“El ingenio y la fuerza de los sótanos del Real Monasterio es digno de subrayar”
Julia Sáez-Angulo
Fotos: Mario Saslovsky
7/5/23.- El Escorial.- César Casanova perteneció al Ejército de Tierra Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción. En 1999, a punto de ascender a teniente coronel, pidió voluntariamente la reserva y, concedida, se sumó a la empresa familiar de Rehabilitación y Restauración Lago-Vello, fundada por su esposa Lola Rodríguez, en la que trabajaba un amplio equipo de empleados y colaboradores, todos ellos licenciados en Arte y otras disciplinas. La empresa abarcaba tres ámbitos: Rehabilitación y Limpieza de Fachadas, Interiores y Pintura Artística. Casanova es experto en Rehabilitación y Restauración de elementos ornamentales y decorativos en edificios y espacios singulares de interés histórico artístico.
Por sus manos y las del equipo ha pasado la restauración y limpieza de numerosos frescos, cuadros y edificios histórico artísticos de toda España: Madrid, Toledo, Bilbao, Las Palmas, Santander, Soria, Peñafiel, Plasencia, Cuenca, Chivilcoy en Argentina… Y entre otros monumentos madrileños: el palacio de la Moncloa, el Real Monasterio de El Escorial, más concretamente la fachada del Patrio de Reyes, las cúpulas exteriores, las bóvedas interiores o las pinturas al fresco de la basílica yo la gran escalera de Luca Cambiaso y Luca Giordano, así como el Cristo de Cellini. El paso y la estancia diaria por el monasterio filipino es algo que no ha olvidado “porque se marca en la memoria”. Iba y venía al Real Sitio todos los días para supervisar los trabajos.
También hizo un estudio profundo, que le llevó un año, del cuadro “El Calvario” de Rogier van der Weyden, verdadera joya del Monasterio, antes de emprender la restauración y limpieza del mismo, pero quedó suspendido tras el cambio político en la gobernanza, algo que sucede en España con lamentable frecuencia. Con el tiempo, la restauración de “El Calvario” se llevó a cabo por el equipo del Museo del Prado, que seguramente no prescindió del estudio previo.
César Casanova Martínez-Pardo (Madrid,1951) ha visitado recientemente la instalación específica que el Real Monasterio ha dispuesto para el célebre cuadro de “El Calvario” (1457-1464) de Rogier van der Weyden (1399-1464), óleo sobre tabla de grandes dimensiones (323,5 x 192 cm), al que se conoce como El Calvario de El Escorial, La Crucifixión de Scheut o el Cristo crucificado entre San Juan y la Virgen. A Rogier van del Weyden se le conoce también como Rogier de la Pasture.
El cuadro, afortunadamente no pasó a nuestra primera pinacoteca en Madrid, sino que regresó a Patrimonio Nacional, al Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial y hoy se exhibe, en una estancia especial, museística, bien vigilado, en la planta baja, junto a las pinturas de otro gran artista, Navarrete el Mudo, copista además de las dos figuras del Calvario: la Virgen María y San Juan Evangelista, ambos al pie de la cruz.
En esta ocasión, Casanova iba acompañado, además de su esposa, de amigos del mundo del arte: el empresario mecenas Mario Saslovsky y su esposa, la pintora Adriana Zapisek, ambos argentinos y “escurialenses de pro”, a juzgar por sus continuas visitas al Real Sitio, en un recorrido sucesivo por sus lugares históricos y gastronómicos, el más reciente: el restaurante Cava Alta, situado en las Cocheras Reales.
Casanova, después de bien observar “El Calvario” expuesto y estudiar las explicaciones de lo llevado a cabo, en un video previo a la visita, se siente satisfecho con la restauración, aunque finalmente no pasara por su equipo. Se fija también en las dos radiografías previas, anverso y reverso, que se hicieron del lienzo y se muestra en el mismo ámbito.
“Es una obra maestra. Una espléndida adquisición de Felipe II, el gran monarca coleccionista de arte. “Un cuadro magnífico de composición y color, con unos blancos soberbios, que se encontraba un tanto deteriorado”, comenta Casanova, sin dejar de mirar la pieza. Las figuras del cuadro son casi relieves. La tabla de roble báltico se restauró entre 2011 y 2015, cuando se le retiraron los retoques sucesivos y las capas de continuos barnices que la habían oscurecido.
“La pintura flamenca es clave y cabeza en la pintura europea”, añade Casanova. “Los nombres de los flamencos Rogier van del Weyden, Jan va Eyck, Hans Memling, Hugo van der Goes, Robert Campin o Jeronimus Boch, El Bosco… fueron decisivos en el progreso de la pintura occidental, los primeros en divulgar la pintura al óleo junto al temple, sometido a largos procesos de secado. Ellos lograron unos resultados asombrosos a la hora de sacar luces y sombras en la pintura. El tenebrismo italiano no se entiende sin los primitivos flamencos. La pintura italiana es otra cosa, magnífica, pero otra estética”.
Cesar Casanova elogia la tarea de la restauración artística, cuidadosa, lenta y despaciosa. No puede ser de otra manera, hay que atenerse a las recomendaciones y normativa de las Cartas Internacionales de Quito y Atenas, entre otras. “La restauración ha de ser siempre respetuosa con el autor y reversible en el tiempo. No se puede ni debe pintar más allá de lo que lo hizo el pintor en su origen, y respetar la lectura histórica entre lo pintado y lo restaurado. Se utiliza con frecuencia la acuarela, pintura al agua de fácil reversión, además, nosotros dejábamos siempre un pequeño trozo de lienzo con la situación previa del mismo, para que se conociera en todo momento como estaba en origen”, explica.
Vale la pena entrar en el Real Monasterio, solo por contemplar este cuadro, insiste Cesar Casanova, quien elogia igualmente otra gran obra de Rogier van del Weyden: “El Descendimiento”, que se encuentra en el Museo del Prado. Van der Weyden es un grande en la Historia del Arte.
Frescos de Luca Cambiaso y Luca Giordano
Pasamos a la Real Basílica y visitamos en primer lugar el Crucifijo (1559) de Benvenutto Cellini, de 184 cm de altura. Contemplamos la serenidad de ese Cristo ya muerto, con los párpados caídos. No lleva corona de espinas. Está esculpido en el frío mármol de Carrara, que resulta con frecuencia gélido. El artista lo esculpió en un “desnudo integral”, es decir con el sexo masculino tallado, algo poco frecuente, si bien se exhibe siempre con un paño de pureza textil. El Crucificado va sobre una cruz de madera negra. Cellini cuenta en sus memorias que este Crucificado fue fruto de sus sueños, cuando estaba encarcelado en el castillo de Sant´Angelo, por orden del Papa. Era un Cristo “de la misma substancia del sol”.
“La inteligencia de Cellini estuvo también pendiente de elegir el mármol, cuyas vetas semejaban las venas de la carne en las piernas”, señala Cesar Casanova.
Más adelante, al contemplar los frescos del manierista italiano Luca Cambiaso en la bóveda de la Basílica, se nos recuerda que el pintor terminó sus días en 1585 en el mismo Escorial, a donde llegó después de haber trabajado mucho en Génova junto a su padre, Giovani Cambiaso, muy inferior a él. En el Real Sitio dejó su propia sangre, en un hijo natural, bautizado como Juan. Sus frescos, a gran escala, cubren buena parte de la bóveda, donde el artista italiano supo simplificar el dibujo de las figuras, a base de componentes geométrico-cúbicas. Cambiasso, además de diversos cuadros para el retablo y las paredes de la Basílica, pintó “La Gloria” en la bóveda del coro, para mostrar una Iglesia católica triunfante. También pintor otra gloria castrense: la serie de “La batalla de Lepanto” (1571), seis óleos expuestos en una de las galerías del palacio/monasterio con los episodios: Salida de la Armada de la Liga santa del puerto de Mesina; La Armada cristianan sale al encuentro de la turca; Disposición de las naves momentos antes de la lucha; La batalla; Retirada de los restos de la Armada turca, y, Regreso triunfal de la Armada cristiana al puerto de Mesina.
Pasamos a los frescos que Luca Giordano (1634-1715 realizó para Carlos II, que lo visitó en dos ocasiones, según documentación de Palacio. “Era conocido como el fa presto, porque pintaba muy deprisa su obra”, cuenta Casanova. “Tenía una técnica muy particular, con la que se facilitaba las cosas, y gozó de una buena crítica. En sus frescos se dan la mano el Antiguo y el Nuevo Testamento, con escenas como El Paso del mar Rojo por los israelitas frente a los soldados del faraón, la Victoria del pueblo de Israel contra los amalecitas, Historias de la vida de David, o el Sueño de Salomón…escenas y personajes de la Antigua Alianza, que conectan con la idea de emular la Real Basílica al Templo de Jerusalén”.
Luca Giordano nos dejó su autorretrato en el friso de la bóveda de la escalera del Monasterio. Él fue un pintor napolitano, más práctico que teórico, con demostrado virtuosismo técnico. Le gustaba trabajar en solitario. Fue buen negociante, amante del dinero. Palomino elogió su “buen gusto” en las obras, mientras que ni siquiera citó a Cambiaso.
Diez frescos en total, que ornamentan de cromatismo y gloria la Real Basílica de San Lorenzo de El Escorial.
A la salida del Monasterio, Casanova contempla con delectación la fachada del Patio de Reyes, en la que intervino para su limpieza y restauración. Allí surgen sus reflexiones en alta voz:
“El Real Monasterio filipino es un monumento inolvidable, firme, sobrio, elegante… Es la gran obra de Felipe II, Juan Bautista Toledo y Juan de Herrera, sin solución de continuidad. Además de toda la belleza exterior e interior que tiene, yo destacaría el ingenio y la fuerza de sus cimientos y sótanos para sostener toda esa mole de piedra y protegerla del embate de tierras y lluvias de la montaña. Es algo asombroso, signo de subrayar, clave de la permanencia del monumento en el tiempo”.
Contemplamos brillante, el conocido como ladrillo de oro, sito en lo alto del pináculo central sobre la fachada. Son las cinco de la tarde -las cuatro solares- y refulge, haciendo verdad la leyenda de que Felipe II lo colocó ahí para poner de manifiesto que no estaba arruinado como difundían sus detractores. Una cámara fotográfica sensible nos muestra que, en el susodicho ladrillo de oro, hay inscrita una cruz.
Al salir y pasear en torno al Monasterio, podemos disfrutar de la explosiva primavera el Real Sitio. El monte Abantos se muestra majestuoso en medio de un aire prístino. Perséfone luces sus galas de verdor y color. Los parterres ofrecen coloridos óvalos y círculos de begonias y boquitas de dragón. La belleza natural y la impostada de los hombres se alternan armoniosamente, sin competir. El Real Sitio en un paraíso en esta época del año.
"El Calvario", de Rogier van der Weyden
Césae Casanova ante la radiografía de "El Calvario"Casanova ante el Crucificado de Cellini
Un día apasionante ante la majestuosidad de el Real Sitio contemplando las maravillosas obras de arte ,algunas pasaron por nuestras manos para devolverles todo su esplendor.
ResponderEliminarGran relato querida Julia.
Me encantan las "crónicas" del maravilloso Escorial.
ResponderEliminarCharo
Con una cronista culta y que sabe trasmitir es fantástico hacer recorridos por el Arte. Especialísimo en sus sentimientos como nos traslada a El Escorial. Siempre un placer y llenarse de conocimientos.Una vez más felicidades.Mayca Nöis.
ResponderEliminarMagistral crónica y merecido reconocimiento a Cesar Casanova
ResponderEliminarEs un privilegio q compartas con nosotros, tu saber y la riqueza de tu expresión, muy agradecida y continua deleitandonos, un fuerte abrazo
ResponderEliminarmagnífico tu escrito, cómo siempre, pero éste del Monasterio con César Casanova una deliciosa exaltación. Gracias. (Es mi ventana con lo que ha sido mi vida en el Real Sitio, tres años ya olvidada).
ResponderEliminarAntonia Nieto