Roberto Alifano
06.09.2020.- Buenos Aires.- Su amigo, el poeta Federico García Lorca le había contado maravillas de la Argentina, el país que visitó en 1934 y donde fue consagrado como dramaturgo. De manera que cuando el maestro Manuel de Falla recibió la invitación del Instituto Cultural de Buenos Aires para homenajearlo, celebrando sus veinticinco años con la música vio la oportunidad de un escape de España, que, recién salida de la Guerra Civil, quedaba en manos de una cruenta dictadura que había asesinado a Federico y, como si no fuera suficiente, ese año de 1939 empezaba el horror de la Segunda Guerra Mundial. A esto se sumaba otra situación insólita para el maestro Manuel de Falla, el generalísimo Francisco Franco, como una venganza, ya que se había negado a apoyarlo, rechazando el rango de Caballero de Gran Cruz de la Orden de Alfonso el Sabio, le cortó el pago de sus regalías por derecho de autor, dejándolo en una difícil situación económica.
Aceptó entonces la invitación para viajar a la Argentina y en compañía de su hermana pisaron el puerto de Buenos Aires casi con lo puesto, pero con la decisión de quedarse. De Falla tenía, además, el proyecto de concluir Atlántida, su obra comenzada en 1928. Apenas llegado, no demoró demasiado en trasladarse a la provincia de Córdoba; donde, gracias a la ayuda de algunos mecenas, entre ellos la familia Cambó, se instalaron en una pequeña finca acogedora del pueblo de Alta Gracia. Don Manuel pensaba que cada siete años algo especial marcaría su vida y lo contabilizaba de este modo (1907-llegada a París, 1914-regreso a Madrid, 1921-etapa Granadina, etc.) “Creo”, le confesó a su hermana, “que no pasaré de los 70 años; de manera que debo apurarme”. El meticuloso destino cumplió curiosamente la profecía. En la casa de las sierras de Córdoba, bajo el cuidado de su hermana, ya que casi siempre estaba enfermo, murió el 14 de noviembre de 1946 tras sufrir un paro cardiorrespiratorio, justo dos días después de que se despidiera de él una de sus colaboradoras predilectas y gran amiga, la cantante Conchita Badía, que se volvía a España después del exilio. “Debe ser el destino lo que me lleva”, le dijo ella antes de irse. “Al destino no hay que provocarlo”, le replicó don Manuel. “Yo seguiré viviendo aquí o en cualquier otra parte de América, no quiero ser humillado en nuestra tierra. Adiós, Conchita. Hasta que volvamos a vernos. Y si no nos vemos en este mundo, lo haremos en lo eterno”.Con su muerte, no pudo culminar su última obra musical. La tarea de finalizarla, según los esbozos dejados por el maestro, correspondió a su discípulo Ernesto Halffter. Sin embargo, exiliado en la Argentina estrenaría su Suite Homenajes, dedicada especialmente a María Teresa León y a Rafael Alberti, entre otros amigos.
De Falla fue el principal representante del nacionalismo musical español y uno de los compositores esenciales de la primera mitad del siglo XX, junto a Joaquín Turina, Isaac Albéniz, Enrique Granados y Joaquín Rodrigo. Hacia fines del siglo XIX, el célebre autor de El amor brujo y de El sombrero de tres picos empezó a viajar por su patria y en 1901 conoció a Felipe Pedrell, quien tendría notable influencia en su posterior carrera ya que despertó en él el interés por el flamenco y, en especial, por el cante jondo. Durante esa época compuso obras como Cortejo de gnomos y Serenata, ambas para piano; además de componer algunas zarzuelas, como Los amores de Inés y Limosna de amor. La siguiente etapa de su formación tuvo lugar en Francia. En 1907 se afincó en París, por consejo de Joaquín Turina y Víctor Mirecki Larramat, y allí entró en relación con Claude Debussy, Maurice Ravel, Paul Dukas, Isaac Albéniz, Alexis Roland-Manuel, Florent Schmitt, Ricardo Viñes y Pablo Picasso, a quiénes recordaba con orgullo y deleite.
Sin duda es difícil saber qué experiencia vívida puede cambiar el rumbo de una sensibilidad artística creadora, pero la relación que Falla mantuvo con estos músicos en París influyó de manera determinante en su música posterior. Por ejemplo, Debussy quien había oído y admiraba el arte flamenco de España, le aconsejó que tomara esta música como fuente de inspiración; consejo que el español debió tener en cuenta en obras como Noches en los jardines de España, en que el impresionismo contemporáneo se utiliza casi como soporte para armonías, ritmos y sonoridades flamencas.
En su momento, como homenaje a su labor artística, el Banco de España decidió emplear un retrato de Manuel de Falla en el anverso de los billetes de 100 pesetas, que fueron los de mayor circulación durante la década de los 70 hasta que acuñó el euro. En Argentina lleva su nombre el Conservatorio Superior de Música de la ciudad de Buenos Aires.
Mediante el testimonio de algunas notables personas que estuvieron muy cerca del maestro Manuel de Falla, como los Alberti, Edmundo Guibourg y Norah Borges, puedo decir que conocí de manera directa muchos aspectos de este asombroso compositor, que honró a la Argentina con su presencia. Según Rafael y María Teresa, era un ser encantador en todo sentido, amable y generoso, hondamente amigo de sus amigos. Norah, recordaba largas conversaciones de sobremesa en las que “Manuel nos deslumbraba con sus evocaciones”. Guibourg, que fue su vecino en Alta Gracia y lo visitaba con una frecuencia casi familiar, contaba memorables anécdotas del maestro. “Era un ser humano incomparable, lleno de cortesía y muy bueno por donde se lo mirara”.
Manuel María de los Dolores Falla y Matheu, conocido como Manuel de Falla nació en Cádiz, 23 de noviembre de 1876 y se sumó a los más en Alta Gracia de Argentina, el 14 de noviembre de 1946.
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