martes, 17 de noviembre de 2015

LA ESPIRAL DE LA VIOLENCIA: PARÍS, TRECE DE NOVIEMBRE




Víctor Morales Lezcano
         Jean Baudrillard (1929-2007), sociólogo de fuste, publicó un ensayo de prensa titulado “La despresurización de Occidente” (El País, 30.03.1989). 

El citado ensayo de Baudrillard giraba en torno a la fatwa o maldición por Jomeini de la novela -y de su autor, el indo-británico Salman Rushdie-, titulada  Hijos de la Medianoche. El vacío y desconcierto provocado por la fatwa del líder de la revolución islámica chii dejó inerme e inane al mundo occidental. Un mundo, en frase de Baudrillard, “donde ya no existe en parte alguna la posibilidad de identificar el mal,  donde la menor crítica, la menor negatividad radical, se encuentra asfixiada por el consenso virtual sobre todos los valores de negociación y reconciliación. Nos hemos hecho muy débiles en energía satánica, irónica, polémica, antagónica; nos hemos convertido en sociedades fanáticamente blandas o blandamente fanáticas”.

El relevo de la función analítica de Baudrillard, en lo que a la fenomenología del Islam político concierne, lo ha venido a protagonizar, poco más tarde, Michel Houellebecq; databa, incluso, de antes de la aparición de su última novela-ficción (Soumission) el 7 de enero de 2015, cuando estaba teniendo lugar el asalto mortífero de los yihadíes a la redacción del periódico satírico francés, Charlie-Hebdo.

En el texto de Sumisión (ed. Anagrama, 2015), nos enfrentamos a una presentación del proceso de entrega propiciatoria, de disolución voluntaria, de la república en brazos de una hermandad musulmana que se presta a salvar a la ciudadanía francesa de su propio agotamiento anímico. Se cumpliría, así, uno de los leit-motiv predilectos de Houellebecq, un principio de naturaleza entrópica que el autor describe de esta manera: “Si hay una idea, una sola, que atraviesa todas mis novelas, hasta la obsesión, quizá, es la de la irreversibilidad absoluta de todo proceso de degradación, una vez iniciado”.

En el universo francófono  -y de la mano de escritores árabes- ya hubo algún que otro precursor, no ya de la decadencia de Occidente, sino, como en el caso de Amin Maalouf, Del desajuste del mundo, o de cuando nuestras civilizaciones se agotan. No, precisamente, una de las más atractivas obras de este escritor, libanés maronita. En el meollo del hundimiento ¿apocalíptico?, ¿virtual?, ¿premonitorio? emerge -repetidamente- la democrática y laica República de Francia.  Una nación histórica de solera, supuestamente en vías de agotamiento. De ahí, quizá el aparatoso llamamiento literario de sesgo islamófobo que causó sensación  hace pocos años: Le suicide français, de Éric Zemmour.

Las argollas se encadenan. Veamos por qué lo digo. Boualem Sansal, novelista argelino, apartadizo y escéptico, que vive desde hace decenios su reclusión personal, nos hace llegar, ahora, 2084. La fin du monde (Gallimard). Porque así suena  -y es- este presunto best-seller. Se me ocurre, pues, apuntar a que la contra-lectura musulmana de tiempos revueltos -como los de hoy- conviene que no caiga en omisión, para detectar sobre su cañamazo la huella religiosa y cultural del acervo islámico. Parece, claro está ahora, que Francia es el país donde mejor se cultivan ciertas “flores del mal”, repugnantes para los yihadistas que abaten a bocajarro a los parisinos.

Desde el 1 de febrero de 1979, pasando por el 11-S (2001) neoyorquino, los atentados del 11-M en Madrid (2004) y los consumados el 7-J en Londres (2005) hasta llegar a los más recientes en París, la colisión entre Euro-América y el Islam no deja de actualizarse periódicamente en baños de sangre y lágrimas. Esto es una mera verificación, en perspectiva, del drama que se viene desplegando ante la mirada de los contemporáneos que la sufrimos pasivamente. 

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N.B.: Publicado en el periódico digital EL IMPARCIAL el 16.11.2015

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