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Víctor
Morales Lezcano
19.10.19 Madrid .- La
vida y obra de un creador o artista cómo se decía hace aproximadamente un
siglo está sometida post mortem a una suerte de ley. Ésta somete
al creador a la valoración crítica de su obra e incluso a una devaluación de
sus logros (literarios, pictóricos, musicales…). Llega el momento, un par de
generaciones después, en el que tanto nuevas lecturas de especialistas, como
una ulterior sensibilidad cultural revisan la obra del creador de turno y terminan
por situarlo y juzgarlo de manera más desapasionada y técnica. Se trata de un
proceso revisionista al que no han escapado, incluso, no pocos clásicos. La
obra literaria de Pérez Galdós (1843-1920) tampoco ha escapado de esta suerte
de ley valorativa, que se acaba de
formular.
Ahora,
a punto de cumplirse los cien años de la muerte del que fue famoso novelista,
dramaturgo, ensayista y “albacea” de la historia de España entre 1808-1898 (Episodios nacionales), la opera omnia de Pérez Galdós puede estar
llegando a una fase de revisión elaborada. Quiero creer que en Canarias, Madrid
y Santander habrá, en los próximos meses, una serie de celebraciones en torno
al autor de dos hitos de la novelística española del siglo XIX, como fueron Fortunata y Jacinta, primero, y Misericordia, más tarde; o que se
sopesará al dramaturgo, un tanto enfático, de piezas teatrales como Electra (1901) o Marianela (1916), y muchas más, interpretadas por actrices
legendarias, como fueron María Guerrero, Rosario Pino y Margarita Xirgu.
La
trayectoria política de Benito Pérez Galdós recorrió el circuito que conduce
desde el liberalismo radical heredado de la revolución de 1868, hasta su
aceptación de ser figura emblemática de la conjunción republicano-socialista,
formación política que recogió con empeño la “cuestión social”, una cuestión
lacerante donde la hubiera en la sociedad española de la Restauración.
El
recurso a la vía periodística fue otra constante por la que Galdós transitó
desde su juventud, llegando a entablar una sólida amistad, precisamente, con
José Ortega Munilla, nada ajeno al consagrado periódico Los lunes de El Imparcial.
Más
allá de ser nombrado miembro de la hoy denominada Real Academia Española, el
escritor canario mantuvo amistad con varios círculos literarios montañeses (de Santander), en cuyo
seno se forjó una importante amistad con José María Pereda y Marcelino Menéndez
Pelayo, no obstante la divergente sensibilidad política que había entre ellos;
botón de muestra ejemplar de que ocasionalmente pueden tejerse lazos de amistad
duradera entre españoles de bordo de lo que fue otro ejemplo señero la que
unió a Gregorio Marañón y José Ortega y Gasset.
Al
sepelio, a la capilla ardiente de don Benito el 4 de enero de 1920, se calcula
que acudieron unos treinta mil ciudadanos de Madrid para despedir a Galdós en
su último viaje. Ahora regresa para recordarnos quién fue y lo que escribió,
siempre con España en su magín, como a él le encantaba decir.