Francisco Manuel Pastor Garrigues
IES “Sanxhis Guarner” de Silla (Valencia)
Para todos aquellos de entre nosotros cuyos cabellos han
sido ya espolvoreados por esas “nieves
del tiempo” a las que antaño cantara Gardel con tan bello estilo, este libro
les debe evocar viejos y muy gratos recuerdos académicos. Se trata de una nueva
edición, puesta al día y con algún capítulo añadido, del primero de los
estudios que el profesor Morales Lezcano – una autoridad reconocida, desde hace
más de un cuarto de siglo, en las relaciones entre España y Marruecos y, por
extensión, en los temas relacionados con el mundo islámico-, dedicó al tema y
publicó en 1976.
En su día, esta obra marcó un hito, al revisar el monopolio
rígido, excluyente y distorsionador con que la historiografía oficial del
régimen franquista había tratado el apartado de la historia colonial española
en el siglo XX. En la edición presente, el libro queda estructurado en un
conjunto de siete grandes bloques sobre la penetración económica (y militar) hispana
en el secular Imperio jerifiano. En el prime5ro de ellos, “España en Marruecos,
la década de la penetración pacífica (1900-1910)”, el autor parte de un breve análisis de la política exterior española de fines del
siglo XIX tarada por el desastre del 98 para entrar de lleno en el análisis de
los factores que permitieron e impulsaron la penetración política, económica y
militar hispana en la zona norte del Sultanato asignada por el Tratado con Francia de 1912. El asunto central para la
comprensión del proceso imperialista y la expansión colonial europea en el
Sultanato pasa, en Morales, como es obvio por el descarte de una aproximación
monocausal de dicha expansión, a partir de un único factor, lo cual es a todas
luces excesivamente simplista. Morales entiende, por el contrario, que la explicación histórica se caracteriza no
sólo por la multifactorialidad, sino por la articulación en forma dialéctica,
jerarquizada de los distintos factores en un discurso plausible que los
integre.
En este primer capítulo empieza a desgranar la importancia de los
factores causales, en el caso de la proyección colonial hispana, de todo tipo: los
grupos de presión económicos –Banca privada y pública, capitalismo vasco y
catalán, los fruteros valencianos, círculos financieros madrileños que
ambicionaban los puertos, el comercio, las minas marroquíes y precisamente, las
del Rif, políticos y militares africanistas, marroquistas-, es decir el
espectro de los imperialistas de la Restauración. Estos grupos de presión, más
o menos organizados, a comienzos del siglo XX, de hecho recogen las
aspiraciones e intereses de esos mismos sectores –fundamentalmente- económicos,
aunque fuera de forma muy modesta, partícipes en la carrera imperialista (la guerra de África, 1859-60), y en el nuevo
reparto colonial de la segunda mitad del siglo XIX.
En relación a este punto y
con posterioridad al libro de Morales se ha editado una bibliografía importante
y abundante, en la que destacan las aportaciones de Eloy Martín Corrales sobre
la andadura colonial a principios del siglo XX y los intereses económicos de
determinados grupos de presión que se dirigieron, como en el caso de otras
potencias europeas, hacia la explotación de los recursos indígenas, las
concesiones ferroviarias, la industria del armamento con el fin de abastecer
las necesidades del ejército colonial español y los monopolios, tanto
industriales como comerciales. Esto cuajaría, por ejemplo, en 1908 con la
aprobación de la Ley Maura que promovía la renovación de la escuadra de navíos
de de guerra con vistas a reforzar la política exterior (futura acción en
Marruecos); con este objetivo de fomentar una industria nacional que fabricase
acorazados provistos de armamento, y gestionar el arsenal de la Marina se crea
la “Sociedad Española de Construcción Naval”, con un 60 % de capital nacional y
un 40 % de capital británico; figuras como el Marqués de Comillas o la familia
Urquijo invirtieron en esta sociedad, de tanta importancia para la Armada de
guerra. Con todo, la interpretación que hace Morales (pag. 61) de que el
Partido Liberal era el centro impulsor de una serie de intereses imperialistas
directamente vinculados a la exportación de capitales en Marruecos ha quedado muy
matizada tras las acertadas críticas que F. Martínez Gallego hizo de
determinados trabajos de Pastor Garrigues, demostrando de modo convincente como
los conservadores valencianos tenían asimismo intereses coloniales bien
definidos y estaban muy vinculados al imperialismo en el norte de África
(Martínez Gallego, Françesc: “Concierto moruno: Marroc i la febre imperialista
des de la perspectiva de l´exposició regional de València de 1909”, en Archilés Cardona, Ferran, ed.,”La regió de
l´Exposició. La societat valenciana de 1909”, Valencia, Universidad de
Valencia, 2011, pp. 212-216).
El planteamiento del segundo y tercer
capítulos, “La empresa colonial española en el norte de Marruecos (1906-1923)”
y “Las minas del Rif y el capital financiero peninsular (1906-1930)”, en líneas
generales muy válidos todavía hoy en día, va desgranando como todos estos
sectores van viviendo de las rentas de las posesiones de los enclaves de Ceuta
y Melilla para lanzarse luego a la anexión armada del norte marroquí lo que proporcionará no pocos quebraderos de
cabeza a España –una vez abandonada la idea de la “penetración pacífica”-
debido a la actividad a un tiempo anti-Majzén y anti-imperialista de personajes
como el Rogui Dchilali ben Dris o el Raisuni y más tarde Mohammed Ibn Abd
el-Krim el- Jatabi. Además, en estas líneas, el autor va demostrando como la
preponderancia de cuestiones como el poderío nacional, el prestigio o la
seguridad del Estado como vectores de explicación del colonialismo español, a
consecuencia de la “supuesta” debilidad del capitalismo hispano, son claramente
insuficientes a la luz de numerosas investigaciones, que contrarrestan las
tesis recientes de Luis Miguel de Francisco o de Pastor Garrigues (Pastor
Garrigues, F., “¿Imperialismo sin capitalismo?.: el fracaso de la penetración
económica española en el Imperio de Marruecos en los albores del siglo XX”, en
“Letras de Deusto”, no. 126, julio-septiembre 2010, pp. 95-127). La
reorganización del sistema financiero español se produjo precisamente entre 1900 y
la década de 1920, con la apertura de grandes sociedades que disponían de
capitales elevados y un volumen de operaciones desconocido hasta entonces (P.
Martín Aceña). Estos rasgos modernizadores del sistema financiero español están
en consonancia con la importancia que
fue adquiriendo en estos años, la banca privada española más allá de la zona
del Rif y sobre el conjunto de la economía marroquí y que el autor resalta
(pág. 76).
En conjunto, tenemos ante nosotros, en
estos tres primeros bloques, un trabajo digno, sólido y serio, donde se deja poco
espacio a las opiniones no contrastadas y donde el prurito de exactitud casi
raya con el formalismo y la asepsia. Pero, amén de las pretensiones de
aproximación fría, distanciada y académica, de los afanes científicos y la
neutralidad objetiva de la obra, quedémonos con otros logros: con el trabajo
bien hecho y sepamos apreciarlo. Richard Sennett, en “El artesano”, se adentra de un modo profundo, original y
sugerente en el estudio del impulso humano duradero y básico que va unido al
deseo de realizar bien una tarea en el proceso de producir cosas concretas (en
nuestro caso, un libro de historia). El artesano, nos dice, representa la
condición específicamente humana del “compromiso” con el trabajo bien hecho,
adquirido a través del aprendizaje y de la práctica del oficio; el deseo de
hacer las cosas bien, concretamente y sin ninguna otra finalidad, para lo cual
es preciso adquirir y desarrollar las habilidades propias del oficio o
profesión.
El saber artesanal tiene como fundamento tres habilidades básicas:
la de localizar (facultad que permite determinar dónde sucede algo importante),
la de indagar (la tarea de investigar el lugar donde algo ocurre) y la de
desvelar un problema. Ese saber artesanal, añado por mi parte, aplicado al
estudio del pasado, nos permite hacer una distinción entre el producto de
calidad y la fabricación de materiales con una vida efímera. El saber que se
manifiesta en la presente obra lleva a
productos del primer tipo.
En el cuarto bloque, “Evolución del
comercio hispano-marroquí (1900-1927)”, empero, viene a recalcar el autor que
el capitalismo español no estaba –con todo- tan maduro para la empresa
colonial, ni mucho menos para competir con el francés. Por lo tanto, el
establecimiento del Protectorado hispano en Marruecos, quizás, pudo satisfacer
los objetivos políticos de devolver a España a la esfera internacional y
recuperar algo del prestigio perdido tras el “Desastre” del 98. Ahora bien, desde
un punto de vista económico cumplió, sólo en cierta manera, la función que se
asignaba a las colonias, servir como
mercado para la producción metropolitana. No obstante, las ventas se
centraron en los alimentos y en menor medida en las manufacturas. Además, la
oferta española debía competir con las de otras procedencias, pues el Tratado
de Algeciras impedía cualquier intento de monopolizar el mercado marroquí. De
ahí que sólo en la época de la I Guerra
Mundial, donde otros proveedores se ausentaban, España podía aumentar la cuota de mercado. Con
todo, el Protectorado español no fue nunca un gran mercado-desembocadura
comercialmente hablando, aunque sí lo fuera de hecho para algunos intereses
financieros e industriales de la Península y para la oficialidad desocupada del
Ejército.
La otra finalidad económica del Protectorado era convertirse en
proveedor de materias primas de España; sin embargo, este hecho no se dio hasta
la Autarquía de la post-guerra española. En cualquier caso, su importancia
relativa dentro del comercio exterior hispano de la época fue más bien
marginal, lo que contrasta con lo que ocurría con otras potencias imperialistas
del momento. A pesar de los pobres
resultados económicos, en el Protectorado se consumieron importantes cantidades
de la metrópoli. En este último caso, sí se reprodujeron los comportamientos
típicos de una economía colonial. El sector público hizo un ingente esfuerzo
presupuestario, primero para dominar el territorio y, luego para proveerlo de
infraestructuras y garantizar el funcionamiento del mismo. Mientras, el ámbito
privado se beneficiaba de ello y concentraba sus inversiones en un grupo
reducido de sectores con un mayor potencial de rentabilidad: minería, comercio,
agricultura, electricidad o ferrocarriles.
En el quinto capítulo, “Escalada militar
en el Protectorado español en Marruecos, sus repercusiones presupuestarias”
(1912-1927)”, el autor responsabiliza a
la escalada militar de la “debilidad” de la penetración económico-comercial
hispana en Marruecos, de la imposibilidad –en suma- de autofinanciación del
Protectorado. Aquella es llevada hasta el final por iniciativa de altos
oficiales y generales de cuño colonialista y de posiciones políticas
conservadoras (Goded, Millan Astray, Franco, Martínez Anido, Sanjurjo, etc). .
Pero tampoco el Ejército español estaba maduro para aventuras coloniales como
lo demuestran no sólo los fracasos militares, sino las dificultades para
financiar las operaciones, la hipertrofia de la oficialidad, la escasa eficacia
de la tropa, la lentitud de reacción del ejército ante el reto de la
resistencia marroquí y también los propios complejos de inferioridad y ansia de
prestigio, comprensión y desquite colonial (y nacional) de los oficiales
africanistas. Estos últimos, por todo ello van radicalizándose hacia la derecha
y serían más tarde, los protagonistas del golpe militar y de la guerra de 1936.
De esta manera, las cruentas y salvajes guerras coloniales fueron forjando un
nuevo tipo de cultura militar claramente antiliberal, hipernacionalista,
profundamente autoritaria y decididamente anticivilista (pág. 163), al voltante
de un nuevo Ejército que nace en ellas, el de África con ciertas
particularidades, por ejemplo, sus pautas de actuación como un colectivo humano
cerrado y endógeno, con ciertas notas de dinámica de sociedad secreta, un
enemigo abstracto… de hecho otro que lo pone en cuestión,,,, produciendo esta
combinación una estructura en la que la institución militar se justifica por sí
sola, a partir del muy lejano motor de las insatisfacciones personales de cada
uno de sus miembros; generadora, por tanto, de decisiones de alcance superior
al estrictamente militar, aplicables según el criterio de la propia
institución, devenida microcosmos aislado, universo dotado de leyes propias y
medios para hacerlas hegemónicas, un modelo de ejército intervencionista (en
política) muy crítico con las monarquías de la época a las que tilda de
ridículas, anacrónicas y sin “Objetivos Históricos” que las vertebren, e
intervencionista no por designios morales superiores, sino por su mismo
funcionamiento, por su dinámica interna, El sexto capítulo, “El protectorado
francés en Marruecos: pacificación y explotación (1912-1927)” lo dedica el
autor a la penetración colonial gala en su triple vertiente, económica,
política y militar, sobre todo tras la aniquilación de la resistencia bereber,
un buen resumen que permite comparar suficientemente las diferencias
cualitativas entre el colonialismo francés y el español. Cierra el libro un
breve epílogo, a modo de síntesis sobre las relaciones hispano-marroquíes en la
franja cronológica de 1767 a 1996.
En definitiva, Víctor Morales produjo un
libro al que el paso del tiempo no ha apolillado, sino que ha mantenido
incólume su rigurosa capacidad de análisis, una investigación histórica de
calidad, un libro de historia bien hecho, sin pretender haber dicho la última
palabra, porque no existen interpretaciones “últimas” o “definitivas”, sino un
aprendizaje mutuo y constante en el seno de un grupo y en la práctica del
“taller” del historiador. La conciencia de este proceso es otra de las
cualidades de aquellos que quieren y conocen bien lo que Marc Bloch llamó “el
oficio de historiador”.
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