Catálogo de exposición de Manolo Ortega
Manolo Ortega (2013), un año antes de su muerte
por Julia Sáez-Angulo
25/o7/2020.- Madrid.- De los retratos tendría mil historias que contar porque cada uno de ellos supone un encuentro con la persona que vas a pintar, de la que hay que extraer la expresión que más le define. A algunos modelos les pido que utilicen colores lisos en sus trajes para contrastarlos con un cartel de vidrieras que tengo en el estudio. La doctora Gloria Elola apareció con un jersey de rayas horizontes y me quedé perplejo, pero pensé que era un reto y lo resolví bastante acertadamente.
Una tarde en la localidad asturiana de Llanes, un visitante a mi exposición con cuadros geométricos me retó, poco menos, al decirme que el verdadero mérito estaba en reproducir fielmente la realidad. Se lo rebatí en parte al hablarle de la creatividad particular de cada artista. No parecía muy convencido y pensé que quizás se estaba refiriendo a mí mismo con sus comentarios. Saqué una libreta y me puse a hacerle un retrato a tinta, con un bolígrafo rotring, y le saqué el parecido fotográfico. Se quedó asombrado. Esperaba que se le regalase, el retrato pero no lo hice como acostumbro en casos de apuntes. Por dudar y porfiar.
También recuerdo el retrato de Bebel Salamanca, casada con el vasco Antón Echebarren, director de Bancaya, sucursal del Banco Bilbao Vizcaya en Madrid, un hombre que me compró varios cuadros para las salas del Banco, entre ellas las del Consejo de Administración, que tenía su sede en el Paseo de la Castellana. Como llegó de pronto el calor del verano y yo no había terminado el retrato, nos invitaron a Carmina y a mí a su residencia en Marbella, una casa enorme donde había al menos cinco empleados: mayordomo, dos criadas, el chófer… más que los cuatro habitantes de la casa. Las prendas que te quitabas por la noche, al día siguiente las encontrabas lavadas, planchadas y colgadas. ¡Un lujo! Bebel tenía una hermana casada con el duque del Infantado, que nos invitó a comer un día en su casa. Eran los años 70. Antón Echevarren me compró los paisajes que hice aquellos días en Marbella.
En Paris hice dos retratos a los Viró, la familia francesa a la que conocí a través de Carmina cuando éramos novios. Carmina había estudiado en el Liceo Francés y hacía intercambio con estudiantes parisinas para practicar el idioma. A los Viro, vecinos de una de las estudiantes de intercambio, los trató mucho y vinieron a verla a Madrid, cuando yo exponía en Biosca. Les gustó mucho mi pintura y Madame Viró me encargó un retrato, pero tendría que viajar a París para hacérselo. Tardé en cumplir el encargo, pero fue una maravilla vivir en la capital francesa y alojarme en su casa. Tenían un solo hijo y pretendían que yo ocupara su habitación, mientras que el muchacho dormiría en la buhardilla o en el cuarto de estar. Me opuse rotundamente y quise yo subir a la buhardilla para estar más libre e independiente y contemplar los bonitos tejados de París desde arriba. Me quedé en París varios meses y pinté bastantes cuadros. París es muy pictórico. Uno de los cuadros sobre los puentes del Sena figura en el Ministerio de Cultura. Con el tiempo, el hijo Viró se casó y adoptó una niña, Françoise, que es mi ahijada. También a ella le hice un bonito retrato. Françoise Viró me escribía todas las Navidades para felicitarme el Año Nuevo, pero yo –que soy muy dejado- dejé de contestarle y ella de escribirme. Supongo que ha pensado que, por los años, yo me he muerto.
Manolo Oyonarte, pintor, hijo de Manolo Ortega
"Árboles", cuadro de Carlos Ortega
Sobre el arte y los amigos
El arte es para mí un misterio, pese a llevar sesenta años practicándolo. La pintura es una indagación, un problema que hay que resolver ante el cuadro y en las que unas veces se acierta y otras no. Cuando se acierta, el primer sorprendido es el artista, como si sólo hubiera sido un médium para hacer aquello que tiene vida. Picasso lo explicaba muy bien cuando decía: Yo no busco, encuentro. No se trata tanto de la perfección por la perfección, sino de algo mucho más sutil. Lo perfecto a la vista puede ser tan solo mera artesanía. El profesional del arte ha de tener oficio y maestría, pero para ser artista hay que ser mucho más, tener un plus de sensibilidad y talento para poder plasmar la perfección y la belleza en una obra de arte viva. La obra de arte en pintura, además de forma y color, ha de tener calor y vida. Pintores hay muchos; artistas muchos menos. Ahí radica la clave de la obra maestra. La inquietud es lo que te lleva a avanzar, a dar un paso más respecto a lo anterior, para no anquilosarte en lo mismo. De esto habla la novlea La obra maestra, de Emile Zola, un libro que debieran leer todos los artistas.
Diego Velázquez es el pintor más grande de la Historia del Arte. Es asombroso; sabía dar la pincelada justa en el espacio que precisaba. Entre el bastidor y la tela hay un espacio que él dominaba. Es cierto que supo pintar el aire, puede verse en Las Meninas y otros cuadros suyos.
En el arte es importante acercarse periódicamente a la Naturaleza, para evitar que uno se amanere en el estudio. La naturaleza es siempre fuente renovada de sugerencias y enriquece a todo artista que se acerca a ella. Yo visito de vez en cuando la vega del Tajuña, cerca de Madrid, para reencontrarme con el paisaje al aire libre. La frecuente salida a la naturaleza debieran practicarla todos los pintores para pintar mejor y no caer en la cárcel del estilo, en el amaneramiento.
Ante la Naturaleza el buen pintor va abstrayendo las formas sin proponérselo, despertando los sentidos. Se establece una comunión entre el artista y el modelo que la naturaleza le ofrece. A partir de ahí va construyendo por colores. Últimamente sólo utilizo tres colores: azul, blanco y amarillo; apenas el rojo. Nunca el verde. Con esta paleta puedo pintarlo todo.
He pintado paisajes de toda España. Con mi hijo Carlos he viajado para pintar al aire libre, entre otros sitios al Roncal, a Asturias, al País Vasco, a la veja del Tajuña... Junto al pintor José Luís Olea, otro buen amigo, he ido a pintar Ávila. Tengo representada la muralla por todos los ángulos. Recuerdo que hice una buena representación de la iglesia de Santo Domingo extramuros. Son cuadros que he ido vendiendo y que ahora me resultaría muy difícil localizar, porque no he llevado el inventario o registro de mis ventas o salidas, como debiera haber hecho, como debiera hacer todo artistas.
He pasado vacaciones de verano en Cué (Asturias) con mi esposa Carmina. Allí en conocido a Ruth Mijares, una alemana emprendedora que nos ha dejado una de sus casas para alojarnos. A ella le gusta la pintura y cuenta con una apreciable colección de obra mía, así como una respetable pinacoteca con cuadros de Manolo Oyonarte, Carlos Ortega, Luz de Alvear, adquiridos en su mayoría en la galería Barón de San Carlos en Llanes. También tiene cuadros míos su sobrino Antonio Mijares, farmacéutico; su esposa, Marián, abrió esa galería de arte, donde expuse en 1989 y expusieron artistas notables. Fue una lástima que tuviera que cerrar por una cuestión de obras estructurales en el edificio. Allí expusieron también Francisco Abuja, Luís García Ochoa, Carmela Saro o la ceramista Pepa Jordana. Con Paco Abuja y su esposa Nelina Pistolessi, que veraneaban en Llanes, quedábamos con frecuencia para ir a cenar en alguna sidrería.
Los amigos han sido siempre estimulantes en nuestra vida, la de Carmina y la mía. Iñigo de Aranzadi y su mujer Marisa Pérez de Arenaza han sido también buenos amigos en Madrid, después de regresar de Guinea. Iñigo fue muy valiente en África, fue de los últimos en abandonar Guinea como provincia o colonia española , aunque en los últimos días su vida corría peligro. Nos contó que tenía que dormir cada día en una casa como medida clave de seguridad. Trajo de Guinea una colección espléndida de arte etnográfico que fue adquiriendo paulatinamente desde que llegó al continente. Su colección de máscaras es soberbia. Aranzadi era un hombre de curiosidad universal, dominaba la heráldica como nadie y conversaba mucho sobre este tema con mi hijo Carlos, que también es conocedor del asunto.
Con Luz de Alvear también hemos pasado buenos ratos en mi estudio o en el suyo situado en una planta principal de la calle Alfonso XII frente al parque del Retiro. Era una gran pintora y se llevaba muy bien con mi mujer. A su muerte, en la capilla de la Casa de Cantabria tuvo lugar un funeral al que asistimos todos sus amigos: Maruja Moutas, Begoña Izquierdo, María Antonia Román Prado, Julia Sáez-Angulo, Carmen Lastra…
Tengo 87 años y me siento todavía con mucha energía para trabajar. Creo que se lo debo todo a mi ducha de agua fría diaria, que me quita treinta años de golpe; a mi tabla de gimnasia sueca para conseguir el estiramiento de los músculos y a mi confianza en Dios. Él me llamará cuando tenga que hacerlo. Tengo la sensación de que la vida es caótica y con frecuencia me digo que la vida es dura y no hay nada más que hacer ni qué decir ante ella. Ella va mandando.
Sobre otros artistas tengo opiniones personales que no todos a mi alrededor comparten. Respeto a Pablo Picasso, pero lo considero más un pintor dibujante, un pintor de línea que después coloca el color donde le parece procedente.
Joaquín Sorolla es un gran pintor, con una gran factura en su trabajo, pero quizás un poco superficial. La manera de resolver la pintura en los cuadros de sus niños tirados en la playa es única; no la había hecho nadie antes. Nada que ver con los impresionistas franceses. Sorolla es luminista, ha sabido pintar el sol y la sombra en estado puro, cuando no se produce matiz alguno como en la luz del norte.
Francis Bacon me parece buen pintor, pero hombre degenerado, pues no sabe pintar más que el mal o lo feo de la condición humana; algo similar le sucede a Lucian Freud en algunos de sus cuadros.
Entre los artistas españoles Benjamín Palencia y Ortega Muñoz me parecen dos artistas respetables en el género del paisaje. Ortega Muñoz ha representado muy bien el paisaje de viñas Extremadura y Palencia en la meseta castellana.
Entre los retratistas pienso que Félix Revello de Toro es un pintor correcto para retratos de sociedad, mucho mejor que Ricardo Macarrón que acabó por aplicar la misma fórmula en todos los retratos y fabricaba muertos cada vez más perfectos. Era un autor con oficio, pero no con arte. Con ese sistema de no arriesgar en pintura, no se equivocaba nunca, pero jamás logró una obra sobresaliente.
De mis hijos pintores ¿qué voy a a decir, Manolo Oyonarte es el más moderno y potente de los pintores de su generación y Carlos Ortega es el van Gogh de nuestros días, tiene mucha fuerza en la pincelada.
He visto recientemente la exposición de Henri Matisse en la Fundación Thyssen-Bornemisza en Madrid. Me ha decepcionado. Yo lo conocía de haberlo visto en los museos de París hace años y, volverlo a ver, ha sido una decepción. Hay quien dice que no se han traído los mejores cuadros del pintor; puede ser, pero lo que hay me ha parecido flojo, poco profundo. Pienso que Matisse hubiera sido un modisto fantástico, porque dibuja lo suficiente para hacer figuras y tiene buen gusto para combinar los colores, para entonarlos. Sus cuadros son bonitos, pero les falta grandeza y trascendencia en la pintura; son como modelos bien vestidos; cuadros armónicos. Conviene revisar de vez en cuando la obra de los llamados maestros, sin miedo a un juicio sincero. Matisse, en esta exposición me ha parecido inferior a su fama.
Mis juicios sobre los artistas no son cuestión de filias o fobias, sino de atractivo o convencimiento sobre lo que hacen. Yo también me abro al gusto público cada vez que expongo. El arte es estética, gusto y mercado.
Comentarios sobre los críticos
No siempre me han convencido los comentarios de los críticos de arte en los periódicos y revistas. A veces pienso que no saben mucho de pintura, sino de literatura y de Historia del Arte, de movimientos artísticos o de estética. Los que de verdad saben de arte son los artistas; los que de verdad saben de pintura son los pintores.
Entre las críticas de arte que me han hecho y que más me han convencido han sido las de Ramón Faraldo en el Ya; León Tello y Antonio María Campoy en ABC o la de Juan Ramírez de Lucas en la revista Arquitectura. También la de Francisco Pérez Navarro (John Hadaway), profesor en la Universidad de Tubbinga (Inglaterra) y crítico internacional de Arte, que viaja todos los años a España y tiene la deferencia de venir un día a almorzar conmigo para conversar juntos. Este profesor dio un curso entre sus alumnos de español sobre mi trabajo artístico, sobre todas mis obras que las mostraba, primero en diapositivas y después en la realidad pues viajaba con sus alumnos a Madrid para recorrer los murales que he hecho. Éste crítico explica y razona muy bien la pintura ante los alumnos.
Al escribir sobre mi exposición en los 80 cuando expuse en la sala Macarrón de Madrid, León Tello dijo en ABC sobre mi pintura: “No solo el número aritmético: explicita también la geometría. Convierte la pintura en un juego de volúmenes que estructura el cuadro y se concreta en figuras. Pero su visión cósmica no es estática: conjuga espacio y tiempo; el movimiento constituye elemento fundamental de su temática; adopta una morfología dinámica; no es sorprendente la incidencia en el motivo de juegos y deportes porque le permiten la verificación de sus ideales conformativos: pone en tensión la geometría. Trasciende la preocupación por la representación de las fuerzas físicas. Desarrolla un cubismo expresionista; inserta en su intención estética la traducción del pathos de la figura; en sus versiones deportistas se exterioriza la voluntad de esfuerzo y de victoria; en su tauromaquia refleja la pasión ambiental, el ímpetu vigoroso de la fiera, el valor y el arte del hombre que la domina y el ritmo y la cadencia de la lidia; en sus cuadros religiosos ilumina el orden racional con la luz de la mística.
En exposiciones anteriores advertíamos que sus paisajes no estaban delimitados con la estricta organización euclidiana que caracterizaba a sus restantes obras; en esta última muestra se observa la tendencia a extender a este género los principios estructurales que definen su estética: se acentúa así la unidad estilística, pero la delineación matemática no impide la expresión de los sentimientos que le inspira la tierra. Emplea un colorido sobrio y vigoroso aplicado con criterio semiológico y atenta consideración a sus calidades fenoménicas. Su racionalismo es expansivo: las formas geométricas determinan el espacio, pero quedan abiertas. Realiza cuadros grandiosos que explican su espléndida dedicación de muralista”.
Juan Ramírez de Lucas escribió en su texto para mi exposición en la galería Macarrón: “Hace ya bastante tiempo que el gran maestro Cézanne dijo que todo en la naturaleza, incluido el ser humano, podía reducirse a las formas puras de los cuerpos geométricos elementales: cubo, cilindro, pirámide… Sin llegar del todo a esa síntesis, lo que hace Manolo Ortega es extraer de todas las formas sus planos substanciales, “planificando” en una visión que, sin dejar de hacer alusiones al realismo, en cierta manera lo geometriza…) Después de más de cuarenta años de pintor activo, activísimo en muchos campos de la creación artística, Manuel Ortega nos muestra una vez más, su pintura personal inconfundible, con lo que esta especie de apóstol de escarchadas barbas nos está proclamando la perenne juventud de su espíritu y lo incansable de su trabajo en permanente búsqueda.”
Por su parte Francisco Pérez Navarro (“John Hadaway”) escribe en otro texto de presentación de una exposición para la galería Macarrón: “Ortega “analiza” con la mirada la realidad visual del juego físico –color, luz, línea, espacio, movimiento- y la reduce a elementos básicos que luego recompone para recrear, purificada, simplificada y embellecida, la misma realidad de la que ha partido. Pero esta recomposición de la realidad visual “analizada”, no es en absoluto la de un cubismo sintético que busque lo bidimensional o lo decorativo; lo que Ortega hace es recrear la realidad tridimensional dinámica –es decir, tetradimensional- en volúmenes y equilibrios básicos.
Aunque a veces Ortega llega a lo abstracto-geométrico no figurativo –por ejemplo, cuando, más que pintura, hace decoración arquitectónica –por lo general guarda siempre una deferencia directa a la figuración. Porque, a su mirada de pintor puro, se une un profundo humanismo que nunca prescinde del factor humano y social de lo que pinta, ni de cierta expresividad.”
El crítico del ABC Antonio María Campoy también supo destacar la novedad de mi pintura geometrizada, cuando subrayó su asombro ante la exposición que hice en Macarrón, después de mis veinte años de paréntesis con la cita pública de una exposición. El paréntesis que tuvo lugar de los años 60 a años 80.
Una religiosidad a la altura de los ojos es el título de un pequeño ensayo que hizo sobre mi pintura Julián Sauquillo, profesor de la Universidad Complutense. Aunque no estoy de acuerdo con todo lo expuesto –pese a que respeto su mirada y su reflexión- destacaría lo siguiente: “Las alegorías religiosas de Manolo Ortega son parte de esa religiosidad fraterna. Son imágenes de una creencia racional en la comunidad de todos los hombres cuando no están distraídos por pasiones negativas que les alejen de un credo sencillo y común (…) A través de colores estacionales crea el volumen e interpreta el carácter de ese ser palpitante que delante del pintor no es sino un trozo de Naturaleza. Así se explica que los colores del retrato y del paisaje tengan unos tonos comunes. Somos parte de un paisaje natural y debemos una vida a la naturaleza.”
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Manuel Ortega: Decálogo artístico
1. Todo artista debe dar al arte el máximo de sus posibilidades. Vaciarse y dejar al mundo lo mejor de sí mismo.
2. Hay que tener oficio y maestría, pero hay que huir del oficio para no amanerarse. Tener sensibilidad de artista.
3. Si se siguen fórmulas a la hora de trabajar, sólo se fabrican muertos, cada vez más perfectos, pero muertos. Obras repetidas, como en la artesanía.
4. Cada nuevo cuadro es un problema diferente a la hora de pintar a lo que hay que enfrentarse. Unas veces se acierta y otras no. Lo importante es seguir investigando.
5. Cuando se acierta, el primer sorprendido es uno mismo y revela a ese creador desconocido que lleva dentro. Picasso lo explicó muy bien cuando dijo aquello de “yo no busco, encuentro”.
6. La pintura es construir por colores y planos; nada de colorear o iluminar el dibujo. Eso se queda para los ilustradores. La ilustración no es pintura.
7. Hay que volver periódicamente a la Naturaleza para no amanerarse, para encontrar formas y colores nuevos. Para renovarse. Hay que descubrir las infinitas armonías de la Naturaleza con los sentidos que despiertan sensaciones y emociones. Y cada pintor elige una de esas infinitas armonías que ofrece.
8. En el arte uno es sólo el mediador entre lo real y lo trascendente. La pintura ha de fluir como la propia grafología. Nadie pinta igual que otro.
9. La piedra de toque de la pintura es el retrato. No se entendería la pintura española, ni el Museo del Prado sin el retrato.
10. Los críticos de arte saben poco de pintura; saben mucho de Historia del arte, de movimientos y de estética. ¡Literaturas! Los que de verdad saben de pintura son los pintores.