Dedico estas líneas en particular a Andrea y
Jesús y en general, a mis alumnos de segundo de Bachiller Nocturno, que me
conceden el privilegio de su compañía y de su conocimiento
Contactamos con el
historiador y profesor del I.E.S. Sanchis
Guarner de Silla (Valencia),
Francisco Manuel Pastor Garrigues, que se presta gustoso a la realización de
esta autoentrevista, la cual desea, desde un principio, derivar hacia los libros
que más le impactaron en su juventud universitaria, los que devinieron
trascendentales en su vida… y desea recomendar a sus alumnas/os del
Bachillerato nocturno de su Instituto.
Por Francisco Manuel Pastor Garrigues
P.: ¿Deja el espacio universitario a alguien que
no está cursando una licenciatura propiamente de Filología, tiempo para leer
libros de contenido no-científico, esto es, estrictamente diferentes de los
necesarios para graduarse en su especialidad?.
R.: Sí; en
determinados momentos de la carrera académica que cursé (Geografía e Historia),
te encuentras con situaciones, con profesores con un nivel mucho menor de
exigencia con respecto a los de hoy en día, más o menos regulados en los
diversos grados, por las normativas de Bolonia. Entré en la Facultad de
Historia en octubre de 1977, estudié la carrera en una época ciertamente
conflictiva en las aulas, el momento de la transición a la democracia; entre
huelgas y asambleas universitarias, se perdía anualmente un buen número de
horas lectivas. El nivel de exigencia, además, era menor que ahora, como ya he
apuntado. Téngase en cuenta que con excelentes profesores de la Facultad, era
posible no sólo aprobar, sino sacar nota estrictamente sólo con los apuntes que
de sus lecciones magistrales, uno tomaba en clase. Al ser el nivel de exigencia
menor, sobre todo en el curso 1979-80, quedaba un cierto margen para leer en
casa, aspectos, libros que no se referían a la carrera que se cursaba, ver
cine, etc, paladeándolo sabrosamente y sin remordimientos de conciencia por la
proximidad de los exámenes.
P.: ¿Se centró en algunos autores en particular,
a la hora de estas calas literarias extraescolares?.
R.: Sí, tuve un
número reducido de autores: Oscar Wilde, Boris Pasternak, Bertolt Brecht,
Arthur Miller, Jorge Luis Borges, Vicente Blasco Ibáñez, Ernest Hemingway,
James Jones, Laurence Van der Post… Ante todo, estos autores. Están en el
centro mismo de los orígenes, del movimiento total de la filosofía y de la literatura moderna. Las obras de
todos ellos vienen a caracterizarse por una labor, digamos topológica, de
localización de la conciencia con respecto al pensamiento; de éste con respecto
a la palabra, y en otros casos a la técnica narrativa, y de la palabra respecto
al conocimiento como tal. Esto supone una justificación del saber como tal y de
su relación con la vida. Arte y vida. ¿Cómo sirve el conocimiento a la vida
personal del propio individuo?. La obra de todos estos autores es una búsqueda
a estas respuestas.
P.: El primero que Usted ha citado, y el más antiguo
cronológicamente es Wilde. ¿Cómo reacciona este autor, proscrito, ciertamente
maldito a estas cuestiones?.
R.: Yo ya conocía a
Wilde antes de leerlo. En el colegio, cuando
acudía a clases de Primaria, nos recomendaban, casi obligaban a ver las
emisiones del espacio televisivo Estudio-1.
De hecho, uno empieza en esa época, y en la posterior del Bachillerato a
ver las obras de Calderón, Lope o Jardiel Poncela y acaba enganchado al espacio
todas las semanas. Por otra parte, Editorial Bruguera en mis años de Facultad
publicó una edición de las obras selectas de Wilde. Bien, Oscar Wilde llega a
la conclusión de que el arte es inútil. El mito de Dorian Gray que está
absolutamente dividido entre su ideal de belleza y la realidad terrible de una mediocridad
ambiente es el mismo de todo el hombre moderno.
P.: ¿Qué nos puede decir de Boris Pasternak?.
R.: Tengo unos recuerdos absolutamente entrañables
de cuando comencé a leer a Pasternak. Un autor que se salvó de las represiones
stalinianas, porque –corre la voz por ahí- de que al propio Stalin, le gustaba
mucho las poesías de Pasternak. Cuando se estrenó la película de David Lean en
España, la hermana de mi padre adquirió la novela de Pasternak, Doctor Zhivago, y como ya en mi
adolescencia, uno era ya un apasionado de las revoluciones sociales, mi tía
tuvo la deferencia de regalarme el libro, con el argumento de que de pasada,
versaba sobre la revolución bolchevique. Ya sabía ella de mis lecturas previas:
por ejemplo, por aquella época estaba leyendo con mucho interés el volumen
segundo de El Don Apacible, de
Mikhail Sholojov, pero con el tiempo, al leerme en los años de la Facultad, la
novela de Pasternak, mis preferencias se decantaron por esta última. Es un
libro que ciertamente uno lo lee con nerviosismo… el que se extrae del convencimiento de que el
protagonista vive siempre entre dos abismos: el de la felicidad y el del azar.
El primer elemento, lleno de ideal, y, por tanto, de falsedad. El segundo, pleno
de una eternidad embriagante. Cuesta mucho al lector no identificarse con la
vivencia extraña de Zhivago, que está aislado entre un absurdo gesticular de
voces, durante gran parte de las secuencias del libro.
P.: ¿Recuerda algunas de estas secuencias, en
particular?.
R.: El comienzo del
libro, con el entierro del padre de Zhivago; la forma en que nos describe este
hecho Pasternak, haciendo que su hijo, inocente, y a partir de ahora, huérfano,
se encarame sobre una pequeña elevación del terreno, sobre una sepultura…
Pasternak nos lo describe como si fuera a improvisar un extraño miting. Con
respecto a todo el aspecto social, la carga social que tiene esta novela, Zhivago sabe a través de su amarga
experiencia histórica, que las revoluciones de masas no sirven como tales, ya
que el conocimiento en todo individuo no ha de ser una labor mera de
“diletantismo” científico, sino una vivencia total, justificando el
conocimiento como una investigación sobre la vida y la literatura (no olvidemos
que Zhivago es escritor) como expresión, como memoria de ese proceso lento de
personalización, cuyo último eslabón no es la autognosis, sino la propia
vivencia de ser personal. Zhivago sabe, además que el conocimiento no es
desinteresado como arguyó Kant, sino un eslabón en la cadena del hombre hacia
la vivencia de su persona individual.
P.: Lo vemos entusiasmado con Pasternak…¿no es así?.
R.: Ja, ja, ja…(ríe)…Tal vez desate las iras de la
profesora de Literatura de mi centro con lo que voy a decir, pero lo veo en el
Parnaso, en el Olimpo de los grandes novelistas, junto con James Jones o Blasco
Ibáñez… Los fascistas, el propio Lenin se muestran rabiosamente
antiindividualistas. Así, el fascismo proclama a los cuatro vientos, que “el
individuo ha muerto”, y el leninismo ensalzaba la “organización y disciplina
proletarias” frente al individuo egoísta, la falta de disciplina que deriva en el peligroso
anarquismo disgregador y el evolucionismo de los mencheviques de Martov (la
otra fracción del partido marxista ruso, en los orígenes de éste, partidaria de
participar en el juego de las democracias parlamentarias burguesas). La
negación del individuo es un rasgo coincidente en todos los totalitarismos,
tanto de derechas como de izquierdas, y supone uno de sus rasgos definitorios
más destacados. En este sentido, Zhivago viene a ser una víctima, cuando lo que
pretende es ser él mismo. Le reclutan a la fuerza como médico militar en el
ejército rojo en los tiempos de la guerra civil librada contra los ejércitos
blancos, y le obligan a adaptarse a la ideología bolchevique a la fuerza. Es el
mismo tipo de personaje que Robert E. Lee Prewitt, en De aquí a la eternidad, de James Jones. “Yo no soy bolchevique,
déjenme ser yo mismo, déjenme pensar por mi cuenta, yo tengo mis propias
convicciones…no me tienen por qué venir impuestas…”Cuando uno lee las líneas
finales del libro, con el ataque cardiaco que le da a Zhivago, y éste acaba su
vida cuando recorre la ciudad en un transporte colectivo, en un contexto en que
parece que un aura de libertad (la muerte de Stalin) llega a la urbe, y es
celebrada con alborozo por los ciudadanos soviéticos es una parte acongojante. Se ha de
interrumpir la lectura, beber agua para aclararte el nudo que tienes en la
garganta, y recuperarte un poco, porque la tragedia de Zhivago te ha dejado
para el arrastre…
P.: Ha citado Usted a Arthur Miller. ¿Tanta trascendencia
ha tenido la lectura de este autor en su juventud?
R.: Sí; para los
que nos criamos en el tardo-franquismo, Miller resultaba difícil de leer en
España. Nos teníamos que conformar con ver los susodichos Estudios-1, y a través de ellos, introducirte en el conocimiento de
Todos eran mis hijos, Muerte de un
viajante o El crisol (Las brujas de Salem). Estudio-1 hizo una versión, en
mi niñez, en los años 70, de esta última obra, sencillamente extraordinaria…Si
se quería leer a Miller, tenías que esperar la suerte de que en una librería
recibieran una edición de sus obras, impresa en Argentina. Por lo que se
refiere a la versión televisiva de El
crisol, el actor valenciano Francisco Piquer –Ustedes mismos lo pueden
comprobar visionando la obra en You Tube- está sublime en su interpretación de
John Proctor. Uno ve esta obra y no puede por menos de entender que lo que está
contemplando trasciende al siglo XVII. Es el apogeo de la caza de brujas, sí…pero
la anticomunista en los USA, después de la II Guerra Mundial, el macathismo… a
eso se refiere la obra, una histeria anticomunista en el país, supuestamente
lider de la democracia y libertad mundiales, aprovechada para luchar contra el
movimiento obrero estadounidense, deshacerse de los dirigentes sindicales más
combativos y aún de cualquier proletario que hubiese tenido un papel destacado
en alguna huelga, perseguir a los funcionarios de ideología progresista, con
una serie de efectos de muerte civil auténtica de los acusados por el
macarthismo, de comunistas. En un sentido general, que Miller traslada muy bien
a su obra, la persecución macarthista destruyó en los Estados Unidos las
organizaciones de izquierda, debilitó el movimiento de defensa de los derechos
civiles, indujo en las ciencias sociales y de la cultura un viraje
neutralizador –que comenzó con el olvido del contexto social- y corrompió
profundamente a los intelectuales. Esto es lo que veo yo, cuando Proctor clama
gritando en la obra que las llamas han reventado las puertas del Averno y el
mal galopa a sus anchas por Massachussets. El “viento helado de Dios, aunque
sopla, no consigue imponerse al mal”. Miller se consagra en esta obra, como el
más grande dramaturgo del siglo XX, junto con Bertolt Brecht.
P.: ¿No tiene preferencia por ningún otro autor
teatral, además de los ya citados?.
R.: Claro que sí…Un
autor que reviso con frecuencia es John Prietsley, de la órbita próxima al
laborismo (socialismo) británico, y que no tiene el pudor de obviar la
referencia, en sus obras, a la lucha de clases. En mi instituto permanezco
largas jornadas al cabo del día, de nueve horas seguidas en ocasiones, con lo
que –en lugar de descansar o tomar la siesta- me pongo a revisar en You Tube,
la obra Llama un inspector; la
recomiendo también vivamente a cualquier próximo universitario, conjuntamente
con Yo estuve aquí antes, del mismo
autor.
P.: Llegamos a Laurence Van der Post. ¿Qué obras
en particular de este autor sudafricano recomendaría a unos jóvenes alumnos
universitarios?.
R.: La semilla y el sembrador, editada
en España por Destino-Libro, bajo el título de Feliz Navidad, Mr. Lawrence. El autor dibuja en las páginas de este libro una forma de entender
al ser humano bajo un prisma, más que optimista, esperanzador, donde la idea de una cierta
comunión espiritual, de una cierta religiosidad en el sentido menos dogmático
del término, deviene capaz de salvar las diferencias interpersonales que
motivan el mal. Es un libro articulado en torno a tres historias, tres cuentos,
con una sólida trabazón interna de las diversas partes, manifestada en un nivel
no sólo argumental, sino temático (la compasión como clave de la redención
humana…la compasión, sí, pero también la expiación….La compasión como clave,
como la facultad humana reveladora de la alteridad, el medio de liberación de
nuestras trabas y por último la fe, en tanto que acto de amor completamente
altruista, la única fuerza redentora). Invito a Ustedes a leer el segundo
relato, el más largo de la obra, que da título al conjunto, “La semilla y el
sembrador”, protagonizado por el coronel Jack Celliers (David Bowie, en la
versión fílmica que de la novela hizo el director Nagisha Oshima), una suerte
de lord Jim conradiano, pero también un personaje cristológico, que carga con
una culpa, la de haber traicionado a su hermano pequeño, en el
colegio-internado, donde ambos estudiaban. Buscando masoquistamente el castigo
por sus actos en la adolescencia, Celliers recorrerá el mundo durante la II
Guerra Mundial, aceptando misiones suicidas y decidirá su destino en un campo
de prisioneros japonés. .La semilla que involuntariamente plantó su hermano
menor en él –la lacerante conciencia de la maldad y el egoísmo, de los negros
abismos de su propia alma- hará crecer en Celliers una insatisfacción
permanente, una incapacidad para amar, una perpetua alienación de sí mismo. Y
el fruto de ello será su legado al capitán Yonoi, el oficial al mando del campo
de prisioneros donde Celliers y el narrador acabarán confinados. En tanto que
víctima de las normas despóticas y espartanas de la disciplina carcelaria
japonesa, Celliers se colocará, por primera vez en su vida, donde realmente
ansiaba, esto es, en el lado del débil, del oprimido, del indefenso, con cada
paliza que recibe de los japoneses “se lo pasa pipa”, está expiando en sus
carnes el peso del dolor y de la conciencia de haber fallado a su hermano, y
reconocerá en Yonoi el mismo estigma de la culpa y de la derrota, el mismo peso
de la mirada ajena. La simpatía de Celliers por el responsable último de su
cautiverio será, por tanto, casi cristológica, arrebatado de piedad ante un
pecador al que, espejo de sí mismo, sabrá comprender y exculpar (y, en consecuencia, encontrar esa
paz tanto tiempo anhelada). Yonoi, agradecerá la empatía de Celliers de la
única forma que le permiten las circunstancias: reconociendo en él a su alma
gemela. Puede decirse que Yonoi y Celliers comparten una unión espiritual
abrumadora en tiempos de incomprensión y de odio, que les lleva a autoreconocerse
en el otro y a lograr estar por encima, precisamente, de la barbarie.
P.: Ha citado Usted a Ernest Hemingway. ¿ Le
llegó a interesar vivamente este autor?.
R.: Sí; la aproximación a
Hemingway me vino también muy por el lado de lo visual. Antes de leer a
Hemingway, con doce o trece años, me impresionó profundamente la visión en TVE,
de la película de Henry King, basada en la novela corta o cuento largo –no sé bien como
definirlo- The snows of Kilimanjaro. Las
imágenes de esta película me fueron persiguiendo recurrentemente, semanas
después, en mis sueños. Con todo, no crean que me interesó por igual toda la
obra de este Premio Nobel. Me quedaría con tres bloques de su narrativa: a) los
cuentos sobre el personaje de Nick Adams;
b) ese par de cuentos, cuya acción transcurre en África, “La corta vida
feliz de Francis Macomber” y la citada,
“Las nieves del Kilimanjaro”, y c) la novela The sun also rises (Fiesta). Uno busca sensaciones frescas en su
juventud, en su época de universitario. Nuestros lectores las van a tener en
cualquiera de estas obras, se van a ver transportados literalmente a los San
Fermines…si uno quiere olvidarse de los dolores de cabeza, de los traumas y del
stress post-exámenes universitarios, hay que leer a Hemingway. Nos invitará a ponernos
a pensar, como un bálsamo nos calmará y a la vez nos ayudará a superar ese
stress post-traumático. Cuando lo leí, de hecho, coincidió con un momento de mi
vida de no deseado aislamiento, y veía en sus textos un refrendo de la
sensación de que estamos todos solos. Esa impresión, ese cruel “alone” que se
repite con insistencia en los textos de Hemingway se me clavaba como una cruel
punzada. La idea de que no tenía sentido nada en la vida y que alcanzar las
metas profesionales deseadas, puede llevar al total fracaso. En ese contexto,
todo se perdía. Sólo nos quedaba lo cotidiano: pasear, sentarse en un café,
aspirar largamente los aromas de la primavera, cruzar un parque, y este sentido
directo de la vida –lo veo en The sun
also rises- adquiere en Hemingway un tinte sagrado. El texto hecho, pues,
espejo de la vida. La realidad era así, y el maestro Hemingway creaba un mundo
de identidad sublime. El vacío y la nada. La vida como si fuera un safari de
emociones, donde el fracaso es tu compañía –pero, como le ocurre a Macomber, el
punto de partida de su superación- y donde ese estilo directo, donde el verbo
ser se prodiga, es como un artificio
genial de tensión expresiva. Todo Hemingway es la búsqueda de un hogar, la necesidad
de encontrar una razón para vivir, la constatación de que como el protagonista
de Fiesta, todos estamos heridos y
buscamos a trompicones “como un mal jinete en el caballo”, al decir de
Wittgenstein.
P: Uno de sus autores preferidos es el
novelista Vicente Blasco Ibáñez. ¿Qué resaltaría Usted de este autor
valenciano?.
R: Llegué a Blasco por herencia paterna. La
situación en casa conforme yo realizaba mis estudios universitarios iba
mejorando, y mi padre, proletario pero voraz lector, casi compulsivo lector… a
medida que su situación económica mejoraba, empezó a comprarse las obras
completas de Blasco y a leerlas de manera exhaustiva. Mi padre era un ser
absolutamente excepcional y ahora no puedo, sino recordarlo en la lejanía,
engrandeciendo su figura… me recomendó en particular, del Blasco juvenil, La araña negra, que yo, a mi vez,
recomiendo a mis alumnos del nocturno, junto con Mare Nostrum, Los enemigos de la mujer y Los argonautas. De esta
última, recomiendo que se lea con atención. A través de las vivencias de los
dos viajeros españoles en el trasatlántico alemán Göethe, en el período inmediatamente anterior a la I Guerra
Mundial, uno se deleita con las conversaciones entre Fernando de Ojeda y
Maltrana sobre la interconexión entre el arte y la vida, tema capital en esta
obra de Blasco. Cómo se plantean Maltrana y Ojeda el salvar ese abismo entre lo ideal y lo real que está en todos
los artistas e intelectuales del siglo XX, y ver cómo las soluciones argüidas
son muchas: si hay quien acude a una construcción del mundo a partir de sus
propias sensaciones, otros quieren unir el universo a su voluntad; todo
artista, todo intelectual que se precie tiende a expresar ese proceso,
pergeñando un espacio, o dando a luz una idea gestada a partir de las propias
experiencias humanas, común de las conciencias y de los deseos. El intento de
incrustar el pensamiento humano en la
vida a través no de lo personal como individuo sino a través de la existencia
entendida en el sentido de “común vivencia”. Esto se expresa a través de la
narración o lugar común ideado por una elaboración mental de un autor, pero sin
haber llegado a la definitiva diferenciación de la propia vida como tal: desde
la busca desesperada de algunos autores y artistas por encontrar la luz de su
increíble conocimiento, hasta las vivencias de aquellos para los que el arte ha
sido hasta ahora una mera repetición de ideas pasadas. Este problema de la
inserción en la propia tradición se encuentra en un plano relevante en Blasco:
el novelista valenciano sabe que el hombre se da cuenta de que su método de
conocimiento no ha variado con respecto al pasado, y se encuentra con la
solución de que sólo ligándolo a lo personal obtendrá la respuesta. Si antes
era la religión la que poseía el atributo de unir verdad y vida, ahora es el
hombre el que sabe que la aventura vital es una aventura de salvar el abismo
entre su vida y su ideal. De
hecho, los personajes impresionistas de Los
argonautas tienen además su
complemento narrativo en la técnica de la doble narración que Blasco inaugura
en Los argonautas, con un hilo narrativo en el presente dedicado al
viaje de los argonautas modernos al Nuevo Mundo, y el otro en el pasado,
tratando los éxitos y fracasos de los argonautas heroicos, una técnica que
Blasco abandona al estallar la primera
Guerra Mundial y que recupera más tarde en novelas como El papa del mar y
A los pies de Venus. Como escribe Cortina Gómez en su estudio de las dos
obras indicadas, la conexión entre los hilos se establece “a través de la
técnica impresionista de la evocación”. En Los argonautas, estas
evocaciones del pasado sirven para manifestar la distancia conceptual que hay
entre los argonautas fuertes, heroicos, y voluntariosos del pasado (como Colón
y Alonso de Ojeda) y los navegantes del viaje moderno (como Fernando de Ojeda),
ya que los primeros intentan imponerse a su ambiente, mientras que los segundos
suelen supeditarse a él. Así que la acción se ubica en el pasado, y la reacción
en el presente.
P.: Con todo, si Usted tuviera que someterse a
la opción de recomendar a un solo novelista, ¿elegiría a James Jones?, ¿no?.
R.: Sin duda, no
tengo palabras para expresar mi total admiración por su novela, De aquí a la eternidad. Llegué a ella
como a todos los textos literarios que estoy citando, por la vía audiovisual.
Tras el curso 1979-80, y a pesar de lo que he indicado de la particularmente
grave pérdida de clases en alguna asignatura, llegó el verano y me encontraba
bastante enfermo, muy cansado por tanto estudiar. Cuestión de quedarme en casa,
hacer una convalecencia, combinar las visitas diarias al ambulatorio para
tratarme de mis problemas físicos, y hacer reposo en casa. Tuve tiempo de
visionar la miniserie norteamericana de televisión, que se emitió en TVE en
1980, con Natalie Word, y Steve Railsback, como el soldado Robert E. Lee
Prewitt. Una versión más ajustada a la novela de James Jones que la oscarizada
película de Fred Zinnemann, si bien con algún añadido –que no está en el texto-
como la escena, parte del ‘tratamiento’ al que someten a Prewitt para obligarle
a boxear, en que en una habitación cerrada del cuartel de Schofield, donde se
llevan a cabo prácticas de guerra química, le cortan los tubos de la máscara
anti-gas, para provocar que se ahogue. Cuando me leí, después, la novela me
pareció corta –a pesar de sus casi mil páginas-.. Nunca he disfrutado tanto en
narrativa literaria, como en este texto. Mi inconsciente llegó a forjar una
imagen de Prewitt en la que me yo me identificaba con él, y me veía, de
uniforme en Schofield Barracks. La novela se puede enfocar como una visión del
conjunto de la sociedad norteamericana, antes del estallido de la II Guerra
Mundial pero está claro que el tema central es el muy querido en la literatura
norteamericana: ¿cómo el individuo, la persona con convicciones, con ideas
propias se acopla en una institución, el Ejército, donde el colectivo lo es
todo, el individuo no cuenta y ha de
prevalecer –ante todo- la unidad?[1].
Vemos pues que se repite el tema de la novela de Pasternak, Doctor Zhivago. Prewitt, es el héroe
proletario, el héroe obrero, un personaje muy cercano –por otra parte- al joven
adolescente de La soledad del corredor de
fondo…agobiado por todo el peso del mundo, como un gran amigo, José Antonio
García Gómez, me apuntó en su día, el soldado ideal, perfecto, lleno de sutilezas,
que por un lado encuentra en el Ejército el hogar y la familia que la orfandad
le han negado, el sensible corneta (excepcional en el toque de este instrumento
musical, como también excelente boxeador) que prefiere la lectura al
cuadrilátero y busca en el Ejército sosiego para su conciencia tras haber
dejado ciego a puñetazos a un amigo, su último adversario en el ring, y al que
la vanidad del capitán Holmes quiere, en contra de sus convicciones, obligar a enfundarse
de nuevo los guantes. Prewitt tercamente razonará: “Si un hombre no sigue sus principios no es nada”. La angustia de
Prewitt/de todos nosotros por recorrer la dinámica existencial en el
cuartel/(trasunto de la propia vida), la profundización del autor no ya en la
narración como metáfora existencial, y por tanto en diálogo moral (cosa que ya
empieza a desaparecer en James Jones), sino en la propia narración como
vivencia objetiva, y ya más hondo en el propio monólogo del hombre a través de su pensamiento como expresión de
su lucha interior que lleva a la conversión de la literatura en pura poesía
figurativa silenciosa, e incluso a una conversión de soledad. La tendencia en
largos párrafos de De aquí a la eternidad
a suprimir el diálogo corresponde a esa tendencia de interiorismo y de
busca personal, de sustitución definitiva del diálogo por un monólogo ya sea
absoluto ya sea relativo. En este caso, llamar la atención de nuestros jóvenes
lectores de que quizá la mejor secuencia de la novela sea ese monólogo
existente en la novela, los pensamientos de Prewitt que acompañan el toque de
trompeta al desgranar las notas del toque de silencio, en el cuartel de
Schofield.
P.: ¿Leyó a Brecht también en su juventud?.
R.: Sí, sin solución de
continuidad, a las pocas semanas de terminar la licenciatura universitaria,
tuve que incorporarme al servicio militar obligatorio. Estaba acantonado en un
lugar que he visitado recientemente, y que hoy en día mantiene un aspecto
edénico, casi idílico. Han construido un gran parque frente al cuartel, donde
uno se imagina estudiando la carrera, sentado al sol en los bancos, disfrutando
de esa sensación de tranquilidad y el cuartel, casi parece un gigantesco
colegio mayor, que desprendía sensaciones de paz, serenidad, dignidad…un lugar
ideal para confeccionar una tesis doctoral. En mi unidad, cosa rara para
tratarse de un Ejército que salía los años del franquismo, el capitán de la
compañía, un personaje inteligente, muy humano que empatizaba con los soldados,
era bastante joven, tenía estructurada una buena biblioteca, donde de hecho
había literatura marxista. Podías leer desde Pearl S. Buck a Bertolt Brecht.
Del autor alemán, me he de quedar con sus narraciones. En particular,
“Langostinos del mar del Norte”. Una compañera de instituto, en Port de Sagunt,
de hecho, profesora de Literatura quiso asociarme conmigo para que rodáramos
este cuento. Hizo un trabajo enorme, convirtiéndolo en guión cinematográfico.
Sin embargo, de nuevo me falló el organismo y en lugar de ponernos a trabajar,
acabé frecuentando otra vez la consulta médica. De Brecht, me interesa que
todas sus obras están absolutamente ligadas a razones históricas y políticas y
tienen un sobresaliente desarrollo estético. En realidad, en Brecht se
encuentran siempre unidos el fondo y la forma, la estética y los ideales. Desde
sus comienzos, se caracterizó por una radical oposición a la forma de vida y a
la visión del mundo de la burguesía y naturalmente al teatro burgués,
sosteniendo que sólo estaba destinado a entretener al espectador sin ejercer
sobre él la menor influencia. Brecht desarrolló una nueva forma de teatro que
se prestaba a representar la realidad de los tiempos modernos, y se encargó de
llevar a la escena a todas las fuerzas que condicionan la vida humana. Además
de conmover los sentimientos, obligaba al público a pensar, en las
representaciones teatrales nada se daba por sentado y obligaba al espectador a
sacar sus propias conclusiones. Hasta el fin de su vida sostuvo la tesis de que
el teatro, el arte, podía ayudar o contribuir a modificar el mundo. De hecho, a
mi primo hermano, Manuel Pastor Herrero, un excelente autor teatral (Sur) y un muy inteligente director
cinematográfico (Un país mediterráneo),
un personaje al que yo a ciegas le confiaría la revisión de una tesis doctoral
(él sabría darle su toque genial)… lo veo con muy sólidas resonancias
brechtianas.
P.: ¿ Qué puede recomendar del teatro de Brecht
a un joven lector universitario?.
R.: A mis alumnos del Nocturno
que entran este verano que viene en la universidad les recomendaría iniciarse a partir de un
Brecht pre-marxista, que no ha asumido a Marx. Precisamente lo primero que leí
de Brecht… claro está, después de sus narraciones fue Tambores en la noche, una obra juvenil, inicial de Brecht… en la
que el contexto histórico es la división del S.P.D., el partido de los
marxistas alemanes, al término de la I Guerra Mundial, y la sublevación del ala
izquierdista, comunista, radical del mismo, la Liga “Espartaco”, una
insurrección obrera ahogada a sangre y fuego por sus antiguos camaradas de partido,
los socialistas reformistas del S.P.D. También leerán con provecho El círculo de tiza caucasiano, o La boda
de los pequeños burgueses.
-->
[1] Era algo que en cierto modo,
recorrí en mi paso por el servicio
militar obligatorio. La calidad humana del capitán de mi compañía, empero,
obviaba cualquier posibilidad de repetirse la ficción en la vida real.