miércoles, 11 de enero de 2023

EL REAL MONASTERIO DE EL ESCORIAL EMULA DEL TEMPLO DE JERUSALÉN


Vista aérea del Real Monasterio de El Escorial (Foto Wikipedia)

Julia Sáez-Angulo

8/1/23.- Hay dos templos en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, construido por el arquitecto Juan de Herrera y el deseo del monarca más poderoso de la tierra en su momento, Felipe II. Dos templos, uno cristiano: la Basílica y otro, gentil o pagano, la Real Biblioteca, cada uno con su iconografía correspondiente.
El Monasterio se hizo de proporciones monumentales, como correspondía a la Monarquía Hispánica del XVI, que aspiraba a ser monarquía universal, para lograr lo profetizado en la Biblia, de que todos los hombres serían regidos por una sola cabeza. Un conjunto monástico que comprendía basílica, palacio, pinacoteca, biblioteca, monasterio, colegio y panteón real.
Un Monasterio que habría de ser levantado en un lugar nuevo, puro, ascético junto a la montaña, diferente alejado de las grandes ciudades como Toledo, Valladolid o Sevilla. Allí estarían guardados los restos mortales del padre del monarca, el emperador Carlos V y todos los Habsburgo que le sucedieran. La Monarquía Hispánica necesitaba un Panteón Real para su estirpe.
La sierra de Guadarrama, el monte Abantos daría respaldo a ese gran Monasterio. Un monte que albergaba vestigios neolíticos, celtas y prerromanos, pero nuevo para un proyecto grandioso, colosal, ciclópeo, de dieciséis patios y siete torres, para el que no se escatimaron medios materiales. Felipe II puso en él su gran sueño arquitectónico. Por su cercanía al querido Monasterio, el monarca decidió establecer Madrid como capital del Reino y del Imperio Español, que hasta entonces había sido simplemente una sede más y temporal para el Rey y su Corte. En resumen, si Madrid es hoy capital de España, es porque está cerca del Monasterio de El Escorial.
Fueron 21 años los necesarios para construir ese gran templo monástico de San Lorenzo de El Escorial (1563- 1584), encomendado a los frailes Jerónimos, una orden monástica española, severa en su vida ascética. Un monasterio que habría de figurar entre las maravillas del mundo, octava maravilla,  sus proporciones y  estética, levantada por hombres visionarios y audaces que no cejaron en su empeño. Algunos hablaron de que se tardó mucho en construirse, pero 21 años son muy pocos para un proyecto tan ambicioso como semejante monasterio.
De las ideas salomónicas del templo de Salomón, difundidas por el jesuita Juan Bautista de Villalpando (1552-1608), Felipe II asumió la idea de actuar como el rey sabio, un rey  que ofreció a Dios un gran templo en Jerusalén, destruido dos veces y no vuelto a reconstruir una tercera. Él, monarca de la estirpe de los Habsburgo, de los Austria para los españoles, construiría un nuevo y gran templo para Dios, que perpetuaría la gloria divina y la memoria de la Monarquía hispánica. No en balde, él gobernaba un Imperio donde no se ponía el sol. 
No olvidemos que el templo de Salomón fue revelado por Dios mismo, y es por lo tanto “arquitectura perfecta”, en el Antiguo Testamento, según refieren las visiones del profeta Ezequiel y la narración del libro de los Reyes.
    Villalpando, arquitecto y matemático, además de teólogo, estuvo junto a Juan de Herrera y está considerado como el inventor del orden salomónico específico español, caracterizado por llevar los capiteles con hojas de flor de lis y semillas de granada.  El jesuita acabaría escribiendo más tarde tres volúmenes con los dibujos correspondientes sobre el templo de Salomón, en el que se había inspirado el Real Monasterio. 
    Para el profesor de la Cuadra, “Felipe II no quería una iglesia para los fieles, quería darle a Dios una morada comparable a su Primera Casa en Jerusalén”. Un templo como Domus Dei. El padre José de Sigüenza lo calificó claramente como “el otro templo de Salomón”.

Felipe II, hombre estudioso y culto del Renacimiento, conocía muy bien la Kábala hebrea, la Numerología, la Astrología o la Alquimia, para no prescindir de ellas en la construcción de su monumento más emblemático. El Monasterio está lleno de números y simbolismo. Sus proporciones y medidas son perfectas, lo que no quiere decir que hubiera ocultismo o esoterismo por medio. Felipe II no se lo hubiera permitido, él fue por antonomasia un Rey sabio y prudente, por lo que quiso emular a Salomón, como rey de la antigüedad que ostentaba esas virtudes. Y, como él edificar un gran templo. 
    “El nombre de Salomón está grabado en grandes letras en su gigantesca estatua en la puerta de la Basílica, así como en el fresco central de la biblioteca, la celda del prior, las bóvedas de la iglesia y el dormitorio real”. Pero, curiosamente, en ningún otro de sus palacios.
Lamentablemente se ha abusado en exceso de la visión esotérica del Monasterio de El Escorial. No hay jeroglífico alguno en él, aunque haya simbolismos abundantes.
La Historia Sagrada, la narración del templo de Salomón, y las ideas salomónicas de Villalpando habrían de dirigir los pasos en el proyecto de dos arquitectos: Juan Bautista de Toledo, primero, y Juan de Herrera, principalmente después, por indicación del Monarca: el Patio de Reyes se abría con los nombres regios de los monarcas de Judá: Salomón, David, Josías, Manasés, Josafat y Ezequías. Desde la base de ese patio se forma un triángulo equilátero, en cuyo vértice se asienta el tabernáculo divino, ya no con los objetos que albergaba, según el Antiguo Testamento:  el arca de la Alianza con la Torá, la menora de oro, panes ácimos y un trozo de maná, sino al Dios Altísimo hecho hombre en la Eucaristía. El pan vivo bajado del cielo que, como el maná, se multiplica para alimentar a todos los hombres. Triángulo equilátero que conlleva el número tres, el de la perfección, el del equilibro y la armonía en el saber antiguo; la Trinidad Sagrada del cristianismo en el tiempo nuevo.
Con Salomón en el 952 a. C., el Arca de la Alianza dejó de morar en una simple tienda del pueblo judío pastor y trashumante, para albergarse en un edificio de piedra caliza de Jerusalén. Con Felipe II, en el s. XVI, Dios tendría un nuevo gran templo en El Escorial construido en sillares de granito, piedra berroqueña de las canteras de Zarzalejo, templo digno de su Majestad Divina y su grandeza. Ambos monarcas, Salomón y Felipe II, dedicaron su pensamiento y sus enormes riquezas a dar gloria a Dios en la arquitectura y, al mismo tiempo, a perpetuar su nombre.
Algunos cronistas señalan la victoria de la batalla de San Quintín -gran batalla de los españoles contra los franceses- el día 10 de agosto, festividad de San Lorenzo, como desencadenante de la construcción del Monasterio de El Escorial y dedicación del mismo al santo oscense, pero no fue solo así o lo más importante. Las dos ideas se solaparon con el tiempo. El Monasterio de San Lorenzo de El Escorial se hizo para emular a Salomón con otro gran templo, sobre unas trazas que llevarían el signo del gran rey hebreo, trazas que nada tienen que ver con la supuesta parrilla a la que muchos aluden, como instrumento de tortura al fuego en que fue martirizado el santo. 
    Para ciertos estudiosos, la supuesta forma de parrilla del Real Monasterio no es otra cosa que el signo y símbolo de Salomón con una prolongación. El Monasterio no se inspiró en representaciones bélicas, sino en alusiones bíblicas de Israel. 
No olvidemos que san Lorenzo, diácono en Roma (225-268 d.C.), fue el celoso custodio del Santo Grial, el cáliz con el que Cristo celebró la Última Cena en Jerusalén, en la que instituyó el sacramento de la Eucaristía. El Santo Grial, un cáliz que fue traído por él a España, por el santo diácono, después de que se lo confiara el papa Sixto II. San Lorenzo, un santo, por tanto, que conecta también con Israel, Tierra Santa de Jesús, el Dios hecho Hombre. Jesús, descendiente de Abrahán, de la tribu de Judá, del tronco de Jesé, de la estirpe del rey David, el hijo de María, el Mesías que anduvo y oró en el templo de Jerusalén, reconstruido por el rey Herodes III.--- y destruido por el emperador Tito en el año 70 de nuestra era, en medio de un gran incendio. Un Mesías profeta que lloró por la futura destrucción de su amada ciudad Jerusalén, ciudad amada por todos los judíos, de los que Cristo no era una excepción. La iglesia jesosolimitana Dominus Flevit (El Señor lloró), recuerda ese llanto divino. 
Con la venia del Concilio de Trento, que dejó muy claro que la adoración era solo a Dios, mientras que Santa María Virgen y otros santos solo merecían veneración, Felipe II quiso blindar de santidad al Real Monasterio y adquirió nada menos que siete mil quinientas reliquias de santos, guardadas en 507 cajas o relicarios diseñados en su mayoría por Juan de Herrera y realizados por el orfebre platero Juan de Arce y Villafañe. Las formas de estos relicarios: cabezas, brazos, estuches piramidales o arquetas constituyen un conjunto de relicarios único que se muestra en la basílica, en dos grandes armarios decorados por Federico Zúccaro.

TEMPLO DEL SABER
Como buen Príncipe del Renacimiento, Felipe II quiso también disponer de una biblioteca y una buena pinacoteca. Para ello se rodeó de sabios como Fray José de Sigüenza o Benito Arias Montano. Este último dispuso toda la iconografía de los murales de la Real Biblioteca del Monasterio (1565), en un espacio amplio, largo y diáfano, como ha de ser el conocimiento. En el Salón Principal, una bóveda de cañón dividida en siete tramos. Es una de las mejores, si no la mejor, de las bibliotecas renacentistas. Con Felipe II no se quemaron los libros del Index de Roma, como en Francia, por ejemplo, sino que se guardaban en esta soberbia biblioteca. Entre los libros secretos se encontraban 139 libros de Magia, perseguidos por la Inquisición. Se cree que Arias Montano pertenecía a la hermandad o secta Familia Charitatis.
    En los muros de la Biblioteca Laurentina, como muchos la conocen, están representadas al fresco, las Artes, las Ciencias y las Letras. Las siete Artes Liberales, con alegoría de matronas y gigantes del saber, se encuentran en el compartimento central:  Gramática, Retórica y Dialéctica -el Trivium- y Aritmética, Música, Geometría y Astronomía -el Quadrivium. En el inferior, personajes relativos a las artes liberales, representantes insignes de las mismas. La Filosofía y la Teología quedan para los testeros norte y sur, respectivamente. La primera mira hacia el colegio; la segunda, hacia el convento. Catorce escenas en total, como un homenaje a la Capilla Sixtina.
    En la representación de Salomón y la Reina de Saba se recoge la cita del Levítico: “Todo tiene número, peso y medida”, bordada en el mantel. De nuevo está Salomón en otro apartado del Real Monasterio.
    Los autores de estas pinturas al fresco fueron Pelegrino Tibaldi y su equipo, en el que se encontraba Bartolomé Carduccio, si bien se cree que los frescos fueron ideados por Juan de Herrera y Fray José de Sigüenza.

    El primer director de la Real Biblioteca Escurialense y autor del catálogo de sus libros fue el célebre Benito Arias Montano (1527-1598), gran humanista, lingüística, políglota, hebraísta, escriturario, poeta, traductor y editor de la Biblia Políglota. Una mente preclara de su época renacentista. Un total de 600 incunables y casi cuatro mil manuscritos en griego, latín, árabe y hebreo se encuentra hoy entre los cuarenta mil libros de la Real Biblioteca

Además de los dos templos: Basílica y Biblioteca, el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial comprende el Panteón Real, Colegio de Infantes y el convento o monasterio, propiamente dicho. Una notable pinacoteca recorre cada uno de esos ámbitos.
    Parangonando a Salomón, como rey sabio, para Felipe II el saber, el conocimiento, era clave para un Príncipe Renacentista y su Corte, de ahí que creara la Real Biblioteca en el Real Monasterio. Y dado que la Monarquía Hispánica, como todas las de su tiempo era patrimonialista, bienes de una familia, en este caso los Austrias, la Biblioteca podría dividirse o fragmentarse en las sucesivas generaciones de herederos, por ello, con sagaz criterio, el Monarca la donó al propio Monasterio gestionado por los monjes, evitando así su dispersión.
        Algunos historiadores dicen con razón que, si Felipe II estableció, primero su sede y después su capitalidad en Madrid, fue porque estaba cerca de su gran obra arquitectónica: el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Como dijo Miguel de Unamuno, es un Monasterio que debieran conocer todos los españoles.
    Basílica y Biblioteca. Fe y Razón. No se oponen sino que se complementan como bien explicó el papa, gran teólogo, Benedicto XVI.

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