Doctor en Ciencias Políticas y Sociología
Universidad Pontificia de Salamanca (Madrid)
Sociólogo y Diplomático
28.05.2020 .- Allá por el año 1982 conocí a Octavio Uña como profesor de Sociología del Conocimiento en la Universidad Pontificia de Salamanca, Instituto León XIII, en Madrid. Éramos dos alumnos árabes e iraquíes: Ali Salman y yo. En el primer encuentro nos dimos cuenta de la gran humanidad de Octavio y su cercanía a la gente. Aprendí con él a querer el saber, pensar y hacer preguntas sobre todo lo que nos rodea especialmente sobre el colapso de las civilizaciones y sobre la conflictividad permanente en la civilización Árabe Musulmana.
Octavio me enseñó el saber que encierra la biblioteca del Monasterio de El Escorial, los manuscritos árabes, y a disfrutar de la historia de un lugar mágico como San Lorenzo de El Escorial, incluso probamos los olores y sabores de los licores que preparaba el padre Agustín de la Torre de la Botica del monasterio y saboreamos el frescor de las noches de verano de la sierra de Guadarrama.
El pensamiento sociológico español, a diferencia del francés y el norteamericano, está acusado de ceguera cuando se trata de la civilización árabe. Octavio es casi el único sociólogo español que conozco que ha superado esta ceguera. En su obra Sociedad y ejercicios de la razón, analizó el pensamiento sociológico y político del padre de la sociología en la civilización árabe, Ibn Jaldún (siglo XV), que años más tarde ha sido objeto de mi tesis doctoral en la que Octavio presidió el tribunal correspondiente.
En plena guerra entre Irak de Saddam Hussein y el Irán de Jomeini, en el año 1986, Octavio es invitado al Festival Internacional de Babilonia en Irak, cosa que le ha encantando por la carga histórica excepcional que tiene Mesopotamia. El festival era una referencia mundial de las manifestaciones poéticas y musicales del mundo árabe. Viajó Octavio en un vuelo fletado para esta ocasión que arrancó de Lisboa a Madrid, haciendo escala en Limasol (Chipre), para después cruzar el desierto y las tierras del Éufrates hasta su destino en Bagdad. Viajaron muchos intelectuales europeos y palestinos. Eran días de dura lucha en torno a Basora y Shat Al Arab, absurdas guerras interminables. Esta primera noche se alojó en el Hotel Palestina Méridien, donde años después, en 2003 y en otra guerra absurda, murió el periodista español José Couso por disparos de las fuerzas de ocupación norteamericana. En el grupo español estaba el profesor Mahmud Sobh, muy famoso en el mundo árabe por la traducción de la obra de Pablo Neruda Confieso que he vivido, profesores de la Universidad de Barcelona, de la Universidad Autónoma de Madrid y otros intelectuales portugueses y españoles. Entre el grupo también estaba el poeta y escritor chileno Sergio Macías, asesor de la revista Tigris. En este momento Octavio conoció a una de las máximas figura de la literatura árabe moderna el poeta Abdul Wahab Al Bayati, amigo de Rafael Alberti y otros muchos genios de la literatura española. A pesar de los ruidos de las bombas, Octavio habló de paz.
En lo alto del edificio desmochado, que fue el palacio de Alejandro Magno, mirando a la puerta de la diosa babilónica Ishtar, colgaba un cartel: “Así como Nabucodonosor construyó Babilonia, Saddam Hussein la construyó de nuevo”. Abrió la lectura de poemas un poeta palestino, todas las sesiones las iniciaba un intelectual palestino, en primer lugar, luego un español y en tercer lugar un egipcio. Cuando empezaba a leer poemas españoles el chileno Sergio Macías, una multitud que estaba sentada en las gradas en frente de la puerta de Ishtar ya para protegerse del gran sol, excepto un grupo de hombres mayores nervudos y viejos sumerios con una historia tan antigua y puestos en pie. Nos quedamos extrañados de que esta gente se levantase al leer poemas en español, traducidos por el profesor Ibrahim, traductor de autores como Octavio Paz. Nos explicaron que los habitantes de estas antiquísimas tierras alrededor de Babilonia cuando oyen el español piensan en el paraíso (Al Andalus es el paraíso, tierra verde, con agua, como el esplendor de la vida). Nos impresionó el lugar, la protohistoria, pero esta conducta nos impresionó aún más.
La sesión terminó en una visita a unas caravanas de camellos, cuyos entrenados y sabios guías habían llegado de muy lejos por la vieja ruta de Saná a Damasco como en los tiempos. Los poetas visitaron los lugares de Babilonia, metieron sus manos en las aguas del sagrado Éufrates y contemplaron los restos de los legendarios templos de Marduk y de los dioses de Mesopotamia. Ya en Bagdad, los poetas fatigados después de haber vivido un día de inmensa metáfora milenaria y legendaria, se confortaron en la avenida de Harún Al Rashid y la avenida del poeta borrachín de Bagdad Abu Nuwas (siglo VIII), llena de bares, donde brindaron repetidamente.
Octavio se aficionó a visitar Irak y adentrarse en los misterios de Mesopotamia y el Gran Califato de Bagdad. Le quedaban muchas cosas por ver y anotar: conocer la nueva gente del lugar y sus problemas, poder ver los restos del viejo ferrocarril de Basora a Estambul pasando por Sumeria y Babilonia, saber que Ur, tierra de Abraham, padre de las religiones monoteístas, del paraíso, de los hechos de Trajano en la antigua Basora, hora máxima de la existencia del Imperio Romano a consecuencia de las Guerras párticas, misterios también relativos a Persépolis y la ruta de la seda.
Volvió Octavio en el año 1988, como un castellano tenaz. Fue en el Hotel Meliá Mansur esta vez, a la orilla del mismísimo Tigris, triste y viejo río testigo de tanta destrucción y sangre. Asistió a un gran congreso de poetas árabes, Al Marbed, presidido por las legendarias figuras de Mutanabbi (siglo X) y Abu Nuwas, donde se dan cita poetas, escritores, músicos y filósofos de la España musulmana, una fiesta de las letras en la triste capital del califato abasida, Bagdad. Ya no había guerra de ciudades, dos meses antes se había comunicado el alto el fuego en la guerra con Jomeini. Los escritores fueron llevados a visitar las fronteras con Irán, en paz provisional bajo los dictámenes de la UNO, cruzaron a la ciudad de Fao y pudieron ver los estragos de la guerra y el gran río Shat Al Arab que desemboca en el Golfo.
Al regreso, hubo suerte, el generoso profesor Ibrahim nos enseñó Bagdad desde Babilonia a 80 kilómetros, lucía hermosamente la mezquita y el mausoleo del Kadhum, en el barrio del oro de Bagdad. Allí acudió Octavio de la mano de Ibrahim, sin corbata, por las oscuras calles a la oración de la noche, haciendo una parada en el museo nacional (un regalo incomparable e impagable para su amigo Ibrahim) ver estaturas milenarias, losas, ladrillos y libros de barro metidos en inmensas cajas de madera, reyes y dioses de la antigua Mesopotamia protegidos de las bombas. Toda la inmensa riqueza, diseñada en piedras y barro de la vieja sumeria dormía allí, un escenario inolvidable. Vio la mezquita verde, vio orar a las gentes, vio saludar y postrarse ante la tumba del Kadhum. Admiró el esplendor histórico y la bondad, religiosidad y hospitalidad de su sencilla gente.
Al día siguiente, recuperado de la visión incomparable del día anterior, visitó Al Mustanseriya, la vieja universidad del califato de Bagdad, fundada en el siglo XIII, junto al zoco de los libreros donde leyó Octavio textos de Ibn Batuta (siglo XV) comprobando la grandeza del lugar en un zoco inmenso, histórico, que alberga un centro del saber incomparable que marcó el desarrollo del conocimiento humano para el Asia anterior y todo occidente. Y posteriormente, en la Universidad de Bagdad dictó una conferencia sobre lo que llaman “Cultura Hispánica” y charló largamente con alumnas y alumnos.
El último día de la visita, Octavio fue despertado a primeras horas de la mañana por el cántico estruendoso de las mezquitas de Bagdad. Esta segunda visita, tan intensa y maravillosa como la primera, terminó en una recepción en el Hotel Al Rashid que sin duda recordaba las mil y una noches. Este día apareció nuestro amigo Ali que venía de Mosul donde estaba haciendo el servicio militar obligatorio que había pospuesto por terminar sus estudios en España. Octavio iba cargado de vino de Toro de su tierra zamorana, regalo para nuestro amigo Ali que se salvó de la guerra gracias al acuerdo de paz que había firmado una semana después de incorporarse al ejército, en agosto de 1988. Octavio y Ali pasearon por el triste Bagdad de las mil y una noches, cenaron en compañía de la extensísima familia de Ali; gente del Bagdad sencillo, apolítico y hospitalario.
Del libro Intellectum Valde Ama, homenaje a Octavio Uña Juarez
Octavio Uña Juarez