectura: el ámbito libre, el vacío, la oquedad. Lo específico de la
arquitectura, en contraste con las demás artes, estriba en su cualidad
habitable, necesaria para la vida cotidiana y la funcionalidad de ésta”.
“Entra y mira: a
través de la experiencia estética pasan y se traslucen de algún modo las
pasiones, las preguntas del hombre. Mira la materia como un tesoro al que se
llega por primera vez y, aun, como si uno fuera el primero que lo descubre y
trata con él. Mira la materia como si fuera un ejercicio de mentira y verdad, a
la par, en el que se cuenta (o no) con la tradición, con la experiencia propia
y, sin embargo, se ha de tratar como si nada hubiera sido creado jamás con
ella, con esa materia ahí atesorada”.
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