domingo, 22 de octubre de 2017

“Vania” de Anton Chejov en dirección y adaptación de Oriol Tarrasón en el Teatro Fernán Gómez





 "Vania" de Chejov/Tarrasón



Julia Sáez-Angulo

            Vania de Anton Chejov, en dirección y adaptación de Oriol Tarrascón en el Teatro Fernán Gómez, simplifica la obra del autor ruso y la reduce a seis personajes representados por cinco. El adaptador resta el parentesco del original “tío Vania” y los deja en personajes más solos y descarnados al no mostrar la filiación de Sonia al profesor, ni su carácter de sobrina a Vania. Esto se echa de menos por quienes conocen la obra y han visto otras versiones. La idea más clara de familia ofrece una particular visión del infierno de la convivencia.

            La belleza de Yelena, la joven esposa del profesor, es perturbadora en su llegada a un mundo masculino de dos hombres, Vania y Mihail, aislados en una finca y un bosque, en medio de una vida y actividad rutinaria. El deseo y las pasiones se desatan ante la vanidad de un profesor anteriormente admirado por Vania y hoy considerado como un egoísta redomado, que se aprovecha de su enfermedad para hacerse servir.

            Chejov es a Rusia como Shakespeare a la humanidad, conoce y sabe describir los sentimientos y las pasiones como pocos. En su obra “El tío Vania” –“Vania” en esta representación es una obra que plasma la dureza del vivir, la contradicción entre el sueño, el deseo y la realidad de la vida, pero hay que seguir adelante, incluso para reírse y sonreírse sobre lo que una vez pasó y ya no es.

            Frente a “La gaviota”, en que la muerte dramática acaba como final, con el personaje de Vania, al destino se ofrece resistencia, como sugiere Sonia, un personaje resignado y cabal, quizás con más acierto y serenidad que la postura de los dos hombres antagonistas: Vania y y Mihael. Una tensión en los espíritus  ambos que se muestra con toda crudeza y belleza al mismo tiempo. El vodka es el aliado inmediato y fácil contra el tedio y el frío de la santa Rusia., aunque la versión de Tarrasón la haya descarnado en el lenguaje de su parte sacra. Se ha apuntado a los signos de los tiempos y lamentablemente ha despojado la obra de ese componente trascendente en el mundo representado por Chejov.

            Chejov nos muestra la profunda tristeza del alma rusa con personajes de su tiempo, pero también la perpetua ansiedad insatisfecha de la condición humana. Chejov es uno de los grandes autores de la literatura universal que nos ofrece un espejo de nosotros mismos y de nuestra grandeza/miseria.

            Se echa de menos algún personaje de la obra original, como la vieja criada, que añade la visión de una generación anterior, que sirve de contraste en el tiempo. El campo y la ciudad con la soledad y el aislamiento del primero, es otra reflexión digna de tenerse en cuenta.

            Una adivina cierta correlación entre el médico/autor Chejov y el personaje de Mihail, culto y perdido en los bosques de la madre Rusia.

            La interpretación de Alejandro Cano, José Gómez-Frija, Teresa Hurtado de Ory, Alicia Rubio y el propio Oriol Tarrasón es buena, correcta. Plasman con maestría la tensión de los espíritus sobre el escenario y esa contradicción del intelectual egoísta de ciudad frente a los que viven en el campo.


            A Chejov conviene escucharlo en el teatro periódicamente.


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