1921.- Nací en Madrid. Mi padre,
Manuel Luis Ortega Pichardo (Jerez de la Frontera, 1887 – Madrid, 1943) era escritor
notable, con 36 libros en su haber y más de quince mil volúmenes en su
biblioteca. Entre sus libros más conocidos: “Los hebreos en Marruecos”, que
leían todos los diplomáticos destinados al Magreb, y “El Raisuni”, un sublevado
contra España. Mi padre había hecho toda la campaña de la guerra de África como
corresponsal de prensa y sabía todo de aquella zona. Era un hombre liberal muy
inteligente; muchos decían que era un hombre genial, con talento. Dirigió el Diario
de Jerez, que todavía existe, cuando sólo tenía 21 años. Como no era mayor
de edad en aquel momento, tuvo que andar ocultándolo. El historiador del
Periodismo, Pedro Altabella, lo ha contado en su Enciclopedia del Periodismo.
El hecho de ser escritor le llevó
a mi padre al mundo de la edición. Fundó la editorial Compañía Iberoamericana
de Publicaciones (CIAP) en Madrid, junto
a Ignacio Bauer, un judío de origen sefardí, que era administrador de los
Rothchild en Francia. Bouer puso un cheque de quince millones de pesetas de la
década de los 20, lo que suponía un capital respetable para la editorial en
aquellos tiempos. La empresa tenía más de mil obreros y se podía permitir pagar
sueldos por anticipado a los escritores. Julio Camba lo cobraba y se iba a
escribir sus libros a la Ría de Arosa. Después, con arreglo a las ventas, se le
saldaba al autor. La CIAP estaba situada en la Plaza de Salamanca en el lugar
donde más tarde se construiría el edificio del Instituto Nacional de Industria
(INI).
Vivíamos en un amplio chalé del
Parque Metropolitano, prolongación del Paseo Reina Victoria de Madrid. Mi
hermano Tomás y yo gozábamos de unos columpios estupendos colgados de cadenas y
de una pista de tenis de tierra. Mi padre daba fiestas en el jardín para más de
cien invitados y sobraba tanta comida que, al día siguiente, mi hermano y yo
hacíamos otra fiesta e invitábamos a todos nuestros amigos.
Mi madre, Julia Pérez de
Monforte, estaba enferma con frecuencia y recluida en un sanatorio. Íbamos a
visitarla periódicamente. Era una mujer muy bella, como todas las de la familia
Pérez de Monforte. Algunas de mis nietas se parecen a ella. A mi hermano y a mí
nos cuidó Lorenza, una mujer jerezana que ya estaba en casa cuando yo nací. Fue
en realidad una segunda madre para nosotros. A mí me quería particularmente o
me mimaba más. Cuando me casé, Lorenza vino a mi casa y siguió cuidando de mis
dos hijos: Manuel Luis y Carlos. Ella se ocupó siempre de la intendencia
doméstica y mi mujer, Carmina, pudo dedicarse a su vocación: el diseño de moda.
La CIAP publicó numerosos libros
de célebres autores españoles e hispanoamericanos. Muchas de sus publicaciones
se exportaron a distintos países del otro lado del Atlántico. En casa se
conservaron numerosas cartas de autores como Valle Inclán o Juan Valera, aunque
las de este último las hacía un escribiente, ya que Valera se quedó ciego y él
se limitaba a firmarlas. Alguna de estas cartas la he regalado a algunos
amigos. La de Juan Valera se la regalé al periodista de ABC Antonio
María Campoy, buen amigo mío.
La CIAP publicaba también
revistas como Cosmópolis o la infantil El Perro, El Ratón y El Gato.
La empresa iba de lo más próspero y boyante, pero los negocios de Bauer en
Francia quebraron y él reclamó el cheque de los quince millones que había
puesto en CIAP. Mi padre no tuvo inconveniente en devolvérselo porque habían
entrado accionistas españoles con capital suficiente. Pero el capital español
fue muy cobarde, más bien miserable. Cuando los socios supieron que Baver había
pedido su dinero, les entró miedo y retiraron también el suyo. Todo se vino
abajo como un castillo de naipes.
Recuerdo que, siendo niño, una
tarde en que estaba columpiándome en el jardín, vi pasar a unos operarios de
mudanzas que sacaban el salón japonés de la casa. “¿Qué sucede?”, pregunté. “Es
un embargo”, me explicó Lorenza.
1936-39.- Mi padre, era un hombre
liberal muy inteligente. Prefería la monarquía a la república para España
porque pensaba que el poder representativo de un hombre en la jefatura del
Estado evitaría el desgaste excesivo del guirigay en las luchas políticas para
alcanzarlo, tal y como era en aquel momento. En definitiva, creía que la
república traía más inestabilidad a la sociedad y más disgustos a la
ciudadanía. Su filosofía era la de que el hombre debe ser libre para trabajar,
que tenía que tener vergüenza torera para actuar libremente sin leyes
excesivamente protectoras por parte del Estado, que le llevaran a la
irresponsabilidad o la holganza.
Supo desde el
principio que el comunismo era lo contrario de la libertad y el Frente Popular
se había apoderado de la II República. Tenía muy claro que aquello no iba a
funcionar. Él no tuvo que lamentarse como Ortega diciendo “No es eso. No es
eso” porque las vio venir de modo meridiano.
Al estallar la
guerra civil sabía que hay que tomar partido porque en esos momentos no existe
la tierra de nadie. Él había visto el levantamiento de los mineros en Asturias
y la toma de Oviedo; todo eso le dio mucho que pensar. Optó por el bando
nacional lo que le llevó a ser detenido e ingresado en la cárcel simplemente
por ser un hombre de negocios. Se le dio por oficialmente desaparecido y cuando
terminó la guerra, ya era otra persona, avejentada y decepcionada. Con todo,
ideó una segunda editorial. Muy cerca de él estuvo Tomás Borrás, un falangista
que venía a comer a casa con frecuencia. Su mujer era La Goya, una vedette muy
simpática.
Mi madre falleció durante la
guerra civil.
Entre los proyectos de mi padre,
después de la guerra, estuvo el de publicar una serie con la continuación de
los Episodios Nacionales de Benito Pérez Galdós. Se los encargó a
Francisco Camba, hermano de Julio. Se publicó un título con éxito: Cuando la
boda del rey. El objetivo era llegar con estos libros hasta la guerra civil
de 1936-39 y explicar las claves del por qué surgió la contienda. Pero al
fallecer mi padre en 1943, se truncó el proyecto.
1944-49.- Ingresé en la Escuela de Bellas Artes de San
Fernando de Madrid, en la calle de Alcalá, muy cerca de la Puerta del Sol. Hice
Bellas Artes porque desde niño dibujaba mucho y bien. Durante la guerra civil
hice varios retratos de mi padre y otros familiares, así como paisajes urbanos
que veía desde la terraza. Vivíamos en un ático de la calle Juan Bravo, esquina
a Alcántara.
En la Escuela de San Fernando tuve como profesor, entre
otros, a don Joaquín Valverde, en la cátedra de Bodegones y Colorido. Era un
profesor fantástico que no daba recetas para hacer, sino que nos enseñaba a ver
ampliamente el modelo para interpretarlo. Era un pintor fantástico, pero pintó
poco porque estaba entregado de lleno a la docencia. También tuve como profesor
de dibujo, al escultor Adsuara, que era excelente. Más tarde a don Daniel
Vázquez Díaz, que me otorgó el Primer Premio de Pintura Mural. Obtuve dos
matrículas de honor en las asignaturas de Colorido y Composición. Como
condiscípulos tuve a Revello del Toro, Agustín Úbeda, Nelina Pistolesi y
Farreras, buenos amigos y colegas.
En 1949 obtuve el Primer Premio
Fin de carrera en la escuela de San Fernando y esto fue un orgullo para mí. Dos
años más tarde, en 1951, hice mi primera exposición en el Ateneo de Madrid y me
presentó Vázquez Díaz.
1955.- En el Café Gijón del Paseo de Recoletos madrileño
nos reuníamos numerosos artistas amigos en tertulia. Fue allí donde formalicé
un contrato para trabajar durante cuatro meses en Santo Domingo, la capital de
la República Dominicana, para hacer varios murales. Ese año yo había quedado
finalista en el concurso del techo del Teatro Real de Madrid. En Santo Domingo
me pagaban 300 dólares al mes, una fortuna en la España de aquel momento, si
uno la guarda como un emigrante gallego, pero no tanto si se la gastaba al
ritmo del propio país. Un ron valía un dólar y como eso, todas las demás cosas.
El dólar equivalía a 42 pesetas de entonces.
No ahorré
mucho dinero haciendo los murales y me iba a casar pronto, así que prolongué mi
estancia unos meses más e hice dos murales para la Capilla de Aviación, en los
que representé escenas de la vida de santa Teresa de Jesús y san Juan de la
Cruz, ambos levitando. También hice algunos retratos oficiales y particulares,
entre ellos a Renfis, el hijo del dictador Trujillo y vendí varios cuadros. Así
pude volver con algún dinero en el bolsillo.
1956.- Me casé en Madrid con Carmina Oyonarte Álvarez, una
alumna bella y bien dotada para la pintura, que con el tiempo habría de
dedicarse al diseño de moda femenina. Era un campo que conocía bien y que
disfrutaba tanto en su boutique madrileña Duchenkas como en sus viajes a las
ferias textiles de Versalles o desfiles de moda en París para proveerse de
nuevos diseños. En su tienda nunca faltaban vestidos con el plisado Fortuny en
trajes de fiesta importados de la capital francesa. Era una de sus
especialidades. A su vez era una crítica de arte aguda y certera; sabía
calificar un cuadro con objetividad y acierto.
1957.- Nace mi hijo mayor, Manuel Luis, que con el tiempo
estudiaría Arquitectura y más adelante la compaginaría con la docencia y la
pintura bajo la firma de Oyonarte.
1959.- Ganar el premio “Pintores de África” me procuró una
beca de cuatro meses para viajar a Guinea. Mi mujer estaba encinta de nuestro
segundo hijo, Carlos, que nacería en 1960 en Madrid, al poco de regresar del
continente africano. Él estudiaría Historia y también se dedica a la pintura,
un gen que invade a los Ortega, porque su hija Irene también tiene talento
artístico. Con el tiempo, los cuatro: Oyonarte, Carlos Pérez de Monforte, Irene
Ortega y yo expusimos juntos en el Palacio de Saldaña en Madrid.
La experiencia africana fue
magnífica para acoger en mi pintura la luz y los temas de aquella geografía
sugerente. Traje muchos dibujos de figura humana de aquellas tierras; numerosas
mujeres con siluetas muy sugerentes. En Fernando Poo conocimos al funcionario
español Iñigo de Aranzadi junto a su esposa Marisa y su numerosa familia, con
los que sostuvimos una prolongada amistad.
1960.-La beca que me concedió la Fundación Juan March me
permitió viajar a Italia varios meses para perfeccionarme en la pintura al
fresco, una técnica muy poco practicada en España y que a mí me ha permitido
llevar a cabo numerosos murales en iglesias, seminarios y otros edificios. Mi
esposa no pudo viajar conmigo porque acababa de dar a luz a mi segundo hijo,
Carlos. Pero años más adelante, los cuatro miembros de la familia hicimos un
prolongado viaje a Italia que nos permitió conocer a fondo todo el país y su
arte.
1962-82.- Estos veinte años de mi vida me dediqué por
entero al arte aplicado a la Arquitectura, lo que me permitió vivir bien, al
día, pero dejé de exponer, aunque no de practicar la pintura de caballete en el
interior del estudio y en el exterior, a la naturaleza. Veinte años sin exponer
en galerías, después de haberlo hecho en el Ateneo, la galería Goya del Círculo
de Bellas Artes y la galería Biosca, que entonces eran los espacios con más
prestigio, me alejó del circuito artístico en el que seguían estando mis colegas.
No me arrepiento porque en esos veinte años no dejé de trabajar en el arte y he
dejado una obra junto a la arquitectura que se traduce en más de doscientos
murales al fresco, cerámicos, con vidrieras o acrílicos.
Entre
tanto he sido un gran viajero por toda Europa, junto a mi mujer y mis hijos.
Hemos visitado decenas de museos y galerías de arte. Italia y Francia eran
nuestros países favoritos.
1982.-Aunque dejé de exponer en galerías, nunca dejé de
pintar de caballete en mi estudio. He alternado la pintura con el diseño y la
creación de vidrieras como lo demuestran en el 2000 los trabajos de las
vidrieras para la catedral de la Almudena y el Palacio de Neptuno (Madrid),
entre otros monumentos. La galería Macarrón acogió en los 80 mi pintura y allí
expuse en varias ocasiones.
1994 .- Hice mi primera exposición retrospectiva en el
Centro Cultural Galileo de Madrid, lo que me permitió mostrar mis distintas
facetas series en el arte: óleos, dibujos, bocetos, fotografías sobre los
murales, serigrafías, etc. Fue una larga mirada al trabajo realizado.
1998.- Vidrieras de la Almudena. Gané el primer
Premio y Adjudicación de Obra del Concurso de Vidrieras en la Catedral de la
Almudena (Madrid). Esto fue para mí un gozo primero y un sufrimiento más tarde.
Era un gran logro en mi carrera artística llevar a cabo un trabajo que habría
de permanecer para siempre en la
catedral madrileña. Me entregué por entero a dibujar los bocetos del ábside, el
crucero y las naves, pero al poco tiempo el deán me dijo que algunas vidrieras
del crucero las iban a hacer una señoras de no sé donde. Protesté. No procedía.
Yo era el ganador del concurso y de pronto llegaba una extraña ingerencia que
iba a perturbar la armonía del conjunto catedralicio de vidrieras. No hubo nada
qué hacer. ¡Con la Iglesia hemos tomado, amigo Sancho! Luchar contra el clero
es hacerlo contra un muro de sillería. Tuve que pasar por la invasión de unas
vidrieras con extrañas figuras rojizas y acarameladas de aire decimonónico, que
ocuparan los vanos del crucero y contrastaban con las mías diseñadas con un
concepto moderno, a base de composición geométrica que distribuye y unifica las
figuras siguiendo el ritmo de la proporción áurea.
Pero mi
cruz iba a ser todavía más dolorosa, cuando de pronto irrumpe en escena Kiko
Argüello, un pintor con obra de aire pseudobizantino fuera de tiempo y lugar,
al que el obispado le da carta blanca para que levante mis vidrieras del ábside
y coloque sus nada originales pinturas junto a unas vidrieras también diseñadas
por él a tono con su pintura. Aquello fue intolerable. La mayor falta de
consideración y respeto que yo he recibido a lo largo de mi vida profesional.
Soy persona creyente en Dios y en la Santa Madre Iglesia Romana, Católica y
Apostólica. Ninguna actuación de un clérigo o un obispo va a remover mi fe
porque está acendrada, pero sé distinguir muy bien lo que es una actuación
pastoral de una actuación mitral abusiva.
Yo gané
el concurso de vidrieras de la catedral de la Almudena. Ir contra mis derechos
es injusto. Conozco mi trabajo y sé que tiene altura y dignidad, por eso,
echarlo abajo es un atropello. He apelado a los tribunales y la causa está en
proceso. La justicia tiene la última palabra.
Mis vidrieras están a lo largo
de las naves de la Almudena, pero las que diseñé para el crucero o las que hice
para el ábside, se han levantado, descabalando un magnífico de conjunto,
original y no copia, como la obra de Argüello. Mis bocetos son de actualidad,
entroncan con las vanguardias artísticas y no apelan a movimiento neobizantino
alguno.
Lo que más me entristece de
todo este asunto, es el disgusto que tuvo mi esposa Carmina cuando tuvo noticia
del atropello. Estuvo toda una semana sufriendo, muy preocupada, sin atreverse
a decirme que iban a remover algunas de mis vidrieras para poner otras de menor
valor artístico.
2003.- Fallece mi esposa Carmina, que había sido una buena
compañera en mi vida y una amiga inteligente desde que la conocí. Tenía, además
de elegancia y paciencia, un gran sentido crítico para mirar la pintura. Su
opinión fue siempre importante para mí.
2004.- Llevé a cabo las vidrieras para la bóveda de el Palacio
de Neptuno, un palacio del XIX al lado del Museo del Prado. Sus medidas: 14
metros por 9 m.). Representé cuatro escenas de la mitología greco-romana
alusivas al dios del mar y su familia olímpica. La geometría me permitió una
vez más ordenar y componer las figuras del conjunto.
2000-06.- Doris Dart, la directora alemana de la Galería
Can Daifa en Santa Gertrudis (Ibiza), se ha revelado como mi gran marchante. Ha
vendido muchos de mis cuadros a importantes coleccionistas alemanes que residen
o visitan la isla balear en vacaciones. Son coleccionistas que se muestran
entusiastas con mi obra y esto me satisface. La prensa local se hizo eco del entusiasmo
de los coleccionistas alemanes por mi obra.
200 Murales.- Tengo la satisfacción de haber
trabajado junto a los arquitectos y de haber hecho más de 200 murales para
edificios públicos, iglesias, seminarios, hoteles, mansiones o portales de grandes casas de vecinos. El
fresco es una técnica que aprendí en San Fernando, que perfeccione en Italia y
que me precio de dominar. He impartido cursos de pintura al fresco en el
estudio de Betsy Westerdorp en Mahadahonda. Hay poco conocimiento del fresco en
España y esto hizo que yo tuviera mucha demanda de trabajo para hacerlo. Lo
malo es que me alejó de exponer en las galerías y museos durante veinte años:
Me alejé de ese circuito artístico en el que mis colegas seguían trabajando.
Volver a retomar el ritmo en las galerías, durante los 80, fue laborioso. Yo
nunca había dejado de pintar cuadros de caballete, tanto en el estudio como al
aire libre. Felizmente el galerista Rafael Macarrón creyó con fuerza en mi obra
y me expuso periódicamente.
Mis
murales son al fresco, con vidriera o pintados sobre grandes soportes en el
muro.
La cadena
Fiesta del Hotel Colón me ha dado la oportunidad de intervenir en la
ornamentación de todo el edificio con murales de todo tipo: cerámicos, frescos
y de vidriera. El tema del deporte ha sido uno de los preferidos en vestíbulos
y corredores. También el de la selva africana en el gran comedor.
Amigos.- Mis mejores amigos en la vida han
sido Benigno Enríquez, Jaime Fernández Lequerica y el diseñador Luis Vigil,
este último desde el tercer curso del Bachillerato.
La amistad es un gozo real en
la vida y lo he tenido con colegas de la Escuela de Bellas Artes como Revello
del Toro, Agustín Úbeda, Redondela, Farreras, Nelina Pistolessi y Paco Abuja;
Pinto... También con Enrique Barandiarán, mi mejor amigo entre los pintores; un
tipo muy original en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. Nos
apreciábamos y nos respetábamos en nuestro trabajo. Las pintoras Luz Alvear y
Maruja Moutas nos han honrado con su amistad a mi mujer, Carmina, y a mí.
Actualmente mantengo una buena amistad con Juan Alcalde y Hanoos. A veces hemos
expuesto juntos en colectivas.
También he sostenido amistad
con críticos de arte como Antonio Manuel Campoy de ABC; Faraldo, del Ya;
León Tello de la revista Goya; Venancio Sánchez Marín;
Tristán Yuste; Francisco Prados de la Plaza; Juan Manuel Bonet o Julia
Sáez-Angulo o Sánchez Marín trabajaba en la Casa de la Moneda, cerca de mi
estudio en el barrio de La Estrella, y quedábamos con frecuencia a desayunar
juntos en un café. Mi sordera y la suya, nuestra pasión común al hablar de
arte, nos llevaba a levantar la voz y organizar verdaderos debates en el local.
Los diseñadores Gene y Luis Vigil son otros buenos amigos,
con los que me reúno periódicamente para comer juntos. El escritor y
colaborador de ABC, Juan Luis Calleja, está también en el grupo y nos ameniza con su talento y
erudición.
Geometría espacial.- Creo haber
aportado la idea de la geometría espacial como una nueva regla áurea que
renueva o se contrapone a la del Renacimiento. Otorga mayor velocidad o ritmo a
la composición pictórica. Le insufla aire. A la hora de componer facilitar más
que la perspectiva para situar y mover las figuras en el espacio del cuadro.
Comencé a utilizarla cuando diseñé el boceto para el techo del Teatro Real de
Madrid. La geometría espacial ofrece unas posibilidades muy valiosas para
trabajar la pintura. La composición a base de la geometría espacial me la
encontré un día y la fui desarrollando. Se puede apreciar en obras tempranas
como en el boceto que hice para el santuario de Aranzazu o en el retablo del
Cristo de las Victorias en Madrid en 1962.
300 Retratos.- El retrato ha sido para mí
capítulo importante porque el rostro humano me interesa. Está lleno de
sugerencias. Siempre lo he trabajado del natural, construyendo por colores. Un
retrato copiado de una fotografía suele resultar plano y relamido.
El
retrato forma parte de la naturaleza. Es la piedra de toque de la pintura, por
eso hay tan pocos buenos retratistas. Entre los más grandes están Velázquez,
Durero, Rembrand, Leonardo, Goya, Van Ghog y Picasso. La pintura española, el
Museo del Prado no se entiende sin el retrato.
Al hacer un retrato uno se
encuentra con la vida misma, con el carácter de un personaje que sólo se
percibe por sensibilidad, intuición y maestría ante el modelo vivo que está
delante.
Ante el encargo de un retrato
(o de cualquier otro tema) el artista se llena de inquietud, tiene que dar su
máxima posibilidad más allá de cualquier tema libre que esté en el interior y
desee interpretar. Son los sentidos los que despiertan la posibilidad de
manifestar el mundo interior. En el fondo de cada hombre está Dios. La vida y
el arte son un regalo en los que nada tiene que ver la simple inteligencia.
El retrato condiciona mucho
porque exige al artista dar más de sí que ante un tema libre.
El
retrato ha sido fuente de preocupaciones y satisfacciones. Las primeras por el
reto de cómo representar e interpretar al modelo y, las segundas, por los
buenos momentos y las amistades que me han proporcionado. He retratado a
numerosos hombres de ciencia, sobre todo médicos, como Severo Ochoa, el
profesor Fernández Cruz, el doctor Usón... Estoy muy satisfecho, entre otros,
de retratos como el del poeta Adriano del Valle o el de Severo Ochoa. También
retraté en los años 60 a Camilo José Cela, Fue un retrato a dibujo que se
publicó en un libro.
Un día en
que mi mujer y yo fuimos a comer a Casa Lucio con Marino Gómez Sántos, nos tocó
en la mesa que solía utilizar el premio Nobel, Severo Ochoa. Al lado estaba
comiendo Camilo José Cela, otro premio Nobel, al que hacía tiempo que yo no
había visto, pero él me saludó muy atento. Me pareció una curiosa coincidencia
y cercanía de premios Nobel en aquel restaurante.
Cuando
uno se pone a pintar un retrato no busca que la pintura se parezca al modelo
sino que comunique algo más. El pintor de oficio siempre acierta porque aplica
fórmulas y repite las pinceladas. Pero el artista lo ve todo de nuevas, como si
lo mirase por primera vez; sabe que no puede repetirse. La inquietud del
artista es que no debe detenerse en lo que sabe sino enfrentarse a nuevos retos
ante el modelo. Se juega lo que sabe por lo que puede encontrar. Se arriesga
para no repetirse.
No he
llevado la cuenta de los retratos que he hecho a lo largo de mi dilatada
carrera artística, pero puedo calcular con facilidad unos 300 al óleo, que
aumentarían si cuento los que he hecho a lápiz o carboncillo.
El Arte.- El arte es para mí un misterio, pese a
llevar sesenta años practicándolo. La pintura es una indagación, un problema
que hay que resolver ante el cuadro y en las que unas veces se acierta y otras
no. Cuando se acierta, el primer sorprendido es el artista, como si sólo
hubiera sido un médium para hacer aquello que tiene vida. No se trata tanto de
la perfección por la perfección sino de algo mucho más sutil. Lo perfecto puede
ser tan solo artesanía. El profesional del arte ha de tener oficio y maestría,
pero para ser artista hay que ser mucho más, tener un plus de sensibilidad y
talento para poder plasmar la perfección y la belleza en una obra de arte
viva.. La obra de arte en pintura, además de forma y color, ha de tener calor y
vida. Pintores hay muchos; artistas muchos menos. Ahí radica la clave de la
obra maestra.
En el
arte es importante acercarse periódicamente a la Naturaleza, para evitar que
uno se amanere en el estudio. La naturaleza es siempre fuente renovada de
sugerencias y enriquece a todo artista que se acerca a ella. Yo visito de vez
en cuando la vega del Tajuña, cerca de Madrid, para reencontrarme con el
paisaje al aire libre. La frecuente salida a la naturaleza debieran practicarla
todos los pintores para pintar mejor y no caer en el amaneramiento, la cárcel
del estilo.
Ante la
Naturaleza el buen pintor va abstrayendo las formas sin proponérselo,
despertando los sentidos. Se establece una comunión entre el artista y el
modelo que la naturaleza le ofrece. A partir de ahí va construyendo por
colores.
Trascripción y Redacción: Julia Sáez-Angulo
Magnifico resumen de la vida d eun gran artista
ResponderEliminar