viernes, 13 de enero de 2023

LEYENDA DEL PERRO NEGRO JUNTO AL REAL MONASTERIO DE EL ESCORIAL




por Julia Sáez-Angulo

Primero fueron los ladridos y aullidos desgarradores de un perro, que bien pudiera ser un lobo, a juzgar por su intensidad y dramatismo, así lo juzgaron los frailes jerónimos, cuando lo oyeron desde el coro en la mañana. Pero en la sierra de Guadarrama, en las faldas del monte Abantos, se ven zorros más que lobos, de ahí la perplejidad de los frailes que se apresuraron a comentarlo con preocupación ante el señor Abad del monasterio.

Después fueron los operarios de las obras del monasterio, encargadas por Rey Don Felipe II los que aseguraban que entre sus materiales y maquinaria aparecía de vez en cuando un perro negro furioso, corriendo en círculos infernales e impidiéndoles entrar al edificio para trabajar, por lo que tenían que detenerse.

Seguidamente fue el vulgo serrano, siempre asustadizo, inventivo y supersticioso, el que aseguraba haber visto también a ese perro negro infernal, que custodiaba una de las bocas del infierno que estaban tapando los muros del nuevo monasterio. Sus ladridos y aullidos insoportables, sobre todo en la noche, los obligaba a taparse los oídos con la almohada. 

Aquel perro negro era el mismísimo diablo, aseguraban los hombres y mujeres del villorrio. Y la bestia era una maldición contra la erección del monasterio, como estaban indicando algunos de los sucesos habidos en el lugar recientemente, como el rayo que cuarteó y destrozó la torre monástica de la Botica, o la gran pedrada que reventó los neveros y arruinó las vides de los frailes para hacer el vino de consagrar.

Es un castigo, una maldición contra el monarca Don Felipe, por los impuestos con los que abrasa a sus súbditos castellanos, en su empeño por construir el Real Monasterio, repetían algunos de pueblo serrano colindante.

El relato llegó a oídos del monarca Felipe II quien sonrió y no hizo mucho caso del asunto, pero, a partir de aquel día en su sueño nocturno aparecía un perro negro furioso, que le despertaba con sus ladridos y aullidos desgarradores. Como la pesadilla se repetía, habló con el señor Abad y le preguntó si la aparición del perro negro se trataría del mismo diablo travestido en bestia -como decía el vulgo- o de simple superstición que las gentes le habían contagiado. Quizás fuera algún poseso sufriente del reino de Castilla, al que habría que exorcizar.

-Señor la gente se inventa cosas y habla así también, porque muchos se sienten oprimidos, ante las alcabalas que la Corona impone sobre ellos para la construcción del Real Monasterio.

-Mis súbditos desconocen la gloria que este Monasterio va a dar a Dios, a la Monarquía Hispánica y a este lugar, que será célebre en todo el mundo como sitio sagrado y egregio. En cualquier caso, señor Abad, hablaré con mis consejeros para tratar de abajar las alcabalas. Entre tanto, procuren los frailes localizar a ese perro negro siniestro para exterminarlo a la vista de todos.

- Majestad, ordenaré la búsqueda del perro negro de los aullidos y lo haré ahorcar ,para dejar su cuerpo a la vista de todo aquel que pase por delante y quiera mirarlo.

El Abad de los frailes jerónimos encargó a Fray Antonio de Villacastín que encabezara la partida de hombres para apresar a aquel maldito perro negro y acabar de una vez con los temores y habladurías de los súbditos escurialenses.

No tardó la partida de hombres en encontrar a un perro negro salvaje, que el propio Fray Antonio de Villacastín, en medio de atroces aullidos, colgó de un árbol con su propio cinturón y dejó el cuerpo colgando a la vista de todos, para conocimiento general de su muerte. 

No cejaron por ello los dimes y diretes de la gente, ni siquiera cuando el Monarca rebajó los impuestos a los castellanos. Aseguraban que, si bien, ya no se veía correr al perro negro, si seguían oyéndose aullidos, de noche o de madrugada, para terror de todos. Alguno, incluso, decía que, a veces, se veía al perro negro merodear o cruzar a la carrera del diablo en el entorno del Real Monasterio, especialmente en el jardín de los frailes. 

“Aunque Don Felipe mandó matar a todos los perros negros del lugar, como Herodes a los niños menores de dos años, el perro negro de las apariciones volvía a encarnarse y a pasearse por jardines y tejados del Real Monasterio”, contaba a la gente ciego en sus romances.

También el Monarca le dijo a su galeno que, en las noches o durante el sueño, todavía oía aullidos de un can en la lejanía, y que bien pudiera tratarse del perro negro furioso. Por si fuera el demonio, Felipe II blindó el Real Monasterio con siete mil quinientas reliquias de santos, que lo protegieran. Los relicarios fueron motivo de admiración y todavía perduran.


El día de la muerte de Su Majestad el Rey Don Felipe II, fue más de uno el que vio correr al perro negro en torno al Real monasterio, incluso le escucharon ladridos y aullidos de muerte. 

La historia o leyenda de este perro negro perdura a través de los siglos.

Pasear a un perro negro por El Escorial, trae de inmediato a la memoria de los lugareños la historia o leyenda de aquel perro negro furioso que, en el siglo XVI, apareció en los aledaños del Real Monasterio. Desde las ventanas de las Casas de Oficios, al amanecer o al anochecer, se divisa con periodicidad un gran perro negro en la lonja que antecede al monumento.

Madrid, 12 de enero de 2003


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