Julia Sáez-Angulo
Fotos: Ema Ybarra
14/4/22.- Jerusalén.- Jueves Santo en Tierra Santa. Jueves Santo en la iglesia del Santo Sepulcro, la basílica de la Anástasis (Resurreción) -este es su verdadero nombre-, para conmemorar dos acontecimientos grandes entre los cristianos: la institución de la Eucaristía en la sagrada cena de despedida de Cristo con los apóstoles, antes de su Pasión y Muerte, y la fundación del sacramento del orden sacerdotal. Abarrotado el lugar sagrado. ¡Han vuelto los peregrinos!”, dice Mane, un chilena que reside en Jerusalén, y cuenta que en años pasados solo se veía en la basílica a las personas consagradas, religiosos y monjas, que residen en la ciudad santa. En las calles se escuchan lenguas de todo tipo, a la espera diferida de la celebración de Pentecostés.
Por unas horas, los franciscanos, custodios de los Santos Lugares, disponían por entero del edículo del Santo Sepulcro para la celebración litúrgica católica, antes de devolverlo a los ortodoxos griegos. Afortunadamente no coinciden en esta ocasión las fechas de la Pascua, los ortodoxos la tienen una semana más tarde.
Decenas de religiosos y sacerdotes revestidos de blanco, entran en la liturgia tras la cruz procesional que abre paso entre dos cirios. Los maceros, revestidos de negro y alamares dorados, tocados con un fez rojo, golpean el suelo para llamar al orden y al silencio (no me extraña que se deterioren los suelos). Toda la comitiva tiene un orden trazado hasta que llega el patriarca latino, el italiano Pierbatista Pizzaballa, “un buen mozo”, que decimos los mayores y que resalta por la mitra y el báculo, junto a la Cruz en sus manos, respecto a los otros obispos que lo acompañan, tocados tan solo del solideo. El incienso, sagrado y profiláctico, envuelve el aire. La liturgia bizantina en Oriente (para su bien) es más importante, que la latina para Occidente. Benedicto XVI quiso potenciarla. "Si el sol mira a Oriente, todo se hace de oro", se dice.
Cierran el cortejo dos Caballeros del Santo Sepulcro (Orden nacida en la primera cruzada del siglo XII), de buena altura -como los guardias reales- también revestidos de blanco, pero tocados con birrete negro ornado. Me sorprendo que no vayan descubiertos ante el Señor, y me traen a la memoria la llegada, desde el lujoso Flandes a la despojada España, del emperador Carlos V, al pequeño puerto cantábrico de Tazones en el siglo XVI, y vio que le esperaba un modesto grupo de hombres españoles en la orilla.
-¿Qué hacen esos hombres cubiertos ante mi presencia?, preguntó a su edecán.
-Es que son nobles, señor, replicó el cortesano.
-¿Nobles?... si parecen pobres… adujo el emperador.
-Es que son pobres, señor, refirió el palaciego.
En los ministerios del Estado decíamos que, si no hubiera un protocolo establecido, habría que inventarlo. El orden y la prelación es lo primero que se aprenden los políticos al llegar al cargo, para situarse en el puesto relevante que les corresponde. Lo mismo cabe decir en la liturgia y el culto. Los hombres, según la Antropología, somos seres de ritos y ceremonias en los hitos importantes de nuestra vida: nacimiento, matrimonio y muerte, amén de la religión que nos une a Dios.
EL LATÍN, LENGUA VIVA DE LA IGLESIA
La procesión y liturgia del Jueves Santo llevan un orden de jerarquía y belleza. Junto a ello, el ritual del lavatorio de los pies, con el que Cristo quiso señalar la vocación de servicio de sus seguidores. La palabra evangélica habla en Jueves Santo del amor supremo que da la vida por el otro. Se bendicen los oleos para enfermos y sacramentos. Todos rodeamos el santo sepulcro vacío del Señor, donde se depositó su cuerpo bendito, frente al que se ha colocado la mesa del altar. El latín, lengua viva de la Iglesia se desgrana en los oficiantes. Los fieles lo seguimos, al recordar nuestros estudios de latín en el antiguo bachillerato, pero también con los libros que se reparten y que acogen el árabe, como la otra lengua litúrgica en Jerusalén (en las iglesias árabes correspondientes) y las traducciones hechas al inglés, francés, alemán y español. Echo de menos el hebreo, pero no es el caso. Algún día llegará. También hay conversos del judaísmo como en su día lo fuera la filósofa Edith Stain. Incluso me han hablado de un sacerdote judío, ahora cristiano.
El órgano pone música al coro, bien ensayado, que entona Kyries y Ora pro nobis durante la ceremonia. A partir del “Gloria” que se acompaña de campanas, éstas dejan de sonar y es la matraca o carraca sorda, sonora y seca, la que subraya los hitos eucarísticos hasta que vuelvan las campanas en la Pascua de Resurrección. Al terminar la santa misa, procesión tras la Eucaristía bajo palio. Tres vueltas en torno al edículo del Santo Sepulcro. Los maceros van abriendo paso de nuevo con sus golpes y yo (como ama de casa) sufriendo por los suelos craquelados. Tres vueltas, porque tres son las personas de la Trinidad Beatísima.
El Santísimo Sacramento lo lleva el Patriarca y se deposita en el Sepulcro sagrado para conmemorar donde estuvo Cristo. Un candelabro de tres velas lo anuncia a la entrada. Otra vez el número tres, como símbolo supremo. El lenguaje de los símbolos hay que conocerlo, para saborear estética y significados.
Doce lámparas votivas encendidas, alusivas a los doce apóstoles; una paloma en lo alto, que refiere al Espíritu Santo... Nada es baladí.
El pueblo fiel, miseria redimida por la gracia, adora -adoramos- a Dios y nos reconocemos sus hijos y criaturas. Al Santo Sepulcro, como a los santos, los veneramos, pero adoramos solo a Dios.
Llevada por Ema, una historiadora sevillana que conoce bien las cosas, he podido estar en un sitio privilegiado para ver, oír y rezar; en primera fila en el Santo Sepulcro con la Eucaristía dentro. Primero dar gracias por todos los beneficios y después pedir por toda nuestra indigencia. En primer lugar, por la paz, por la Iglesia, por los seres queridos…
A la salida me informan de que el Papa Francisco y Kyril, el patriarca de Moscú, se van a encontrar en Jerusalén en el mes de junio. Ya lo hicieron antes en Cuba en 2017. Tienen mucho que decirse, parlamentar y mucho que arreglar, en primer lugar, entre los mismos cristianos, después en el mundo de las hegemonías y poderes. Confío que el Papa esté bien de sus dolores de rodilla, que le aquejan en estos días de Semana Santa. Curiosamente estoy aquejada del mismo mal en la actualidad y he aminorado los dolores poniendo las rodillas al sol, por aquella recomendación de los viejos de que “el sol va muy bien a los huesos”.
Al llegar a casa, me he apresurado a escribir a mis colegas de prensa del Vaticano, para que transmitan al Santo Padre el remedio del sol en los huesos, por si no se lo había propuesto el galeno (los médicos, a veces, son muy sofisticados). A algunos les puede parecer mi gesto una tontería, pero ha sido tan notoria mi mejora, que no he podido por menos que comunicársela al Pontífice. Quizás lo efectivo sea el sol jerosolimitano (me gusta tanto este adjetivo, que escribí un cuento hace años, para dejar constancia de la palabra), pero si el sol de Roma no le hace efecto inmediato al Papa, podrá hacerlo en Jerusalén en junio. Ya queda menos.
No olvidemos el pasaje bíblico en que el profeta Eliseo mandó bañarse siete veces a Naamán el sirio, para curar su enfermedad, con gran enfado de éste, porque alegaba que, en su país, tenía mejores ríos. Pero hasta que no lo hizo como le indicaron en Jerusalén, no se curó. Y es que esta ciudad, jeroglífica y santa, guarda muchos secretos y remedios sagrados para los cuerpos y almas de los hombres (y mujeres).
"Jueves Santo en Tierra Santa" .Dichosa tú.
ResponderEliminarUn abrazo
Magnífica crónica, parece que uno está viviendo el rito y la liturgia. Precioso, claro y fiel. Gracias. Tomás Paredes
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ResponderEliminarMaria Pilar Cavero
Emocionante. Muchas gracias Julia.
ResponderEliminarMaria Cristina Santander
15:11 (hace 10 minutos)
para mí
Preciosas descripciones de tus momentos vividos.
Graciassss
Eiréne - Pax.
ResponderEliminarInnumerables lenguas en Jerusalén.
Saetas sevillanas, este Viernes Santo, para el Señor en la Cruz.
Raúl
Maravillosa y sentida Crónica
ResponderEliminarGracias Julia