Julia Sáez-Angulo
5/9/24.- El Escorial.- “Uno ya va teniendo ganas de otoño”, le oí decir a un vecino al otro lado del jardín. Cierto, pero la melancolía puede invadir, le pone a una algo tristona, reflexiva y “predicadora” (predicar es solo un carisma de clérigos, según lo canónico; los laicos solo damos charlas o conferencias sobre la Sagrada Escritura).
Da pena dejar esta casa mía escurialense, decorada a la “sans façon”, con los pecios del naufragio de distintas desapariciones. Desde lámparas modernistas o barómetro debut du siècle, a cuadros de arte contemporáneo, que son los que verdaderamente rejuvenecen el viejo mobiliario oscuro de la abuelita.
Aquí se quedan las paredes de gotelé vintage -por llamarlo de alguna forma- o los pañitos de ganchillo que no me atrevo a quitar, porque desnaturalizaría el resto de la ornamentación, al igual que las alfombras, todo el verano puestas en favor de los muebles. Los bibelots de todos los orígenes y tendencias se acumulan hasta la saturación, pero no me decido a desprenderme de ellos. Soy acumulativa.
La Naturaleza habla con elocuencia y ya comienza a verse la caída de las hojas, quizás más por el viento y las tormentas, que por la próxima llegada del otoño. ¡Cómo cambia el mes de septiembre, respecto a agosto! Incluso mi vecino de jardín ha comenzado la poda, para mi contrariedad y ha rasurado el plátano de paseo que yo tenía justo frente a mi terraza, en una poda cabeza de gato, que se llama, -se asemeja a la cabeza de un gato sentado-, porque el vecino dice que las ramas se le metían en sus ventanas. Cierto que los árboles no deben estar nunca cerca de los muros de una casa, son invadentes y restan luz.
Algunos amigos que dejaron sus vacaciones para septiembre, me envían fotos de Ibiza y me ponen de manifiesto la terrible dana que ha azotado las Islas Baleares. Septiembre siempre es un mes arriesgado para disfrutar de sol y playa. Pero los embalses van subiendo y eso pone contento a mi amigo Luis Magán, al que le envían puntualmente la situación del agua embalsada, para ducharnos más o menos.
En mi paseo matutino he visto ya desfilar a los primeros escolares de infantil y primaria, con sus papás. Me gusta oír sus conversaciones, por ellas, deduzco el tipo de relación:
-Papá, tengo frío.
-Pues camina deprisa y se te quitará. Un papá práctico.
Los diálogos de los adultos con los “locos bajitos” -así llaman a los niños Jardiel, Gila y la canción de Joan Manuel Serrat- son deliciosos, porque les enseñan a los pequeños a ver e interpretar el mundo.
Comienza el ceremonial de cubrir sofás, sillones y muebles con las viejas sábanas blancas en desuso, para no encontrarlo todo con un dedo de polvo al regreso. Aunque el Escorial no está lejos de Madrid, no vuelvo durante el año -el curso- a la vivienda, pues poner en marcha una casa resulta latoso, aunque sí la superviso periódicamente y me la vigilan con celo.
Regreso a almorzar en fines de semana al Real Sitio, a los restaurantes Horizontal, Cocheras del Rey, Napoli o La Villa. Por fortuna y lamentablemente El Escorial y San Lorenzo se están haciendo más lugares de restauración hostelera, que convocantes de actos de cultura. Las dos galerías de arte que había, han cerrado, lo cual dice poco en favor del lugar. La programación del Teatro Auditorio es manifiestamente mejorable, al decir de los melómanos entendidos. El Real Coliseo Carlos Tercero, una “bombonera” dieciochesca deliciosa, está casi siempre sin programación… Lo siento por mi amado Escorial, pero el sentido crítico es propio del periodismo. Así nos lo enseñaron en la Universidad.
En Navidad suele ponerse hermoso el Real Sitio con un belén especial al aire libre. El escultor local, Pardito, hizo uno de ellos delicioso, en una ocasión, con su característico estilo de chapa metálica recortada. Las luces de la Navidad son siempre alegres y buena representación de la llegada de la Luz del Mundo, que se celebra. Volveremos de seguro por esas fechas.
Ahora, la rica vida cultural en Madrid espera. Los artistas visuales y teatrales me envían sus convocatorias.
En mi último paseo por los jardines de la Casita del Príncipe, al lado de mi casa, he hablado con el guarda de seguridad. Le hago notar que no hay cisnes en el estanque y pregunto si los van a poner. "No hay, desde la pandemia. Pero son los cisnes, aves migratorias, los que eligen el lugar adecuado para su vida y sus crías, en sus vuelos", me explica. Viendo lo sucios que están los estanques de Patrimonio Nacional, no me extraña que no se asienten en sus aguas. Los cisnes siempre añaden un punto regio al lugar.
Yo sí regresaré al Real Sitio de El Escorial, para instalarme de nuevo, el próximo verano.
Hacia el otoño en el parque escurialense de La Manguilla
Soy una firme defensora del gotelé, por un montón de razones que otro día pondré de manifiesto.Los paños de ganchillo también me gustan ,le dan a la casa un aire "vintage" y hogareño.
ResponderEliminarNo cambies nada,Yuli, disfruta tu refugio tal como està,lleno de encanto.
Un saludo desde La Rioja
Juan Diego Roldán: Pena por el fin del verano y la marcha de los dos cisnes. Gracias.
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ResponderEliminarCarlos Penelas : Hermoso articulo. Lo recorrí, lo viví
LUIS MAGÁN: Entrañable crónica. El Escorial te echara de menos y nosotros, los de la Guindalera, estaremos encantados de volver a disfrutar de tu presencia en este intenso Otoño cultural que nos aguarda.
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ResponderEliminarJosé Miguel Martinez : Buenos días Julia.
Nostalgia y un poco pena me da que recojas los bártulos emocionales y vivencias de tu querido Escorial y marches hacía un nuevo curso cultural en nuestro querido Madrid. Feliz domingo. Un saludo. Romseneí
Julia Marina : el Curso y el cambio de lugar , es una pena , pero hay que seguir el curso de la vida y cada estación tiene su encanto .
ResponderEliminarSaludos
ResponderEliminarROSA MARIA MANZANARES: Gracias Julia, por la belleza de tu pluma, me abres una ventana al mundo, para mí un poco reducido ahora. Te deseo muchos muchos otoños tan hermosos como el de este año para ti.
Feliz reencuentro con Madrid amiga. Nos llamamos.