miércoles, 22 de junio de 2016

MORALES LEZCANO, Víctor, El colonialismo hispano-francés en Marruecos (1898-1927), Granada, Universidad de Granada, 2015. Tercera edición, 253 pp.




Francisco Manuel Pastor Garrigues
 IES “Sanxhis Guarner” de Silla (Valencia)

Para todos aquellos de entre nosotros cuyos cabellos han sido ya  espolvoreados por esas “nieves del tiempo” a las que antaño cantara Gardel con tan bello estilo, este libro les debe evocar viejos y muy gratos recuerdos académicos. Se trata de una nueva edición, puesta al día y con algún capítulo añadido, del primero de los estudios que el profesor Morales Lezcano – una autoridad reconocida, desde hace más de un cuarto de siglo, en las relaciones entre España y Marruecos y, por extensión, en los temas relacionados con el mundo islámico-, dedicó al tema y publicó en 1976. 

En su día, esta obra marcó un hito, al revisar el monopolio rígido, excluyente y distorsionador con que la historiografía oficial del régimen franquista había tratado el apartado de la historia colonial española en el siglo XX. En la edición presente, el libro queda estructurado en un conjunto de siete grandes bloques sobre la penetración económica (y militar) hispana en el secular Imperio jerifiano. En el prime5ro de ellos, “España en Marruecos, la década de la penetración pacífica (1900-1910)”, el autor parte de un  breve análisis  de la política exterior española de fines del siglo XIX tarada por el desastre del 98 para entrar de lleno en el análisis de los factores que permitieron e impulsaron la penetración política, económica y militar hispana en la zona norte del Sultanato asignada por el Tratado  con  Francia de 1912. El asunto central para la comprensión del proceso imperialista y la expansión colonial europea en el Sultanato pasa, en Morales, como es obvio por el descarte de una aproximación monocausal de dicha expansión, a partir de un único factor, lo cual es a todas luces excesivamente simplista. Morales entiende, por el contrario,  que la explicación histórica se caracteriza no sólo por la multifactorialidad, sino por la articulación en forma dialéctica, jerarquizada de los distintos factores en un discurso plausible que los integre. 

En este primer capítulo empieza a desgranar la importancia de los factores causales, en el caso de la proyección colonial hispana, de todo tipo: los grupos de presión económicos –Banca privada y pública, capitalismo vasco y catalán, los fruteros valencianos, círculos financieros madrileños que ambicionaban los puertos, el comercio, las minas marroquíes y precisamente, las del Rif, políticos y militares africanistas, marroquistas-, es decir el espectro de los imperialistas de la Restauración. Estos grupos de presión, más o menos organizados, a comienzos del siglo XX, de hecho recogen las aspiraciones e intereses de esos mismos sectores –fundamentalmente- económicos, aunque fuera de forma muy modesta, partícipes en la carrera imperialista  (la guerra de África, 1859-60), y en el nuevo reparto colonial de la segunda mitad del siglo XIX. 

En relación a este punto y con posterioridad al libro de Morales se ha editado una bibliografía importante y abundante, en la que destacan las aportaciones de Eloy Martín Corrales sobre la andadura colonial a principios del siglo XX y los intereses económicos de determinados grupos de presión que se dirigieron, como en el caso de otras potencias europeas, hacia la explotación de los recursos indígenas, las concesiones ferroviarias, la industria del armamento con el fin de abastecer las necesidades del ejército colonial español y los monopolios, tanto industriales como comerciales. Esto cuajaría, por ejemplo, en 1908 con la aprobación de la Ley Maura que promovía la renovación de la escuadra de navíos de de guerra con vistas a reforzar la política exterior (futura acción en Marruecos); con este objetivo de fomentar una industria nacional que fabricase acorazados provistos de armamento, y gestionar el arsenal de la Marina se crea la “Sociedad Española de Construcción Naval”, con un 60 % de capital nacional y un 40 % de capital británico; figuras como el Marqués de Comillas o la familia Urquijo invirtieron en esta sociedad, de tanta importancia para la Armada de guerra. Con todo, la interpretación que hace Morales (pag. 61) de que el Partido Liberal era el centro impulsor de una serie de intereses imperialistas directamente vinculados a la exportación de capitales en Marruecos ha quedado muy matizada tras las acertadas críticas que F. Martínez Gallego hizo de determinados trabajos de Pastor Garrigues, demostrando de modo convincente como los conservadores valencianos tenían asimismo intereses coloniales bien definidos y estaban muy vinculados al imperialismo en el norte de África (Martínez Gallego, Françesc: “Concierto moruno: Marroc i la febre imperialista des de la perspectiva de l´exposició regional de València de 1909”, en  Archilés Cardona, Ferran, ed.,”La regió de l´Exposició. La societat valenciana de 1909”, Valencia, Universidad de Valencia, 2011,  pp. 212-216).

El planteamiento del segundo y tercer capítulos, “La empresa colonial española en el norte de Marruecos (1906-1923)” y “Las minas del Rif y el capital financiero peninsular (1906-1930)”, en líneas generales muy válidos todavía hoy en día, va desgranando como todos estos sectores van viviendo de las rentas de las posesiones de los enclaves de Ceuta y Melilla para lanzarse luego a la anexión armada del norte marroquí  lo que proporcionará no pocos quebraderos de cabeza a España –una vez abandonada la idea de la “penetración pacífica”- debido a la actividad a un tiempo anti-Majzén y anti-imperialista de personajes como el Rogui Dchilali ben Dris o el Raisuni y más tarde Mohammed Ibn Abd el-Krim el- Jatabi. Además, en estas líneas, el autor va demostrando como la preponderancia de cuestiones como el poderío nacional, el prestigio o la seguridad del Estado como vectores de explicación del colonialismo español, a consecuencia de la “supuesta” debilidad del capitalismo hispano, son claramente insuficientes a la luz de numerosas investigaciones, que contrarrestan las tesis recientes de Luis Miguel de Francisco o de Pastor Garrigues (Pastor Garrigues, F., “¿Imperialismo sin capitalismo?.: el fracaso de la penetración económica española en el Imperio de Marruecos en los albores del siglo XX”, en “Letras de Deusto”, no. 126, julio-septiembre 2010, pp. 95-127). La reorganización del sistema financiero  español se produjo precisamente entre 1900 y la década de 1920, con la apertura de grandes sociedades que disponían de capitales elevados y un volumen de operaciones desconocido hasta entonces (P. Martín Aceña). Estos rasgos modernizadores del sistema financiero español están en consonancia  con la importancia que fue adquiriendo en estos años, la banca privada española más allá de la zona del Rif y sobre el conjunto de la economía marroquí y que el autor resalta (pág. 76).

En conjunto, tenemos ante nosotros, en estos tres primeros  bloques, un trabajo  digno, sólido y serio, donde se deja poco espacio a las opiniones no contrastadas y donde el prurito de exactitud casi raya con el formalismo y la asepsia. Pero, amén de las pretensiones de aproximación fría, distanciada y académica, de los afanes científicos y la neutralidad objetiva de la obra, quedémonos con otros logros: con el trabajo bien hecho y sepamos apreciarlo. Richard Sennett, en “El artesano”, se  adentra de un modo profundo, original y sugerente en el estudio del impulso humano duradero y básico que va unido al deseo de realizar bien una tarea en el proceso de producir cosas concretas (en nuestro caso, un libro de historia). El artesano, nos dice, representa la condición específicamente humana del “compromiso” con el trabajo bien hecho, adquirido a través del aprendizaje y de la práctica del oficio; el deseo de hacer las cosas bien, concretamente y sin ninguna otra finalidad, para lo cual es preciso adquirir y desarrollar las habilidades propias del oficio o profesión. 

El saber artesanal tiene como fundamento tres habilidades básicas: la de localizar (facultad que permite determinar dónde sucede algo importante), la de indagar (la tarea de investigar el lugar donde algo ocurre) y la de desvelar un problema. Ese saber artesanal, añado por mi parte, aplicado al estudio del pasado, nos permite hacer una distinción entre el producto de calidad y la fabricación de materiales con una vida efímera. El saber que se manifiesta  en la presente obra lleva a productos del primer tipo.

En el cuarto bloque, “Evolución del comercio hispano-marroquí (1900-1927)”, empero, viene a recalcar el autor que el capitalismo español no estaba –con todo- tan maduro para la empresa colonial, ni mucho menos para competir con el francés. Por lo tanto, el establecimiento del Protectorado hispano en Marruecos, quizás, pudo satisfacer los objetivos políticos de devolver a España a la esfera internacional y recuperar algo del prestigio perdido tras el “Desastre” del 98. Ahora bien, desde un punto de vista económico cumplió, sólo en cierta manera, la función que se asignaba a las colonias, servir como  mercado para la producción metropolitana. No obstante, las ventas se centraron en los alimentos y en menor medida en las manufacturas. Además, la oferta española debía competir con las de otras procedencias, pues el Tratado de Algeciras impedía cualquier intento de monopolizar el mercado marroquí. De ahí que sólo en la época de la I  Guerra Mundial, donde otros proveedores se ausentaban,   España podía aumentar la cuota de mercado. Con todo, el Protectorado español no fue nunca un gran mercado-desembocadura comercialmente hablando, aunque sí lo fuera de hecho para algunos intereses financieros e industriales de la Península y para la oficialidad desocupada del Ejército. 

La otra finalidad económica del Protectorado era convertirse en proveedor de materias primas de España; sin embargo, este hecho no se dio hasta la Autarquía de la post-guerra española. En cualquier caso, su importancia relativa dentro del comercio exterior hispano de la época fue más bien marginal, lo que contrasta con lo que ocurría con otras potencias imperialistas del momento. A pesar  de los pobres resultados económicos, en el Protectorado se consumieron importantes cantidades de la metrópoli. En este último caso, sí se reprodujeron los comportamientos típicos de una economía colonial. El sector público hizo un ingente esfuerzo presupuestario, primero para dominar el territorio y, luego para proveerlo de infraestructuras y garantizar el funcionamiento del mismo. Mientras, el ámbito privado se beneficiaba de ello y concentraba sus inversiones en un grupo reducido de sectores con un mayor potencial de rentabilidad: minería, comercio, agricultura, electricidad o ferrocarriles.

En el quinto capítulo, “Escalada militar en el Protectorado español en Marruecos, sus repercusiones presupuestarias” (1912-1927)”,  el autor responsabiliza a la escalada militar de la “debilidad” de la penetración económico-comercial hispana en Marruecos, de la imposibilidad –en suma- de autofinanciación del Protectorado. Aquella es llevada hasta el final por iniciativa de altos oficiales y generales de cuño colonialista y de posiciones políticas conservadoras (Goded, Millan Astray, Franco, Martínez Anido, Sanjurjo, etc). . Pero tampoco el Ejército español estaba maduro para aventuras coloniales como lo demuestran no sólo los fracasos militares, sino las dificultades para financiar las operaciones, la hipertrofia de la oficialidad, la escasa eficacia de la tropa, la lentitud de reacción del ejército ante el reto de la resistencia marroquí y también los propios complejos de inferioridad y ansia de prestigio, comprensión y desquite colonial (y nacional) de los oficiales africanistas. Estos últimos, por todo ello van radicalizándose hacia la derecha y serían más tarde, los protagonistas del golpe militar y de la guerra de 1936. 

De esta manera, las cruentas y salvajes guerras coloniales fueron forjando un nuevo tipo de cultura militar claramente antiliberal, hipernacionalista, profundamente autoritaria y decididamente anticivilista (pág. 163), al voltante de un nuevo Ejército que nace en ellas, el de África con ciertas particularidades, por ejemplo, sus pautas de actuación como un colectivo humano cerrado y endógeno, con ciertas notas de dinámica de sociedad secreta, un enemigo abstracto… de hecho otro que lo pone en cuestión,,,, produciendo esta combinación una estructura en la que la institución militar se justifica por sí sola, a partir del muy lejano motor de las insatisfacciones personales de cada uno de sus miembros; generadora, por tanto, de decisiones de alcance superior al estrictamente militar, aplicables según el criterio de la propia institución, devenida microcosmos aislado, universo dotado de leyes propias y medios para hacerlas hegemónicas, un modelo de ejército intervencionista (en política) muy crítico con las monarquías de la época a las que tilda de ridículas, anacrónicas y sin “Objetivos Históricos” que las vertebren, e intervencionista no por designios morales superiores, sino por su mismo funcionamiento, por su dinámica interna, El sexto capítulo, “El protectorado francés en Marruecos: pacificación y explotación (1912-1927)” lo dedica el autor a la penetración colonial gala en su triple vertiente, económica, política y militar, sobre todo tras la aniquilación de la resistencia bereber, un buen resumen que permite comparar suficientemente las diferencias cualitativas entre el colonialismo francés y el español. Cierra el libro un breve epílogo, a modo de síntesis sobre las relaciones hispano-marroquíes en la franja cronológica de 1767 a 1996.

En definitiva, Víctor Morales produjo un libro al que el paso del tiempo no ha apolillado, sino que ha mantenido incólume su rigurosa capacidad de análisis, una investigación histórica de calidad, un libro de historia bien hecho, sin pretender haber dicho la última palabra, porque no existen interpretaciones “últimas” o “definitivas”, sino un aprendizaje mutuo y constante en el seno de un grupo y en la práctica del “taller” del historiador. La conciencia de este proceso es otra de las cualidades de aquellos que quieren y conocen bien lo que Marc Bloch llamó “el oficio de historiador”.

                                                                              

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