domingo, 12 de abril de 2020

Javier Villán y Manuel Quiroga: Poemas en tiempos de extraña primavera

                                                 


L.M.A.
lunes, 13 de abril de 2020



DUELE LA PESTE

Duele la peste y duele
El dolor de las gentes.
Sinrazón de la muerte
Muchos vuelven a Dios
La vista y la esperanza.
Rezan algunos lo que nunca rezaron
Y aman lo que jamás amaron.
Y otros siguen odiando
Y España dividida
Como siempre
Una de las dos Españas
Nos helará el corazón
O acaso las dos nos congelarán
La sangre
Ni siquiera este horror
Anulará el instinto
De guerra y destrucción..
España aparta de mí este cáliz
Vuelven  los heraldos negros
Los que anuncian la muerte.

Javier Villán Zapatero



ARRESTO DOMICILIARIO

La enfermedad es faro del último destino,
memoria de la vida débil y frágil,
de la condición caduca y mortal de la materia.

Alguien abrió la espita del mal y del dolor,
que se esparció entre los hijos de los hombres
como  plaga cruel y bíblica invisible.

Un jinete del Apocalipsis llamado peste,
hoy, epidemia, pandemia, corona-virus,
despierta a nuestro aletargado orgullo.

La naturaleza muta y agrede sin piedad,
ataca impía a la ignorancia de la ciencia.
Solo el arresto domiciliario nos salva.


DÍAS DE MIEDO Y ESPERA

Días de miedo y espera en los hombres,
mujeres y niños asustados,
paralizados por el dolor y la pérdida,
por la espada de Damocles de la muerte
que serpea y amenaza en calles y plazas.

Los muertos desfilan en ataúdes cerrados,
la morgue los depositan en palacios de hielo,
se incineran sin que doblen las campanas,
en silencio, sin responso y funeral,
sin sacramentos ni sufragios ante Dios.

Solo existen dudas, titubeos, impotencias,
la providencia invoca  a la paciencia.
Hay que esperar al día siguiente,
aunque llegue cargado de apremios,
porque pasado mañana puede clarear
con atisbos de luz y de ansiada salud.

Paralizados en el miedo y la espera,
aguardamos a Godot sin esperanza;
nos cansamos de soñar despiertos.
La larga incertidumbre de los trabajos
y los días ocultos abruma con su lento pasar,
agazapados entre muros sin salida.

Nuevas noticias de dolor y de pérdida;
seguir, avanzar, no al desespero...
Hay que aguardar incólumes, con resiliencia,
ser supervivientes en la extraña cadena
de la vida, donde se impone la ley de la selva.
Ser testigos de la Historia amoral e impávida.

                       La oscuridad y la muerte no tienen
                       la última palabra

Julia Sáez-Angulo


EN LOS DÍAS DE ALARMA

                   En recuerdo de Genarín, ¡oh abandonado!.

¡Ay, Genarín, de nuevo/vuelven las vacas flacas,
las horas de la angustia,/la vida sin milagros!.
Estos jardines mustios,/los cuervos que avizoran,
las ambulancias negras,/los féretros brillantes,
nubarrones sin luna,/los bosques irredentos,
los ministros llorando,/la oscurecida tarde
nos hablan de la muerte,/los universos raros,
los pájaros sin vuelo,/las calles desoladas
son parte de estos días/de la oscura pandemia
llegada de algún sitio/de ciénagas, venenos.
Seguimos encerrados/en húmedos desvanes
donde aún permanecen/esas fotos felices,
infantiles recuerdos/de los siglos de plata,
los años de la siega,/la ternura nocturna,
el vino refrescante/de los bares abiertos,
los labios musitando/versos de enamorados.
¡Ay, Genarín; ay, mundo/globalizado y triste
ya somos genarines/de agonía imperfecta,
los nulos estrategas/de esperanzas caducas!.
¿Volverán nuevamente/los paseos ociosos,
antiguas compañías/viviendo en los abrazos,
los amantes de cobre/al calor de los parques?.
¡Qué envidia aquellos siglos/de vagabundos nobles,
de viajeros escuetos/por catedrales blancas,
niños alborotados/en las playas de agosto,
mascotas incesantes/comiéndose las rosas,
paisajes inocentes/donde los mirlos cantan!.
La polución, la prisa,/la suciedad, la histeria
crearon horizontes/para agonías crueles;
no creíamos siquiera/que algo se rompiera,
que nobles pellejeros/sucumbieran de noche.
Queríamos entonces/atrapar arco iris,
morder las nubes blancas,/merendar con los ángeles,
edificar palacios/para banquetes blancos,
es decir, la locura/de la gente sin nada.
Y siempre andaban cerca/los cuatro evangelistas,
el orujo y el queso,/los búhos sin alero,
las dormidas murallas,/algún alcohol que cura,
ese candil que alumbra,/los miedosos gorriones,
el Jueves Santo limpio/sin obispos ni caspa,
la luna que ennoblece/a los borrachos castos.
Te tocó una epidemia,/de incomprensión, de hambre,
esa torpe avalancha/de tormenta y de muerte:
no fue “La Bonifacia”/quien te llevó a la morgue,
había luciferes/viviendo en sus mansiones,
políticos azules/siendo dueños de todo.
Llegará, siempre llega/el verano de espumas,
y algunos genarines/tendrán  su recompensa:
el laurel que se ofrece/a poetas y héroes,
la toga de doctores/de la vida en secreto,
el agradecimiento/de quienes te conocen,
el pilar soleado/en la antigua muralla.
¡Ay, Genarín, ay vida/arrancada a la vida,
Baudelaire contagiado/de sonetos de arsénico,
ese Dante Alighieri/de una tan cruel Comedia,
Pasolini sufriendo/una brutal masacre,
las bacterias del odio/derrumbando las torres,
la barca de Caronte/remontando el Bernesga!.
Genarín, te decimos:/espéranos que pronto
volveremos a orillas/de Botines y el Húmedo:
está la primavera/tan sólo prorrogada.                                                               

Manuel Quiroga Clérigo

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