Sta. Teresa de Jesús
LMA
30.01.13.- Madrid .- La directora de la Biblioteca Nacional de España, Gloria Pérez-Salmerón ha inaugurado la exposición
“El despertar de la Escritura Femenina en lengua castellana”, comisariada
por la escritora Clara Janés. Estuvo presente en el acto la Jefe de Servicio del Museo de la
BNE Gema Hernández Carralón.
La comisaria recordó a los amigos que un día le pusieron
sobre la pista del libro de Manuel Serrano y Sanz, Apuntes para una biblioteca
de escritoras españolas, que obtuvo el Premio de la Biblioteca Nacional
de 1898, y se publicó en dos tomos en 1903 y 1905.
Clara Janés ha escrito unos
textos elocuente para el catálogo de la exposición, que permanecerá abierta
hasta el mes de abril que dicen lo siguiente:
“Al contemplar las
ediciones antiguas, verdaderos tesoros que custodia la BNE, constatamos el decir de
Quevedo, que la imprenta libra a “las grandes almas que la muerte ausenta/ de
injurias de los años vengadoras”. La imprenta ha permitido que lleguen hasta
nosotros los escritos de hombres y mujeres, muchos de los cuales, de no ser por
ella, se habrían perdido. Asomarse a esos tesoros es ir de sorpresa en sorpresa
al comprobar que, en aquellos albores, cuando aún se estaba pasando no sólo de
manuscrito a libro impreso, sino de latín a romance, las mujeres tenían un
papel en la cultura y participaban en las manifestaciones sociales en las que
ésta intervenía.
Vemos por un lado
florecer altamente la literatura en los conventos, tanto en la prosa (Teresa de
Ávila), y la poesía (Sor María de la
Antigua), como en el teatro (Sor Marcela de San Félix), pero
también que las damas concurren a certámenes y suman sus escritos a libros
colectivos realizados con motivo de un homenaje o una celebración. Vemos como
la fama hace que, desde muy pronto, algunas de estas escritoras conozcan
traducciones, réplicas e incluso usurpación perversa del nombre (Luisa Sigea);
vemos que una mujer es depositaria y difusora de obras de los grandes doctos
(Sor Ana de Jesús de San Juan de la
Cruz y Fray Luís de León); que otra, sin querer tomar hábito,
se hace misionera y su labor es reconocida en distintos países (Luisa de
Carvajal); vemos a la que se dedica al teatro (Ana Caro); a la que, a pesar de
su gloria, guarda celosamente su verdadera identidad (María de Zayas); a la
que, interesada en la ciencia, descubre un elemento del cuerpo y lo comunica
(Oliva Sabuco); a aquella que se hace famosa por sus traducciones (Isabel
Rebeca Correa); a la aguda pensadora (Juliana Morella); a la ganadora de
numerosos certámenes (Cristobalina Fernández de Alarcón); a la que, en tierras
de ultramar, movida por el talento de Lope de Vega, le escribe una epístola en
verso (Amarilis); y, en fin, a la que, también al otro lado del Atlántico,
tiene su celda poblada de instrumentos científicos y libros de literatura y de
pensamiento de todo tipo hasta que la inquisición la obliga a retractarse de
sus ideas, renunciar a sus posesiones y declararse “la peor de todas” (Sor
Juana Inés de la Cruz).
A los tesoros escritos
–manuscritos e impresos-, se suman los retratos de época que se conservan en la Iconografía Hispana.
Captar de una mirada los rostros y la interpretación del momento de estas
escritoras es el complemento perfecto a la lectura de sus textos. Han pasado
siglos, y comprobar hoy lo viva que sigue esta literatura, es motivo de una
celebración, que incluye el hecho de que la BNE colabora activamente en liberar a estas obras
–y con ellas a todo un mundo- de “las
injurias de los años”.
DEL LATÍN AL ROMANCE
"En el siglo XV, algunas
escritoras vieron sus textos publicados. Unas habían renunciado al mundo, como
es el caso de la abadesa Isabel de Villena, hija natural del Marqués de
Villena, que recibió una esmerada educación y estuvo en contacto con los
letrados de su época. Tomó el hábito en 1445, a la edad de 25 años, y empleó en sus
textos el latín y el valenciano, siendo la única excepción en la muestra de
una escritura no castellana, dada su
antigüedad e interés.
Florencia Pinar, que
vivió en la segunda mitad del siglo XV, vio un de sus romances recogido por
Hernando del Castillo en su Cancionero General ya de principios del XVI.
A un momento algo posterior pertenece Luisa Sigea, nacida en Toledo alrededor
de 1530, aunque muy joven se trasladó a Portugal. Docta en filosofía, oratoria
y poesía, dominó el latín, griego, hebreo y caldeo. Entró al servicio de la Infanta Doña Margarita, hasta
que en 1555 regresó a España, donde murió en 1560. Acaso su poema más famoso es
el titulado “Sintra”, escrito en latín. Sigea fue víctima de la impostura
literaria, pues Nicolas Chorier firmó con su nombre un libro de carácter
erótico y flagrante mal gusto titulado La academia de las damas. En el
siglo XVII, Paul Allut escribió a su vez una obra en defensa de la escritora,
incluyendo poemas de ella y a ella dedicados".
SANTA TERESA DE JESÚS Y EL CARMELO
"Teresa de Cepeda y
Ahumada nace en Ávila en 1515, en 1536 entra como novicia en el monasterio de la Encarnación de dicha ciudad y en 1562 funda el de San
José, que será la primera piedra de la reforma del Carmelo. Muere en Alba de
Tormes en 1582, tras dejar una inmensa obra dentro de la orden y en el campo
literario. Su personalidad y fuerza creadora quedan demostradas no sólo en sus
escritos, sino en el rigor y altura que supo infundir a las religiosas que
estuvieron a su lado. Por este motivo, el Carmelo femenino se convirtió en un
núcleo de inteligencias y caracteres incólumes que apoyaron sus principios. Al
no ser bien visto su movimiento por la Inquisición, algunas de sus discípulas tuvieron
que partir. Así encontramos a sor Ana de San Bartolomé, autora de alegres
letrillas, en Bélgica, que figura como única mujer en un libro que recoge la
vida y los retratos de los “varones” ilustres de dicho país. También acabó en
Bruselas sor Ana de Jesús, destinataria del Cántico espiritual de San
Juan de la Cruz
y también de la traducción del Cantar de los Cantares, de Salomón, de
Fray Luís de León. Ella se ocupó de que la obra de ambos se difundiera, a
través de las copias llevadas a cabo por sus monjitas, y de la imprenta, empeño
que se vio culminado poco después de su muerte.
De la importancia que
tuvo Teresa de Ávila dan prueba las fiestas que se celebraron en toda España en
el momento de su beatificación. En el libro Compendio de las solenes fiestas
que en toda España se hicieron en la Beatificación de N.M.S.Teresa de Iesus (R/461)
se recogieron los certámenes, monumentos y altares llevados a cabo en cuarenta
y siete puntos de la península, incluidos “los desiertos”, es decir, las zonas
esteparias del país.
El discurso inaugural del
certamen poético de Madrid lo llevó a cabo Lope de Vega. De hecho todo el
discurso es una alabanza de la mujer inteligente –referida, ante todo, a Teresa
de Ávila-, y la alegría que da “de ver que una mujer pudiese tanto/ que haya
dado en la iglesia militante/ descalza una carrera de gigante”. Certámenes de
romances, glosas, y uno muy propio de la época, que llama particularmente la
atención: el de emblemas y jeroglíficos, quedan registrados meticulosamente en
la obra, y en ella aparecen numerosos nombres femeninos. Es de destacar que en
Alba de Tormes, se levantó una enorme fuente asentada en una grada dividida en
cuatro partes, de las que se alzaban cuatro pirámides representativas de los
distintos continentes".
LA ILUMINACIÓN DIVINA Y LA CORTE
"No sólo en los conventos
carmelitas se cultivaba el intelecto. El claustro equivalía a una carrera, una
profesión, en la cual el estudio y la escritura tenían su lugar. Se tratara de
temas de meditación o de celebraciones religiosas que comportaban el recitado de
poemas o representaciones teatrales, todo ello pasaba al papel, generalmente al
amparo de un confesor no siempre justo, pues a veces se apropiaba de lo escrito
por su pupila y lo firmaba con su nombre.
Un caso interesante por
lo ajustado de su escritura es el de Sor María de la Antigua (Cazalla de la Sierra, Sevilla,1566). A
los 13 años, tomó el hábito en el monasterio de clarisas de Marchena. Murió en
1617. El padre Pedro Cecilio en su Crónica afirma que “dejó escritos más
de 1.300 cuadernos de alta y sustancial doctrina, dictados por Dios.” Sólo
abrir el libro de sus escritos, Desengaño de religiosos y de almas que
tratan de la virtud (R/30969), y leer una de sus páginas, se detecta su
altura intelectual.
Por otra parte, el Siglo
de Oro, época en que las reinas, aunque atendidas por sirvientas arrodilladas,
padecían la esclavitud de no poder estar solas ni de día ni de noche, algunas
damas gozaban de cierta independencia en la decisión de sus vidas, como Luisa
de Carvajal, que ni se casó ni tomó hábito, pero decidió entregarse a la labor
misionera y partir a Inglaterra para asistir a los católicos procesados, o
Cristobalina Fernández de Alarcón.
Por libros en honor a
personalidades como el infante Baltasar Carlos, elogios de santos o fiestas
conmemorativas, nos queda constancia de la actividad poética de las mujeres en
este período. Así, en el Compendio de las fiestas que ha celebrado la
imperial ciudad de Çaragoça por auer promouido la Magestad Catholica
del Rey...Filipo Tercero...al Señor don Fray Luys Aliaga...en oficio y cargo de
Inquisidor General de España...(R/2648), de 1619, o en la antología
recogida por Pedro de Espinosa, Flores de poetas ilustres de España
(U/3313), de 1605, aparecen, entre otras, Aldonza de Aragón y Gurrea, Susana
Vengoechea, Luísa de Aguilera, Hipólita
de Narváez o Cristobalina Fernández de Alarcón.
De todas estas poetisas,
la que gozó de mayor fama fue esta última. Nacida en Antequera en 1576, estudió
latín y se casó con un mercader, del que enviudó, contrayendo segundas nupcias
con un estudiante. Brillante mujer de mundo, ganadora de numerosas justas
poéticas, despertó la pasión del compilador de la antología Flores de poetas
ilustres de España, Pedro de Espinosa, que, por su causa, acabó retirándose
a una ermita".
DOS ESTRELLAS
María de Zayas
"Dos escritoras destacan
por la importancia de su obra y su resonancia: una novelista, María de Zayas, y
la otra fundamentalmente poeta, Sor Juana Inés de la Cruz; ambas defensoras del
derecho de la mujer a la educación.
De María de Zayas y Sotomayor
(1590-1661?), madrileña que residió en Zaragoza, se sabe muy poco, hasta el
punto de que se llegó a insinuar que bajo este apelativo se escondía un hombre.
No parece que esto dificultara su carrera literaria: sus Novelas amorosas y
ejemplares, conocidas como “el Decamerón español”, fueron objeto de catorce
ediciones a lo largo del siglo XVII y del siguiente. En el prólogo a la edición
de 1637 de dicha obra, expresa con cierta ironía su preocupación ante el
posible menosprecio de sus escritos por deberse a una pluma femenina: “Quien
duda, lector mío, que te causará admiración que una mujer tenga despejo no sólo
para escribir un libro, sino para darle a la estampa”. Ese tono no se abandona.
En La inocencia castigada leemos: “Por qué, vanos legisladores del mundo
[...] vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con temores de la honra, y el
entendimiento con el recato de la vergüenza, dándonos por espadas ruecas y por
libros almohadillas.” “Las almas ni son hombres ni mujeres”, dirá en otra
ocasión.
Sor Juana Inés de la Cruz, nacida en San Miguel de
Nepantla, Méjico, en 1651, fue precoz en sus dones intelectuales: a los tres
años aprendió a leer y escribir siguiendo, a escondidas, las lecciones de su
hermana mayor. Pronto descubrió la biblioteca de su abuelo y leyó los clásicos.
Su ansia de saber le hizo concebir la idea de disfrazarse de hombre para ir a
la universidad, pero la enviaron a vivir a la ciudad de Méjico con unos tíos
que la introdujeron en la corte, y fue dama de la virreina, la marquesa de
Mancera. Escribía poemas y deslumbraba con su gran inteligencia. Reacia al
matrimonio, entró en el convento de las Jerónimas, pero siguió llevando una
brillante vida intelectual. Defendió el derecho de sus congéneres a estudiar y
a escribir, y se defendió a sí misma de los ataques recibidos, mediante varias
cartas, entre ellas, la
Carta Atenagórica, la Respuesta a
Sor Filotea y la Carta
de Serafina (seudónimo que utilizó en los oscuros tiempos de su vida).
En el poema Sueño, siguiendo a
Cicerón, presenta al alma cruzando de noche el universo en pos del sentido de
toda la creación. Por sus amplios intereses intelectuales, poseía instrumentos
musicales, mecánicos y científicos, que, sin duda, manejaba. Tras la escritura de la Carta Atenagórica,
fue considerada poco devota por las jerarquías eclesiásticas y en sus últimos
años (murió en 1695) fue objeto de un juicio y acabó por abjurar y declararse
“la peor de todas”, viéndose obligada a abandonar la vida pública y a no editar
sus escritos".
Biblioteca Nacional
RARAS AVES
"Hay voces femeninas de las que nos ha llegado
muy poco eco y sin embargo tuvieron su peso en el horizonte literario, así la
de la escritora Isabel Rebeca Correa, sefardí afincada en Amsterdam, de la que
se han perdido todos sus poemas, excepto una composición de circunstancias, y
queda sólo su traducción -muy conocida en sus días- de Il pastor Fido,
de Guarini.
Entre las autoras
teatrales, destaca Ana Caro, muy reputada en su momento, el siglo XVII. Recibió
numerosos encargos literarios por parte de la nobleza sevillana y madrileña,
escribió teatro de éxito y obtuvo numerosos galardones.
En el campo de la ciencia, es extraordinario el caso de Oliva Sabuco.
A ella se debe el descubrimiento del jugo cerebral al que dio el nombre de
“quilo”, descubrimiento que los médicos ingleses, por la relación de Felipe II
con la isla, conocieron y adoptaron sin mencionar su nombre. Oliva recogió su
saber en un libro titulado Nueva filosofía de la naturaleza del hombre, no
conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos. Dedicó la obra al
rey y fue publicada en 1587. Ante su éxito, su padre quiso
apoderarse de su autoría y reeditarlo en Portugal bajo su nombre, pero fue en
vano, dado que el permiso otorgado por Felipe II era exclusivo para su hija.
Oliva Sabuco mereció sin
duda los apelativos que le dieron sus contemporáneos: “honor de España” y “Musa
décima”, otorgado éste por Lope de Vega en el auto sacramental El hijo
pródigo.
Lope
de Vega, atento como pocos a los acontecimientos culturales, rinde en sus obras
homenaje a numerosas escritoras. Sólo en el Laurel de Apolo aparecen desde Safo y Pola
Argentaria, mujer de Lucano, a Cristobalina Fernández de Alarcón, Juliana
Morell, insigne maestra, Bernarda de Ferreira, que se expresaba tanto en
portugués como en castellano, Santa Teresa de Jesús, Ana Zuazo, poetisa
madrileña, María de Zayas, Amarilis, seudónimo de una escritora peruana, o las
italianas: Vittoria Colonna y Laura Terecina".