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30/06/18
.-MADRID .- Los corresponsales extranjeros, mis colegas, aseguran que España es
un país muy ruidoso, que difícilmente se puede dormir en las ciudades por la
noche y desde luego nunca los fines de semana. Las terrazas son una bendición,
si no fueran una maldición por la hora de cierre. El Ayuntamiento solo sueña en
recaudar. Tampoco en urbanizaciones de los alrededores de las ciudades, donde
las fiestas no tienen hora de terminar y los perros ladran por sus fueros a
cualquier hora. La policía atemorizada no pone multas y los ciudadanos,
incívicos en general por mala educación escolar, dan contestaciones de mala
manera, cuando otro ciudadano les alega la normativa municipal del silencio a
partir de cierta hora o la prohibición de dejar a los perros sueltos. La
policía. insisto, se apoya en el buenismo, como si los ciudadanos fueran
módulos del hombre bueno de Rousseau, sin malearse por la contaminación social.
Quizás así se lo ordenan sus munícipes para evitar enfados a la hora de votar.
Los
veranos de la villa son auténticos infiernos a puerta abierta, donde los
ciudadanos necesitaría una rebaja de impuestos para comprar tapones de cera. Yo
he escuchado a una médico: “Tuve que estudiar el MIR con tapones de en los
oídos, para poder soportar a los putos perros que ladran, porque sus dueños los
ponían a jugar con otros para que se desahogara.
España,
país del ruido, país contaminado por el ruido al que se considera sinónimo de
fiesta. País de policía buenista y necia que no toma partido por hacer cumplir
la normativa a los ciudadanos, hasta el punto de que es capaz de ciscarse en
sus propias barbas. ¿Qué no harán así con los vecinos que le llaman a cumplir
normativas? En el mejor de los casos, incendiarles la vivienda.
España,
país del ruido, quizás sea esta la divisa que nos pongan en el exterior. “Los ruidos son tapaderas que revelan el temor a lo divino, el temor a la vida real y a la muerte”, dice Sarah, Robert. “La fuerza del silencio”. Hay un miedo neurótico al silencio.