· “La cultura española está en deuda con los hombres
que han llevado por el mundo, con orgullo y pasión, a su gente, a su ciudad, a su país como ha
hecho Antonio Banderas”
· “Los jóvenes que miren hoy al premiado verán no
sólo a un gran actor, sino a un luchador, a un hombre agradecido, a un
enamorado del cine, de su trabajo, del teatro, del arte”
· El ministro ha reconfirmado la bajada del IVA del
Cine al 10% en los próximos presupuestos
· Antonio Banderas donará el premio a la Escuela
Nacional de Arte Dramático de Málaga, donde estudió. El premio tiene una
dotación de 30.000 euros.
(Foto Efe)
L.M.A.
23-septiembre-2017.- Antonio Banderas
ha recibido hoy de manos del ministro de Educación, Cultura y Deporte y
Portavoz del Gobierno, Íñigo Méndez de Vigo, el Premio Nacional de Cinematografía
2017, en el marco del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Un acto
de entrega que ha venido precedido por el anuncio ayer de la bajada del IVA al
Cine al 10% y que el ministro ha reconfirmado a los asistentes en su
intervención.
En un emotivo discurso
el ministro ha afirmado que “Antonio Banderas ha transcendido a sus papeles,
que ha logrado imprimir un carácter propio a todos su personajes y que después
ha sobrevivido a su propio éxito para no parar de crecer, dirigiendo sus
propias películas, interpretando, produciendo, cantando y en definitiva,
creando y exprimiendo al máximo su talento”
Méndez de Vigo ha
recordado la llegada de Antonio Banderas
a Madrid desde su Málaga natal, las
vicisitudes por las que pasó hasta convertirse en un actor reconocido
mundialmente: “tal vez, la gran conquista y la gran explicación de toda su
carrera ha sido llevar siempre al niño que fue en el corazón que es. Y eso a
pesar de haber recorrido el mundo, de haber trepado a lo más alto del cartel y
de haber sufrido también duros contratiempos. Pero siempre, siempre ha sabido
regresar al hogar que le vio crecer. Ese hogar que un día abandonó, siendo
pequeño, para –sin saberlo- hacerse grande”.
“Premiamos a
Antonio Banderas, ha proseguido Méndez de Vigo, porque la cultura española está
en deuda con los hombres que han llevado por el mundo, con orgullo y pasión, a
su gente, a su ciudad, a su país, como él ha hecho como embajador de la Marca
España”.
Refiriéndose a los
complejos momentos actuales de la sociedad española, el ministro ha afirmado que “de pocos como él
puede decirse que ha sido un patriota, en el sentido en que lo concebía Cela al
afirmar que el nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del
mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece
todo el amor del mundo y eso sí es cierto”.
Ejemplo para los jóvenes
“Los jóvenes que
miren hoy a Antonio Banderas verán no sólo a un gran actor, sino a un luchador,
a un hombre agradecido, a un enamorado del cine, de su trabajo, del teatro, del
arte, que incluso estando en lo más alto del cartel de Hollywood jamás ha
dejado de mirar a su país, de pensar en proyectos para facilitar las vocaciones
artísticas entre los jóvenes, de destinar su dinero a causas benéficas y
culturales y de volver – como él se prometió a si mismo cuando partió de
Málaga- con las manos llenas a su ciudad”.
Méndez de Vigo se
ha referido al Expreso Costa del Sol que
le trajo a Madrid desde Málaga: “tenía 21 años y 10.000 pesetas en el bolsillo
y la vida todavía sin medias suelas. Pero llevaba también algo mucho más
valioso: portaba un sueño y tenía talento”.
El ministro ha
resaltado la tenacidad del premiado, su esfuerzo; los años vividos en la movida madrileña, sus inicios en la
Compañía Nacional de Teatro, su encuentro con Almodóvar, su salto a Hollywood,
sus éxitos de los años 90 “que le convirtieron en lo que llaman latin-lover del
cine internacional, una etiqueta que quizá simplifica demasiado su papel y no
hace justicia al verdadero valor de Banderas en el cine de las últimas
décadas”.
Antonio Banderas
donará la dotación del premio -30.000 euros- a la Escuela Nacional de Arte
Dramático de Málaga, donde él estudió.
Discurso del Ministro de Educación, Cultura y
Deporte en la entrega del Premio Nacional de Cinematografía a Antonio Banderas
(saludos)
Queridos amigos,
Hay tres cosas que por las que estoy especialmente
contento. La primera, una vez más, por venir a esta preciosa ciudad, Capital
Europea de la Cultura 2016, acogedora y abierta, que ha ganado la paz sin
sacrificar su libertad. La segunda, acudir un año más al Festival de Cine de
San Sebastián, que es un orgullo para el sector cultural español, para los
amantes del cine, y un referente en todo el mundo. Y la tercera, entregar el
Premio Nacional de Cinematografía a Antonio Banderas y hacerlo además en un
lugar como Tabakalera, que reúne todas las pasiones que lleva dentro nuestro
galardonado: el cine y el teatro, la apuesta por el talento y la vocación
artística, la proyección internacional y, en definitiva, la inquietud cultural
sin límite ni frontera.
A casi mil kilómetros de San Sebastián, en la otra punta
de España y en la década de los 60, el universo de Antonio se concentraba en la
calle malagueña Sebastián Souvirón. Sus padres, Don José y Doña Ana, sus
hermanos Javier y Chloe, su iglesia de San Juan, su Semana Santa, sus maestros,
sus amigos, su gente, en suma su Málaga. Tan lejos de esta costa y tan cerca. Como
están tan lejos y tan cerca esos recuerdos de aquel niño Antonio y el actor
internacional que hoy reconocemos. Están lejos porque los años han pasado pero
están cerca porque el propio Antonio se ha encargado de llevarlos siempre
dentro. Tal vez, la gran conquista y la gran explicación de toda su carrera:
llevar siempre al niño que fue en el corazón que es. Y eso a pesar de haber
recorrido el mundo, de haber trepado a lo más alto del cartel, y de haber
sufrido también duros contratiempos. Pero siempre, siempre, ha sabido regresar
al hogar que le vio crecer. Ese hogar que un día abandonó, siendo pequeño, para
–sin saberlo- hacerse grande.
“Antonio Banderas nació”, contaba el actor en una
entrevista, “el mismo día que me metí en aquel tren en la estación de Málaga”.
Era 3 de agosto de 1980. El tren, el Expreso
Costa del Sol, aún no estaba climatizado. Por eso de aquel Málaga-Madrid,
Antonio recuerda sobre todo el calor, sofocante al llegar a la capital,
sometida aquellos días a temperaturas extremas. Recuerda el calor, pero también
–estoy convencido- el inevitable frío interior, cuando la locomotora escupió el
golpe seco y metálico del inicio de la marcha.
Antonio, que ha descrito en detalle este momento, asomado
a la ventanilla del tren, vio entonces a los suyos hacerse más y más pequeños, y
cómo su Málaga se iba quedando atrás, y con ella su niñez, su infancia, y lo
que había sido su vida. Porque entonces aquella
era toda su vida. Al frente nada más
que una vía retorciéndose en su lento camino hacia Madrid, ciudad de
interrogantes y tinieblas para nuestro amigo.
Tenía 21 años y 10.000 pesetas en el bolsillo y la vida
todavía sin medias suelas. Pero llevaba también algo mucho más valioso y que
ninguno de sus compañeros de coche-cama podría adivinar en la juventud de su
rostro: portaba un sueño y tenía talento.
Los años 80. Aquel era el Madrid de la movida, el de Alaska, Berlanga y Canut.
El del Homenaje a Canito que dio lugar a Los Secretos, a Nacha Pop, a los
programas musicales, los fanzines, y la cultura transversal entre el cine, las
artes, el teatro, y las letras. Era también el Madrid de Almodóvar. Y el de
Sabina, con el que Antonio entró en contacto mientras el de Úbeda ultimaba,
nada más y nada menos que Calle Melancolía y Pongamos que hablo de Madrid. Ambos se conocieron en el Zambra en Pedregalejo. A Sabina le
fascinó Antonio y lo contrató para su grupo, entrando en el circuito artístico
del momento y salvando además la precaria situación económica de su incipiente
vida madrileña.
Madrid era un transistor y era la
euforia musical, era la pasión creativa caótica pero en muchas ocasiones
genial. Sonaban en la radio Man Gave Name
to all the Animals de Bob Dylan, Aire
de Pedro Marín, Dime que me quieres de
Tequila, Morir de amor de Miguel Bosé
y Como yo te amo de Rocío Jurado. Antonio
se acordará porque además, como ustedes saben, es un melómano y un gran cantante.
Fueron años, tal vez solo meses, de tumbos y de empeños.
Madrid siempre ha sido ciudad de oportunidades para los artistas, pero no de
oportunidades gratuitas. Y menos en 1980. Eran oportunidades que exigían un
desgaste, una constancia para la que había que estar preparado. Para que te cerraran
la puerta en la entrada del casting, para que algún rey del sector despreciase
tu trabajo o tu juventud, o ambas cosas a la vez, o para que el proyecto
artístico que estabas persiguiendo se desmoronara sin razón y sin esperanza.
Imagino, Antonio, que en alguna de esas noches en Zambra, cosechando reveses y puertas
cerradas, mirarías a esa Málaga que se te había empequeñecido en la ventanilla
del Costa del Sol y la tentación del
desconsuelo te rondaría la cabeza. Pero sospecho que te habías prometido volver
como los viejos vaqueros, con oro en las alforjas, conquistas imposibles y
muchas historias que contar. De modo que te abrazaste a lo que en fútbol todavía
llaman la furia española, que no es
otra cosa que la tenacidad, Antonio. Fue la tenacidad lo que te llevó a unirte
a la compañía de Teatro Nacional siendo su miembro más joven, y a entrar en el
reparto de La hija del aire, de
Calderón de la Barca, en cuya representación se plantaron Pedro Almodóvar y
Cecilia Roth ofreciéndote un papel para su nueva película.
En ese preciso instante nuestro galardonado pasa a
llamarse Antonio Banderas, porque a
Almodóvar le parecía que José Antonio
Domínguez Bandera era nombre de torero, no de actor. Y ciertamente, tenía
razón, pero en todos los sentidos: porque nada hay más torero que el arrojo y
la valentía de aquel joven malagueño abriéndose camino en Madrid de los 80
-atestado de artistas- en busca de su sueño.
Después fue el cine con mayúsculas. El trabajo. El éxito.
La biografía y filmografía tan conocida y reconocida en España y en todo el
mundo. Porque Antonio Banderas cogió otro tren, si me permiten la metáfora
ferroviaria, al corazón de la gran pantalla, dirección Hollywood. Era 1992 y
aquel malagueño adolescente se había hecho mayor y era uno de los Reyes del mambo de Arne Glimcher.
Antes había estado En
la cama con Madonna pero esa es otra historia. Quiero matizar que se trata
del nombre de un documental. A propósito, cuentan que Madonna no fue capaz de
seducir a Banderas. Un fracaso amoroso que, por otra parte, la Ambición Rubia podía haber deducido si
hubiera explorado la discografía de Antonio, cuyo mayor éxito responde al nada
equívoco estribillo: “Ay, ay, ay, amor / hay mi MORENA de mi corazón”. Aunque,
a la vista está, luego cambió de opinión. Rectificar es de sabios, dice la
sabiduría popular.
Ustedes pueden hacerse una idea de la contumacia de
Antonio Banderas al considerar que se lanzó a rodar los Reyes del Mambo sin saber ni una palabra de inglés. Se aprendió el
guión fonéticamente, como si fuera una canción. Creo que a una gesta así solo
se puede lanzar un chico de Málaga llamado José
Antonio Domínguez y con vocación de torero, no de los ruedos, si no de la
gran pantalla.
Más tarde vendrían Entrevista
con el vampiro, Two Much, donde se tomó demasiado en serio el papel del
galerista Art Dodge y Melanie
Griffith el de Betty Kerner, y por
supuesto los éxitos de los 90 como Desperado
o La Máscara del Zorro, que le convirtieron en lo que llaman latin-lover del cine internacional, una
etiqueta que quizá simplifica demasiado su papel y no hace justicia al verdadero
valor de Banderas en el cine de las últimas décadas. Que ha trascendido a sus
papeles, que ha logrado imprimir un carácter propio a todos sus personajes, que
ha medido “las dimensiones del teatro” que glosaba Gil de Biedma, y que después
ha sobrevivido a su propio éxito para no parar de crecer, dirigiendo sus
propias películas, interpretando, produciendo, cantando, y en definitiva,
creando y exprimiendo al máximo su talento.
Queridos amigos,
Me van a permitir que regrese al 3 de agosto de 1980 y
les cuente una curiosidad que probablemente el propio premiado desconoce. En la
prensa de aquel día, en el diario ABC,
se publicó un editorial que reivindicaba la figura de otro célebre malagueño,
Pablo Picasso. Un editorial que sin embargo hoy podríamos dedicar a nuestro
galardonado. Decía así:
"España sin color político, sin más definición que
la propiamente sustancial como país con una historia y una tradición
culturales, está en deuda con Picasso. Con un español que, a despecho de las
circunstancias temporales de una época de su vida, por encima y debajo de su
ubicación geográfico-cultural, se sintió y fue siempre español".
También por esto premiamos a Antonio Banderas: porque la
cultura española está en deuda con los hombres que han llevado por el mundo,
con orgullo y pasión, a su gente, a su ciudad, a su país, como él ha hecho como
Embajador de la Marca España.
Hay dos formas de triunfar en la vida. Una, la del éxito
mediocre, la del que olvida de dónde viene y mira exclusivamente a su propio
beneficio. Y otra, la del éxito generoso, la del que mira atrás con cariño y
agradecimiento y busca, en lo posible, revertir y compartir lo que ha ganado
con quienes un día le vieron salir de casa sin nada más que talento y voluntad.
Ahí encontramos a Antonio Banderas. De pocos como de él puede decirse que ha
sido un patriota, en el sentido en el que lo concebía Camilo José Cela. “El
nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso
no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor
del mundo; y eso sí es cierto”.
En estos días complejos para la sociedad española, en
estos días en que algunos quieren dividirnos y enfrentarnos, resulta más
propicio que nunca exaltar esta virtud de Antonio Banderas. Porque premiar, a
fin de cuentas, es reconocer el trabajo y el talento del galardonado, pero
también, y especialmente en estos premios nacionales, es servir ejemplos de
conducta a la sociedad.
Los jóvenes que miren hoy a Antonio Banderas verán no
solo a un gran actor, sino a un luchador, a un hombre agradecido, a un
enamorado del cine, de su trabajo, del teatro, del arte, que incluso estando en
los más alto del cartel de Hollywood jamás ha dejado de mirar a su país, de
pensar en proyectos para facilitar las vocaciones artísticas entre los jóvenes,
de destinar su dinero a causas benéficas y culturales, y de volver –como él se
prometió a su mismo cuando partió de Málaga- con las manos llenas a su ciudad.
Antonio Banderas está en la plenitud de su vida, que es
también un poco la nuestra. Ha pasado un año intenso, que bien podría parecer
uno de sus propios papeles en el cine, plagado de emociones. Mi deseo, y creo
que el de todos los españoles, es que este reconocimiento, este Premio Nacional
de Cinematografía sea también, querido Antonio, el abrazo de tu tierra, de tu
país, que siempre te admira y te añora, y al que sabemos que siempre vas a
volver.
Por si quedaba alguna duda, Antonio ha hecho grabar unos
versos de su admirado Manuel Alcántara en la pared de su nueva casa malagueña.
Como una declaración de intenciones, dicen así:
A la sombra de una
barca
me quiero tumbar un
día;
echarme todo a la
espalda
y soñar con la
alegría.
Como te conocemos, querido Antonio, no te preocupes si
nunca cumples este deseo de retirarte a una barca a ver la vida pasar. Primero
porque así podremos seguir disfrutando de tu talento, que hace feliz a mucha
gente. Y segundo porque, en tu defensa, siempre podrás acogerte con elegancia al
viejo principio aristotélico: “la historia cuenta lo que sucedió: la poesía lo
que debía suceder”.
Muchas felicidades, muchos éxitos, y muchas gracias,
ÍÑIGO MÉNDEZ DE
VIGO y MONTOJO
MINISTRO DE
EDUCACIÓN, CULTURA y DEPORTE Y PORTAVOZ DEL GOBIERNO