Andrée Chedid, escritora
31.10.2020.- Se cumple, este año de la peste, el centenario del nacimiento de una rosa del desierto: Andrée Chedid. En España dice poco su nombre, pese a estar bien traducida al español. Novelista, dramaturga, cuentista, narradora, collagista, ensayista, poeta, por encima de todo, poeta de largo aliento en el que el oriente se abraza al occidente.
La poeta azul de los ojos de espliego, crisol de la palabra que arropa, aroma, arrulla y calienta hasta hacerla lágrima de sol y sustento de espíritus que esperan. Su primer, su gran editor Guy Lévis Mano, años cincuenta, le ayuda a crear su universo maravilloso. Luego vendrán las alucinaciones de René Char, Yves Bonnefoy, Fernand Verhesen, Izoard, Michel Cournot, que cuentan las impresiones de su canto emotivo y sensual.
La conocí en París, de la mano del inolvidable Javier Vilató, 1989, y poco a poco tejimos el tapiz de una amistad que nunca se quebró. Desaparecido Vilató- nadie como él para forjar amistad- la relación siguió con la cercanía de Xavier. Frágil, fina, fuerte, feliz, sufrida, en su bondad se cobijaba una energía imperiosa de resistencia.
Nacida en El Cairo, marzo de 1920, Andrée Saab Khoury, de familia cristiana libanesa. Estudia en París, vuelve a la Universidad Americana de El Cairo, se casa con el doctor Louis Selim Chedid, maronita, marchan a Beyrut y poco después a Francia, donde se radican en 1946, obteniendo la nacionalidad francesa en 1962. Publicará en Líbano su primer poemario, en inglés, pero elegirá el francés como vehículo de su creatividad.
Autora de veinte novelas, dieciséis libros de poesía, cuatro obras de teatro, cinco de relatos, dos de ensayo, fue prolífica y tuvo grandes éxitos, siendo su obra más conocida L’autre, llevada al cine por Bernard Giraudeau, en 1990, además de otras. El apellido Chedid es muy conocido en Francia, sobre todo por su hijo cantante y su nieto “M”, pero que nadie tenga duda, la dimensión le pertenece por derecho propio a Andrée.
De aspecto débil fue una mujer consistente, antibelicista combativa pasó varias guerras y vivió para dar testimonio de esperanza y alegría. Andrée era de miel perfumada de mil especias, leve con alas, anchuraba la palabra y destilaba melodías en el Stradivarius de su lenguaje. Cariñosa, cercana, susurrante, auras de amabilidad y humanismo envolvían su figura de amuleto egipcio de lapislázuli. Llevaba su infancia cairota cabalgando todos los sueños que salvan y determina al hombre. Una gran señora transmutada en un jazmín, una flor oriental en el corazón del Sena.
En un mundo de hombres creó su espacio que se hizo desbordante. Escribió canciones para la eternidad, para su nieto, para niños y frecuentaba los pintores jóvenes como Alberto Reguera y Xavier, a los que dedicó textos, poemas y libros. Pintaba y hacía collage, porque entre sus amores nunca dejó de estar la pintura. Erik Bersou y Jacques Clauzel han ilustrado alguno de sus libros.
En 1992, la otrora impresionante- antes de la llegada de los bárbaros- Monte Ávila Editores de Caracas publicó una Antología poética, traducción de Alfredo Silva Estrada, que fue un descubrimiento para los pueblos de habla hispana. Una traducción en general afortunada, que permitió su conocimiento en el Nuevo Mundo; un librito breve, 100 pp., extraordinario e inencontrable.
La magia oriental, el ensueño, en una escritura que revitaliza el francés y que puebla el mundo de la poesía de amaneceres y puestas de sol insólitas. Amante de la obra de Vilató, amigos íntimos, hicieron juntos el libro États, Fata Morgana, con versos de Andrée y dibujos y grabados de Javier. Con quien más colaboró fue con Xavier: De cet amour. Poursuites, Ambiances, 9 plantes pour un herbier….
A veces, como por cortesía, analistas la sitúan cabe Edmond Jabés, Georges Schehadé o Salah Stétié. Como poeta está, no sólo a su altura, sino en otro paraíso. Ellos han sido más traducidos, Jabés contó con la connivencia de Valente, así y todo, la entidad del aliento de Chedid no la alcanza ninguno de ellos, tampoco Valente. Versos breves en poemas minimals para una dimensión sin bordes. Esto lo dice quién ha leído su poesía de la cruz a la fecha.
Si el lector consulta las redes o los repertorios literarios, verá que hablan, ante todo, de sus novelas, que cosechan un unánime favor; sin embargo, para conocer su intimidad, para disfrutar de la emoción que le producía la sensación, para percibir su néctar, para ver su corazón de luz en su palacio de ámbar hay que leer: Textes pour un poème, Poèmes pour un texte, Contre-Chant, Rytmes, Premier visage; Seul, le visage, GLM, 1960. Par-dela les mots, Territoires du souffle
Sonriente y dispuesta, tranquila y receptiva, cuando leía sus poemas era una sabia mujer que relataba una historia sufí, de esas que se espigan en el corazón de las tinieblas o en las almácigas de la luz. Y nada fue azaroso, pues como afirmaba Andrée Chedid: “Creo en el trabajo….Hay que amasar, modelar, dar forma; cambiar, cargar el lenguaje, violentar ese material erosionado de las palabras, para tratar de expresar lo más cercanamente el misterio natural de la vida. Todo esto reclama atención y labor. Búsqueda que no excluye ni el canto ni el rimo, inscritos en nuestra carne como en el tejido y en los movimientos del universo”.
Una luchadora, querida y respetada, aunque su poesía no es leída con la profusión de su narrativa. Premio Goncourt de novela y de poesía, Premio de la Academie Mallarmé, Louise Labé, Aigle d’Or, Premio de los 4 Jurados, Albert Camus; en 2009 Francia le concedió la Legión de Honor.
De su poema “Una ventana donde asomarse”, nacieron una galería de arte, La Fenêtre; varios libros, infinidad de sueños y de encuentros. Un milagro dónde convivimos Pierre Berna, Marta, Bernard Picasso, Vilató, Subirá-Puig, Guansé, Xavier, Fin, Alcántara, Jacques Vidal-Naquet, Castrortega….¡Dichosos tiempos en los que de un verso nacía tanta belleza!
Cuando el Alzheimer la opacó se tornó traslúcida, entre sombras, ajena, mas siempre elegante, sobria, señora. Murió en París el 6 de febrero de 2001, con 90 años. Su biógrafa, la libanesa Carmen Boustani, publicó Andrée Chedid: l’ecriture de l’amour, en Flammarion, 2016. En este fatídico 2020 se celebra su centenario y es una ocasión para recrearse en lo que creó y conocer un vasto y deslumbrante mar poético, amamantado por océanos diversos.
Tomás Paredes Miembro de AICA