Víctor Morales Lezcano
Jean
Baudrillard (1929-2007), sociólogo de fuste, publicó un ensayo de prensa
titulado “La despresurización de Occidente” (El País, 30.03.1989).
El citado ensayo
de Baudrillard giraba en torno a la fatwa
o maldición por Jomeini de la novela -y de su autor, el indo-británico Salman
Rushdie-, titulada Hijos de la Medianoche. El vacío y
desconcierto provocado por la fatwa del
líder de la revolución islámica chii dejó inerme e inane al mundo occidental.
Un mundo, en frase de Baudrillard, “donde
ya no existe en parte alguna la posibilidad de identificar el mal, donde la menor crítica, la menor negatividad
radical, se encuentra asfixiada por el consenso virtual sobre todos los valores
de negociación y reconciliación. Nos hemos hecho muy débiles en energía
satánica, irónica, polémica, antagónica; nos hemos convertido en sociedades
fanáticamente blandas o blandamente fanáticas”.
El relevo de la
función analítica de Baudrillard, en lo que a la fenomenología del Islam
político concierne, lo ha venido a protagonizar, poco más tarde, Michel
Houellebecq; databa, incluso, de antes de la aparición de su última
novela-ficción (Soumission) el 7 de
enero de 2015, cuando estaba teniendo lugar el asalto mortífero de los yihadíes
a la redacción del periódico satírico francés, Charlie-Hebdo.
En el texto de Sumisión (ed. Anagrama, 2015), nos
enfrentamos a una presentación del proceso de entrega propiciatoria, de
disolución voluntaria, de la república en brazos de una hermandad musulmana que
se presta a salvar a la ciudadanía francesa de su propio agotamiento anímico.
Se cumpliría, así, uno de los leit-motiv
predilectos de Houellebecq, un principio de naturaleza entrópica que el autor
describe de esta manera: “Si hay una
idea, una sola, que atraviesa todas mis novelas, hasta la obsesión, quizá, es
la de la irreversibilidad absoluta de todo proceso de degradación, una vez
iniciado”.
En el universo
francófono -y de la mano de escritores
árabes- ya hubo algún que otro precursor, no ya de la decadencia de Occidente,
sino, como en el caso de Amin Maalouf, Del
desajuste del mundo, o de cuando nuestras civilizaciones se agotan. No,
precisamente, una de las más atractivas obras de este escritor, libanés
maronita. En el meollo del hundimiento ¿apocalíptico?, ¿virtual?,
¿premonitorio? emerge -repetidamente- la democrática y laica República de
Francia. Una nación histórica de solera,
supuestamente en vías de agotamiento. De ahí, quizá el aparatoso llamamiento
literario de sesgo islamófobo que causó sensación hace pocos años: Le suicide français, de Éric Zemmour.
Las argollas se
encadenan. Veamos por qué lo digo. Boualem Sansal, novelista argelino,
apartadizo y escéptico, que vive desde hace decenios su reclusión personal, nos
hace llegar, ahora, 2084. La fin du monde
(Gallimard). Porque así suena -y es-
este presunto best-seller. Se me
ocurre, pues, apuntar a que la contra-lectura musulmana de tiempos revueltos
-como los de hoy- conviene que no caiga en omisión, para detectar sobre su
cañamazo la huella religiosa y cultural del acervo islámico. Parece, claro está
ahora, que Francia es el país donde mejor se cultivan ciertas “flores del mal”,
repugnantes para los yihadistas que abaten a bocajarro a los parisinos.
Desde el 1 de
febrero de 1979, pasando por el 11-S (2001) neoyorquino, los atentados del 11-M
en Madrid (2004) y los consumados el 7-J en Londres (2005) hasta llegar a los
más recientes en París, la colisión entre Euro-América y el Islam no deja de
actualizarse periódicamente en baños de sangre y lágrimas. Esto es una mera
verificación, en perspectiva, del drama que se viene desplegando ante la mirada
de los contemporáneos que la sufrimos pasivamente.
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N.B.: Publicado en el periódico digital EL IMPARCIAL el 16.11.2015
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