Antonio Ayllón y Natacha de Mingo
Salimos de Xela a las 8 de la mañana hacia San Cristóbal de las Casas en una furgoneta de diez plazas. Habíamos comprado el billete en Adrenalina Tours el día anterior a un buen precio aunque, eso sí, tuvimos que cambiar de furgoneta en Cuatro Caminos, donde esperaba otra con más pasajeros, y en la frontera. Hacia las 12 del mediodía llegamos a La Mesilla, el puesto fronterizo guatemalteco que está en las afueras de este pueblo. Pasamos inmigración y allí nos esperaba la tercera furgoneta que nos llevaría, cuatro kilómetros más adelante, hasta Ciudad Cuauhtémoc, donde se encuentra el puesto mejicano. Rellenamos de nuevo la "Forma Migratoria Múltiple de los Estados Unidos Mexicanos", que muy amablemente había pedido para nosotros el chófer, la entregamos al oficial correspondiente, nos selló el pasaporte, y nos metimos otra vez en la furgoneta.
Cual no sería nuestra sorpresa cuando comprobamos la ausencia de un viajero que había venido con nosotros desde Xela. Se trataba de un joven cubano que venía a visitar a su novia en San Cristóbal y que trabajaba con la Agencia Española de Cooperación en Guatemala haciendo ilustraciones para la gente indígena que no sabe leer. Al parecer no tenía el necesario visado de entrada a Méjico y no le dejaron pasar, por lo que tuvo que abandonar la furgoneta. Tampoco lo detuvieron, afortunadamente, porque ¡oh, sorpresa! al día siguiente nos lo encontramos cuando paseábamos tranquilamente por las calles de "SanCris". ¿Qué pasó?, le pregunté mientras él abrazaba efusivamente a Nati. "Pues nada, me di media vuelta y me subí al primer bus que iba a Comitán", me respondió. Comitán es la siguiente ciudad en territorio mejicano después de Cuauhtémoc. Al parecer y, a pesar de los numerosos controles militares en la carretera, nadie le pidió el pasaporte, a diferencia de nuestras amigas, las cooperantes españolas Bea y Agur, que, viajando de noche y casi por el mismo camino, las inspeccionaron, equipaje incluido y a horas intempestivas de la noche, buscando me imagino drogas o ilegales. Y es que esta frontera es un paso frecuente de los "espaldas mojadas" que van camino de EE UU.
Ah, y no tuvimos que pagar nada ni al salir de Guatemala ni al entrar en Méjico. ¡Misterios de Inmigración!
Comentando con una señora alemana que venía con nosotros lo raro que resultaban estos 4 kilómetros en "tierra de nadie" entre ambos puestos fronterizos, nos dijo, en casi perfecto español, que a ella le habían pasado cosas más extrañas todavía y nos contó que, unos 40 años antes, pasando de Venezuela a Colombia le habían robado todo lo que llevaba entre ambas fronteras. Salió de una, le dijeron que por allí se iba a la otra, se presentaron los ladrones entretanto y "la limpiaron". ¿Y qué hizo usted entonces?, preguntamos con cara de sorpresa. "Nada, fui al puesto fronterizo colombiano, les dije lo que me había pasado y me dejaron entrar sin pasaporte y sin nada", contestó.
Bueno, cuatro horas después llegamos a San Cristóbal, buscamos un hostal y nos fuimos a comer.
Encontrarse tan lejos y tan cerca del cielo,
sentir el aire frío en el rostro nombrando la infinitud y la transparencia del aire,
es tan solo una señal: después la vista se inunda de color y el cuerpo se niega a partir;
se sabe entonces que se camina por San Cristóbal de las Casas.
El color de la tierra se funde con el color de sus casas, textiles y frutas,
y la vista se pierde en las calles, eco de pasos antiguos y sueños presentes.
Estar en San Cristóbal es sentirse cobijado por el Cielo.
Nada será mejor que caminar la ciudad, imaginar nuevas transformaciones,
experimentar el sosiego y la concurrencia de sus plazas, la belleza del andador,
la gratificación frente a su imagen urbana, la reproducción de ella a iniciativa propia
en barrios y colonias, el renovado orgullo de su gente.
Es un Pueblo Mágico y su magia emerge de sí mismo, eso lo percibimos todos.
Así recibe al visitante San Cristóbal de las Casas, otra bella ciudad colonial mejicana en el corazón de los Altos de Chiapas. Fundada en 1528 por el español Diego de Mazariegos, está situada en el centro del estado y lleva el nombre del famoso monje dominico Bartolomé de las Casas, el mayor defensor hispano de los indios de aquellos tiempos. Así se lee en el templete de la hermosa plaza de la ciudad:
"Fray Bartolomé de las Casas,
defensor de los indios,
primer obispo de esta diócesis,
que llegó a Chiapas e hizo su entrada en esta ciudad
el 12 de marzo de 1545"
San Cristóbal se hizo famosa a nivel internacional el 1 de enero de 1994 cuando los rebeldes zapatistas se apoderaron de la ciudad, y de otras en Chiapas, y lanzaron su famosa revolución. Mucho ha llovido desde entonces, y poco parecen haber mejorado las condiciones del millón y pico de indígenas de estas tierras a pesar de las promesas de los distintos Gobiernos mejicanos desde entonces. O quizás sí, porque hemos visto en Chiapas mucha obra pública de esa que tanto le gusta a los políticos, como polideportivos y entradas asfaltadas a los pueblos. Pero lo que sí podemos corroborar es la atracción, cada vez mayor, que Chiapas ejerce sobre los turistas y, en particular, San Cristóbal, que está lleno de ellos, y eso que ahora es temporada baja.
En "SanCris", pues, nos pateamos la ciudad de arriba abajo. Gran parte del centro es peatonal y muy agradable para caminar. Seguimos a 2.200 m. de altitud, casi igual que Xela, pero ¡qué diferencia! Aquí casi no te molesta el tráfico rodado porque hay muy poco y se nota que en Méjico hay controles sobre los gases de escape de los coches, lo que no ocurre en Guatemala. Es, por tanto, muy cómodo visitar sus lindos edificios coloniales, sus hermosos monumentos históricos y su elegante centro, con sus adoquinadas, apacibles y limpias calles. Lo peor de "SanCris" es el frío que hace ahora por las noches. Así que, si venís por aquí en febrero, tendréis que pedirle al hotel una manta extra, como hicimos nosotros, y no olvidar traeros una buena "chamarra". Y aun así os helaréis. Claro que, al mediodía, cuando calienta el sol, que es casi todos los días, tendréis que ir en mangas de camisa y con una buena gorra para resguardaros de los rayos solares en esta altitud.
Aparte de la Catedral, con sus cinco magníficos retablos dorados barroco-salomónicos, destaca la iglesia más bella de la ciudad: la del Templo de Sto. Domingo con su increíble fachada plateresca, una de las más ricas ornamentaciones del barroco colonial centroamericano. El conjunto de retablos y púlpito dorados de su interior es también muy hermoso. Los retablos bellamente decorados con pinturas, vírgenes y santos llenan la mayoría de las paredes pero, sorprendentemente, el altar mayor está desnudo de toda ornamentación y sólo tiene un vulgar templete, la custodia y el sagrario. Ciertas partes del interior, ábsides y capiteles están también muy deterioradas. Se ve que faltan fondos para su restauración, lo que no ha ocurrido con el moderno Centro Cultural, el Museo de los Altos de Chiapas y el Centro de Textiles del Mundo Maya, todos ellos adjuntos al Templo y situados en lo que fuera convento.
También nos gustó mucho la iglesia de Sta. Lucía, con su fachada pintada de blanco y azul, tan linda ella que parece una "iglesia de juguete". A su entrada leímos "Favor de no subir los pies en las hincaderas ni pegar chicles en las bancas. Gracias". O el Templo de S. Francisco, pintado de amarillo intenso y marrón, con su magnífico altar mayor dorado y decorado con 16 pinturas y las estatuas de la Virgen y S. Francisco. Además tiene seis bellos retablos y cuadros del s. XVII. O el Arco y Templo del Carmen, del más puro estilo mudejar y antigua puerta de entrada a la ciudad.
Subimos también a los dos cerros que hay en la ciudad. Primero, a las "Cumbres de Guadalupe" para ver el templo y el cuadro de la Virgen de Guadalupe en el altar mayor rodeado, en tecnicolor, por tres marcos rectangulares iluminados en rojo, blanco y verde (los colores de la bandera mejicana) y una corona amarilla iluminada encima de la virgen. También hay dos Cristos grandes (uno blanco y otro negro con túnicas indias), varias vírgenes y una Sta. Trinidad rodeada de ángeles y santos.
Y, después, al cerro del Templo de S. Cristóbal que estaba cerrado y tenía un montón de banderolas, todas ellas con la misma inscripción: "Viva San Cristóbal, mártir", en la esplanada posterior del templo. Huelga decir que, desde ambos cerros, las vistas de la ciudad, del valle y de sus alrededores son magníficas.
Fuera de S. Cristóbal hay tres excursiones que casi todo el mundo hace.
La primera es ir a ver los pueblos indígenas de S. Juan Chamula y Zinacantán para "adentrarse en los usos y costumbres ancestrales de los tzotziles". Nosotros elegimos visitar el primero, que parecía el más interesante. Así que con los hoscos y orgullosos chamulanos estuvimos toda una mañana. Son muy tradicionales en sus prácticas católicas y defienden su identidad con uñas y dientes. Tan es así que miles de chamulanos han sido expulsados de sus aldeas en los últimos años por pertenecer a otras iglesias cristianas (evangélicas, pentecostales, etc.) y habitan ahora en el famoso "cinturón de la miseria" alrededor de San Cristóbal. El asunto se complica porque las creencias religiosas se mezclan con las políticas y sociales. Así, por ejemplo, el evangelismo se asocia con el movimiento zapatista.
Para llegar a Chamula tomamos una furgoneta y media hora después estábamos ya allí en la plaza central del pueblo viendo la singular fachada blanca del Templo de San Juan y sus tres arcos pintados de verde y azul y sus tres campanas. Pero el espectáculo estaba dentro del templo. Pagamos la entrada (20 pesos) a una señora que estaba en la puerta y nos dio un recibo-autorización para visitar el interior de la iglesia con la advertencia de que estaba prohibido hacer fotos. La autorización venía firmada con el vistobueno de las Autoridades Tradicionales de los Tres Barrios. Entramos. Lo que teníamos ante nuestros ojos era un auténtico "ambiente mágico". Intenté sacar la libretilla de los apuntes pero sólo pude escribir: "unos 100 guiris con guías y unos 20 indios rezando arrodillados y con sus caras mirando al suelo". El guardián indígena me vio y me dijo que también estaba prohibido escribir dentro de la iglesia. Intenté convencerle de que eso no lo había hecho ni la Inquisición en sus peores momentos pero todo fue en vano. Se puso muy serio y me dijo que la escritura distorsiona las cosas y que se dicen falsedades. En fin, lo que sigue es lo que recordamos. Si queréis más detalles, tendréis que venir por aquí y mantener los ojos bien abiertos. Conforme entras en la iglesia hay unos 30 santos a la izquierda y otras tantas vírgenes y santas a la derecha. Todos ellos con bellas vestimentos indias y dentro de hermosas vitrinas con sus nombres y altares correspondientes, y con pequeños espejos colgando en el pecho. Los Cristos que hay están mayormente a la derecha. En el altar mayor domina la imagen de S. Juan Bautista por encima del Cristo. El interior está ennegrecido, con los retablos sin pinturas, un montón de velas encendidas en el suelo y en los altares, y nubes de incienso. El suelo estaba lleno de hojas de pino fresco con olor a bosque. En la bóveda encima del altar hay pintados símbolos mayas (el león, el tigre, el cóndor). Todo resulta extraño e impresionante al mismo tiempo. Nos quedamos algún tiempo allí aprovechando que los grupos de turistas habían desaparecido y hasta hablamos con el guardián, que seguía allí a la entrada, para decirle lo interesante que nos había parecido.
A la salida, y en la plaza, había dos colas enormes de indios que, al parecer, reclamaban algo o iban a recibir algún subsidio porque llevaban como un papel o cartilla en las manos. La plaza también estaba llena de nativos, como si fuera una manifestación o algo parecido. Aquí, en Chamula, los hombres van vestidos con una especie de túnica de pelo negro de animales y las mujeres con pesadas faldas del mismo material.
Nos fuimos después a ver el singular cementerio del pueblo. Está a unos quince minutos andando desde el templo y al lado de las paredes de una vieja iglesia derruida también muy hermosa. Las cruces de las sepulturas están pintadas de negro, blanco y azul según fallecieran los muertos viejos, jóvenes o de otra edad, y detrás de las cruces, que llevan los nombres de los fallecidos, hay colocadas agujas de pino quemadas ya por el sol. El conjunto tenía una belleza increíble. Hasta 3 ó 4 perros merodeaban por allí, se supone que oliendo los cuerpos y los huesos de las tumbas.
La segunda excursión es un tour a ese "capricho de la naturaleza" que es el espléndido Cañón del Sumidero, un sistema de barrancas cuatro veces más grande que el Cañón del Colorado y formado hace 36 millones de años por una descomunal fractura del terreno. Nos llevaron en furgoneta (una hora o así) hasta el embarcadero Cahuaré, donde se paga la entrada al parque nacional, nos subieron a una lancha descubierta, nos pusieron una etiqueta identificativa en la muñeca, nos pusimos el salvavidas y recorrimos a toda velocidad el espectacular cañón que tiene 40 km de largo y paredes de mil metros de pura roca a ambos lados. Vimos algún que otro cocodrilo "vegetariano -nos dijo sonriendo el guia- solo come palma... la de las manos y la de los pies", la cueva de colores, la cascada conocida como Árbol de Navidad, el refugio de los zopilotes, garzas, pelícanos, cormoranes, monos araña en los árboles, cuevas con estalactitas, vegetación frondosa... El cañón discurre por el impetuoso río Grijalva, que nace en los altos de Guatemala y desemboca en el Golfo de Méjico, atravesando todo Chiapas. Llegamos hasta el final, donde se construyó una enorme presa de la CFE (Compañía Federal de Electricidad) en 1981 y regresamos. Al parecer, antes de la presa, el agua se perdía como si fuera un "sumidero" y de ahí su nombre.
Después de desembarcar nos llevaron a que nos "asáramos" (hacía un calor infernal) al pueblo de Chiapa de Corzo, donde vimos el ex-convento de Santo Domingo, subimos a su campanario por unos modestos diez pesos, nos paseamos por la plaza y volvimos a San Cristóbal hacia las 3 de la tarde.
¡Ah! y bebimos pozol, la tradicional bebida energética de los indios de Chiapas (pasta de maíz, agua y pasta de cacao mezclados) que, por cierto, estaba helada y, como llevábamos el estómago vacío, nos cayó como un tiro.
El tercer tour que hicimos fue demasiado largo. Doce horas de viaje (de 9 a 9) para ver las magníficas Grutas de Rancho Nuevo, recorrer seis de los hermosos Lagos de Montebello (son 59 en total y se comunican entre ellos subterráneamente) y terminar subiendo por las espectaculares Cascadas de El Chiflón. Cuando llegamos a la última, la del Velo de Novia, y nos mojamos todos con el "sirimiri" que forma la cascada al caer, eran las 6 de la tarde y el guardia nos dijo que había que bajar, que se cerraba el parque.
Nos despedimos de "SanCris" viendo una película y un teatrillo en el Foro Cultural Independiente Kinoki, que tiene una buena programación cinematográfica diaria. La peli fue un muy buen documental argentino titulado "La Educación Prohibida" que propone, según sus directores, "cuestionar las lógicas de la escolarización moderna y la forma de entender la educación, visibilizando experiencias educativas diferentes, no convencionales, que plantean la necesidad de un nuevo paradigma educativo". Total "na", que diría un castizo. De visión obligatoria para maestros-funcionarios y para todas las víctimas de la Logse (que son todos nuestros hijos, mientras no se demuestre lo contrario).
Y el teatrillo fue una miniobra de 30 minutos: "Boceto de una mujer que", un monólogo "interesante e insuficiente" de Josefina Sabaté.
Pero a Chiapas se viene también a ver "ruinas mayas". Y no una, ni dos ni tres, sino cuatro. ¡Así somos!
Para "abrir boca" nos fuimos a Ocosingo, un pueblito a medio camino entre las calurosas tierras bajas de la jungla hacia las que nos dirigimos (Palenque) y el frío altiplano de San Cristóbal que hemos dejado atrás. A mil metros de altitud, Ocosingo se distingue por ser "muy indígena y zapatista" y ya, al pasear, se nota que los lugareños no han olvidado la feroz lucha que tuvo lugar aquí en 1994, en la que el ejercito mató a unos 50 rebeldes. Dormimos en un hotel al lado de la plaza central y, al día siguiente, nos marchamos a ver las ruinas de Toniná (a 14 km) en una "combi". Nos aguardaba una sorpresa a la entrada: la taquilla estaba cerrada y, al preguntar, nos dijeron que "se habían agotado los boletos y que podíamos pasar sin pagar". Firmamos en el libro de registro (éramos los primeros visitantes ese día) y contratamos a un guía maya que se acercó a que "valoráramos sus servicios". Las ruinas de Toniná (significa "La Casa de Piedra") están fuera del circuito turístico y por eso son escasos los visitantes que se acercan por aquí, lo que es una lástima porque es una excursión muy agradable. A Toniná se la conoce como "El Lugar de los Cautivos Celestiales" ya que doblegó militarmente al poderoso Palenque en el s. VII y se convirtió en el "reino de los prisioneros" que pagaban el tributo correspondiente o eran decapitados. Sus ruinas tienen dos espacios constructivos bien definidos: la gran plataforma de la entrada y la gran Pirámide. Después de una buena caminata de medio kilómetro y de cruzar un riachuelo llegamos pues a la Gran Plaza y a los pies de la hermosa Gran Pirámide o Acrópolis, con 80 m de altura, 7 plataformas, 13 templetes y una gran escalinata central. Subimos por ella, nos metimos en los laberintos del Palacio del Inframundo, seguimos subiendo hasta el Palacio de las Grecas y el Templo de la Guerra, el guía nos explicó el famoso Mural de las Cuatro Eras, vimos dos tumbas, subimos todavía más al Altar del Monstruo de la Tierra (que se come al sol y renace otra vez a la vida), al Templo de la Agricultura y al Templo de los Prisioneros. Llegamos a lo más alto, probamos la acústica del lugar con el guía, y éste se despidió de nosotros. Aprovechamos para quedarnos allí un buen rato disfrutando de unas vistas ¡¡espectaculares!! y de nuestra soledad. Al bajar, una media hora después, vimos que subían por la pirámide cuatro chicos mejicanos que, nos dijeron, estudiaban Computación en la cercana Universidad Tecnológica de la Selva.
Al día siguiente tocaba visitar una auténtica maravilla: la zona arqueológica de Palenque.
¡Ay Palanque, Palanque! ¡Qué bellas son tus ruinas! Lo son Chichén, Tikal y Copán, pero en majestuosidad, grandeza constructiva y ubicación en el corazón de la selva Palenque (la eterna ciudad blanca de los mayas) les gana a todas.
Para llegar a Palanque pueblo tardamos casi 3 horas desde Ocosingo en una furgoneta de esas que, en cuanto ven a un extranjero con maletas, sus propietarios te las quitan de las manos, las meten en la baca y te sientan en la furgoneta, que sale normalmente cuando se llena. Palanque, a casi nivel del mar, es como Madrid en agosto. Aquí se suda de lo lindo. Buscamos un buen hotel y, a la mañana siguiente temprano, desayunamos bien y cogimos una "combi" para estar a las 8 en punto (que es cuando abren) en la puerta. Primero pagamos la entrada al parque del que forman parte las ruinas (27 pesos) y luego, 5 km más adelante, la entrada a las ruinas (57 pesos). Aquí es donde te dejan las "combis".
Descartamos los guías que se nos ofrecían y nos fuimos detrás de un grupo de "franchutes" con guía propio. Se dice que en Palanque entran unos mil turistas de promedio diario pero nosotros, que estuvimos allí hasta las 4 de la tarde, no vimos ni siquiera la mitad.
Nada más entrar te encuentras, a tu derecha, con el "Corredor Funerario", una serie de imponentes edificios en medio de la jungla: El Templo XI, el Templo de la Calavera (donde se aprecia un relieve de estuco en forma de cráneo de conejo decorando su fachada), el Templo XIII o el de la Reina Roja (así llamado por el mineral de cinabrio rojo con que fue cubierta) al que subimos para ver su sarcófago, y el Templo de las Inscripciones, construido sobre ocho niveles. Fue en este último templo, al que ya no se puede subir, donde se descubrió, en 1952, la famosa tumba, con un sarcófago bellamente tallado y el ajuar funerario de Pakal (el más famoso gobernante de Palanque que vivió ¡80 años en el siglo VII!) y de la que vimos una réplica, después, en el museo.
Pero lo más bello estaba por llegar. Es indudablemente el conjunto que forman el Palacio y el Grupo de las Cruces, es decir "el corazón de la ciudad". Subimos por el Palacio y llegamos a sus galerías exteriores e interiores este y oeste viendo los relieves de las paredes que muestran a los gobernantes ataviados como dioses y celebrando distintos rituales (en la primera y quinta pilastra se ve a los nobles decapitando a sus víctimas). Bajamos después al patio central interior -el Patio de los Cautivos, con relieves de piedra caliza bastante deteriorados-, nos metimos por los sótanos, vimos unas cuantas tumbas y salimos otra vez al patio central. Cruzamos un riachuelo y nos fuimos al Grupo de las Cruces, tres bellas pirámides rodeadas de selva. Es el espacio ritual más importante de Palanque, concebido como la imagen del Universo y en donde los templos simbolizaban los lugares míticos donde los dioses habían nacido. Subimos primero al Templo de la Cruz, el más alto, grande y elegante de los tres, teniendo cuidado con pisar bien (especialmente al bajar) sus casi 70 inclinados escalones. Arriba del todo se encuentra representado el Dios fumando y a su izquierda Pakal (llamado el Señor Serpiente Jaguar II) ricamente ataviado. Hay más relieves, llenos a veces de moho negro y muy deteriorados. Eso sí, ahí arriba, sentados en una esquina, nos quedamos descansando media hora, extasiados ante las magníficas vistas de todas las construcciones y la enorme y frondosa vegetación circundante totalmente "verde clorofila". ¡Oooh, quééé hermoooso!
Subimos también al Templo de la Cruz Foliada para ver sus tableros esculpidos en piedra, pero no al Templo del Sol, al que dejamos para más tarde (lamentablemente, ya no volvimos). Digamos que el Templo de la Cruz representa al Dios Celeste, el Templo de la Cruz Foliada al dios patrono de la agricultura y del linaje gobernante, y el Templo del Sol al "Escudo del Señor del Rostro Solar", que personificaba al sol en su trayecto nocturno por el inframundo.
Vimos que la Acrópolis Sur y sus templos anexos estaban cerrados al público "por restauración", así que seguimos hacia el norte, pasamos por la parte posterior del Palacio y por el pequeño y birrioso Juego de la Pelota, nos sentamos a descansar y a comer un bocata a la sombra de un árbol enorme, nos encontramos con una maestra asturiana joven que hacía turismo (un mes por Méjico) y pasamos por los cinco templos del Grupo Norte, en especial por el Templo del Conde, así llamado porque aquí, en su cima, vivió dos años entre 1831 y 1833 el excéntrico alemán Conde de Waldeck. Eran ya las 12 y hacía mucho calor, así que nos adentramos por el camino de la selva atravesando el arroyo Otulum. Vimos que el Grupo C estaba también cerrado al público, bajamos a lo largo del arroyo hacia la Cascada del Murciélago y el Baño de la Reina, divisamos más zonas residenciales (el Grupo B, el Grupo de los Murciélagos) y cruzamos el Puente colgante. Todos estos bellos parajes, en los que encontrábamos a veces turistas subiendo y bajando, están en el camino que conduce al museo y en un profundo barranco que nos costó bastante bajar. Las escaleras son empinadas aunque el itinerario está bien señalizado y a veces se ve algún que otro guardia de seguridad. Lo último que vimos, subiendo un poco, fueron los Grupos 1 y 2, que constituían las "soluciones habitacionales" de los mayas en las zonas residenciales del pueblo llano de entonces. Quince minutos después estábamos ya viendo el museo, magnífico también, y en cuya librería vi un libro fantástico: "Las Ciudades Perdidas de los Mayas. Vida, obra y descubrimientos de Frederick Catherwood", con sus grabados originales en color de 1841, editado por Artes de México. Lástima que valga 500 pesos, sea grande y pese sus buenos dos kilos para acarrearlo. A ver si algún día me hago con él. Llegaba la hora de decir adiós a las ruinas. Hacia las cinco de la tarde ya estábamos comiendo en el pueblo.
Haciendo mía la frase de Ruz L'Huiller diría que: "En el momento de recordar las ruinas de Palenque, tengo la extraña sensación de penetrar de nuevo en el tiempo, en un tiempo que ya se había detenido mil años antes".
No podíamos irnos de aquí sin ir, al día siguiente, a Yaxchilán y Bonampak, otras dos zonas arqueológicas mayas que se encuentran a 173 y 120 km de Palanque. Son también muy hermosas, aunque más pequeñas. El problema es que están lejos y las carreteras en muy mal estado, por lo que tardas mucho. Queríamos hacerlas por nuestra cuenta pero vimos que no merecía la pena.Te cuesta más dinero y tardas mucho más tiempo. Así que contratamos un tour de 600 pesos (una enormidad aquí) todo incluido (entradas, desayuno y comida) que duró unas ¡15 horas!
Yaxchilán (significa "Lugar de Piedras Verdes) "se encuentra inmerso en un espeso manto de bosques tropicales a orillas del sagrado río Usumacinta". Para ir allí, salimos de Palenque a las 6 de la mañana con otros diez turistas y, por la Carretera Fronteriza, llegamos a Crucero Corozal y de ahí al embarcadero. Eran ya las 10 y media. Tardamos tanto porque la gran cantidad de baches y topes que hay en la carretera hace imposible ir más rápido, y también por los 40 minutos que habíamos parado a desayunar. La navegación por las tranquilas y verdosas aguas del Usumacinta nos llevó una hora en lancha.
¡Riqueza natural y cultural,
¡Orgullo nacional!
¡Puedes disfrutarlo, debes conservarlo!
Así te recibe Yaxchilán, cuyas ruinas forman tres conjuntos bien definidos: La Gran Plaza ubicada en la parte baja y paralela al río, la Gran Acrópolis y sus templos circundantes y la pequeña Acrópolis. El tour dedica dos horas a Yaxchilán, por lo que, con un guía contratado por todo el grupo, recorrimos sólo los dos primeros conjuntos. Subimos y nos adentramos en la profunda Selva Lacandona. Calor asfixiante y repelente inmediato porque ya nos habían picado los mosquitos. El guía nos dijo que las mejores piezas de estas ruinas están en el British Museum londinense (¡vaya usted a saber si es verdad!) y que sólo se ha explorado el 30% de todas ellas.
Entramos por El Laberinto, unos 40 metros ayudados por la linterna del guía y con murciélagos en el techo (¡no se preocupen, no comen carne humana!) y salimos, llegamos a la bella Gran Plaza con sus 6 ó 7 edificaciones, al juego de la pelota, al edificio 17 (un baño de vapor de la época), seguimos por el Edificio de la Lluvia, avanzamos hacia las estelas y, por una "subidita muy accesible" alcanzamos el Edificio 20 con grabados del rey Pájaro Jaguar II en el dintel de las puertas de entrada. Seguimos lateralmente por otros edificios y ¡subimos al imponente Palacio! ¡Ooooh Dios, qué subidita! A unos 50 metros sobre la Gran Plaza y después de haber sufrido sus seis tramos de escalinatas hasta llegar al interior de la crujía superior cubierta con una bóveda. En su interior vimos un relieve del Pájaro Jaguar IV con el cuerpo decapitado y su cabeza al lado, y una recámara donde había un altar. ¡Las vistas de la jungla y de la plaza central eran, alguien lo duda, espectaculares! ¡Y nosotros sudando! ¡Y el guía apresurándonos ya para bajar!
Bajamos con rapidez del Palacio, cruzamos la plaza hacia la salida, nos embarcamos de nuevo en la lancha, navegamos otra hora, vimos un cocodrilo de 3 metros de largo, enorme el cabroncete y que movía la cabeza un poco (el guía paró la lancha para que lo viéramos mejor) y... a comer.
A la vuelta, y antes de llegar a Bonampak, tuvimos una avería. Un fuerte ruido, un montón de humo, salimos todos, pensamos que era una rueda pinchada, mucho calor, todos a la sombra, sacan el gato y la rueda de repuesto, el conductor tirado debajo de la furgoneta, pues señor la rueda de repuesto no sirve porque está desinflada, que no que no, que ha sido la manguera del radiador del agua, llamadas de móviles y... media hora después, otra furgoneta de Transportadora Lacanjá vino a recogernos con guía incluido del sitio. El guía se disculpó por lo del accidente y "nos ofreció sus servicios", asegurándonos que las ruinas todavía estarían abiertas cuando llegáramos.
Bonampak significa "Muros Pintados" ya que sus pinturas en color son el tesoro más preciado de estas ruinas, y allí llegamos a punto casi de cerrar. Nos dijeron que teníamos media hora para recorrerlo. ¡Dénse prisa que van a cerrar las pinturas murales, ir allí lo primero!
Nos apresuramos, dejamos atrás al guía, casi corriendo llegamos a la Gran Plaza rectangular, a sus estelas de gran tamaño y a su magnífica Acrópolis. Allí a la derecha estaba el Templo de las Pinturas (del 790 d.C. y descubiertas en 1946). Sí, nos dejaron entrar, sin mochilas y sin usar flash para no dañarlas. No hacía falta. ¡Qué desilusión! ¿Son estos los murales mayas más hermosos descubiertos hasta la fecha? Excepto unos cuantos hermosos frescos que todavía aguantan el peso de los tiempos, lo demás está muy deteriorado, así que hay que adivinar su contenido, a saber:
1) la presentación de los herederos (en el cuarto 1)
2) la guerra, captura y sacrificio de los prisioneros (en el cuarto 2)
y 3) la ceremonia del sacrificio y la danza sobre el Gran Basamento (en el cuarto 3)
Y, para colmo, en este último cuarto hay, en los frescos, caras (unos 10 o más de ellas) vandalizadas. Algún tarado, recientemente porque las marcas son claras, ha desprendido el estuco y ha dejado unos horrorosos huecos blancos en las caras.
Me imagino que se pueden ver mejor por internet en mesoweb.com ó bien inah.gov.mx. Nosotros las vimos sin apenas luz.
Antes de que cerraran nos encaramamos a lo alto de la Acrópolis, que tiene tres niveles de edificación: el primero con los edificios de mayor tamaño como el Templo de las Pinturas y los edificios 1 a 3; el segundo, con los edificios 4 a 8 y el 9 detrás; y el tercero, en la cima, con 5 pequeñas estructuras y la Gran Estela 1 que representa el momento de auge del gobernante Chaan Muan II.
Allí sentados descansando, ¡oooh, qué vistas de la plaza, de las cordilleras, de la selva, de las estelas, de todo!
Eeeh, oiga, que hay que bajar, que cierran.
¡Adiooos ruinas, qué bellas fuísteis, sois y seréis!
Había que despedirse de Chiapas, así que nos fuimos a descansar dos días a la capital: Tutxla Gutierrez. Aquí nos encontramos que era fin de semana (22-24 de febrero) y que celebraban el carnaval, con desfiles de carrozas, charanga, bailes regionales en la plaza y hasta marimba y baile todas las tardes en el Jardín de la Marimba. Así que descansamos bien, ¿no os parece?
Ayer 26 llegamos a Oaxaca después de dos largos viajes de seis horas cada día (haciendo noche en Tehuantepec). Asi que ¡adios a los chiapanecos! y ¡hola a los oaxacueños!