Guerra del Rif (Foto Wikipedia
Francisco Manuel Pastor i Garrigues
Historiador
06.10.2020.- Valencia
Cuando se despertó, Marruecos todavía estaba allí.
La cuestión de la imbricación de España en el proceso de la proyección imperialista sobre el noroeste africano, en torno a sus motivaciones, si fue una empresa que respondía a razones estratégico-políticas o empresariales, si económicamente fue un éxito, y por ende, en torno a las responsabilidades del desastre de Annual en 1921, sigue abierta, no como una laguna, sino como una sima, que engulle a quienes, sin precauciones, se lanzan a querer solventarla con dos bandazos o muletazos. Porque Annual no fue un puesto avanzado de la campaña del Rif, no fue un inmenso campamento al final de una cadena logística compleja, ni tan siquiera fue una pequeña población de Marruecos; fue una catástrofe, a la vez inesperada e inmensa.
Inesperada porque, de repente, la Comandancia General de Melilla se vino abajo cuando el abandono desordenado de un campamento se convirtió en una desbandada que se propagó a las fuerzas españolas desplegadas por toda la región. Annual no sólo fue Annual, también fue Cheif, Midar, Dar Quebadani o Candussi, por citar tan solo unas pocas guarniciones cuyos soldados tuvieron que escapar a toda prisa o fueron masacrados; Annual fue también Dar Drius, Batel y Tistutin, en la ruta que siguió la columna en retirada. Pero, sobre todo, Annual fue Monte Arruit, tres mil hombres cercados y finalmente masacrados que fueron abandonados a su suerte por los mandos militares que se hallaban en Melilla, a unos 40 Km, con miles de hombres a su disposición. Con una cifra final de muertos que, según las fuentes, alcanzó los doce mil hombres contando todos los cuerpos militares, y al menos casi ocho mil soldados españoles, el desastre fue también inmenso. El inesperado revés, con el colapso de las fuerzas de la Comandancia Militar de Melilla, al mando del general Silvestre provocó en primera instancia una tremenda desmoralización en las fuerzas militares allí destacadas con objeto de adueñarse del Rif Central, desmoralización que hizo presa del mando y de las tropas, y la labor de diez años de penetración en la región a partir de Melilla se arruinó en un día. De hecho, lo más bochornoso de la jornada del desastre de Annual fue que la masiva fuga de las tropas hispanas del campamento, el extraordinario desorden de la marcha, donde estaban confundidas todas las unidades militares, atropellándose unos elementos a otros, la salida atropellada y en completa confusión de las posiciones, sólo en su primera fase fue acosada por los rifeños. Sucedió en los momentos iniciales de pánico, cuando la harka rifeños tiroteó a la tropa en multitud desorganizada, mal protegida por servicios de flanqueo encomendados a tropas indígenas, algunas de las cuales, sobre todo las de policía, aprovecharon la situación para cambiar de bando. De hecho, investigadores como María Rosa de Madariaga han recalcado que en Annual, más que el tiroteo de los combatientes rifeños, lo que verdaderamente causó víctimas fue esa salida desordenada de la masa de soldados que, abandonando impedimenta, material y armamento, huían atropelladamente, aplastándose unos a otros para salvar el pellejo como fuera. Muchos de ellos morirían asfixiados por el calor y el polvo, o aplastados por carros y mulos. Pero pronto los cabileños, ante la enormidad del botín que se ofrecía ante ellos (a saquear) en el campamento español, ya que los soldados hispanos partieron consigo llevando sólo armas y municiones, se entregaron a un frenético saqueo, que duraría días. Como, además, muchos se volvieron a sus casas con lo obtenido, se puede decir que, tras la caída de Annual, el derrumbamiento absoluto de la Comandancia General de Melilla no fue provocado por los temibles Aït Waryaghel, ocupados en labores más rentables que combatir, sino por cabilas de la retaguardia, menos belicosas pero alentadas por la fuga de las tropas.
A la vez, Annual ratificaba las críticas vertidas en 1898 hacia el sistema político restauracionista, precisamente cuando las fuerzas conservadoras hicieron del Ejército la columna vertebral del orden político y social de España. La aniquilación del ejército de Silvestre y el desplome político de la Comandancia General de Melilla, fue, por ende, una abrumadora sorpresa para el régimen de la Restauración y una angustiosa realidad para el país. El primero perdía su prestigio; el segundo perdía no ya a ocho mil de sus hijos, sino su plena confianza en la Monarquía y en la esperanza propia de no conocer más tragedias familiares por Marruecos. Nunca, hasta entonces, había perdido la España contemporánea un ejército al completo. En bloque y de la forma espantosa –asesinado, en su mayoría, luego de capitular en sus posiciones- en que lo fueron los hombres de Silvestre. Un hecho insólito, desconcertante, opresivo. Y aunque había habido destrucciones militares de contingentes del colonialismo europeo tan absolutas como repentinas –una parte del ejército británico frente a los zulúes en Isandhlwana, el ejército italiano de Baratieri en Adua (Abisinia, 1 de marzo 1895)- y tan extensas como reiteradas –las derrotas británicas frente a los boers (en Suráfrica, 1899-1902)-, la naturaleza de la tragedia española en el Rif hizo que aquélla pareciese la más terrible de todas.
Y es que no podemos dejar de apuntar la circunstancia de que Annual no fue sino el punto final tras un largo recorrido, una dinámica que nos remite a la crisis social persistente del Estado liberal español. De hecho, el texto de mayor impacto en las semanas posteriores a la anterior hecatombe colonial del régimen restauracionista, la derrota de 1898, ya puso de relieve algunas conductas definitorias de la sociedad española que, a posteriori, sólo se pueden ver como tremendamente ominosas y apuntando a tal fracaso del Estado. “La guerra con los ingratos hijos de Cuba no movió una sola fibra del sentimiento popular”, planteaba abiertamente el artículo “Sin pulso” que posteriormente se haría famoso. La pasividad del país lo había preparado, afirmaba, “para dejarse arrebatar sus hijos y perder sus tesoros”. Esta indiferencia letárgica garantizaba la estabilidad política, pero –en opinión de Francisco Silvela, autor del texto- esta era una impresión peligrosa: sin una opinión pública activa y vigilante, los grandes asuntos de Estado se transformaban en pura farsa y por esta vía se marchaba directo al fracaso. En aquella coyuntura histórica, aquello que se había tenido por la gran ventaja del régimen político había devenido en un obstáculo insuperable, que abocaba al colapso de la misma sociedad nacional. Aquel diagnóstico, de hecho, podía ser aceptado por muchos: en la época imperialista y de la segunda revolución industrial, de una creciente competencia internacional en el terreno económico y de la política exterior, un Estado-nación políticamente estable, pero sin la capacidad fiscalizadora de la opinión cívica, se veía como un ejemplo de fracaso colectivo. La misma faceta que representaba la ventaja más grande del sistema –la estabilidad política de la Restauración- era la otra cara de una moneda que, entonces, mostraba el espectro de un implacable fracaso como nación.
Bloqueada la evolución hacia la democracia, el efecto integrador del pacto entre los sectores burgueses, opuesto a la autonomía de la opinión pública se veía contrarrestado por la inhibición de la ciudadanía y sus repercusiones negativas sobre la eficacia del Estado en los nuevos tiempos de finales del siglo XIX. La amplia movilidad experimentada por la sociedad española a lo largo de la centuria finiquitada no había conducido al desarrollo de la ciudadanía o de alguna suerte de responsabilidad colectiva, sino a una reclusión sistemática de los individuos respecto de los asuntos públicos, aquello que Antonio Maura retrató con un tono de sarcasmo: “Este es un pueblo que está en la plaza pública como las rameras añejas en su lecho. Ya no veo punto de apoyo para nada”. Quedaba yugulado así, entendía el político mallorquín, cualquier posible basamento en la opinión pública a favor de un respaldo entusiasta a la penetración colonial en Marruecos, que tanto él como Silvela alentaron. El edificio del liberalismo se había estabilizado al precio de inhibir a la opinión pública y eso, como volvería a reflexionar Silvela, pasaba elevadas facturas en una época de creciente mundialización económica y competencia imperialista.
Las interminables guerras de Marruecos
En este enrarecido contexto, tal como señaló Santos Juliá, las interminables guerras de Marruecos no contribuyeron en nada a la democratización de dicho edificio liberal. El problema marroquí se convirtió en el eje de la política exterior española, de hecho, a partir de 1898, y por ende, en el catalizador de los problemas políticos y sociales que se arrastraron durante el período de profunda crisis estructural interior que fue el reinado de Alfonso XIII. Las guerras del Rif consumieron los recursos materiales y humanos del país y se convirtieron en una “pesadilla” que exacerbó todos los demás conflictos larvados durante la etapa restauracionista y aun antes, desde los inicios de la revolución liberal española. Y… durante las primeras décadas del siglo XX, la conciencia española pasó a estar profundamente marcada por los desastres militares de Marruecos. La tragedia de Annual, en particular, no hizo sino intensificar la perenne introspección entre intelectuales y políticos sobre España y el carácter nacional español, que se había agudizado con el Desastre de 1898. En el período que siguió a la pérdida de su Imperio, en que España se despidió de sus últimas colonias en la guerra con los Estados Unidos, algunos intelectuales llegaron a sugerir que España sufría una enfermedad crónica. Desde final de siglo se asistió a un verdadero torrente de publicaciones sobre las causas de la supuesta decadencia de la nación y las soluciones utópicas para recuperarla. El desastre de Annual reforzó el mito de la singularidad de España que continuaría vigente durante gran parte del siglo, y, sobre todo, durante la guerra civil.
Las guerras de Marruecos ayudaron, además, notablemente a acabar con el sistema político de la Restauración, liquidando así la posibilidad de que aquel evolucionase –tal como lo estaba haciendo a comienzos del siglo XX, apuntó Santos Juliá, de manera lenta, pero natural, paso a paso- desde un sistema oligárquico a uno democrático. En 1909 quebraron el turno pacífico en el ejercicio del poder ejecutivo entre liberales y conservadores; en 1917, con la creación de las Juntas de Defensa, hirieron de muerte al sistema político restauracionista, derrumbando definitivamente el turno de los partidos como clave de bóveda de funcionamiento de ese sistema, y en 1921, las consecuencias de Annual afectaron no sólo a los partidos del turno, que desaparecieron o al ejecutivo, al gobierno, que pasó a manos militares, sino a la propia constitución de la Monarquía española y, de rechazo a la monarquía misma. Dos décadas después de la Restauración y con unos cuantos años de aplicación del sufragio universal masculino, la España de 1898 había evidenciado un raquitismo que alejaba el escenario político del propio de otros países –como Francia, Reino Unido o la Alemania unificada-, donde el desarrollo agitado de la opinión pública y el ejercicio creciente de la ciudadanía acompañaban el protagonismo de la política de masas desde finales de la década de 1880, raquitismo que todo el mundo en nuestro país vino de hecho a reconocer. Como el futuro demostró, se trataba de un hecho estable y complicado de corregir: en el verano de 1921, una dramática combinación de ineptitudes y de intereses particulares, cubiertos con una fachada patriótica, conduciría a la inmensa tragedia del Rif, que favorecería el colapso del sistema de la Restauración dos años más tarde. Se desencadenaba un nuevo conflicto, que casi se solapaba con el de 1909, y que partía de unas mismas premisas que aquel por parte de los resistentes marroquíes. Nueva guerra donde la ventaja de la que partía la guerrilla rifeña que combatía a los españoles se basaba en un punto: el total conocimiento del terreno, sobre el que los marroquíes reaccionaban bajo las consignas de la precaución, esperando a actuar sólo y exclusivamente cuando esa ventaja fuese una certeza.
Personalizada la culpa en el General Silvestre
Un acontecimiento militar, el desastre de Annual, del que existe una abundante bibliografía en la que suele personalizarse la culpa en la actuación de Manuel Fernández Silvestre, Comandante General de Melilla en ese momento, aunque en realidad, lo que falló en aquellos días de julio de 1921 fue todo un sistema a establecido a lo largo de diez años por decisiones políticas y militares que crearon una estructura y unos procedimientos disfuncionales –primando el seguimiento de las directrices políticas de hecho en lugar de hacerlo las consideraciones tácticas-, poco apropiados para las características del conflicto que libraba España en el Rif. Así, por ejemplo, se señala que por un lado, había una gran diferencia entre las unidades militares hispanas destacadas en el territorio: había algunas que en razón a su reclutamiento, organización o empleo habitual tenían una buena capacidad de combate (como las unidades profesionales de los Regulares o la Legión, los regimientos de caballería o las compañías de zapadores, que no estaban tan extraordinariamente dispersas por el territorio como el resto de unidades, las cuales permanecían en gran medida atadas a posiciones fijas, los blocaos), mientras otras sufrían graves carencias, las cuales sólo eran paliadas por la capacidad y valor de algunos de sus componentes (verbigracia, nos referimos a los regimientos de infantería o la policía indígena). Por otro lado, el temor a las bajas entre los soldados españoles de reemplazo se había traducido en su empleo en Marruecos por parte del Alto Mando en cometidos secundarios, mientras las tropas indígenas (Regulares y Policía) actuaban como tropas de choque, lo que fue minando entre los rifeños el mito de la supuesta superioridad del europeo para dar paso a un cierto complejo de inferioridad e incluso al desprecio de las poblaciones locales, que empezaron a creer en lo fácil que era vencer a los españoles.
Por otra parte, conviene hacer referencia a quien encabezó la oposición en el territorio a la penetración colonial española, el rifeño de Aït Waryaghel, Mohammed Ibn Abd el-Krim, conocido en la Península como “moro amigo” hasta que pasó a liderar el movimiento de resistencia rifeño. Sobre su forma de actuar, María Rosa de Madariaga ha llegado a precisar que el notable bereber no veía reparos en la presencia colonial, en tanto en cuanto pudiese conllevar la modernización de su país, pero se oponía a lo que consideraba una ocupación militar del territorio. De hecho, no debemos olvidar que su padre, el caíd Abdelkrim el Khattabi, era un fiel aliado de España y defensor de la penetración hispana en Marruecos, lo que le valió más de un atentado contra su vida por parte de sectores de los Aït Waryaghel opuestos a la presencia colonialista; a partir de 1920, cuando comenzó en profundidad a partir de Melilla, la penetración militar dirigida por el Comandante General, Manuel Fernández Silvestre, las autoridades españolas parece que ya no tenían necesidad de sus aliados tradicionales en la zona. Esta actitud no gustó mucho a la familia el Khattabi, por lo que Abd-el-Krim (padre) reclamó el regreso a Axdir, la aldea donde vivía este clan bereber, de sus dos hijos, Mohammed que actuaba dentro de la Administración del Estado español en Melilla y de su hermano M´Hamed, que estudiaba en España.
En sus Memorias, Mohammed Ibn Abd el Krim relata que fue su progenitor quién lideró, en principio, la resistencia contra las tropas de ocupación españolas, temiendo que estas ocupasen las tierras de los Aït Waryaghel. Ibn Abd el Krim recordó en el citado libro que su padre reclutó a unos 200 hombres con el fin de lanzar un asalto y recuperar la población de Tafersit, considerada una localización estratégica para la defensa de los territorios de Aït Waryaghel. Pero tres semanas más tarde, falleció el caíd Abd el Krim, cabeza de la familia el Khattabi y ello dejó al movimiento de resistencia sin un líder. A la postre, su hijo mayor acabaría relevándole.
Tesis más acertada de López Lázaro
Con todo, la renovación historiográfica actual está potenciando un auténtico cambio en la visión del personaje; al respecto, es reseñable una tesis presentada en el ámbito universitario americano que analiza la figura de Ibn Abd el Krim desde un punto de vista totalmente diferente, alejado del mito y cercano al personaje histórico, un trabajo concienzudamente elaborado, obra de de Fabio T. López Lázaro, utilizando documentos originales del Instituto de Historia y Cultura Militar de Madrid, algunos de ellos totalmente inéditos, que nos desvela dentro de la dinámica evolutiva de una de las más poderosas y famosas familias de la Historia marroquí a comienzos del siglo XX, la trayectoria de quien acabaría encabezando la resistencia rifeña a la ocupación militar española, un proceso de ambición social y político de aquel que quiso lograr primero los beneficios derivados de la colaboración con los españoles, para luego acabar chocando con los frustrados deseos de modernización del Rif. La historia de un notable marroquí que admiraba la civilización europea y deseaba importar las maneras y los avances del desarrollo moderno en el Rif. La familia El Khattabi, en este sentido, puede ser considerada un ejemplo de la élite rural marroquí, no totalmente desligada de sus lazos con el mundo urbano, que vecina de Europa, se veía a sí misma como la que podía implementar y aplicar los avances industriales, económicos y sociales del Viejo Continente, en aquel rincón africano. En esta trayectoria de labrado ascenso y búsqueda del poder y la influencia política, que un destacado a´yan (=notable) del norte del Imperio jerifiano trazó buscando la europeización y la colaboración con los extranjeros como base primordial de apoyo a su proyecto, el colapso del intento de encabezar este movimiento de desarrollo con ayuda exógena, llevó a Ibn Abd el Krim a intentar la modernización del Rif por su propia vía.
El trabajo de López Lázaro se detiene en un análisis detallado de los acontecimientos previos al Desastre de Annual, en el verano de 1921, cuando Ibn Abd el-Krim había abandonado ya su colaboración con España y comenzaban las operaciones militares hispanas en el Rif Central. La tesis de Lázaro desvela como la captura por los rifeños del puesto español avanzado en Abarrán, precedente del desastre de Annual, no fue debida al ataque de la harka que estaba reuniendo Ibn Abd el-Krim. Según el relato de un notable Waryaghel que servía a la Administración española, ocupando el lugar antes desempeñado por el de Axdir, los líderes de esta particular harka fueron un grupo de jóvenes notables a los que el oficial al mando de la guarnición española en Alhucemas se había negado a pagar con subvenciones y pensiones. Con todo, sería Ibn Abd el-Krim el que acabaría capitalizando la ventaja de la derrota española. En medio de la reacción popular que se producía en el norte de Marruecos contra la penetración creciente militar española desde Melilla, y en un contexto donde después de la Gran Guerra, los sentimientos de libertad y de deseos de independencia de los pueblos sometidos a una dominación exterior habían quedado en evidencia, Ibn And el Krim encontró resuelto su dilema anterior de seguir o no apoyando a los españoles que respaldaban hasta entonces su ambición, la suya particular de notable rifeño y en general, la de su familia, los Khattabi: obtener un completo poder sobre todo el Rif. Enfrentado a la posibilidad de ser arrastrado en una “jacquerie” islámica de cariz anti-colonialista en el norte de Marruecos, la única alternativa para Ibn Abd el Krim fue canalizar esas fuerzas populares para convertirse en su líder. Por ello, López Lazaro llega a la conclusión de que su liderazgo del movimiento de resistencia fue debido a razones pragmáticas, más políticas que ideológicas; en aquellas circunstancias, era su ideología de la modernización la que él vehiculizaba e instrumentalizaba para servir a su política personal de ambicioso notable con deseos de controlar el territorio, y no sucedía al revés y por ello no se le puede ver ni como un precursor de la independencia del Rif, ni como un “proto-nacionalista”, o un “pre-nacionalista”.
Abd El Krim señalando el Gurugú (ahistórico)