martes, 29 de noviembre de 2016

LA EXCELENCIA





Por: Jaime Lopez Isaza

Es el NO con mayúsculas a la mediocridad.


Cuentan que en 1488 cuando Lorenzo de' Médici, el Magnífico, fundó en Florencia la primera escuela de Bellas Artes de la historia, cediendo esculturas de su valiosa colección para su estudio, descubrió entre los alumnos a Miguel Ángel, cuando éste contaba tan sólo con 13 años. El chico copiaba la cabeza de un fauno en un trozo de mármol. Lorenzo se le acercó y le dijo: "Lo que estás haciendo no está mal, pero se supone que los sátiros son viejos y éste tiene todos los dientes; cuando se llega a viejo, son pocos los que consiguen conservarlos". El joven aprendiz, sin mediar palabra, tomó el cincel y eliminó de un golpe uno de los dientes. Su sorprendente reacción indujo a Lorenzo a vislumbrar que estaba ante un ser excepcional y, desde ese momento, lo acogió bajo su protección llevándoselo a vivir con su familia a su propio palacio para brindarle la educación que el novato escultor merecía. El sentido de la perfección en Miguel Ángel Buonarroti se reflejó en todas sus obras hasta el final de sus días dejándonos un legado que nadie ha conseguido superar jamás. Salta a la vista que desde niño, tenía el listón tan alto por la EXCELENCIA, que por esa razón no toleraba a los mediocres. Y es que para entender cualquier manifestación artística con fundamento, hay que echar un vistazo al Renacimiento italiano y preguntarse por qué los artistas de entonces, buscaban la excelsitud en todo lo que hacían. La belleza humana era el reflejo del esplendor y la perfección divina, la mediocridad no fue su fuente de inspiración. Y a pesar de que las cosas cambian constantemente de apariencia, porque es cierto que a través de nuestros ojos todo fluye y se mueve a gran rapidez, proclamar la belleza de la velocidad, como lo hicieron los artistas del manifiesto de 1910,  no legitima negar la existencia del objeto o de la persona como tal, en detrimento de sus cualidades estéticas, porque la ilusión que produce la belleza, ante el fogonazo de la emoción, aunque fugaz, lo justifica todo. Afirmar que "en lo feo existe una agradable sensación estética, porque la belleza es el brillo de lo que es verdadero", fue la falsa premisa que condujo al mundo artístico a perder el rumbo. El mismo Marcel Duchamp, que en 1917 envió su famoso urinario de porcelana a una exposición de Nueva York, cuarenta años más tarde, en una carta, abiertamente les increpa: "Les eché a la cara un urinario y ustedes lo admiraron como algo estéticamente bello". Era, pues, un reproche del mismo artista a la mediocridad que se estaba propagando en el mundo como expresión del pensamiento libre, pero nadie, al parecer, supo o quiso entenderlo: el urinario de Duchamp fue declarado como la expresión artística más importante del Siglo XX, por encima, incluso, de la obra de Pablo Picasso. Semejante disparate sólo obedece a la burla, a la protesta, a la ironía, a la crítica inútil, al mal gusto, al facilismo y, en síntesis, a la provocación a donde se arrinconó al arte a lo largo del último Siglo.

Jaime López Isaza
Miembro de la Asociación Española y Madrileña de Críticos de Arte: AECA, AMCA.
Miembro de la Asociación de Escritores y Artistas Españoles: AEAE.


(Monterrey, México, Noviembre de 2016)

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