sábado, 16 de agosto de 2025

LA ILÍADA. Resumen y comentario por Juan Berenguer


Príamo suplica a Aquiles que le devuelva el cuerpo de Héctor, 
su hijo muerto en combate. 


!6 de agosto de 2025.- Madrid

    He terminado de leer la Ilíada que me ha ocupado el final del día durante una temporada. Hace años, en agosto, hice lo propio con la Odisea que me resultó más entretenida por la variedad de historias y lugares; aquí la trama es más lineal y el escenario no cambia: Ilión (Troya) y sus alrededores.  

He leído la versión en español de Luis Segalá y Estalella sobre cuya vida y obra merece la pena saber un poco. Me gusta cómo traduce del griego antiguo este hombre, aunque a menudo he tenido que recurrir al diccionario, pues no son pocas las palabras que han dejado de ser de uso común en español. Esto no ha hecho pesada la lectura ¡ni mucho menos! Descubrir o redescubrir palabras que han sido cotidianas en nuestra lengua en el pasado, en un contexto tan interesante como este pilar de la literatura es para mí un motivo adicional para el disfrute. 

Al igual que con la Odisea, me he deleitado con lo que se cuenta y cómo se cuenta. A menudo me he detenido para releer las breves y poéticas descripciones de cosas tan comunes como los amaneceres y anocheceres, los paisajes, el mar, los vientos. ¡Qué maravilla de adjetivos! ¡Qué manera breve y veraz de mostrar sentimientos y emociones! 

La historia empieza in medias res cuando la guerra lleva diez años de curso. El casus belli lo iremos conociendo a medida que el libro avanza, y si bien no se dan muchos detalles sobre el suceso, de lo que no cabe duda es de que el llamado rapto satisfizo a Helena, quien sentía por Paris, hijo de Príamo y hermano de Héctor, lo que nunca sintió por Menelao, hermano de Agamenón.

Los afrentados surcaron el mar para vengarse, vararon las naves en las playas cercanas a Ilión la bien edificada, y allí mismo levantaron su campamento. Homero los denomina indistintamente Aqueos, Argivos o Dánaos. A los asediados les llama Teucros, Dárdanos y, con menos frecuencia, Troyanos. En la Ilíada nunca se habla de griegos, si bien los Aqueos de hermosas grebas y los Teucros domadores de caballos, comparten dioses y hablan la misma lengua, pese a vivir separados por el anchuroso ponto.

En el primer canto asistimos a los estragos de una peste mortífera enviada por Apolo que asola a los Aqueos y también al monumental cabreo de Aquiles el de los pies ligeros, con Agamenón rey de reyes después de que este le robara a Briseida su esclava/amante favorita. Contrariado, Aquiles abandona el combate junto con sus fieles Mirmidones lo que es un grave contratiempo para su bando pues es un líder carismático con dotes excepcionales para la guerra que se basta y sobra para derrotar a ejércitos enteros y a quien solo los inmortales parece que pueden derrotar.

La Ilíada es el relato de una guerra, donde contemplamos una y otra vez la desnuda realidad del combate cuerpo a cuerpo. Los que luchan, movidos por la rabia o la euforia y en ocasiones presos del miedo, se hieren de lejos con lanzas, flechas o incluso piedras, o de cerca con espadas o puñales. Es llamativa la manera en que Homero relata como si fuera un guion cinematográfico la zona anatómica por donde penetra el arma y el daño que causa. A veces los huesos se quiebran y en ocasiones no solo la sangre sino la masa encefálica o las vísceras se esparcen sobre el terreno. Cuando se lesiona la columna vertebral, los heridos sufren parálisis de los miembros. Homero también muestra la agonía, y a menudo describe la muerte como una niebla que cubre los ojos mientras el alma abandona el cuerpo por la herida o por la boca. Cuando los cuerpos caen, el suelo retumba y las armas resuenan. Es posible que alguien lo haya hecho ya, pero en caso contrario, las heridas que nos describe Homero en este libro son buen material para escribir una tesis o un libro.

El vencedor, de manera ritual y también pragmática, despoja al vencido de toda la parafernalia de combate para hacerla suya. Cuando los cadáveres pueden ser rescatados, reciben un trato honroso por los suyos y son quemados en piras para que el alma pueda transitar al Hades. Cuando eso no sucede, los cuerpos son devorados por los perros o las aves, algo ultrajante y deshumanizador, que condena al alma a quedar errante y sin reposo. 

Apenas hay páginas sin dioses en la Ilíada; están por doquier y parecen hechos a imagen y semejanza de los humanos, y no al revés. Ambos viven en planos diferentes, pero la existencia de unos no se concibe sin la de los otros. Los inmortales tienen sus líos y rencillas, pero no pueden dejar de ser espectadores activos del día a día de los humanos. Infunden en ellos sentimientos y desatan pasiones, brindan consejo mediante aladas palabras y, de manera directa o indirecta, infligen daño o protegen, según toque.

Casi todos los dioses toman partido en esta guerra: algunos como Atenea la de ojos de lechuza, Hera veneranda la de ojos de novilla y níveos brazos, así como Hefesto, el cojo de ambos pies, apoyan a los Aqueos. Otros, como Afrodita la risueña, la dorada y amante de la risa, Febo Apolo el que hiere de lejos y el horrendo y luctuoso Ares (qué bien debía conocer la guerra Homero), se inclinan por los Teucros. Como siempre, no faltan los neutrales o de apoyo cambiante, como el mismo Zeus, que amontona las nubes y lleva la égida, pues pese a las presiones de los partidarios de ambos bandos, intenta mantenerse imparcial. 

La Ilíada está plagada de personajes que aparecen fugazmente, a quienes Homero nombra como si fueran viejos conocidos, y de quienes nos cuenta sobre su patria, familia y hazañas. Fue para mí toda una sorpresa toparme con Dámaso a quien un tal Polípetes hiere fatalmente de un lanzazo en la cabeza que atraviesa el casco, rompe el hueso y conmueve el cerebro. No sabía del origen griego de este nombre, tan común en mi familia por generaciones. Por otras fuentes he conocido que no se conoce ningún Dámaso anterior a Homero, y que el nombre debe significar algo así como dominador o vencedor, lo que resulta muy apropiado para guerreros o príncipes.

Otro tanto me sucedió con Belerofonte. Yo conocía al navío de línea inglés HMS Bellephoron nombrado en su honor y cuyo nombre quedó grabado en mi memoria tras la lectura del libro sobre la batalla de Trafalgar de Roy Adkins. El Bellephoron salió indemne del combate y, años después, tuvo recluido entre sus cuadernas a Napoleón antes de que fuera desterrado a Santa Elena. De Belerofonte he sabido que, con la ayuda de Atenea, montó al indomable Pegaso, dio muerte a Quimera y segó la vida de las amazonas entre otras hazañas, pero de esto no se cuenta nada en la Ilíada sino en otros libros.

La muerte de Patroclo, discípulo y amigo de Aquiles marca un punto de inflexión en la Ilíada. Este joven, no entendiendo bien la pasividad del héroe y viendo los estragos que su actitud están provocando entre los Aqueos, le exhorta a que retome la lucha. Contrariado por lo infructuoso de su insistencia decide pasar a la acción y, cuando nadie lo ve, toma la cimera, la coraza y el escudo de Aquiles y blandiendo sus armas se lanza a la pelea, arrastrando a muchos que, ajenos al engaño, creen seguir al idolatrado líder. Sucede lo inevitable y termina luchando con Héctor, quien le quita la vida. Cuando Patroclo es despojado de su casco todos contemplan con sorpresa que no es Aquiles el que yace exánime en la ensangrentada tierra.

Esta muerte conmueve a Aquiles quien experimenta un deseo irrefrenable de venganza. Por mediación de su madre Tetis, la de argénteos pies y hermosa cabellera, recibe de Hefesto, un fuerte escudo, una coraza reluciente, un sólido casco, grebas dúctiles y nuevas armas, que el ilustre cojo ha fabricado en su fragua. Al frente de los suyos, el héroe se lanza a un ataque desaforado causando una gran mortandad entre los Teucros. Muchos cadáveres son arrojados al voraginoso Escamandro que además de río es dios, y quien ultrajado por ver sus aguas repletas de muertos y tintas en sangre se encabrita furibundo y se desborda buscando el ahogamiento de Aquiles. Sin embargo, el destino tiene preparado para el héroe otro final. 

Los Aqueos llegan hasta las murallas de Ilión poco después del cierre de las puertas Esceas a través de las cuales han entrado en la ciudad los últimos Teucros en busca de refugio. Ante esas mismas puertas se planta Aquiles retador. En el interior todos son conscientes de la gravedad de la situación, entre ellos Héctor, quien para evitar un trágico fin para los suyos sopesa la rendición con la entrega de Helena junto con la mitad de lo que la ciudad contiene. Pero pronto se da cuenta que esto no aplacará la sed de venganza de los atacantes y ve que la única posibilidad para evitar el arrasamiento de Ilión y la muerte o esclavitud de sus habitantes es derrotar a Aquiles en combate singular.

Contrariando a sus padres Príamo y Hécuba y a su esposa, por puro honor, sale Héctor a enfrentarse con el héroe de pies ligeros aceptando la más que probable muerte en el combate. Apenas ve Aquiles a Héctor corre hacia él y la reacción inicial e instintiva de este último es la huida. En carrera recorren el perímetro de la ciudad, pero cuando llegan al punto de partida, se detiene Héctor para enfrentarse a Aquiles quien no tarda en darle muerte. Tras ello, despoja al vencido de pertrechos y armas, horada los tendones de los calcáneos e introduce correas de piel de buey que ata al carro. Después, azuza a los caballos que vuelan hacia el campamento Aqueo, arrastrando el cuerpo y levantando una gran polvareda. Arriba, en las murallas Príamo, familia y pueblo del vencido Héctor gimen de dolor. 

La muerte de Héctor no sirve de bálsamo para el pasional Aquiles que es víctima de un duelo profundísimo que está maravillosamente descrito. La aflicción es de tal intensidad que a mi juicio es difícil de explicar solo por la pérdida de un amigo, aunque no hay nada en el libro que sugiera la existencia de lazos amorosos entre mentor y pupilo. El duelo coexiste con el rencor y Aquiles se resiste a entregar el cuerpo de Héctor a los suyos y, mientras los Aqueos celebran unos juegos en honor de Patroclo, mantiene a Héctor a la intemperie cerca de su tienda durante días sin brindarle una ceremonia fúnebre honrosa, en espera que las alimañas lo devoren. Milagrosamente el cadáver de Héctor permanece limpio e incorrupto. 

El último canto es sublime. En el se relata el rescate del cuerpo de Héctor una vez que Zeus haya ordenado a Tetis que convenza a su hijo Aquiles a aceptar un rescate y dar el cuerpo de Héctor a Príamo quien penetra en el campamente Aqueo en compañía del dios Hermes quien lo lleva ante la presencia de Aquiles. El diálogo que mantienen Príamo y Aquiles es de lo más conmovedor del libro. Finalmente, este último acepta el rescate y permite al anciano padre llevarse el cuerpo del hijo muerto para brindarle unas exequias. Este último canto termina con la recogida de los huesos de Héctor después de que su cuerpo haya ardido en la pira funeraria. En la Ilíada no se cuenta nada sobre el ardid del caballo, ni se relata la muerte de Aquiles, ni la caída de la ciudad ni la huida de Eneas. Todo esto conocemos a través de otras fuentes literarias griegas y romanas, como dije, Homero nos relata tan solo unos episodios del décimo año de la guerra, 

Como colofón, me gustaría dejar claro que al igual que Afrodita, Apolo y que mi prima Susana Berenguer que adora a los clásicos grecolatinos, me declaro partidario de los Troyanos. El rey de reyes, el Átrida Agamenón, me parece oportunista, codicioso y egocéntrico. Por el contrario, Príamo, rey de los Teucros, es un digno patriarca y conmueve la profundísima pena que le aflige tras la muerte de su amado hijo Héctor. Este último queda retratado como responsable, valiente e íntegro. Aquiles, insuperable en fortaleza y dotes marciales, me resulta inmaduro, caprichoso y cruel. De los Aqueos salvo por supuesto al valiente y altruista Patroclo y también a Néstor anciano sabio y suave en el hablar y a Odiseo fecundo en ardides, de quienes hablaré en otro momento.

        Juan Berenguer, 15 de agosto de 2025


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