Aparador. Escultura de Madonna con Niño, de Héctor Delgado
L.M.A.
Fotos: Mercedes Marcos
26/7/22.- El Escorial.- La propia casa es un castillo. De mi casa escurialense, ¿qué decir? Es mi “palacio real”, mi castillo interior frente al monte Abantos. Casa construida en la Urbanización Parque Real, sobre el solar de la antigua fábrica de chocolates Matías López, un emprendedor de finales del XIX (1874-1962), que hoy goza del nombre de una calle escurialense. De la fábrica solo quedó el jardín de coníferas centenarias, además de estatuas y edículos de ladrillo y bronce estilo modernista, jardín declarado Bien de Interés Cultural por el Ayuntamiento de El Escorial.
Mi casa es de abuelita muerta, fosilizada en los años 40 y 50 en cuanto a mobiliario y objetos, trasladados desde un piso en la plaza de las Cortes en Madrid. Cuando la heredé, estaba tan abigarrada, que doné a la Diputación de Pontevedra los cuadros ovales, con profusión de retratos de generales carlistas. Retratos que causaban situaciones embarazosas, cuando Alfonso XIII visitaba la casa en la Plaza de las Cortes y él señalaba los cuadros de los carlistas con cierta guasa; un piano francés con teclas de marfil; la abundante bibliografía sobre el krausismo, muy en boga en la universidad española de primeros del XX… La Diputación de Pontevedra, provincia de donde era oriunda la familia, aceptó la donación encantada y agradecida. Hizo una buena exposición y espléndido catálogo. Da gusto cuando la Administración se comporta como debe.
Me quedé con las antiguas fotos de El Escorial de 1905, las de la fábrica de Chocolates Matías López y sus carteles publicitarios, por supuesto, con algunos cuadros, antiguos, entre ellos uno grande sobre el sofá con San Juan Bautista y la Cruz de Malta en su pecho, como buen patrón de la Orden maltesa, flanqueado por los hermanos San Pedro y San Andrés con los atributos correspondientes a cada hermano: llaves y cruz de aspa. El cuadro tiene cortada la cenefa por arriba, lo que indica que era más alto en origen. Una escultura en piedra de la Virgen con Niño, de procedencia gallega que pesa un turrón. Un retrato de un personaje con ropón granate que no sé si es un apóstol o un hombre airado, como yo lo llamo; dos tondos en cobre, esta vez sí, con apóstoles; una Magdalena galante, que es una pasada…
Las sábanas y manteles de hilo con grandes iniciales bordadas no hay quien las use, porque pesan y por no plancharlas. En el Museo del Traje ya no las quieren, porque tienen un montón de donaciones y desprendimientos familiares por la misma causa. Queda todavía algún que otro tapete de ganchillo en la casa, para alucine de las modernas que los contemplan.
La joya del ajuar casero es el comedor de estilo galaico-manuelino, con sillas de respaldo tallado con frutos y flores, que son la tortura de la asistenta para sacar el polvo de semejante labrado en madera. Mi grata sorpresa fue cuando visité el palacio de Sintra en Portugal y vi un comedor exacto al mío, pero con una mesa larga de una veintena de comensales. El mío es de 12 y solo utilizo seis.
El tresillo isabelino negro tapizado es hermoso, pero la madera de las sillas es tan pesada -no sé de qué pueda ser- que cuesta levantarlas. Responden a los muebles de luto que se estilaban también en tiempos alfonsinos. Menos mal que el arte contemporáneo de los cuadros rejuvenece el mobiliario antiguo. En la pared cuelgan óleos estupendos de Maruja Corredoira, Pedro Bustamante, Ignacio del Río, Salvador Calvo, Jaime Estartús, Pedro de Miguel, Linda de Sousa, Pablo Carnero, José Luis Olea, Ben, Juan Yoc, Rosa Escalona, dibujos de Jorge Rando, escultura de Héctor Delgado… El arte contemporáneo alegra la vida y los viejos muebles.
Guardo con afecto el samovar que me trajeron de Rusia los padres de la escultora Inga Ivanova, después de hablarles, durante un té en casa, de mi fascinación por el samovar, cuando leía las novelas de Dostoievski y de Tolstoi.
Tengo una televisión antediluviana que se ve divinamente (solo cinco canales), por lo que no la cambio, y en los muros de la terraza, platos de cerámica sesenteros de distintas procedencias, de los que no pienso desprenderme y un pequeño jardín artificioso al fondo.
Hay un baúl, de un lado para otro, con libretos y estampas de una muchacha Venerable Margarita en la familia, que la abuelita muerta quiso llevar a los altares -ciertamente la joven lo merecía. Murió en la gran gripe de 1929. La abuelita viajó a Roma para hablar con el Papa y acelerar la subida a los altares de su hija devota de la Eucaristía, sonriente y generosa con los necesitados, pero fue recibida tan solo en audiencia general y no pudo conversar con el Pontífice como hubiera deseado. Regresó un tanto decepcionada de su peregrinación a Roma. El abuelito Augusto, muerto hacía ya lustros, era gentilhombre de Su Santidad.
En suma, una casa a la sans façon: antigüedades, antiguallas, brocanters, vejerías, objetos kitch, alguno hortera (regalo de amigo despistado), flores de trapo, que no de plástico, en el aparador y el trinchero, eso sí en floreros de plata art nouveau; unos fruteros de Baccarat, que los niños disfrutan dándoles un chasquido de dedos para ver cómo se prolonga su sonido cristalino en el tiempo; una lámpara de abalorios; un singular plato craquelado con una dolorosa en el centro que me regaló Cristina de Jos´h; una mola, icono de la cultura Guna de Panamá y Colombia, que no sé quién pudo traerla de América; un plato, dos candelabros y una sopera de estaño, menos frecuente que la plata; una vajilla gallega con iniciales de parientes difuntos; un águila bicéfala estofada con un espejo redondo en medio; algunas chinerías como tibores de contrapunto… Bibelots tengo para aburrir, en su mayoría dentro de la cavidad de una antigua mesilla de noche. "Pongos", los llaman los anticuarios por lo bajo: "¿dónde los pongo?". Cuando se rompe alguno, me alegro y digo lo que mi madre:¡las cosas no son eternas!, lo cual no quiere decir que me deshaga de ellos voluntariamente, salvo algún regalo.
Cosas de origen familiar o que han llegado a mí de una manera u otra, pero de las que no me desprendo, porque me gustan y porque soy acumulativa. Sé que muchas personas no podrían vivir en esta casa. Una amiga dice que parece de antes del tiempo de “Cuéntame”, el vetusto programa televisivo, otras sin embargo dicen que esta casa tiene su punto en medio de tanto eclecticismo. Que se abstengan de venir los minimalistas, se llevarían las manos a la cabeza. En días de canícula cuento con vetustos ventiladores grises de aspas como hélices de avión, en el más puro estilo años 40, como los que aparecen en la película en blanco y negro Primera Plana.
Los versos de Juan Ramón Jiménez vienen a la memoria: Qué quietas están las cosas/ y qué bien se está con ellas. O el gran Ramón Gómez de la Serna: Nadie ha dicho que las cosas vivan; las cosas sueñan. Esta es la idea.
¡Ah! Y no falta una chapa con el Corazón de Jesús en llamas atornillado a la puerta de salida, a disposición del beso de despedida. Pues fuera de la casa pueden surgir todos los peligros.
Una casa de abuelita que le encantó a una compañía cinematográfica que me presentó el escultor Héctor Delgado, pero que al final no cuajó el rodaje, no sé por que´. Pagaban bien, aunque creo que dejan la casa desastrada después de filmar.
En resumen, una casa escurialense que adoro y por la que me paseo descalza sobre el parqué, porque no hay sensación más grata que la de "pies libres", como cuando nuestros ancestros se subían a los árboles.
Con todo y con ello soy feliz en esta casa aislada y silenciosa, donde de vez en cuando, invito a los amigos a tomar el té. Cuando termina la temporada en septiembre y octubre, echo las sábanas blancas sobre sofá, sillones y otros muebles, a la más vieja usanza, hasta el verano siguiente. Aunque visite El Escorial con frecuencia, sobre todo los domingos para comer en La Horizontal, La Villa o El Charolés con Maricruz y Manolo Míguez, los dueños, no pernocto en mi casa escurialense. No hay nada más antipático que poner una casa en marcha. Prefiero regresar a Madrid. En Semana Santa viajo al sur para celebrarla con amigos andaluces.
El monte Abantos permanece donde está, y me espera en el siguiente estío de El Escorial, el Real Sitio que amamos todos los autóctonos y veraneantes.
¡Ah! Y no hay cómo vivir solo, llevándose bien.
Chimenea en mármol negro, venida del piso de la Plaza de las Cortes en Madrid; el cuadro del "hombre airado", tondos de cobre, jarrones art-nouveau, Virgen gallega y tibores.
Trinchero con samovar y fruteros Baccarat
Distribuidor
Cuadro de San Juan Bautista, patrón de la Orden de Malta
Magdalena galante
Monasterrio de San Lorenzo con el monte Abantos al fondo
Platos de cerámica sesenteros en la terraza. El del centro con Edipo y la esfinge.
Querida Yuli: Tu casa escurialense es una pasada,no deja indiferente a nadie.Sus muebles,pinturas,esculturas y otras obras de arte la convierten en un Museo.A mí me gustó mucho y además pase unos días de verano inolvidables en agosto del 2016.Es poner el pie en esa casa y sentirte una princesa,una reina,alguien importante ,te entra una sensación de "persona rica" que te levanta la moral y la autoestima.Que maravilla vivir rodeada de belleza.Eternamente agradecida por tu hospitalidad ya sea en tu precioso chalet de Madrid,tu casa museo de El Escorial o La Rioja.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Feliz verano.
ResponderEliminarLuis Antequera
Me ha gustado mucho Julia. Me he sentido un poco retratado
felicitarte por tu crónica personal II; una delicia la descripción de la Casa abuela, sobre todo, por las referencias que darían para una novela ambientada en el Madrid y Galicia de hace cien años.
ResponderEliminarJavier Campos
ResponderEliminarMuchas gracias, por tus reportajes , que me hacen conocer,
lugares maravillosos, sensibles, y vividos por Ti. Me transmiten una Paz y una serenidad
Rosa Serra
Queridos amigos
ResponderEliminarEsta crónica de la casa es conmovedora. Sin haberla visto, la califico como un useo, como el mejor de los museos. Creo que ya lo dije otras veces. Para mí los mejores museos del mundo son el Museo Cerralbo y el Museo Romántico. No digo que el Prado y otros no me conmuevan pero, para mí, nada iguala la sensación de entrar en una casa donde alguna vez alguien vivió y juntó cosas desde Adán, el primer vasco, hasta sus días. También la Wallace Collection de Londres, por no mencionar infinitos museos "personales" están en ese camino.
Es mi casa mi museo
donde junto cosas raras:
forman parte de mi vida,
forman parte de mi alma.
Después de este artículo, los quiero todavía más,
Raúl
Un articulo brillante muchas gracias por tanta belleza de alma
ResponderEliminarSoy Antonio Camaró
ResponderEliminarPreciosa casa, preciosa crónica... Ando por tierras de Levante y sin mi ordenador-typewriter, algo limitado para escribir. Pero no podía dejar pasar tu entrada sin felicitarte.
ResponderEliminarEl último anónimo es de Emilio Porta.
ResponderEliminarPrecioso Julia , cosas muy bonitas y entrañables, me encanta ese estilo.
ResponderEliminarImpresionante el relato plasmado por una de las más brillantes plumas de nuestra Patria..👏
ResponderEliminarSoy Jaime Estartús.
EliminarMaría Tecla Portela Carreiro : ¡¡¡Me encantaaaaaaaa!!!!
ResponderEliminarYo soy una forofa de las ropas de casa, de los manteles de hilo... y todavía me doy al trabajo de plancharlos: son mi lujo más refinado.
Me fascinan esas casas...