martes, 2 de marzo de 2021

Jennifer GUERRA HERNÁNDEZ, "Canarias ante la guerra de Marruecos (1909-1927)"

Jennifer GUERRA HERNÁNDEZ, Canarias ante la guerra de Marruecos (1909-1927). Miradas desde el Atlántico, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo de Gran Canaria, 2019, 307 pp., ISBN: 978-84-8103-928-3 


Jennifer Guerra Hernández, historiadora
             

                                                                        Francisco Manuel Pastor Garrigues                                                                          

IES. Sanchis Guarner de Silla (Valencia)

02.03.2021.-

          En febrero de 2018 la historiadora grancanaria Jennifer Guerra Hernández recibió el Premio de Investigación Viera y Clavijo de Humanidades, otorgado por el Cabildo de Gran Canaria por esta obra, una parte de su tesis doctoral, en la que aborda el impacto que tuvo en la sociedad canaria  la participación de España en las sucesivas campañas militares libradas en Marruecos entre 1909 y 1927.  Una investigación impecable, bien redactada y que queda sólidamente asentada en el dominio y conocimiento de una amplia panoplia de fuentes, algunas procedentes de un exhaustivo manejo de indagaciones oralistas, además acompañadas de la utilización de fuentes archivistas y hemerográficas, inéditas en parte, impresas e iconográficas. Son destacables asimismo una metodología pegada a la documentación y un trabajo, en suma, oportuno en su concepción y magnífico en su ejecución, por cuanto su autora ha logrado combinar las exigencias científicas propias de un estudio académico con un discurso narrativo y reflexivo accesible al lector medio, en el que por otro lado quedan adecuadamente engarzados el uso de las fuentes históricas y el conocimiento previo de las líneas historiográficas española y marroquí. Es de reseñar la forma en que han quedado articulados los tres niveles de investigación contemplados en la investigación, a saber la evolución interior de Marruecos a partir de 1900, la política practicada por los gabinetes restauracionistas españoles en el noroeste de África y el campo de las relaciones internacionales, aspectos tratados en el capítulo primero del libro, “El Protectorado español en el norte de Marruecos: regeneración y nuevo proyecto colonial (1860-1923)” (pp. 17-87).  En lo tocante al primero de los planos citados, se esboza con detalle el convulso panorama protagonizado por una parte, por la movilización democrática de ciertas élites intelectuales marroquíes  que apoyaron la candidatura al trono del Sultanato del príncipe Mawlay Hafid (cfr. José Manuel ALLENDESALAZAR, La diplomacia española y Marruecos, 1907-1909, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1990, pp. 174-175) y, por otro lado,  por la constante competición pública de algunas fuerzas dirigentes, grandes caídes o pretendientes al trono –desde el Rogui Bou Hamra hasta el Raisuli-  en torno a la posición clave simbólica del verdadero portavoz popular del pueblo marroquí, sucediendo que en cada ocasión conseguía el poder el grupo o el líder que con mayor eficacia desenmascaraba a sus oponentes como ‘traidores del pueblo’ y ‘vendidos a los extranjeros’ y se presentaba a sí mismo, del modo más convincente, como agente fiduciario del ‘pueblo’ (pp. 23-24 y 30-31). En el segundo nivel de investigación, la autora ahonda en la explicación de cómo el carácter ambicioso de la política restauracionista con el vecino del sur tenía una explicación, en gran medida utópica. Para un determinado sector de los militares españoles y para ciertos gobiernos del turno, la intervención colonial en Marruecos solucionaría los problemas internacionales de España y parte de los nacionales. El Imperio magrebí podía ser una nueva esperanza, en el post-98, para recuperar los sueños de grandeza destrozados en Ultramar, un tónico para resucitar la imagen de la España imperial y participar en la configuración de los dominios coloniales al lado de las grandes potencias. Una solución al aislamiento internacional de España, una vez rotos los tenues hilos que la ligaban a la Triple Alianza austro-germano-italiana y un paso positivo hacia el aperturismo; asimismo, una garantía de seguridad para los territorios insulares y peninsulares (pp. 91-94). La intervención en Marruecos debía ser un antídoto contra el pesimismo nacional y un generador de patriotismo contra los movimientos revolucionarios antimonárquicos. En lo tocante al tercer plano de análisis, la autora ahonda en cómo el período comprendido entre finales del siglo XIX y principios del XX supuso un lapso temporal en el que se agudizó la dialéctica surgida entre la problemática interna que representaba la vulnerabilidad (económica, política y militar) de las islas Canarias y la exterior, relacionada con las tensiones del sistema capitalista, en el marco de un encrespamiento de los choques entre las potencias imperialistas. De hecho, en el plano internacional, el Estado español intentó establecer un hinterland atlántico y africano que al tiempo que garantizaba su seguridad y el mantenimiento de su statu quo, sirviese como vía de expansión colonial (pp. 92-93).  Así,  políticos como Silvela, Romanones o sobre todo, Maura hicieron suya la tesis de la seguridad nacional hispana, obsesionados por la noción de la “frontera estratégica”; en virtud de ella, España debía estar presente en el norte de África porque era importante para los Estados tener una frontera estratégica natural como garantía de su independencia, y el estrecho de Gibraltar no constituía esa frontera estratégica (cfr. María Rosa de MADARIAGA, En el barranco del Lobo. Las guerras de Marruecos, Madrid, Alianza Editorial, 2005, pp. 26-27). Al no existir esa frontera, había que reemplazarla con la penetración colonial en una doble dirección: a) en el litoral mediterráneo del Sultanato marroquí y b) en la costa atlántica del vasto sur del Imperio jerifiano, y en particular en el litoral sahariano, para garantizar la seguridad y el papel geoestratégico de Canarias en el marco de la defensa nacional.

          Con todo, las ensoñaciones utópicas de una exitosa (y pacífica) expansión colonial en el noroeste africano devinieron en 1909 y sobre todo, en 1921 en una serie de situaciones novedosas, no esperadas por el gobierno español. Con ellas, la utopía, golpeada por la realidad de la feroz resistencia marroquí a la penetración extranjera en el Sultanato, perdió sentido. Parafraseando a Lur Sotuela, la idea imaginativa, subjetiva, fantasiosa, la sensación de ensueño colonial moviéndose sobre el lienzo cinético de la época de los imperialismos como la representación de un esperanzador anhelo triunfalista arrollador, el mito  de que a España le bastaría con unas breves campañas bélicas para ocupar posiciones en las costas anheladas del Imperio jerifiano e irradiar desde allí su acción hacia el interior en una penetración gradual y pacífica, limitando las operaciones militares a las estrictamente necesarias, fueron abordados por la crudeza de una escalada de encarnizados enfrentamientos, culminados en julio-agosto de 1921 en Annual y Monte Arruit (pág. 178 y siguientes).  Fue, sin rodeos, de sopetón la irrupción de sensaciones de pavor, terror y tragedia que acabarían rodeando el proceso colonial español en Marruecos y que provocaron, como resalta Guerra, una profunda metamorfosis en las emociones populares (pp. 271-272). Recalca la autora cómo a partir de entonces, el archipiélago canario fue cada vez más consciente de la proximidad y del peligro inminente que suponían los conflictos en Marruecos. De hecho, la reacción en Canarias ante la guerra de Marruecos –estudiada en el capítulo segundo de la obra- fue bastante heterogénea, igual que en el resto del Estado, según el grupo social que se analice. Por ejemplo entre las clases populares, de escasos medios económicos, el número de jóvenes que eludían la prestación del servicio militar obligatorio y se convertían en ‘prófugos’ empezó a crecer, aunque este fenómeno, ligado a la emigración a Centro y Sur América desde las islas, como recalca la autora, no se puede atribuir exclusivamente a una respuesta escapista al conflicto bélico. Como es obvio, Jennifer Guerra descarta acertadamente una aproximación monocausal a este fenómeno histórico, a partir de un único factor explicativo, lo cual a todas luces sería excesivamente simplista. Guerra entiende, por el contrario, que la explicación histórica se caracteriza no sólo por la multifactorialidad, sino por la articulación en forma dialéctica, jerarquizada de los distintos factores en un discurso plausible que los integre. Y así entiende que la relevancia de los prófugos y de su emigración americana está íntimamente ligada a la coyuntura económica canaria del período histórico analizado y a otros factores como el aislamiento canario, el atraso secular de las islas, la persistencia y la naturaleza misma del fenómeno del caciquismo (pp. 15 y 112-131). En definitiva, la cuestión de Marruecos le permite a la autora interpretar las alteraciones que sufrió el régimen restauracionista en Canarias en un análisis original y novedoso; así se evidencia cómo la percepción de la crisis colonial fue captada a través de la prensa de las islas, cuyo análisis permite encontrar sugerente información y nuevos puntos de vista sobre el conflicto, como los de varios periodistas canarios de la prensa republicana y socialista que fueron sometidos a censura, a la retirada de sus ediciones e incluso tuvieron problemas con la justicia, derivados de su opinión contraria a la guerra. Por ello, además de constituirse el libro como una interesante aportación a la historia de la cuestión marroquí, nos enfrentamos con él a un solvente y documentado trabajo sobre la prensa como medio fundamental para conocer las motivaciones y actitudes políticas de los diferentes sectores sociales ante aquella guerra, sin obviarse los problemas que plantea al historiador el empleo de fuentes periodísticas. 

          Jennifer Guerra analiza exhaustivamente, en este sentido, las posiciones a favor y en contra de la ocupación militar del Rif en la prensa canaria (pp. 133-148)  a lo largo de un capítulo completo del libro, el tercero, constituyéndose este bloque como un estudio pormenorizado y serio, donde se deja poco espacio a las opiniones no contrastadas y donde el prurito de exactitud  casi raya con el formalismo y la asepsia. Guerra confirma así el carácter sumamente heterogéneo del pensamiento político español en aquel contexto histórico y resalta cómo la euforia patriótica seguía muy viva en el imaginario colectivo: la mayoría de los medios de comunicación escritos sirvieron, en este sentido, de altavoz de quienes apoyaban la guerra y pretendían influenciar la opinión de sus lectores inculcando su visión del conflicto y de la sociedad. 

          Además, una parte sustancial del estudio (pp. 46-87) viene dedicada a la campaña de 1921. Tal como recalca la autora, Annual  vino a ratificar las críticas vertidas en 1898 hacia el sistema político restauracionista, precisamente cuando las fuerzas conservadoras hicieron del Ejército la columna vertebral del orden político y social de España. La aniquilación del ejército de Silvestre y el desplome político de la Comandancia General de Melilla, fue, por ende, una abrumadora sorpresa para el régimen de la Restauración y una angustiosa realidad para el país. El primero perdía su prestigio; el segundo perdía no ya a ocho mil de sus hijos, sino su plena confianza en la Monarquía y en la esperanza propia de no conocer más tragedias familiares por Marruecos. Nunca, hasta entonces, había perdido la España contemporánea un ejército al completo. En bloque y de la forma espantosa –asesinado, en su mayoría, luego de capitular en sus posiciones- en que lo fueron los hombres de Silvestre. Desvela Guerra cómo la derrota de Annual acentuó la sensibilidad de los gobiernos restauracionistas, pero en contrapartida, los ciudadanos canarios respondieron, como en el resto del país, de forma visceral, con la masiva inscripción de voluntarios para marchar sobre Marruecos. No obstante, durante la dictadura de Primo de Rivera hubo que reavivar de nuevo la llama patriótica en el contexto de las operaciones de reorganización de las posiciones defensivas en el protectorado marroquí y en concreto, en el repliegue de 1924, para lo que se tuvo que contar con la propaganda informativa de las acciones llevadas a cabo en Marruecos, creando héroes y censurando los reveses, algo que se consiguió con la complicidad de buena parte de la prensa provincial canaria, en la que destacó la campaña de ánimos y ayudas para los soldados. 

          El extenso capítulo cuarto del libro, “Los isleños participan en el conflicto (1921-1927)” (pp. 177-233) viene a refrendar, en gran medida, la tesis de que en la investigación histórica, la práctica ha venido a demostrar que la búsqueda del rigor científico con el recurso exclusivo a documentación de hemerotecas y archivos conduce, en muchas ocasiones, hacia una Historia sin humanidad. Es por ello que la subjetividad de la encuesta oral, del testimonio individual o del recurso literario no debería acobardarnos, sino que, al contrario, deberíamos emplearla para complementar al frío dato histórico. En este sentido, las campañas militares en el norte del Sultanato a partir de 1921 suponen un magnífico reto para aquellas profesionales que como Jennifer Guerra en este estudio o también María Gajate Bajo en sus diversas investigaciones se han mostrado interesadas en conocer las incontables experiencias personales vividas al hilo del conflicto marroquí. En este sentido, Guerra ha rescatado en este libro no sólo los testimonios de militares profesionales sino también las crónicas de jóvenes soldados canarios (y a la vez periodistas)  como José Batllori Lorenzo o Vejota que ejercían la doble función de combatientes y de corresponsales de guerra; a través del análisis de estos textos, la autora puntualiza sobre cómo los jóvenes canarios que se incorporaban a filas para luchar contra los resistentes marroquíes pertenecían por lo general a las clases obrera y campesina y contaban con escasa formación académica. Queda así esbozada a lo largo del capítulo quinto, “Muestras de apoyo de las islas a sus combatientes” (pp. 235-270)  la problemática dialéctica que se establecía en el archipiélago canario entre los grupos socialmente dominantes y dominados, una recreación de las tensiones que expresaban una estructura social, no entendida por Guerra de una manera mecánica, sino a través de los efectos objetivos y subjetivos producidos por tal estructura, a su vez resultado de profundas transformaciones acontecidas en el siglo XIX español. La autora resalta así como tanto la burguesía comercial como la oligarquía terrateniente de las islas incentivaron activamente actos de colaboración con los soldados enviados al frente y se encargaron de publicitarlos a través de los principales medios de comunicación. 

          En resumen, nos encontramos ante una obra cuyo principal mérito es seguramente su planteamiento integral, la pretensión de abordar la historia del impacto producido por las campañas de Marruecos sobre Canarias y la opinión pública canaria como un todo, desde los puntos de vista espacial, temporal, social, moral, ético y económico, en contraposición a la relevancia que ha ido adquiriendo en nuestro tiempo el análisis de hechos o situaciones históricos, la mayor parte de las veces meramente coyunturales, tendencia que, sin duda, dificulta adquirir la imprescindible visión de conjunto para poder comprender y valorar la posible relevancia o trascendencia de un determinado proceso histórico. Jennifer Guerra nos entrega como en un caleidoscopio una sucesión de hechos históricos que van recomponiéndonos el proceso colonizador hispano en el noroeste africano a lo largo de los primeros treinta años del siglo XX y a la vez nos recrean el cuadro de toda una época; la autora se mueve con un gran dominio del tema y se advierte inmediatamente que su investigación ha sido exhaustiva, tan extraordinariamente exhaustiva que, al llegar a la última página del libro, el lector lamentará no disponer de otros estudios similares para otros territorios españoles.


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