Monasterio desde el parque de La Manguilla, junto a Prado Tornero
Julia Sáez-Angulo
Fotos: Mercedes Marcos
28/8/22.- El Escorial.- La primera vez que escuché a la pintora Marta de Arespacochaga hablar de El Escorial, volví de inmediato la cabeza y me puse a escucharla descaradamente, porque hablaba de sus recuerdos entrañables de infancia en el Real Sitio, donde veraneaba con sus padres y sus ocho hermanos en el elegante barrio de Prado Tornero, más elegante hoy que entonces. Eran los años 1957 a 1972, sin faltar ninguno, desde que su padre hiciera construir la casa en 1959. Aquellos veraneos, maravillosos en la infancia y adolescencia de Marta, duraron hasta 1972, en que ella se casó con un diplomático y, como los cómicos de la legua, comenzó a recorrer países y ciudades internacionales. A partir de ese día comenzó la nostalgia de El Escorial, pero ya no había vuelta atrás.
Marta, pintora de varios retratos del Rey Felipe VI y de Letizia, era y es hija de Juan de Arespacochaga, ingeniero de Caminos de origen vasco, que fue eficiente alcalde de Madrid durante los años 1976-78. Fue calificado de buen gestor en la mejora de los barrios periféricos madrileños, cuando la capital ya empezó a contar con tres millones de habitantes -hoy, el área metropolitana supera los cinco millones. Fue el primer alcalde que estableció contactos con los incipientes movimientos vecinales.
Juan de Arespacochaga escribió el libro “Alcalde solo” (1979), publicado por Ediciones Tobal y también “Cartas a unos capitanes”, edición de corta tirada dedicada a sus nietos.
Pues bien, este alcalde de Madrid eligió El Escorial para veranear con su numerosa familia en una casa que fue agrandando con otro piso cuando le nacían más hijos, o más bien hijas, en total ocho mujeres y un solo varón. "Las Arespacochaga eran todas unas hermanas muy guapas", al decir de la periodista Carmen Valero Espinosa, que fue al mismo colegio madrileño que ellas.
Marta también es madre de familia numerosa: Alejandro, Marta, Patricia, Miguel y Rodrigo F. Mazarambroz y Arespacochaga, los nombres y apellidos de sus hijos, algunos de ellos también diplomáticos, porque ya se sabe que estas profesiones son contagiosas.
“Mi padre, como buen ingeniero de Caminos, realizó los planos de la casa de El Escorial, en una parcela que compró al final del Prado Tornero. La casa era un chalet de piedra de granito, típica de esa zona, y de madera”, cuenta Marta.
“Mis padres hicieron esa casa por recomendación del médico de la familia, para fortalecer la salud de una de mis hermanas muy pequeña, con constantes bronquitis y problemas respiratorios. El aire puro de la sierra, decía, la curará de todo. Íbamos todos los fines de semana en invierno y durante las largas vacaciones de los niños de entonces, que duraban de junio a octubre. Marta Llopiz, mi madre siempre dirigiendo el cotarro de tan gran familia y organización, aunque solía contar con la ayuda de alguna chica”
“A veces se sumaban los abuelos paternos: Nicolás de Arespacochaga y Salicrup y la abuela Josefa de Felipe, o la abuela materna María González Laurin. El abuelo materno Vicente Llópiz Méndez ya había fallecido en aquellos años. Ellos se escandalizaban, cuando nos veían bailar twist al ritmo del célebre “Twist and sound”, el primer disco de los Beatles, en plena moda de finales de los 60 y 70. “¿De dónde han salido esos melenudos?”, exclamaban, cuando los veían en la televisión en blanco y negro. Poco a poco, los chicos de la pandilla iban melenudos como los Beatles”.
Los recuerdos de Marta, en su infancia de veraneantes en El Escorial, van por las carreras de bicicletas -un lujo imprescindible para el verano- con toda la pandilla, entre la que figuraban apellidos como los Granda, Noain, Larrumbide. Godoy, Bellver, Spiteri, Fraile (su padre era director de cine)… varios de ellos llegaron después a diplomáticos españoles, al igual que el marido de Marta. Lo dicho, es una profesión contagiosa. Pero en los 60, Marta y sus amigos iban en las bicis con capas de Supermán y la merienda en una bolsa de plástico colgando del manillar, porque Marta explica que, entonces, las mochilas no se habían inventado o ellos no las tenían.
“La verdadera división del pueblo de El Escorial y San Lorenzo estaba en las vías del tren y nosotros las cruzábamos con las bicis a paso nivel, como estaba entonces. Aún no se había construido el paso subterráneo que existe ahora. En el pueblo había tiendas muy modestas y abundantes al mismo tiempo, que hoy han desaparecido, como El Arca de Noé, donde se vendía de todo: desde jabones de tocador y de lavadora, el famoso jabón Lagarto, típico en la España de aquellos años… Toda clase de objetos de limpieza, escobas… pasando por hilos de coser...cubiertos de cocina… Recuerdo que la tienda la regentaba una señora que tenía un hijo discapacitado, contrahecho, que la ayudaba de maravilla. Me daba pena y resultaba muy conmovedor verlos”, explica Marta.
“Tengo recuerdos muy intensos de El Escorial durante la infancia y la adolescencia. Éramos niños y nuestras excursiones no eran precisamente culturales, aunque visitamos el imponente Real Monasterio varias veces durante el verano. Desde el enorme ventanal del salón de nuestra casa se veía el Monasterio con todo su esplendor. Parecíamos parte de sus jardines”, añade la pintora.
“Recuerdo mañanas y noches frescas de verano, desayunos alrededor de la piscina, rodeada de tiestos pintados en azul añil llenos de geranios. En la piscina, mi padre nos fue enseñando a todos a nadar. La casa estaba siempre alegre y divertida con tanta gente. El jardín no era muy grande, pero sí muy cuidado con césped y caminos pequeños para pasear. No había casi construcciones cerca de la casa. Alrededor, todo era campo, un río y cantidad de rocas, los peñascos enormes de granito en la zona. La calle, de tierra, estaba sin asfaltar”.
“Mis recuerdos están mezclados con olores a campo, a sierra, a praderas verdes. Grillos por la noches y cigarras durante el día. Al estar la casa tan aislada, pastaban cerca las vacas de doña Genara, en el solar de enfrente. La dueña ordeñaba a sus vacas allí mismo y nos dejaba, in situ, la leche en cántaros de aluminio. En el pueblo la llamaban la Genara y a su marido, Ceferino. Eran buena gente y vivían en un corral en el centro del pueblo con sus vacas, gallinas… y nos abastecían, a todos, de huevos y pollos vivos para rematar cada cual en su casa. No olvido que la pobre doña Genara llevaba siempre un collar de perlas blancas ensuciado por los desperdicios de las vacas”, evoca Marta Arespacochaga.
“Los domingos íbamos a misa a la Iglesia de San Bernabé (s. XVI), de estilo herreriano, por Francisco de Mora. Toda la gente del pueblo acudía fervorosa con el traje de los domingos típico en los pueblos. Niñas, con puntillas y lazos; los chicos repeinados y con camisa nueva. Así se distinguían de los veraneantes, que íbamos más deportivos. Una vez el cura de la iglesia llamó la atención desde el altar, en voz alta, a una chica que iba con vestido sin mangas, con los brazos al aire y sin chaqueta”.
“Nuestra adolescencia fue muy divertida. Primeros guateques con velas...prohibidos por nuestros padres, que pensaban que había que bailar con luz eléctrica para ser jóvenes "trés comme il faut". En ellos se escuchaban las canciones de entonces en tocadiscos y con discos de vinilo. Tanto de cantantes franceses e italianos, como Adamo, Silvie Vartan. Richard Anthony... o americanos, como Bob Dylan… En fin, allí surgieron los primeros amores de primera juventud, en maravillosos días de verano”.
Todas las historias familiares terminan en una dispersión de destinos y la casa de los Arespacochaga en Prado Tornero se acabó vendiendo. “Éramos ya demasiados veraneando en aquella casa”, explica Marta de Arespacochaga. "Pero los recuerdos de infancia y adolescencia en El Escorial son imborrables y se agrandan con el amor y melancolía que da el paso del tiempo".
Los años 60 fueron aquellos en que nacieron "los jóvenes". Fue junto a los Beatles en todo el mundo.
Más información
https://lamiradaactual.blogspot.com/2018/09/retrato-marta-arespacochaga-pintora.html
Peñascos de granito en El EscorialPaisaje escurialense con la montaña del Pico del Fraile al fondo
Mara de Arespacochaga Llópiz, pintora
Siempre adelante ya la 33.Batiendo récords
ResponderEliminarMaica
Me ha encantado este trocito de historiade historia. Entrañable.Una España distinta.
ResponderEliminarGracias por hermosas narraciones como esta de la encantadora Marta a la que conocí en la presentación de mi libro que tu magistralmente realizaste. Un abrazo Julia
ResponderEliminarLa Crónica está espectacular, me encantó como contaste las vivencias de Marta, con la descripción correspondiente del entorno, felicitaciones !!!! Aluciné !!! Bsss
ResponderEliminarAdriana Zapisek