Julia Sáez-Angulo
Viena, 28.01.2022.- Viena evoca muchas cosas a la vez. Desde los valses románticos y la edulcorada visión de Sissi Emperatriz a las visiones filosóficas intensas de Edmund Freud o Ludwig Wittgenstein, pasando por el arte ornamental y sólido de la Secesión Vienesa. Todo ello requiere matices.
Un Archiduque de Austria, buen escritor, (no digo su nombre, porque no le he pedido permiso para hacerlo) describe a su bisabuela, la emperatriz Elisabeth de Habsburgo, Sissi, como una mujer singular, avanzada de su tiempo y muy buena madre, especialmente de su hija menor Valeria, la única que le dejaron educar por ella misma en la férrea Corte Imperial. Netflix ha llevado a cabo una enésima biografía de esa emperatriz mediática, lejos de la versión de la antigua película, pero tampoco ha convencido a todos. A ciertos miembros de la familia, les ha escandalizado esa nueva versión televisiva. Ya lo decía la Infanta Doña Pilar de Borbón, cuando le pregunté que le había parecido la ultima biografía de su abuela la reina Victoria Eugenia: “Yo ya no leo las vidas de quienes pertenecen a mi familia, porque me encuentro con una versión que en nada se parece a la que yo tengo y me disgusta”.
El profesor Ignacio Gómez de Liaño me ha recomendado para este viaje a la capital austriaca el libro “La Viena de Wittgenstein”, que él tradujo de los autores Allan Janick y Sthefen Toulmin, editado por Athenaica. El libro se afirma como uno de los estudios clásicos sobre “aquella «ciudad de genios» de hace un siglo, a la que han convertido en un espléndido paradigma de investigación: la llamada «Viena fin-de-siglo» o «Viena 1900» como marchamo de la decadencia de toda una cultura y forma de vida y del resurgir genial de otras. Ha originado un acervo impresionante de bibliografía de altura digna de esa Viena ya eterna donde la clara conciencia de la extinción inmediata del imperio austro-húngaro y su mundo hizo más evidente que en ninguna parte la famosa «crisis» cuya conciencia había comenzado a reventar con Nietzsche; su paisaje fantasmal: un mar que se vacía, un horizonte que se borra, un sol que gira alocadamente en torno a sí; ser, verdad y bien desvanecidos, desquiciados”, dice Carla Carmona.
Ciudad de gentes hipersensibles también a los signos de los tiempos desde todos los campos de la ciencia, la cultura y el arte, que pusieron sobre nuevas vías una renovada autoconciencia cultural de Europa: crearon la impronta, marca, estilo de lo que hoy somos o al menos de lo que hasta ayer mismo éramos. Junto con Sigmund Freud máximo ejemplo en aquellas cimas”.
(La artista visual Elena Asíns era una gran lectora de Wittgenstein y a él le dedicó algunas de sus obras que hoy alberga el Museo Reina Sofía)
Durante mi último viaje a Viena en 2020 -los tres previstos para 2021 se cortocircuitaron por la pandemia- leí el libro “La cripta de los Capuchinos” de Josep Roth. No hay nada más placentero que leer un libro alusivo de alguna manera al país que se visita. La cripta de los Capuchinos es el lugar de enterramiento de los Habsburgo. Los últimos restos mortales que entraron en ella fueron los de la emperatriz Zita (1892-1989) -madre de Otto de Habsburgo- que residió una parte de su exilio en España.
Lo que nadie le discute a Viena es ser la Ciudad de la Música. El concierto de primero de año atrae a todo el mundo: a los privilegiados dentro de la Ópera de Viena y el resto, pegados a los aparatos de televisión. Durante el año, la programación musical no puede ser más seductora en diversos auditorios y palacios e iglesias. Viena honra a sus músicos. El precioso cementerio de los músicos es todo un homenaje a estos creadores del arte más abstracto y universal que es la música.
La gran exposición del pintor español Salvador Dalí aguarda a los reyes de España que llegan en breve a Viena. Un reconocimiento a este genio del surrealismo, obsesionado por Freud y el psicoanálisis. De la exposición Dalí en el Palacio de Belvedere hablaremos después de verla en la visita de los Reyes de España, invitados por el Presidente de Estado de Austria.
Danubio
Que disfrutes mucho en la ciudad del vals y del Danubio,de Umberto Eco de los cafés con historia de sus galerías de arte y sus museos.
ResponderEliminarDe la Viena de Sissi Emperatriz ,sus palacios imperiales y sus elegantes círculos sociales.
Y además vas y nos lo cuentas.
Un abrazo.
Que buena crónica e ilustrativa¡! A disfrutar Viena, me alegro mucho¡! Y gracias por compartirla
ResponderEliminarViene, también ciudad romana: con restos romanos en el propio centro histórico de la ciudad. Dos veces la vi desde lo alto: subí las escaleras de la torre de San Esteban. La ciudad con dos museos gemelos: el de arte y el de ciencias naturales. Una ciudad imperial, un ensueño. Una imagen poética delirante: sus anillos atan nuestros afectos hacia ella. El Danubio no pasa por el centro de la ciudad, como si ese romántico río se hubiera querido alejar un poco, para contemplarla en perspectiva.
ResponderEliminarDicen que no eres azul,
magno y romántico río;
sin embargo te hago azul,
pues sé muy bien lo que digo:
un amante de Rubén
hoy es quien azul te hizo.
Nuevos saludos a Julia y a todos,
Raúl
p.s. Muy afines, Austria y España. Una sola afinidad: hubo un tal Don Juan de Austria.
Efectivamente, el Danubio que se suele ver NO es azul.
ResponderEliminarSin embargo hay un lugar donde, efectivamente se ve intensamente azul o azul verdoso, reflejando el cielo y los bosques cercanos a una de sus orillas. Maravilloso espectáculo.
¿Dónde?. En la hermosa ciudad rumana de Baila (aún conserva restos de su pasado esplendor), importantísimo puerto en siglos pasados. Desde allí siguen partiendo barcos que, pasando por Tulcea, llegan a la desembocadura del Danubio.
Allí el Danubio es verdaderamente azul.
Estimado Rául: Además, no olvidemos que si Castilla y Aragón tuvieron un rey extranjero, Carlos I, el imperio tuvo como emperador un príncipe netamente español: Fernando, hermano de Carlos, queridísimo nieto del rey Fernando el Católico, nacido en estas tierras y educado por su abuelo (la reina Isabel murió demasiado pronto).
ResponderEliminarInfante muy querido en Castilla, su hermano Carlos lo envió a Flandes, alejándolo injustamente.
Tiempo después, como Fernando I de Habsburgo, Archiduque de Austria, sucedió a Carlos en el trono imperial.