viernes, 10 de mayo de 2019

Guadalupe Ortiz de Landázuri, química, investigadora y profesora, que será beatificada en Madrid el próximo 18 de mayo


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Guadalupe Ortiz de Landázuri


Milagros Asenjo

            10.5.19 .- Madrid .- Hoy se habla con insistencia de la necesidad de dignificar la profesión docente, que, entre otros aspectos, implica devolver a esta tarea el carácter vocacional que lleva a los profesores a disfrutar enseñando la materia que hayan elegido y la vida, porque instruir no es suficiente. Periódicamente, aparecen profesores que reúnen las cualidades para ser un docente ejemplar y dejan huella. Y uno de estos referentes es Guadalupe Ortiz de Landázuri, química, investigadora y profesora, que será beatificada en Madrid el próximo 18 de mayo. Guadalupe puede ser considerada, en palabras del Papa Francisco, como una santa de “la puerta de al lado”.
Guadalupe estudió Ciencias Químicas en la Universidad Central y fue una avanzada a su tiempo, ya que entonces la presencia de la mujer en la Universidad española era testimonial, sobre todo en Ciencias. Acabada la carrera, trabajó en el Colegio de las Irlandesas de Madrid y en el Liceo Francés. Era una apasionada de la Química y hasta los últimos días de su vida estuvo pendiente de los últimos avances. Su proyecto era ser profesora universitaria pero su vida dio un giro y sus planes se aplazaron. Tras recibir una sacudida divina cuando asistía a misa en la Iglesia de la Concepción de Madrid, mantuvo un encuentro con San Josemaría, fundador del Opus Dei, en el que, según ella misma comentó se le “cayeron las escamas de los ojos” y  vio que aquello era lo que estaba buscando. Todo fue muy rápido y  en marzo de 1944 pidió la admisión en el Opus Dei.
Trabajadora, decidida, resolutiva, con un especial don de gentes y con un gran sentido del humor, desde el primer momento trabajó incansablemente en la investigación, la docencia, la dirección de centros universitarios, las tareas del hogar o los proyectos e iniciativas solidarias. También realizó los cursos monográficos para el Doctorado, algunos de ellos en Madrid y otros en México
Fueron innumerables sus trabajos en una época en que la Obra comenzaba su expansión, gran parte de ellos, relacionados con la formación de la gente joven. Como ejemplo, por su novedad y por su finalidad, destaca la residencia universitaria Zurbarán  de Madrid, la primera del Opus Dei en España, de  la que fue nombrada directora en 1947.
Pero quizás es en México donde la huella de Guadalupe fue más profunda. En 1950, san Josemaría le pidió a ir allí y como dicen sus biógrafas, Guadalupe es sinónimo de México. Fueron tan solo seis años pero parecen toda una vida.
Una residencia para universitarias, Copenhague, que a semejanza de Zurbarán, comenzó en medio de dificultades de todo tipo fue el comienzo de una fecunda actividad. Conectaba muy bien con las universitarias, les inspiraba confianza y les ayudaba en sus estudios y en su vida personal. Además de la atención y formación a las universitarias, desde Copenhague se ofrecía formación cultural, humana y espiritual a chicas procedentes de diferentes lugares, que vieron así abiertos nuevos horizontes.
Más tarde, la tarea rebasó los límites del DF para salir hacia Morelos. Allí recibieron una hacienda en ruinas, Montefalco. No había de nada pero era necesario construir, comenzar a cambiar todo. Y entró en juego el atractivo humano y la capacidad de trabajo de Guadalupe, quien pese a estar gravemente enferma nunca bajó la guardia. Enseño a leer y escribir a miles de campesinas, les ayudó a educar a sus hijos, a llevar un hogar, a sacar adelante a sus familias. Con un trabajo incansable, impulsó la construcción de una escuela y de un centro de capacitación profesional. Hoy Montefalco es un  colegio de prestigio del que cada año salen alumnas hacia la Universidad, muchas de ellas descendientes de las campesinas que formó Guadalupe.
Terminada su etapa mexicana y unos años en Roma colaborando en el Gobierno del Opus Dei, en 1858 regresó a Madrid y, pese a lo delicado de su estado de salud quebrantada por una insuficiencia cardiaca grave, retomó  actividad académica. Dio clases en el Instituto Ramiro de Maeztu y en la Escuela de Maestría Industrial, de la que llegó a ser subdirectora. En 1965, defendió la tesis doctoral sobre el valor de las cenizas de la cascarilla de arroz como refractarios aislantes, trabajo que fue calificado de sobresaliente cum laude. Además, recibió dos premios por sus investigaciones. Tres años después, colaboró activamente en la puesta en marcha del Centro de Estudios e Investigación en Ciencias Domésticas  (CEICID). La Facultad de Ciencias Domésticas aunaba los conocimientos humanísticos con las técnicas propias de la Ciencias Domésticas con un rango universitario. La aportación de Guadalupe fue muy valiosa no solo por sus conocimientos sino para su experiencia en residencias universitarias y en la formación de estudiantes y profesionales jóvenes.

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