lunes, 21 de abril de 2014

Patricio Domínguez González, autor del poemario “Tierra Prometida”








Julia Sáez-Angulo


            Tierra prometida es el título del poemario de Patricio Domínguez González publicado en Chiado Editorial –dentro de la colección Placeres Poéticos-, en el que “el campo, la tarde y la mujer” constituyen los tres misterios que lo presiden, al decir de Venancio Domínguez Guerra en el prólogo.

            Patricio Domínguez González (Aracena, Huelva, 1968), profesor de filosofía, poeta y rapsoda, autor del libro de poemas Silencios del Bosque (editorial Wanceulen, Sevilla, 2011) y de numerosos poemas y artículos filosóficos publicados en diversas revistas digitales.

            El poemario Tierra Prometida se divide en los apartados Mujer, Recuerda, Más allá y Destierro, para dar cuenta de la travesía del poeta. “Un libro  de amor porque canta un enamorado, canta a su amor y al amor mismo. Siempre ocurre que el amor habla de sí mismo”, se dice en el prólogo.

            En Silencios del Bosque, Patricio Domínguez hace una bella reflexión sobre el arte poética en la que dice: “La poesía se reconoce a sí misma como médium, vehículo de iniciación, conjuro que invoca a la trascendencia desde la frontera de los sentidos”.

            “Cada vez que  Hades devuelve a Perséfone,/ Deméter pinta amapolas por el trigo,/ enciende las mimosas,/y ordena cantar a los pájaros/ que el paraíso no se encuentra más allá”, escribe el poeta en los versos de “El primer abrazo” para dar cuenta de la belleza de la primavera con símbolos mitológicos greco-romanos.

            “El poema exige de nosotros lo mejor para otorgárnoslo. Por eso nos hace aristócratas del espíritu. Siempre ha sido así la alquimia esotérica de la poesía: la voz poética sale de nosotros mismos, del punto exacto desde donde somos. De ahí que nada pueda vincular a los hombres con tanta fuerza como el sentir poético, que sin duda es la más alta especie del amor”, se recuerda en el título.

Patricio Domínguez dice en uno de sus poemas:

Vivíamos en un mar de luz,
donde las piedras son blandas
y los árboles dan plumas de gaviotas,

Nos invadían
espumas de besos,
que no terminan
de comerse el alma nunca.

La belleza de alas tristes
Se perdía por un más allá
De olas inmarcesibles.

Preguntábamos al viento,
Pero él arañaba la lona
de la tienda de campaña
Y se perdía
Vendiendo pescado al alba.

El sol nos gritó a lo lejos
Con el agua a la cintura…

Nadábamos hacia él.
Nunca pudimos alcanzarlo.



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